Política en Brasil (I)

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Desde el otro lado del charco

Esta sección está a cargo de nuestro ínclito Corresponsal en las Indias

El mayor país católico del mundo (mentira, son todos algo animistas) es también el primer receptor de inversiones de España. Tal vez porque México, en el magistral juicio de su dictador Porfirio Díaz, quede “muy lejos de Dios y tan cerca de los EE.UU”. Tal vez porque, como todo el mundo sabe, Portugal también es España. Y Brasil Hispanoamérica, a que sí?

Así que sigue una pequeña lección sobre el sistema político brasileño. Agárrense, que vienen curvas.

Brasil fue una dictadura desde el golpe militar del 64 hasta las elecciones presidenciales del 86. Sobre el papel. En realidad, siempre lo fue y aún hoy en día lo sigue siendo. El carismático dictador pseudofascista del siglo, el gaúcho (pronúnciese el hiato al contrario que en en Argentina) Getúlio Vargas, tuvo la genial intuición de crear dos partidos políticos, el del poder y el de la oposición. Y, de vez en cuando, se presentaba por este último y perdía las elecciones y todo. A pesar de que algún títere le salió rana, volvía en olor de multitudes.

El sistema duró desde el golpe de estado del 33 (no nos extenderemos sobre lo que hubo antes a quién le importa?-; Brasil hacía café y, tras la crisis del 29, nadie nunca más lo compró. Por eso hubo un golpe) hasta el suicidio de Getúlio en el 54. Mejor que leer este rollo, lean “El gran arte” de Rubém Fonseca en la colección Seix Barral, si quieren saber más. Tras el suicidio, diez años de democracia en que los brasileños llegaron a elegir, como en Chile, a un presidente de izquierdas. Y, como en Chile, golpe militar al canto.

A diferencia de lo que ocurrió en Chile, los militares brasileños fueron de una incompetencia rayana en el delirio. Pensaron que, total, para qué iban a llamar a nadie de Chicago para arreglar el país si ellos ya podían cagarlo enterito. Y solitos. Y se lo dieron en bandeja a un a la sazón joven economista que despuntaba. Delfim Neto. Delfim, ministro de economía durante más de veinte años, es aún diputado en el congreso. Que siga vivo es más un detalle de la bondad de este pueblo, que parece tener a veces horchata en las venas.

El “milagre brasileiro” de Delfim consistió en un programa de endeudamiento internacional para financiar la construcción de una red de infraestructuras energéticas al tiempo que se industrializaba el país con la llegada de las “montadoras” de coches. Para usar la industria siderúrgica pedida por Getúlio a los yanquis. Para alimentar el creciente mercado interno.

Resultado: de los 160 millones de brasileños, 40 son pobres, 40 son pobrísimos y otros 40 son sencillamente miserables, no siendo dueños ni de su camiseta. La corrupción es omnipresente y la moneda cambia cada X años. Porque Delfim pensó que, si faltaba dinero, ya estaba aquí él para hacerlo. El reparto rural/urbano se invirtió en 30 años, de 70/30 para 30/70. El descontrol urbanístico de las ciudades brasileñas es para verlo y no creerlo; sorprende por ser, al fin y al cabo, Occidente. San Pablo es comparable tan sólo con lugares tan agradables como Calcuta o Bangkok.

Y la política? Pues a ello vamos. Los sempiternos partidos del poder y la oposición siguen existiendo, con las tornas cambiadas. El ex del poder, ahora en la oposición, se llama PFL (no se preocupen por el oculto significado de las siglas). El de la oposición, ahora en el poder, PMDB. Claro que ambos gobiernan juntos, con la ayuda de otros dos: el PSDB escindido del PMDB- del presidente Fernando Henrique Cardoso (FHC para los amigos, un señor que habla muy bien el español, de verdad) y el PPB de otra panda de chorizos que hay por ahí suelta, escindido del PFL.

En Brasil el presidente es elegido por sufragio universal y directo. Y el voto, agárrense, es obligatorio hasta para los analfabetos. Aunque claro, no hay analfabetos porque basta saber firmar el propio nombre para ser considerado letrado. Y cada cual firma como quiere, no? Así que no hay presidente más en pelotas que el brasileño. Sobre todo, y perdonen la broma, cuando visita Pelotas, ciudad del litoral sur, próxima a la frontera con el Uruguay.

Todo en Brasil se consensua y negocia. Hay crisis de gobierno mensuales, y escándalos cotidianos, aireados por los políticos que se han quedado sin pastel en el último reparto. El ciudadano brasileño, cauterizado, se ve impotente no sólo ante el día a día de la política, sino en particular en las campañas electorales, el mayor y más tremendo espectáculo de verguenza ajena que pueda ser contemplado por televisión.

