Guerras
justas e injustas
Michael Walzer
El
año 2.003 ha comenzado con los tambores de guerra resonando
con fuerza. La inminencia de un ataque estadounidense y británico
contra Irak,
contaminado a radice en punto a su legitimidad por la unilateralidad
de la decisión sobre el mismo, ha convertido en inevitable
la vuelta al clásico debate en torno a la justificación
del empleo de la violencia en las relaciones internacionales. Esto
es, de la guerra.
Porque
la cuestión de si existen, en primer lugar, guerras justas
y, caso de que así sea, cuáles sean estas, es tan
vieja como la propia capacidad humana de reflexionar en términos
éticos. Cualquier civilización digna de este nombre
se ha dotado de un sistema de valores con el que ha tratado de aprehender,
mal que bien, la idea de justicia (o, al menos, una cierta construcción
propia de esta idea). Y, así, desde las primeras referencias
a sistemas éticos encontramos también discusiones
sobre la justicia de la guerra.
Culturalmente,
el punto de llegada más o menos consensual al que hemos arribado
los miembros de las sociedades occidentales está hasta cierto
punto claro. Al menos, en sus perfiles más gruesos. Por ejemplo,
en el hecho de que existen guerras justas y, también, guerras
injustas. El referido consenso puede hacer parecer la afirmación
como una simpleza cuando, en realidad, nada más lejos de
la realidad que el carácter evidente de tal juicio. Que existen
guerras justas e injustas supone asumir que, de una parte, el hecho
de poder emplear la violencia para obtener ciertos beneficios no
es suficiente para entender una guerra justa (es decir, que más
allá de la existencia de conflictos, guerras y violencia,
no todos ellos son justos). Y, de otra, implica necesariamente haber
dado por sentado, igualmente, que no todo empleo de la violencia
es, por definición, contrario al sistema de valores de acuerdo
con el cual queremos ordenar la convivencia de forma general. Afirmar
que existen guerras justas e injustas no es, desde este prisma,
poca cosa.
Con
todo, y como es obvio, mucho más complicado es, metidos en
faena, determinar cuándo estamos en presencia de unas o de
otras. Aunque, también en este punto, siglos de historia
y de decantación han permitido establecer ciertas pautas.
La obra de Michael Walzer, clásica en la materia, no es tan
interesante por la disección personal del asunto que bien
habría podido acometer el autor como por ser plasmación
más o menos ajustada a lo que son los cánones occidentales
que en la actualidad disciplinan la asignación de las etiquetas
"justa" o "injusta" a cualquier guerra. Este
peculiar "consenso", cuyas últimas y revolucionarias
piezas han sido aportadas por el nuevo orden jurídico que
la Organización de Naciones Unidas ha supuesto para la comunidad
internacional, se encuentra perfectamente expuesto en una obra,
como se ha dicho, ya clásica y que ha sido recientemente
reeditada en España por Paidós.
Walzer
afronta la exposición de dos cuestiones esenciales relacionadas
con la justicia de la guerra. De una parte, se interroga sobre cuándo
estamos ante una situación que justifica su recurso. De otra,
analiza si que estemos en tal caso permite cualquier acción.
Así, junto a la legitimidad o ilegitimidad de origen, una
segunda cuestión se superpone y obliga a explorar la posibilidad
de que la guerra, una vez existente y justa, permita cualquier tipo
de actuación, no contemple más límites que
las exigencias de la búsqueda de la victoria en la misma.
Porque,
al menos en ciertos momentos históricos, no ha sido extraño
pensar de esta forma. Con todo, parece evidente en la catualidad
para todos que hay guerras justas que devienen, en consecuencia,
injustas si se emplean en ellas ciertos medios o se recurre a algunas
técnicas.
Como
hemos dicho, la obra de Walzer es extraordinariamente interesante
por la abundantísima y amena explicación de las diversas
disyuntivas que contiene. Siempre, por lo demás, apelando
a ejemplos históricos y aprovechando, de esta forma, para
trazar un completo panorama de lo que podríamos llamar "Historia
de la justificación del empleo de la violencia política
y sus límites". A este respecto se trata de un libro
absolutamente básico y que emplea este punto de partida para
incitar a sugerentes desvíos hacia la exploración
de justificaciones de la guerra que, aun abandonadas en la actualidad,
no dejan por ello de poseer una enorma capacidad de convicción
y magnetismo que las conviertieron en el pasado en referencias éticas
sólo con gran esfuerzo cuestionadas y superadas.
No
obstante su indudable interés, es un error concebir el trabajo
de Walzer como una especie de obra en la que desentrañar
por medio de una fórmula mágica (y a misteriosos arcanos
superiores debida) que permitiera deslindar lo justo de lo injusto.
Respecto de cuándo una guerra es justa, Walzer recoge y modela
las diversas posibilidades más corrientes, y las califica,
por supuesto. Ahora bien, al hacerlo no hace sino aplicar las pautas
que
constituyen lo que la comunidad internacional lleva años
proclamando como el entorno valorativo imprescindible que subyace
en las normas de Derecho internacional en la materia.
No
está en la actualidad considerado como justo el recurso a
la violencia más que en casos muy tasados. Y tampoco se entiende
justificado hacer la guerra de cualquier forma.
Releer
a Walzer, sin embargo, unas décadas después de la
publicación primera de sus trabajos, empieza a adquirir una
preocupante vertiente propedéutica que añadir a su
interés cultural e histórico. Porque ese consenso
en torno al que se articula la valoración ética de
las acciones bélicas que contiene su obra parece resquebrajado
en la actualidad. O, al menos, así sería para quienes
conciben guerras preventivas o el empleo de armas de destrucción
masiva en ellas como justas.
No
está muy claro si asistimos a un momento en el que una marea
reaccionaria e involucionista nos retroatae a cavernas cuasi premedievales
en la materia o si, simplemente, es que a muchos importa poco la
califiación indudable y asumida de "injusta" para
ciertas de sus actuaciones, pero pocas dudas caben sobre el hecho
de que ni Walzel ni el consenso del que venimos hablando en esta
recensión (en torno al que, por cierto, se ha estructurado
la convivencia en paz de nuestras sociedades desde hace 50 años
permitiendo un desarrollo económico y social sin precedentes)
pueden aceptar nunca como justas:
- guerras
estrictamente preventivas (porque no es, sensu stricto, preventiva
una guerra desencadenada para frenar de forma proporcionada una
previsible, cierta e inminente agresión; de igual forma que
la legítima defensa aparece también cuando se reacciona
antes de que apuñalen, sin necesidad de esperar a que se
consume la agresión, pero sí requiere que sea claro
y evidente que ésta va a darse).
- guerras
que integren como objetivo provocar daños masivos entre la
población civil.
- guerras
que empleen armas de destrucción masiva.
- guerras
que no concedan a los prisioneros unas condiciones dignas de subsistencia.
Afortunadamente,
de momento, en la actualidad estas exigencias éticas encuentran
respaldo, fruto de ese consenso que parece hoy perdido, en sendas
normas de Derecho internacional que permiten afirmar que quien ataca
a otro país sin que medie agresión alguna está
comportándose de forma injusta, ilegítima e ilegal;
que quien emplea armamento no convencional o busca diezmar a la
población civil es un criminal de guerra; y que quien retiene
a prisioneros sin proporcionales suficiente espacio, comida, asistencia
jurídica y una perspectiva de liberación o juicio
es un simple bandolero internacional.
ABP
(València)
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