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Estados Canallas

Noam Chomsky

 

Noam Chomsky es la viva representación del sueño americano. Estados Unidos, la tierra de las oportunidades, es el único lugar del mundo donde uno puede empezar como botones y acabar presidiendo la gran corporación en la que empezó a trabajar abriendo puertas. Esta figura, como es obvio, es algo exagerada. En la práctica nadie se cree a estas alturas que uno pueda empezar en lo más bajo y acabar en lo más alto. Sin embargo, algunos milagrillos a más pequeña escala sí que siguen convirtiendo a Estados Unidos en la tierra de promisión de personajes de distinto pelaje. Y Chomsky es la prueba, ya que, ¿en qué otro lugar es concebible que un semiólogo sea multimillonario?

Con todo, tampoco conviene que nos forjemos una idea equivocada de la realidad sociológica estadounidense. No piensen que los yanquis van por ahí impunemente recompensando con cientos de miles de dólares a personajes como los estudiosos de la semiótica a los que las sociedades civilizadas, cuando menos, marginan. En realidad Chomsky se ha hecho rico y famoso al abandonar el campo de estudios universitarios serios del que surgió (es evidente que este abandono no puede sino ser consecuencia de su fracaso, no vayamos a empezar a prejuzgar favorablemente la capacidad intelectual de alguien). Primero lo abandonó para cultivar el siempre atractivo y justificable mundo de los medios de comunicación. Cientos de semiólogos desocupados lo habían intentado ya antes que él y otros muchos lo han intentado después. Es bastante confortable dedicarse a denunciar las manipulaciones mediáticas pues, a diferencia de lo que les ocurre a los buscadores de frutas, los especialistas del ramo son afortunados ya que las primeras no son difíciles de encontrar.

Pero Chomsky no se quedó en este fácil trabajo y avanzó algo más. Sus rigurosos estudios sobre la manipulación mediática le sirvieron para intuir que había un campo mucho más amplio a su alcance: la denuncia de las políticas de los Estados, metiendo de vez en cuando a los medios de comunicación por enmedio para justificar su procedencia.

A eso se dedica Chomsky desde hace años, denunciando públicamente los nefastos comportamientos de Gobiernos y gobernantes de los Estados Unidos (con las excepciones de aquellos que son amigos de Noam), a los medios de comunicación que les ayudan en sus desmanes y a las grandes corporaciones que les amparan e incitan. Chomsky vive con todas las comodidades del modo de vida occidental y forma parte del stablishment gracias a un trabajo que consiste en criticar furibundamente de forma constante a uno y a otro. Pero todos están contentos. Noam, porque ha triunfado en la vida. Y los "poderosos", porque actividades como las de este señor, tan populares como inocuas (Noam nunca morderá en serio a la mano que le da de comer), proporcionan una perfecta coartada.

Aunque nuestro autor ha abandonado la semiología no se ha desprendido, sin embargo, de los métodos al uso de ciertas ramas de la ciencia. De forma que su masiva producción de los últimos años está dominada por trabajos con unas características que se repiten sistemáticamente. Estados Canallas, uno de sus últimos engendros, demuestra a la perfección cómo se construye un libro, a juicio de Chomsky.

Estados Canallas, aunque vendido como un libro, como interesante reflexión sobre el comportamiento de algunos Estados en la escena internacional, es en realidad una sucesión de artículos que Noam Chomsky ya ha publicado previamente y cobrado debidamente. En principio tampoco sería esto excesivamente grave si la sucesión de artículos tratara de forma ordenada el tema. Pero no es así. Como acostumbra Chomsky, lo que hace el trabajo es incluir un par de artículos más o menos relacionados (aunque tratan cosas diferentes y ni siquiera se molesta en añadir unas páginas nuevas para vincularlos) y completar las 250 páginas de rigor con otros 5 ó 6 absolutamente ajenos a la temática planteada. No sólo eso, sino que cuando existe relación entre artículos suele ser porque en ambos Chomsky cuenta exactamente lo mismo varias veces (algo que puede ser lógico, ya que si uno escribe varios artículos para publicaciones diferentes es posible que acabe contando en todos ellos una concreta historia particularmente interesante, pero tal reiteración resulta inadmisible en un libro pretendidamente estudiado y cuidado).