Porque en Brasil, como el 60% de los brasileños son analfas e incluso quien sabe leer tampoco lo hace, pudiendo hablar de fútbol y de mujeres, la campaña está a la altura del votante. Y cómo.

En las regiones más pobres del Nordeste, el truco está en no hacer acequias. Así, cuando llega la terrible seca, por lo general una vez cada tres o cuatro años, si se tiene la feliz coincidencia con el año electoral (entre municipales, estatales y federales, todos lo son), basta repartir selectivamente las “cestas básicas” de ayuda. Arroz y frijoles, no se crean. En lugares donde hay agua (por cierto, hay mucha. Oyeron hablar del Amazonas? Y del Paraná? Y del San Francisco? Eso son ríos y no nuestras mariconadas), se reparten billetes partidos por la mirad. La otra mitad, después de la elección. En las ciudades, se permite el asentamiento ilegal de favelas. Y se les da, el día de autos, un churrasco a los miserables, dejándoles bien claro cuál es el color de la papeleta que tienen que escoger.

Tanto partido es necesario porque, en un lugar tan grande como este tremendo país mantenido unido por la libre circulación…de mano de obra esclava, no lo olvidemos-, hay muchos intereses locales que satisfacer. Los de los famosos “coroneles”, jefes locales que hasta hace muy poco mantuvieron ejércitos propios y que, hoy por hoy, prefieren que sea el propio gobierno quien los mantenga; las policias militares de cada estado de este país tienen todas su origen en los años 20-30 en que, en plena república del café, el gobierno federal fue incorporando al funcionariado a los ejércitos privados, sin excepción. Juro que el día que vi a la PM del estado de Alagoas manifestándose ante el palacio del gobernador, pistola en mano, tomando rehenes entre los ciudadanos para exigir un aumento de salario -que les fue concedido, claro-, lloré de rabia . Hubo quince muertos, ni uno solo policía. Y ni una sola represalia. A la luz del día, ya lo hemos olvidado?

La palabra del coronel es ley. Y quien no está de acuerdo, si no emigra, muere. Los esquemas de corrupción son tan fantásticos que llegan a ser lícitos. Al tiempo que 93% del presupesto federal está comprometido en nóminas de funcionarios de salario medio inferior a cien dólares por mes, cientos y cientos de funcionarios justicia, ejército, federales…- reciben compensaciones millonarias, en muchos casos por encima de los 150 mil dólares anuales. En total legalidad, en total impunidad.

Porque es quizás ésta la más sorprendente contribució brasileña la política internacional, la impunidad. Hace tres semanas fue elegido presidente del Senado, tercera personalidad política del país, el honorable Jader Barbalho, del estado del Pará. Acusado del desvío de cuatro mil millones de dólares en ayudas a su estado. Dueño de una fortuna personal declarada y evaluada en más de cien millones de dólares, sin contar lo que tenga en Suiza, claro. De origen humilde confesa, Jader sólo ha sido político, desde los veinte años. Y ahí lo tienen, de jefe del senado, siendo juzgado por sus los propios senadores en quienes manda. Al día de hoy, ni una sola comisión parlamentaria ha condenado a diputado o senador alguno. (Los dos casos más conocidos, Hildebrando y Luis Estévão, lo fueron por la justicia después de larguísimos procesos.) Y eso que la justicia, en este país, es otro cachondeo.

En Brasil, para evitar que los hijos de papá puedan ser violentados en la cárcel, hay dos tipos de prisión. Los negros y los miserables se hacinan en las prisiones comunes, ésas que se amotinan cada dos por tres. Los motines en ellas no son sino excusas que la PM se crea para acabar con ciertos capos y sus ejércitos de matones después de haber sido convenientemente untados por la competencia. Pero los universitarios van a la cárcel de los listos. Con cama y televisión.

Y ustedes se preguntarán? Hay esperanza en este país? En que lío nos hemos metido? Qué hacemos invirtiendo a mansalva en tamaño desmande? Acaso no hay izquierda?

La izquierda aquí se desgastó en la lucha de guerrillas contra el gobierno militar (hay excelentes películas al respecto: “El beso de la mujer araña”, “Qué es eso, compañero?”, “Acción entre amigos”…) y , cómo no, acabó escindiéndose en dos partidos comunistas, de los que hablaremos otro día (hay un prometido artículo sobre Luis Carlos Prestes esperando en el tintero). Entretanto, los metalúrgicos de la grande San Pablo (el ABC) fundaron el Partido de los Trabajadores PT-. La mejor garantía de FHC.

No hay esperanza, no, salvo la de obtener excelentes retornos de nuestra inversión. Qué otro país lo permitiría? En qué otro lugar podrían nuestras empresas hacer dinero a espuertas con su pésimo servicio y sus abusivas condiciones, ahora que se acaba el chollo en casa?

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