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2005

 

08/06/2005: La X del Plan B: égalité constitucional

Que los habitantes de los Países Bajos hayan rechazado en un referéndum consultivo el proyecto de reforma de los tratados de la Unión Europea más conocido como "Constitución Europea" tiene la misma importancia que el hecho de que el Tratado de Maastricht fuera rechazado por los daneses o el de Ámsterdam por los irlandeses. O que los españoles hayamos refrendado con (está ya cada vez más claro) inusitado y sin par entusiasmo el actual proyecto de reforma. Es decir, ninguna. Si se avienen a aceptar nuestros acuerdos, pues bien, y, si no, ya se apañarán ellos, la puerta de salida ya saben dónde está, viene a ser la solución tradicional empleada para estos casos. Con resultados hasta la fecha excelentes, pues siempre se ha reencauzado a las opiniones públicas díscolas por medio de procedimientos más o menos cuestionables pero que, en el fondo, a nadie preocupan en exceso (hasta la pasada Guerra de Irak el comportamiento tiránico de los gobernantes respecto de sus súbditos era poco menos que asunto de consumo interno en el que inmiscuirse estaba mal visto).

Sin embargo, que en Francia haya ganado el "no" supone un inconveniente mayor. Al menos aparentemente, ya que no es presentable coaccionar a Francia y a los franceses de la manera clásica. Y a lo mejor hasta no es posible ni inteligente. Por otro lado, porque era una respuesta que, la verdad, no estaba prevista. Suena raro lo de preguntar a alguien concibiendo únicamente una de las posibles respuestas como posible, pero la construcción europea es así y ya nos conocemos todos desde hace tiempo.

El problema técnico que plantea el "no" francés se superpone al político y dificulta el arreglo, porque la reforma de los Tratados requiere de la unanimidad de los Estados miembros, ya que esta llamada "Constitución" no deja de ser un engendro transnacional. Asuntillo en el que prácticamente nadie parece reparar y que significa que el famoso Protocolo 30, que permite al Consejo Europeo "adoptar las decisiones oportunas" a partir de 20 ratificaciones, no sirve para nada si de resolver una negativa francesa se trata (es un protocolo previsto para ejercer presión política más que otra cosa, en plan "vamos que nos vamos", pero que en el fondo no signfiica mucho más que un último pitido avisando de que el tren se va, con o sin los díscolos, ellos verán).

Simplificando la cuestión, tenemos:

- una reforma de los Tratados que requiere de la ratificación de todos los miembros para entrar en vigor

- dos Estados que ya han decidido no ratificar (al menos, a priori)

No hace falta ser un as empleando la lógica formal para intuir que esta combinación supone un problema enorme, que puede tratar de solucionarse por alguna de estas vías (nos centraremos en el caso francés, pasando de los holandeses en plan Realpolitik):

a) Solución "democracia a la danesa": Que los franceses vuelvan a votar y acepten el texto.

b) Solución "se sienten, ¡coño!": Que el Gobierno francés, por su cuenta y riesgo, aprecie que la opinión pública francesa ha cambiado de opinión respecto al Tratado y se comprometa en su nombre, pasando como que bastante del resultado del reférendum (buscando alguna excusa y dejando pasar un tiempo prudencial, claro).

c) Solución "De Gaulle": Reformar el Tratado, lo que fuerza a los países que ya lo han ratificado a volver a hacerlo, para satisfacer algunas exigencias francesas en la esperanza de que, esta vez, sí. Llevado al extremo, la solución más segura si se optara por esta línea sería rebautizar la Unión Europea como "la France", que la bandera fuera la tricoleur, el himno oficial pasara a ser "La Marselleise" y el vino sin AOC pasara a ser autorizado sólo como producto alimentario destinado a la cría de ganado.

d) Solución "no descartamos ninguna posibilidad": Renunciar a la aprobación del Tratado, y a partir de ahí empezar de cero. En cualquiera de las posibles líneas de trabajo, ya les decimos que no descartamos nada: hacer una nueva Constitución, montar un núcleo duro de países que quieran avanzar más, estar quietecitos cobijados por el euro, el BCE y las hipotecas suscritas, mientras nos lamentamos de los trastornos que ha traído la mundialización... Pero todo ello sólo partiendo de un punto inicial: enterrar el proyecto actual.

Cualquier solución fuera de estas cuatro es prácticamente inconcebible. Porque pasaría por la aceptación por parte de Francia de que la Constitución Europea funcionara sin ellos. Esto es, a quedarse fuera, de facto, de lo que sería una nueva Unión Europea. Y como se requiere para llegar a tal extremo (recuerden, necesidad de ratificación unánime) de la aceptación de los propios franceses de esta auto-exclusión, no parece muy razonable contar con esta posibilidad. Por lo demás, jurídicamente sería también complicado instrumentar esta opción del opt-out. Aunque, en teoría, siempre sería posible que Francia abandonara la UE. Pero vamos, no es muy razonable realizar análisis en torno a esta hipótesis.

Así que, descartada la posibilidad de que la Constitución europea vaya a funcionar algún día sin Francia, quedan sólo, a grandes rasgos, las cuatro opciones arriba esbozadas. Teniendo en cuenta las características de la construcción europea, esa suerte de despotismo ilustrado que tan bien ejemplifica el nuevo Tratado y su orgulloso papá Giscard d'Estaing, la corroborada contumacia de los políticos europeos en ignorar el clamor ciudadano que de vez en cuando perturba sus elevadas cuitas, así como la conocida capacidad humana de tropezar cuantas veces sea necesario en la misma piedra, da la sensación de que, por increíble que parezca, el actual Plan B de ese genio de la política que es Jacques Chirac pasa por un abanico de opciones que van desde la "democracia a la danesa" al más radical "se sienten, ¡coño!", con diferentes alternativas intermedias.

Sólo desde esta perspectiva se entiende, por ejemplo, la insistencia en proseguir con el proceso de ratificación "como si nada hubiera pasado" . La única traducción que se nos ocurre es que, efectivamente, se encargarán en el futuro de hacer que, en efecto, nada haya pasado.

Francia, con su tendencia a figurar de paladín de la igualdad, puede acabar ejemplificando cómo su pueblo puede ser tratado exactamente de la misma manera que lo fueron en su día daneses o irlandeses: con un déspota pero, eso sí, ilustrado desprecio.

ABP (València)

 
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