Teoría
de la Democracia
Giovanni Sartori
Podríamos
decir que Giovanni Sartori tiene una doble personalidad: la más
conocida, la del abuelete que de cuando en cuando lanza al mercado
libros destinados a provocar, a generar debates intelectuales y,
sobre todo, a vender. Es el Sartori de libros como Homo
videns o Multiculturalismo y democracia, caracterizados por
mostrar una visión altamente crítica y negativa de ciertos aspectos
de la sociedad, por el escaso número de páginas y la enorme tipografía
y, naturalmente, por su elevado precio. Si estas fueran las únicas
aportaciones de Sartori al mundo del pensamiento, no sería arriesgado
decir que nuestro hombre está preparado para engrosar la plana de
cualquier periódico español como comentarista de calidad.
Afortunadamente,
no es este el único Sartori que nos encontramos. Existe otro, que
en realidad antecede al más conocido (o, sintomáticamente, al único
conocido), que se ha pasado la vida elaborando sesudos estudios
de ciencia política que hoy día ocupan un lugar muy importante en
la disciplina, hasta tal punto que estamos en condiciones de afirmar
que en España debe haber casi 5 personas que los hayan leído.
Yo
soy una de esas personas. Echándole un par de huevos. Y la verdad
es que el libro, o mejor dicho, los libros, porque son dos los volúmenes
que integran Teoría de la democracia, tiene muchos aspectos interesantes
que ofrecer al lector, particularmente si el lector es una de las
5 personas que hay en España interesadas en la política no como
vehículo para enriquecerse o como mecanismo de expresión de determinadas
frustraciones y/o deseos. Huelga decir que yo no soy una de esas
5 personas, pero ahí me tienen, uno lee muchas cosas en esta vida
(con Teoría de la democracia, en mi caso, ya van tres), así que,
dado que he leído algo, ¿por qué no hacer, de paso, una reseña para
La Página Definitiva?
Lo
primero que hay que decir es que este es un libro sobre teoría política,
pero también es un libro político. El autor adopta desde el principio
una posición ideológica (liberal - conservadurismo) que al principio
es implícita y poco a poco va aflorando conforme nos cuenta lo malos
que son los socialcomunistas. Eso sí, todos los preceptos que muestra
el libro están revestidos de una compleja argumentación para justificar
los lugares a los que llega Sartori, hasta tal punto que incluso
puede resultar fatigoso; por ejemplo, para definirnos lo que es
la democracia, Sartori "se gusta" durante 25 páginas preliminares
explicándonos lo que es una definición, para llegar a la conclusión
de que es muy difícil definir la democracia, pues las acepciones
del término son múltiples a lo largo de los siglos, y aún hoy continúan
entrecruzándose. Eso sí, nos queda muy claro lo que es una definición.
Entrando
ya en el análisis del libro por partes, Sartori divide su obra en
dos mitades, tituladas "El debate contemporáneo" y "Los problemas
clásicos". Curiosamente, "El debate contemporáneo" es el volumen
I, para después pasar a los problemas clásicos. Aunque sea muy original,
esta división no parece demasiado justificada, pues es perfectamente
plausible leerse el libro "al revés", comenzando por Grecia y acabando
por el presente, y posiblemente sea más operativo. En cualquier
caso, entre las cosas que comenta Sartori, que son muchas y de forma
exhaustiva, podríamos destacar las siguientes:
- Sartori
considera que la democracia representativa, con todos sus defectos,
es hoy por hoy la única viable. Rechaza, naturalmente, las eufemísticamente
llamadas "democracias populares", pero también los eventuales experimentos
de democracia directa aprovechando las ventajas de la tecnología.
Esto último, como es obvio, constituye un grave error, por múltiples
razones históricas, éticas, políticas y peripatéticas, pero fundamentalmente
por un motivo: porque somos de otra opinión. Y para demostrarlo,
véanlo aquí.
-
Por el mismo motivo, Sartori rechaza toda equiparación entre la
democracia ateniense y los modelos contemporáneos, pues estos últimos
son muchísimo más complejos y están pensados para sociedades gigantescas
en comparación con el pequeño número de ciudadanos de la Atenas
clásica. También hay otra razón: la democracia, según nos explicó
Aristóteles, en su acepción ateniense, era una de las formas políticas
"corruptas". El estagirita (¿nació en la laguna Estigia?) distinguió
tres formas de gobierno "buenas" (monarquía, aristocracia, politeia)
y sus correspondientes formas corruptas (tiranía, oligarquía, democracia).
