MANUAL
DE INSTRUCCIONES DEL SIGLO XXI
X.
LA AUTOESTIMA
Un
amigo de un conocido del vecino la tuvo
-
Mi mujer se lió con el perro y ambos se fugaron en mi moto
con sidecar, creo que conducía el chucho.
- Usted tiene la autoestima baja, caballero.
La autoestima es semejante en algunos aspectos a los estatutos regionales
españoles: uno no sabe que la tiene hasta que no te dicen
que está fatal y que así no vas a ninguna parte. Hasta
hace unos años no existía la autoestima. El verbo
“estimar” sólo se utilizaba en el encabezamiento
de las cartas como medida de cortesía para pedir dinero a
alguien (Estimado Sr.) Si la cantidad era considerable ya se empleaba
“querer” (Querido amigo). De pronto nace la autoestima
y se convierte en un sentimiento universal, mejor dicho, nace su
falta o su escasez, ya que nadie la tiene, todos la han perdido,
no la han conocido o la tienen baja, o sea, surge directamente en
potencia, porque en acto no la ha visto ni la madre que la parió.
“¿Dónde está?”, se preguntan acongojadas
muchas personas mientras se hurgan en los bolsillos de los pantalones
y los vuelven del revés para comprobar si la autoestima se
encuentra junto a las misteriosas pelusillas que siempre habitan
en ese rincón de la vestimenta.
Tras exprimir el tercer mundo, subyugar al segundo y dar por caso
perdido a los chinos hasta nuevo aviso, la gente de la civilización
occidental se da cuenta de que no le ha prestado la atención
debida a los sentimientos, que disfrutar del fracaso y el dolor
ajeno –sin dejan de ser una afición sencilla y humana-
puede resultar insuficiente. Cuando se ha esclavizado al resto del
orbe llega siempre la pregunta “¿y ahora qué
hago?”, y posteriormente la necesaria introspección.
Como resultado de ese examen de conciencia generado por el aburrimiento
surge el interés por la inteligencia sentimental, una cosa
bastante inútil para la tradicional rapiña pero que
tiene su importancia cuando se goza de tiempo libre para rellenar
los cuestionarios de pareja de las revistas femeninas que vienen
con el diario sabatino.
El moderno interés por la sensibilidad del alma humana produce
destacados análisis sobre asuntos como la felicidad, la ética
o la moral, y también sobre otros más importantes
como las relaciones, el sexo o cómo soportar al jefe. Esos
sesudos ensayos resultan incomprensibles para una sociedad semi-analfabeta,
así que pronto degeneran en los libros de autoayuda. Llegan
complejas filosofías orientales, que tienen que ser resumidas
en versiones portátiles para que puedan enseñarse
en un gimnasio al salir del trabajo. Incluso los grandes filósofos
griegos renuevan su mensaje, pero pasado por la minipimer de autores
oportunistas. Al gin-tonic, al vodka con naranja y al delicioso
Dyc-Pepsi (esa ambrosía) le salen durísimos competidores
de farmacia, ya que la mujer accede igualitariamente al mundo de
la frustración laboral pero todavía es pronto para
que se arrastre por la taberna (todo llegará). En resumen:
el ser humano se encuentra desubicado. Se llenan las consultas de
psiquiatras, psicólogos y de los psicoanalistas que todavía
mantienen el chiringuito de trileros.
En ese punto se produce el efecto “caja de supermercado”.
Nada pasa en esas cajas si uno compra unos cuantos artículos,
pero basta un número moderado para que la cajera, diestra
en esas lides, consiga que los productos se deslicen hacia la parte
donde están las bolsas de plástico en las que el cliente
ha de meterlos. Todos hemos vivido esa pesadilla. El comprador trata
de introducir en las bolsas una avalancha velocísima de objetos;
como las bolsas permanecen cerradas porque jamás se despegan
en los bordes, ya que las fabrica un demente misántropo,
toda la compra empieza a acumularse al final de la rampa, como la
mierda en un remanso. En un momento determinado, la que podemos
llamar víctima comienza a tener movimientos espasmódicos,
resultado de tratar de introducir las uñas de una mano en
el borde de la primera bolsa para tratar de abrirla mientras se
tira del otro borde con la boca (los dientes cubiertos por los labios
para no dañarla), a la par que se lleva la mano libre a la
cartera para pagar mientras los ojos solicitan piedad, pues la compra
del siguiente cliente también está llegando con la
misma celeridad. Una encuesta realizada por Definitivoscopia demostró
que casi todos los afectados deseaban una sóla cosa en esos
momentos: un saco.
De esta situación se percataron pronto los psi (quiatras,
cólogos, coanalistas). Hasta que el homo sapiens empezó
a descentrarse tantísismo se daban al diván con cierto
sosiego. De pronto, vía angustia vital generalizada, los
cuatro locos que trataban se transforman en hordas que dan la vuelta
a la manzana. Todos quieren alivio, y lo quieren ya. Surge un dilema
en ese campo profesional. Las buenas prácticas requieren
dedicación al enfermo. La gallina de los huevos de oro pide
rentabilidad.
- ¿Qué tenemos hoy Gertrudis?
- En la consulta cuatro maníacos-depresivos, siete depresivos
endógenos, cinco exógenos y 17 personas por diagnosticar.
En las escaleras he colocado a los clientes más antiguos,
esquizofrénicos y paranoicos, que ya conocen a la portera
y los vecinos. Desde el portal hasta la frutería los que
tienen fobias y miedos variados. A los de las adicciones los he
mandado al bar para que se distraigan con las tragaperras, que luego
los avisamos. A los de tendencias suicidas les he dicho que se vayan
a la azotea, como estamos tan cargados…
Ganó la gallina de los huevos de oro por goleada. Para dar
abasto se echa mano de la autoestima, saco en el que cabe toda esta
demanda de alivio mental que se desliza rápidamente por la
rampa de la caja del supermercado del alma humana (metáfora
extendida, la versión reducida se corta en “mental”):
- Verá, doctor, a veces noto una opresión…
- Tiene usted la autoestima bajo mínimos, ¡siguiente!
La conclusión, pues al fin y al cabo este es un artículo
de orientación laboral, es que si quieren dedicarse a un
negocio rentable, el sector “psi” está en auge.
Seguimos sin embargo recomendando que pongan en marcha una ong,
que no piden título de nada, te la monta el gobierno autonómico
y tiene los mismos efectos en la conciencia que un Orphidal recetado
por los profesionales del sector comentado.
Alfredo Martín-Górriz
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