Estados Canallas es un perfecto ejemplo de cómo funciona la producción globalizada y en serie de obras de pensamiento dedicadas a denunciar la producción globalizada y en serie. Tampoco sería especialmente grave este factor (uno está dispuesto en ocasiones a que le tomen el pelo con sucesiones de artículos, aunque no tengan mucho que ver o aunque contentan repeticiones) si, al menos, las ideas expresadas fueran algo más que ocurrencias lanzadas en el vacío tratadas sin el más mínimo rigor.

Porque una de las cosas más soprendentes de Chomsky es que, al margen de aportar interesantes referencias bibliográficas y documentales que ilustran sólo sobre una de las visiones de los conflictos analizados, sus obras no nos dan mucho más. Suelen dejar con un amargo regusto, con la sensación de que su autor está tan dedicado a publicar miles cossas que no sólo le da igual repetir, refundir, autoplagiarse... sino que, además, tampoco le agrada trabajar excesivamente sus textos y sus ideas. Una tara fundamental para libros que se pretenden de denuncia-pensamiento.

Estados Canallas tiene, precisamente, este defecto. La reflexión inicial es interesante, pues no deja de ser paradójico que Estados Unidos, país que se ampara constantemente en la legalidad internacional y que pretende punir a aquellos que no la respetan con no poca frecuencia, sea a su vez un conocido infractor al que, por motivos anejos a su particular condición, no se le afea excesivamente la conducta. Sin embargo, las cosas se quedan para Chomsky ahí. El trabajo no contiene referencia alguna a cuestiones tan básicas como son las distintas naturalezas de algunas infracciones y de otras o a los motivos por los que Estados Unidos ha dejado claro y justificado su negativa a asumir algunos compromisos internacionales.

Pero es que Chomsky, además, se hace "la picha un lío". Porque su denuncia combina las exigencias de que se permita a ciertas agresiones de países no-EE.UU. adoptar carta de naturaleza mientras que, a la vez, justifica la necesidad de que las organizaciones transnacionales en que se articula la comunidad internacional pongan coto a algunas actividades de EE.UU. Llegados a este punto uno empieza a tener la sensación de que Chomsky no sabe muy bien de qué está hablando (sensación que es certeza cada vez que Chomsky hace alguna reflexión sobre cuestiones institucionales o jurídicas relativas a las relaciones internacionales, donde el autor hace gala de una manifiesta ignorancia que le permite, además, lanzar con osadía verdaderas sartas de animaladas de grueso calibre).

Por lo visto de lo único que se trata es de denunciar cómo la política internacional de los Estados Unidos y de Israel, verdadero leit-motiv de los artículos que componen la obra, es inaceptable. Escarbando un poco más, además, Chomsky explica con claridad que un factor de peso en la inadmisible actitud estadounidense es que sus políticas se encuentran muy controladas por poderosos lobbyes sionistas que convierten al mundo en que vivimos en un espacio controlado por los judíos, que hacen y deshacen a voluntad.

Llegados a este punto, y cuando uno ya empieza a tomarse el libro a risa más que a otra cosa, es necesario un pequeño esfuerzo para acabarlo. Es una pena cómo un superficial análisis de cuestiones realmente importantes (y las fuentes que aporta Chomsky así lo revelan) puede acabar convertido en algo insustancial y sin interés. Y todo por un tratamiento rápido y poco cuidado, que se limita a repetir tópicos para deleite de incondicionales.

Especialmente delirante, por cierto, es la obsesión de Chomsky con la maldad de Israel y los judíos. Debemos recordar, a estas alturas, que algunos de sus primeros trabajos en el campo de la manipulación periodística versaban precisamente sobre cómo los poderosos medios de comunicación occidentales, dominados por capital sionista, habían, desde la II Guerra Mundial, dedicado todos sus esfuerzos a la propaganda sobre la soah, magnificando el exterminio nazi, exagerándolo y convirtiendo en genocidio y política oficial del reich lo que fueron excesos propios de los tiempos de guerra equiparables, en algunos casos, a los cometidos por los aliados.

En fin. Vivir para leer.

 
La Radio Definitiva