AUTONÓMICAS
2003 EN EXTREMADURA
Guerrismo
militante del siglo XXI
Extremadura
es una bella comunidad autónoma, una de las 17 bellas comunidades
autónomas que componen el Estado español. La rutilante
belleza de Extremadura se manifiesta no sólo en sus hermosos
parajes o sus monumentos históricos, sino, sobre todo, en
la acusada personalidad propia, es más, idiosincrasia propia,
en resumen, características diferenciales, que la convierten
en una comunidad única, una de las 17 comunidades únicas
que conforman el Estado español.
Dichas
características diferenciales se ponen fácilmente
de relieve por la simpatía de sus gentes, la variedad de
su gastronomía, y la existencia de hondas tradiciones culturales
como, por ejemplo, tirar a un burro desde lo alto de un campanario
como culminación de unas fiestas patronales, a diferencia
de lo que podría ocurrir en otras partes de España,
donde prefieren tirar yeguas o quemar autobuses, o bien ejecutar
hermosos bailes tradicionales ataviados con vestidos de bella factura
claramente diferenciados de otros 16 bailes con sus correspondientes
vestidos.
Sin
embargo, este hondo legado cultural ha sido tradicionalmente ignorado
por los habitantes del resto de España, los cuales tradicionalmente
se han fijado más bien, a la hora de catalogar a Extremadura,
en los fríos datos macroeconómicos. Tras las miríadas
de extremeños que Franco envió al País Vasco
y a Cataluña para destruir sus tradiciones e idiosincrasia
(las de País Vasco y Cataluña, no las extremeñas),
ofreciendo pantanos a Extremadura como pago por la mano de obra,
la población total extremeña se ha quedado en un millón
de esforzados habitantes que no han logrado, hasta la fecha, superar
la característica auténticamente diferencial de Extremadura
respecto al resto del Estado español: su elevada tasa de
paro, 19'3%, que se conjuga con la relativamente escasa renta per
cápita para crear, entre ambos, la región más
pobre de España.
En
efecto, Extremadura se sitúa ahora mismo en torno al 50%
de la media de la UE, aunque bien es cierto que en el momento en
que la UE se amplíe a 27 miembros este porcentaje aumentará
al 60%, un gran éxito que podría ser aún mayor
si Indonesia, India y Afganistán también ingresan
en la UE, momento en el cual Extremadura superaría la media.
Pero mientras este hecho se produce, lo cierto es que Extremadura
sigue siendo una región pobre, y lo que es más, una
región en la que el impacto de los Fondos Estructurales y
de Cohesión no ha sido, en apariencia, determinante, pues
a pesar de esta inyección económica suplementaria
Extremadura se mantiene anclada en el 50% desde 1988, mientras otras
regiones españolas han experimentado un crecimiento perceptible.
Frente
a todo esto se ha alzado una voz, alta y potente, que clama por
ahora en el desierto exigiendo el reconocimiento de las necesidades
e intereses extremeños en Madrid: el presidente de la Junta
de Extremadura a lo largo de cinco legislaturas consecutivas, Juan
Carlos Rodríguez Ibarra, un político que se define
a sí mismo como "valiente", gran valedor de Extremadura
ante el resto de España, lo que garantiza que dicho resto
de España siga pensando de Extremadura lo mismo que antes
y además añada "políticos impresentables"
al inventario. Rodríguez Ibarra es el representante de Extremadura
como sociedad de descamisados, un político radicalmente izquierdista
que lleva a cabo sus acciones preferentemente ante los micrófonos
y las cámaras, momento en el cual despliega toda su capacidad
para efectuar sutiles análisis políticos radicalmente
izquierdosos para, por ejemplo, apoyar los GAL, negarse a acatar
la limitación de mandatos impuesta por la nueva Ejecutiva
de Rodríguez Zapatero o rechazar las primarias porque, según
dijo, "a la gente no se le puede preguntar sobre cuál
es su candidato, porque elegirán al contrario que el que
diga la Ejecutiva Federal". Por tanto, asumimos, tampoco se
le debería preguntar por quién es su candidato a presidente
de la Junta de Extremadura, porque vete a saber si en un momento
dado se equivocan y eligen al malo, esto es, eligen a otro que no
sea Rodríguez Ibarra.
Por
fortuna, esto aún no ha sucedido, y Rodríguez Ibarra
ha tenido tiempo para desarrollar, como último presidente
preautonómico y único presidente de la Autonomía,
es decir, a lo largo de 20 años, un proyecto de modernización
que hasta la fecha ha dado los resultados ya sabidos: la misma pobreza
que cuando llegó y la misma percepción negativa de
Extremadura, convenientemente acrecentada por los exabruptos de
su Presidente en su pluriempleo de contertulio, desde el resto del
país.
Sin
embargo, Rodríguez Ibarra ha seguido ganando elección
tras elección, y previsiblemente volverá a hacerlo
en las próximas elecciones. Su rival, Carlos Floriano (PP),
el último de una ristra de aspirantes fracasados ante Rodríguez
Ibarra, viene avalado, eso sí, por los mismos procedimientos
democráticos que parece defender el actual Presidente de
la Junta (elegido en un Congreso del PP regional con candidatura
única y el 98% de los votos a favor; ni en los mejores tiempos
del Politburó se conseguía un consenso similar).
Ibarra
representa, al igual que el sempiterno presidente de Castilla -
La Mancha, José Bono, la tradición caciquil española
combinada con el populismo fácil. El Presidente de la Junta
no tiene ningún reparo en dárselas de estadista a
nivel nacional criticando la política del PP y también
la de su partido cuando no consiste en decir que el PP es la derechona
ni en sacar la cartilla de racionamiento como hacía Alfonso
Guerra en sus buenos tiempos, pero, al mismo tiempo, Rodríguez
Ibarra elabora continuamente un discurso victimista cuyas línas
de fuerza se resumen en "somos pobres, y el Gobierno del PP,
la Unión Europea del PP y el PNV del PP son los culpables
de ello". Naturalmente, el único que no tiene la culpa
de nada es él, pues él lucha por los intereses de
Extremadura por la vía de crear una tupida red clientelar
a lo largo de toda la región que, cuando menos, garantiza
que una parte relativamente importante de los extremeños
viva razonablemente bien con los sueldos que otorga la Administración
autonómica. Desde este punto de vista, su razonamiento es
impecable: él tiene un presupuesto que gasta en crear puestos
de funcionario y dar subvenciones, esto es, crear riqueza; en cuanto
al resto, si no tienen trabajo ya no es cosa suya, si las infraestructuras
son manifiestamente mejorables a él que no le miren, si la
región no prospera que vayan a Madrid a protestar.
Naturalmente,
con su discurso y su forma de obrar Rodríguez Ibarra tiene
garantizada la reelección en las elecciones del 2003, en
las del 2007 y en las 2011, que son las que realmente le preocupan,
puesto que teóricamente, según la normativa aprobada
por Rodríguez Zapatero y los suyos, ya no podría presentarse
en más ocasiones. Podemos afirmar que Rodríguez Ibarra
es un hombre previsor al oponerse desde 10 años antes a esta
medida que le depara un futuro político que, en el mejor
de los casos, le obligará a dejar la presidencia de la Junta
con sólo 63 años, hecho un chaval si tenemos en cuenta
que la ciencia avanza que es una barbaridad y la esperanza de vida
también.
Guillermo
López (Valencia)
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