Justicia
sin Estado
BRUCE L. BENSON
Unicamente
con leer el título muchos de Ustedes habrán percibido
un cierto aroma a liberalismo de lo más sugerente. Si además
les decimos que la obra está publicada por Unión Editorial
-empresa dedicada a difundir el pensamiento liberal por estos parajes-
y que su autor, en definitiva, aboga por una paulatina privatización
de los servicios de justicia y orden público, es posible
que ya estén pensando, quizá con razón, que
"a estos liberales habría que colgarlos por las pelotas
en la plaza mayor del pueblo". Si es así, mejor dejen
de leer esta reseña y vayan a la sección de sexo,
porque esto no ha hecho más que empezar y además ya
les adelantamos que están Ustedes ante un rollazo de los
que hacen época.
En
realidad el libro es cojonudo, pueden creerlo. Pero como nos pasaríamos
de concisión si dejáramos el análisis ahí,
y además estamos seguros que el precio del volumen -en la
línea de la casa, por otra parte- es otro aliciente para
no comprarlo, vamos a exponerles en pocas líneas la tesis
principal del autor con lo que les ahorramos unos euros (que pueden
transformar en un modesto óbolo para LPD), y al mismo tiempo
contribuímos a hacer patria liberal y a luchar contra el
anófeles colectivista. (Increíble, no pensábamos
que llegaría Ud. leyendo hasta aquí. Nuestra enhorabuena
y por supuesto siga, siga).
La
mayoría de Ustedes podrían pensar que resulta imposible
la existencia de la Justicia sin un Estado que la imparta y sostenga.
Si es así pueden apuntarse un punto negativo por rojos, puesto
que, tal y como describe Benson, la justicia y el orden público
son "inventos" muy anteriores a las instituciones estatales.
A principios de la Edad Media, por ejemplo, el derecho mercantil
era de origen consuetudinario. Eran los usos comerciales propios
de la época los que dictaban las normas no escritas que todo
mercader había de cumplir. Si algún comerciante intentaba
convertirse en un tiburón de las finanzas usando métodos
irregulares, el resto de colegas dejaban de hacer negocios con él.
Bastaba esta tácita amenaza de exclusión para que
todos se condujeran dentro de la legalidad, sin necesidad de que
ninguna autoridad impusiera ninguna normativa específica.
Con la aparición del Estado aparece el derecho autoritario,
que llega hasta nuestros días. La regulación de la
vida individual y colectiva de las sociedades deja de estar basada
en los usos y costumbres de la tradición, pasando a regularse
por las normas emanadas del poder político cuya observancia
es impuesta por métodos coercitivos. ¿Es esto bueno
o malo?. Para Benson es una putada, y en su lugar se decanta por
el derecho primigenio de fuerte raíz consuetudinaria que
utilizaba los incentivos sociales en lugar de la violencia como
medio de imposición de la ley.
Benson
analiza este estado de la justicia desde el punto de vista de la
teoría económica -con dos pelotas- según la
cual "las funciones principales del Estado son actuar como
mecanismo redistributivo que quita riqueza a unos para transferírsela
a otros, así como discriminar entre grupos para determinar
quién gana y quién pierde, en proporción a
su poder relativo." De esta forma, resulta evidente que las
leyes irán destinadas principalmente a satisfacer a los grupos
de presión más poderosos, perdiendo el amplio apoyo
social que tenían bajo el sistema consuetudinario. Súmenle
a ésto el constante aumento de la burocracia necesaria para
aplicar el ingente volumen de normas con que las administraciones
públicas nos inundan todos los días, y llegarán
a la conclusión de que vamos por muy mal camino.
En
cuanto al problema del orden público, Benson hace notar la
necesidad de perseguir especialmente las agresiones contra las personas
o su propiedad en detrimento de los delitos en los que no existe
víctima salvo el propio infractor. Por poner un ejemplo,
la polícia debería dejar de molestar a los jovenzuelos
que se emporran en los parques públicos y perseguir en su
lugar a los delincuentes armados y peligrosos. Además, según
su teoría, las agresiones contra una persona o su propiedad
deberían llevar aparejado un castigo en forma de una "multa"
pagadera directamente a la víctima de cuantía suficiente
para resarcirla de los daños causados, además de los
gastos legales ocasionados. Esta es la diferencia fundamental con
el sistema actual, que basa la represión del delito en el
castigo al delincuente, con casi total olvido de las víctimas
y sus derechos. De hecho, resulta evidente que la encarcelación
no sólo no compensa a las víctimas sino que les exige
cargar con más costes derivados de los gastos del proceso,
lo que origina que cada vez haya más ciudadanos que renuncian
a denunciar agresiones contra su libertad o propiedad, salvo casos
especialmente graves.
La
propuesta de Benson para paliar este estado de cosas consiste, en
pocas palabras, en iniciar una progresiva privatización de
los servicios de justicia y de orden público, que basen su
acción en la protección de la libertad de los ciudadanos
y de su propiedad particular, y con especial preocupación
por resarcir a las víctimas por los daños causados.
Estarán de acuerdo con nosotros en que hay que tener un par
de cojones para defender una propuesta tan políticamente
incorrecta en público sin usar seudónimo. Y el caso
es que después de ver el estado actual de la justicia en
países como el nuestro -totalmente homologable en este aspecto
con cualquier otro país occidental- la teoría de Benson
suena bastante sensata. ¿Llegará a cristalizar algún
día?, es difícil saberlo, pero tengan ustedes en cuenta
que muchas de las ideas que hace unos años parecían
descabelladas actualmente son asumidas con toda naturalidad, ¿o
es que alguien sospechaba que se volverían a ponerse de moda
la perilla y los pantalones de campana?.
|