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EL ALDEANISMO (NACIONALISMO DE VODEVIL), por Fernando (LPD)

Hay un subproducto ideológico que hunde sus raíces en lo más profundo del universo simbólico hispano. Esta concepción esencialmente paleta y pueblerina del mundo bebe de aportaciones tan castizas como el carlismo, el tradicionalismo español y el manido nacionalcatolicismo pasado todo por la licuadora cultural del concejal de aldea promocionado a funcionario autonómico. Desde las últimas elecciones habita entre los culiparlantes de la Carrera de San Jerónimo una especie nueva de –ismo regional cuyo bigotudo representante es un tipo desgalichado que canta jotas en plan progre. Este señor, que se llama Labordeta, es el último mojón en esa subcategoría del nacionalismo que es el garrulismo local o, como he titulado arriba, nacionalismo de vodevil. Que España está llena de paletos no es ningún secreto, no hay más que acercarse al Bernabeú un domingo de partido y ver a la cuadrilla de cejijuntos, bandera de España en ristre, que salen del estadio.

El paleto, a pesar de lo que la gente tiende a pensar, no es el rústico que vive en una aldeíta de 50 habitantes en lo más profundo de la sierra de Ávila, el paleto es ese estúpido atontolinado que no ve más allá de sus narices y que como consecuencia de ello es presa fácil para los que se dedican a engañar bobos con el rollo macabeo del terruño, los ancestros, las tradiciones y lo malos que son los de fuera. Este biotipo de hombre abunda por desgracia en nuestro país, sólo hace falta que le mentes a su abuela y algo típico de su región para que se le enciendan las pasiones más bajas. De este modo el cachirulo, la bruma de la ría o el mojito picón se convierten en auténticas ideas-fuerza que marcan la diferencia y que mueven montañas. Para ilustrarlo pondré un ejemplo cercano.

Yo soy madrileño, mis padres, abuelos y tatarabuelos también lo eran, vamos que no tengo pueblo, que cuando era niño y llegaba el verano mis amigos emigraban a “su” tierra en Asturias o en Salamanca mientras yo me quedaba a pasar la canícula en Chamberí. Hace unos años a un diputado tránsfuga del PP se le ocurrió montar un partidito regionalista muy fardón que pretendía sangrar al gobierno central apelando al presunto madrileñismo de los que como yo no teníamos referente sentimental alguno. Adivinen cuál fue su logotipo y principal argumento de campaña, pues la Puerta de Alcalá, si, si, una flamante Puerta de Alcalá silueteada y tratada en rojo y blanco, el colmo de la garrulez. Hubo muchos madrileños que se dejaron cautivar por la plasticidad del mensaje, del símbolo supremo de madrileñidad, y anduvieron durante un tiempo montando verbenas en el Retiro y dando el coñazo de cuánto hacía Madrid por los demás y cuán poco recibía. Por fortuna el inefable partido no pudo soportar los fracasos electorales recurrentes y al final desapareció. El elemento que lo fundó se jubiló de concejal en un pueblo de la sierra lleno de Residencias de Ancianos y sospecho que hoy seguirá entrando en trance con cada plato de cocido que se meta entre pecho y espalda.

Supongo que cada región de España habrá tenido episodios paranoicos similares. Si nos detenemos un momento a pensar sobre la génesis del fenómeno en cada caso se dan los mismos componentes, a saber:

- Político de medio pelo de cualquier ideología con poca o nula proyección en la política nacional

- Un partido con nombre ridículo, como de asociación universitaria, con 4 ó 5 calvos en la ejecutiva (ya saben, cuanto más calvo más nac........)

- Aparato ideológico compuesto por algún folclórico y mucho profesor de universidad de la quinta de la Transición

- Ideas de casquero respecto a un supuesto pasado glorioso (preferentemente medieval) - Un maletín lleno de agravios cometidos por “el otro” y que tienen que repararse urgentemente

- Mucho folclore, es decir, la reedición de Gente Joven pero en plan reivindicativo - Ansias desmesuradas de conseguir toda la parafernalia de los poderosos; coches oficiales, escoltas, grandes despachos....

- Cierta parte del presupuesto en juego, España es una tarta y todos quieren su pedacito

- Un número considerable de paletos dispuestos a tragarse lo que le cuenten, y lo que es peor, a salir a la calle a gritarlo Todos estos ingredientes debidamente dosificados y agitados en una coctelera y zas! Ya tenemos una Chunta Aragonesista, una Tierra Comunera o un Bierzo Ceibe. El vodevil se consuma y hemos añadido un granito de arena a la Historia de las Doctrinas Políticas. La cosa de todos modos no es baladí pues las analogías entre estos nacionalismos de nuevo cuño y el nacionalpanderetismo franquista son tantas que harían las delicias de Girón de Velasco.

Tomemos como botón de muestra el tema de los nombres. Si en tiempos de Franco el famoso cine Capitol pasó a llamarse por decreto Capitolio ahora resulta que Oviedo es Uvieu y Huesca se ha quedado sin la hache con la consiguiente patada al Maria Moliner. Lo más sabroso se esconde no en los topónimos sino en los nombres propios, Jesús se transmuta en Chesús y Francisco en Francho, buena noticia para los que aman su apodo pues dentro de poco cualquiera podrá dar de alta su mote en el registro. La cosa promete ser divertida, en Asturias por ejemplo a los Rafael les llaman familiarmente Falo de manera que pronto veremos a Maruja Torres clamar desde su tribuna polanquista por semejantef elonía machista. En Aragón la confusión será aun más auténtica pues todos los que se llamen Juan pasan a ser Chuán, las relaciones hispano-chinas disfrutarán de un momento dulce y Zaragoza podrá presumir de ser la segunda ciudad del mundo (después de Hong Kong) en número de Chuanes por metro cuadrado.

Este nacionalismo de zarzuela, tan propio de la tradición carnavalera y desenfadada que nos caracteriza, sería un pozo sin fondo de diversión y entretenimiento si no fuese porque mucha gente se traga el camelo y lo adopta como religión verdadera. Esta visto, en este país nuestro el gran avance de los últimos 25 años ha sido sustituir la paletada nacional por la paletada local, hemos pasado de mirarnos el ombligo a mirarnos el pliegue más minúsculo de la piel del ombligo. En fin, como cantaban en Bienvenido Mister Marshall, ¡Viva mi Pare, Viva mi Mare y Viva mi Tía!

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