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Oasis

"You know I don’t care"

 

Hubo un par de años en la década de los 90 del siglo pasado en los que el Reino Unido volvió a estar de moda en el mundo, recuperando unos niveles de influencia y seguimiento de noticias casi sin parangón hasta aquel entonces, y que remitían directamente a la edad dorada de los 60. De 1962 a 1968 Londres se convirtió en el foco cultural europeo por excelencia, con una moda revolucionaria, una cinematografía excelente y una renovación cultural que vigorizó a la juventud del viejo continente. Treinta años después, una serie de acontecimientos había devuelto al país anglosajón a las primeras planas de los diarios y a las televisiones. El entonces desconocido nuevo laborismo de Tony Blair, el éxito de Peter Cattaneo y el nuevo cine británico o la literatura de Irving Welsh o Nick Hornby eran algunos de los rasgos que muchos asociaríamos a esta época, sin descuidar el más contagioso y popular, la música.

Brit-pop es la odiosa etiqueta que los siempre egocéntricos medios de comunicación de las Islas dieron al conjunto de sus grupos en los años 90. Un cúmulo al que se le podía poner cualquier adjetivo salvo “cohesionado” y en el que cabía de todo, desde innovadores como Primal Scream hasta revivalistas como Ocean Colour Scene; desde herederos del glam como Suede hasta un sinfín de grupos calcados: Cast, Seahorses… Se consideraba brit-pop, según los semanarios musicales ingleses, a todo grupo que quisiera sonar como los Beatles, los Kinks o los Who en los 90. La punta de lanza de este movimiento la protagonizaron los dos grupos más famosos de la primera mitad de la pasada década, Blur y Oasis.

Vaya por delante, ante los posibles ataques de los múltiples oasismaníacos que pueblan la red, que yo mismo lo fui durante muchos años. Que compré de manera cuasienfermiza todos sus singles y discos y que los defendí a capa y espada ante detractores de todas las clases, hasta el punto de llegar a ignorar discos e intérpretes excelentes. Afortunadamente, mi inflamada admiración adolescente se fue apagando poco a poco hasta prácticamente desaparecer entrado ya el siglo XXI. Hablo, pues, con conocimiento de causa.

Oasis son un grupo tremendamente irregular. Una de las bandas más sobrevaloradas de la historia, que ha sabido vivir de las rentas gracias a un gran disco, otro bueno, varios singles con mucho gancho y un directo marcado por la progresiva pérdida de voz de Liam Gallagher, sólo comparable al de Amparo Llanos, la de Dover. Un grupo que en realidad es un dúo cabreado entre sí y con el mundo, que ha visto pasar a tres bajistas, cuatro baterías y tres guitarristas y que, incluso, ha llegado a funcionar sin Liam o Noel Gallagher en función del cabreo de uno con el otro. Oasis ha funcionado a golpes durante trece años, con un funcionamiento más simple que un cubo:

- En el estéril año 1993 la prensa musical británica descubre a una banda de Manchester que copia descaradamente a los Stone Roses. La chulería del cantante, melodías pegadizas (¿dónde las habré oído antes?) y letras dirigidas a adolescentes insatisfechos calan a la primera. Oasis, que así se llaman los chicos, se patean toda Gran Bretaña hasta que, con un golpe de suerte espectacular, los descubre Johnny Marr, el de los Smiths, y los ficha Creation Records, el sello con más proyección del país, con la tutela y promoción de Sony en todo el mundo.

- La fama de los bárbaros sigue creciendo. Publican un disco, Definitely Maybe, con odas al alcohol, las drogas, el sexo y el hedonismo, pero también con dos plagios a los New Seekers y a T.Rex y sospechosos ecos beatlelianos. El disco vende lo que le da la gana, y después de arrasar en Europa, el grupo da el salto a Estados Unidos. Se la pega por primera vez.