Para Aristóteles, por supuesto, la mejor forma posible es la aristocracia,
en la que indudablemente él se incluía, mientras que la democracia
no sería sólo el "gobierno de los muchos", sino el "gobierno de
los pobres" o, más directamente, "gobierno de los peores". Aristóteles
vio cómo la democracia en Atenas se convirtió en tiranía a causa
de las locuras de los ciudadanos, que pasaban el rato aprobando
leyes que eran derogadas a los quince minutos, atacando a los ciudadanos
más válidos y promocionando a los mediocres. A Sartori se le ve
mucho aquí el plumero cuando habla del peligro de que la democracia
caiga en el populismo.
- Sartori
deja muy claro al final del libro que aquí, democracia, sólo si
se trata de una democracia liberal fundamentada en un mercado libre.
Sartori se lamenta de lo cruel que es el mercado, de que contribuye
a insertarnos en un modelo mecanicista, pero al mismo tiempo no
ahorra elogios respecto a su funcionamiento. Volvemos a leer todo
aquello de la "mano invisible" de inspiración divina (absurdo, todos
sabemos que la "mano invisible" fue, desde 1996 hasta 2000, José
María Aznar, y a partir de entonces los pérfidos extranjeros), de
cómo el mercado se autorregula de forma "natural", etc. En líneas
generales, diríase que a Sartori no le parecería del todo mal volver
a un modelo de sufragio censitario, con lo que habrá que decir que
es un elitista salvo si me incluye en el censo.
- Por
último, los ataques al marxismo en todas sus formas son continuos
e implacables. Sólo hay una forma alternativa al modelo capitalista
liberal a la que Sartori le concede una mínima credibilidad, el
"socialismo de mercado" (una especie de híbrido entre el experimento
yugoslavo y las socialdemocracias escandinavas; es preciso aclarar
que cuando Sartori escribió el libro "Yugoslavia" aún era un país,
no siete). Salva la figura humana de Marx (es decir, sus buenas
intenciones) para rechazar todo lo que, en los planos económico
y político, elaboró el pensador alemán, aunque también ponga de
relieve que la interpretación que comúnmente se hace del pensamiento
marxista supone una tergiversación radical de sus planteamientos
iniciales, por ejemplo con el uso del concepto "dictadura del proletariado",
que en Marx es marginal y después se convierte en uno de los puntos
fundamentales de los sistemas comunistas, a los que, naturalmente,
Sartori manda a los infiernos, comenzando por la Unión Soviética
(nuevamente advertimos de que todo esto Sartori lo escribió en plena
guerra fría, y el muy vago aún no lo ha actualizado). Y elabora
una crítica brillante por momentos, a veces incluso divertida por
las maldades que introduce en su discurso (ya dijimos que se trata
de un texto político):
"Para
Lenin, la asociación básica, inamovible e inmutable era que 'la
democracia es igual que el Estado'. Su leitmotiv era: puesto que
el Estado es malo, también lo es la democracia (...) Pero cuando
Lenin abordó la segunda fase, la dictadura del proletariado, cambió
de sintonía. Mantenía que la dictadura del proletariado era 'más
democrática' que la democracia burguesa. Si quería decir que en
este caso el ejercicio de la violencia era más intenso y sistemático
que antes, nada que objetar". (pp. 555 - 556)
En
resumen, el libro de Sartori es un enorme ejercicio de erudición,
un interesante ensayo político, y también un "manual de uso de la
democracia" desde una perspectiva política muy definida. El libro
se lee con gusto, aunque en ocasiones resulte un poco cargante,
y se le puede sacar bastante jugo. Hay que reconocer que la visión
que Sartori muestra de las cosas resulta en ocasiones muy sugestiva.
Eso sí, es un libro que corre el riesgo de quedarse anticuado, y
no tanto por la caída de los regímenes comunistas como por algo
mucho más importante: el amanecer y el ocaso del felipismo, que
ha cambiado totalmente las reglas del juego político.
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