MANUAL
DE INSTRUCCIONES DEL SIGLO XXI
II.
LOS TALLERES
El
saber está ahí fuera
La
sociedad del siglo XXI exige mucho. La formación ha de ser
constante. No basta ya una carrera universitaria rematada con un
máster y el conocimiento del sánscrito. El mercado
laboral quiere gente preparada. Por eso voy los lunes y jueves al
taller de poesía. Mi obra cumbre hasta el momento es un pareado
en eneasílabos titulado “personalidad”: Mi güisqui
llevo en la petaca/los otros me dejan resaca. El monitor del taller,
escritor de nutrida obra editada por la Diputación Provincial,
cree que ese trabajo refleja la esencia de lo inasible. Yo algo
de eso también veo.
Los martes y los viernes voy al taller de danza del vientre, una
disciplina no sólo lúdica, sino sobre todo intercultural.
Todavía estoy en la fase de encontrarme la cintura, pero
me siento mucho más cerca de los pueblos oprimidos y mi espíritu
rebosa trascendencia. El monitor de danza del vientre es un tipo
de Fuengirola que se llama Shivoham dentro de clase y Fernando fuera.
Dice que tengo un talento innato para esto, que tengo que haber
sido turco en otra vida.
Los
lunes y los jueves suelo acudir al taller de cerámica. Me
aplico mucho y ya he conseguido hacer un botijo que parece un cántaro,
un cántaro que parece un plato, y un plato al que todavía
le estamos buscando parecido. La monitora del taller (que por cierto
es mi tía) dice que llegaré a ser un buen artesano
y que cuando llegue a casa le diga a mi madre que la llame.
Los
jueves y viernes me apunté al taller de caricias. La sexualidad
abierta es básica, y nos falta comunicación. El masaje
y el lenguaje del tacto puede ayudarnos mucho. En clase estamos
impares, y me ha tocado acariciarme con el monitor, al que conozco
de otro taller, un cincuentón de Fuengirola barbudo y con
barriga que en clase se llama Dionisios y fuera Fernando. Aunque
no ligo nada, siento que me comunico mucho más.
El
taller de introducción al teatro es los lunes, miércoles
y viernes. Se trata de un curso básico para perder la timidez
y sacar lo que llevamos dentro. Normalmente nos dedicamos a gritar
mientras reptamos por el piso, pero la monitora de teatro dice que
así empezó Marlon Brando.
Los
sábados tengo tres talleres seguidos por la mañana.
Primero está el de escritura creativa, para el cual he presentado
el mismo pareado del taller de poesía porque no tengo tiempo.
Después está el de yoga. Las posiciones derivadas
de la flor de loto provocan no pocos problemas, pero he aprendido
a respirar correctamente con veinte contracturas. Más tarde,
en el taller de juguetes no bélicos enseñamos a los
niños a que no jueguen con pistolas o metralletas de plástico,
así que ahora se agreden con las cometas que elaboramos.
El
sábado por la tarde voy al taller de introducción
al bricolaje. Trata fundamentalmente de los conocimientos necesarios
para practicarse un torniquete, conservar los dedos amputados hasta
que llegue la ambulancia y cómo hay que actuar en caso de
quedar ciego por las astillas. La mayor parte de la materia impartida
se puede convalidar con el taller de introducción al socorrismo
que haré en breve.
Por
último, de lunes a viernes voy al taller de empatía
para mejorar mi sociabilidad. Aunque los asistentes no nos hablamos
desde el tercer día por incompatibilidad de caracteres, avanzamos
mucho en cuanto al aprendizaje de la comunicación con gestos
y empatamos cada vez más, hasta el punto de que volvemos
a saludarnos al entrar en clase.
Todos
estos talleres, amén de divertidos, me hacen sentir preparado
para la vida moderna. A este paso, y todavía ni con treinta
años, seguro que consigo independizarme antes de los 39,
en cuanto logre un contrato indefinido de más de 750 euros
al mes. Y mientras tanto ¡lo que estoy aprendiendo!
Alfredo Martín-Górriz
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