- (What’s the story) Morning Glory?, el segundo álbum, lanzado en 1995, es un superéxito de ventas, gracias a Wonderwall y Don’t Look Back in Anger, la machacona insistencia de la discográfica y el entusiasta apoyo de los medios de comunicación. Noel Gallagher dedica su tiempo libre a desear que los miembros de Blur cojan el SIDA, a pasear las borracheras con sus compañeros por los aeropuertos y hoteles de todo el mundo y a compararse con los Beatles. Nuevas giras por Estados Unidos y nuevas decepciones.

- Tras un período de descanso, se lanza Be Here Now. Sobreproducido, pesado en muchas ocasiones y con sólo un par de momentos brillantes, sigue cegando a gran parte de la crítica, sobre todo a la de su país. Después de una gira larguísima y de algunas canciones realmente insufribles (De All around the world está bien el primer minuto, pero luego hay 8 que dan sueño), se retiran a descansar, dejando como lastre un disco de caras B de los primeros años que mantiene un nivel decente a la vista de lo demostrado.

- A partir de este momento el esquema se repite. Expulsión de miembros del grupo, nuevo disco inflado por la prensa, declaraciones de los Gallagher diciendo que es lo mejor de su discografía, giras intrascendentes y fuga temporal, con amenazas de disolución de Oasis, de alguno de los dos hermanos. Y vuelta a empezar. Los seguidores, ilusionados en vano con cada disco, van abandonando el barco. Y la gran maquinaria de Manchester se convierte, poco a poco, en un grupo aburrido, retrógado y rodeado de un halo de polémica, al que la prensa británica busca constantemente relevo generacional con penosos resultados.

Y ahora, diez años después de aquel multimillonario Morning Glory que les hizo sonar en los radiocasettes de todo el mundo (sí, ahora obsoletos y llenos de polvo, pero entonces última tecnología, amigos), Oasis ha decidido perder un poco más de credibilidad, si cabe. Lo que podría atisbarse como un buen álbum de retorno tras hacer el cabra varios años ha acabado en una nueva decepción, en un nuevo más de lo mismo y en un nuevo ejercicio de auto(plagio). Don’t Believe the Truth puede resultar, para el fan de a pie, una mejora sustancial tras los dos últimos LPs (uno un intento desesperado por subirse al carro de la electrónica y otro un remiendo de psicodelia y pop con parecidos a la vista), pero para el oyente que lo compra por casualidad y engañado por las críticas en las revistas universitarias gratuitas (y por lo tanto, así de malas), resulta decepcionante:

- Siendo muy buenos, se pueden salvar 2 canciones del disco. The importante of being Idle (típico tema de Noel Gallagher que se vuelve infumable en directo) y Part of the Queue. El resto se debate entre el plagio (Mucky Fingers es Waiting for the Man, de la Velvet y Lyla, clavadita a Street Fighting Man, de los Stones), los intentos por crear algo pegadizo, pero que acaba en pegajoso (Turn up the sun, Keep the dream alive), el cómo cagar un buen demo de hace 5 años y transformarlo en un sucedáneo de Let it be (Let there be love) y las lamentables chorradas de Liam, un tipo que se cree John Lennon y no llega ni a su hijo Julian (Sí, lo sé, el golpe es bajo). En Guess God Thinks I’m Abel, por ejemplo, al nada sobrio Liam se le ocurre decir que Dios se le apareció en un sueño y le dijo que él era Abel, el hermano bueno de Caín. En fin, terrible.

-Tan sólo la producción de Death in Vegas, uno de los mejores dúos electrónicos que existen, podría haber salvado al disco. Es más, su influjo se nota en uno de los mejores temas del disco (sale en la versión japonesa, no en la europea), I can see it now. Pero el inmenso ego de los Gallagher los mandó a paseo con el trabajo a medio hacer. Otro gallo hubiera cantado a Don’t Believe the Truth si se hubiera seguido el camino marcado. Pero no, hay egos y egos más fuertes, y luego están los Gallagher. Y que nadie les tosa.

En resumen, el disco resulta uno más dentro de la desastrosa discografía de los últimos años. Y es que por no tener, no tiene ni un single claro. Pero no creo que importe mucho para una banda que viene repitiendo las mismas canciones en directo desde 1995. Qué triste y qué frustrante.

José Ricardo March