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SEPTIEMBRE DE 2004

 

08/09/2004: No se vayan todavía, aún hay más

Tras el agotador tránsito electoral que hemos tenido los españoles desde mayo de 2003 (municipales, autonómicas -y en Madrid por partida doble, catalanas, generales y segunda vuelta de las generales) pudiera parecer innecesario seguir votando. Al menos por una temporada. A fin de cuentas, todos los objetivos están cumplidos desde que Al Queda y su fiel sicario Rodríguez Zapatero se han hartado a ganar comicios. Y, sin embargo, a pesar del cúmulo de razones que puede haber en contra de continuar con esta deriva hacia la extenuación democrática (y no es la menor de ellas el agotamiento de los redactores de LPD, que a pesar de ser animales políticos ni siquiera dieron mucho de sí, reconozcámoslo, en la teóricamente apasionante segunda vuelta de las generales), la cosa continúa. Y no nos referimos al fantasmagórico referéndum que nos acecha, por lo visto, para decidir si nos gusta poco pero aceptamos la bodrio-Constitución europea o si la rechazamos de plano, sino a cosas serias. Esto es, a las Elecciones en la Capital del Imperio. LPD, evidentemente, allí estará para contarlo.

De todas maneras, conviene desdramatizar desde el principio la situación. A diferencia de lo ocurrido en España, donde gobierna un clon de Hitler colocado en el puesto por Osama Ben Laden, no da la sensación, a tenor de las encuestas, de que en Estados Unidos se corra un riesgo semejante. No obstante lo cual, y a pesar de que el puesto en liza no es tanto el brazo ejecutivo de la primera potencia mundial sino más bien su portavocía y agencia de relaciones públicas, las elecciones del próximo 2 de noviembre no dejan de tener un importante valor simbólico.

Se enfrentan, básicamente, dos concepciones de concebir la política moderna, que si bien se parecen notablemente en fondo y forma y cuyas diferencias se limitan a poco más que modular más o menos tímidamente las decisiones del emporio industrial-militar denunciado por el último Presidente-General de los Estados Unidos (¡qué gran país ha de ser necesariamente aquél en que la elite ilustrada y los políticos más sensatos se extraen de la capas militares! Piensen si tienen alguna duda al respecto en el Generalísimo), suscitan una enconada división en el mundo e incluso en los propios Estados Unidos.

Tampoco creemos que sea para tanto. Pero el siglo XXI tiene estas cosas, a veces difíciles de entender. Por supuesto, si fuéramos estadounidenses votaríamos sin dudarlo a Ralph Nader, y si LPD fuera una publicación con aspiraciones adoctrinadoras pseudo-elitista-culturales les largaría ahora mismo un rollo tremendo justificando que es la única opción verdaderamente alternativa a la política actual de Roma.

Pero seamos serios, y reconozcamos desde un primer momento que, vistas las cosas en clave de política exterior, europea, mundial, no hay dudas de que en el fondo sólo hay una alternativa a George W. Bush. Y es J.F. Kerry.

Esta constatación, pero no sólo, nos hace inclinarnos sin dudar por confirmar nuestra aseveración anterior. Las próximas elecciones a la Presidencia de los Estados Unidos tienen un gran valor simbólico, porque pueden conducir a la salida de la Casa Blanca de un tipo como Bush junior que, hemos de reconocerlo desde este mismo momento, no hay duda de que merece otro mandato. Porque se lo ha ganado como pocos antes lo habían hecho.

Dejemos a un lado la obviedad manifiesta de que para tener a un tipo como J. F. Kerry, impresentable oportunista que votó a favor de todas las políticas relevantes de Bush y que a la hora de la verdad acabaría aplicando (porque de hecho incluso lo va pregonando) criterios muy semejantes para ordenar la política estadounidense y su acción exterior, pues más vale quedarse con el original.

Sobre todo, y esto es lo más relevante, Bush ha representado una bocanada de aire fresco en el mundo de la alta política. Ha traído desastres, sí, pero no más ni peores de lo que lo habría ocurrido con otro al mando (hagamos esta concesión a la tradición hablando de mando). Y con la enorme ventaja de que actúa con una cierta y ejemplar falta de complejos. Algo que, amén de haber contribuido indirectamente a convertir a Ánsar en un apestado en España (y por higiene mental ya sólo por esto hay que estarle agradecido), ha logrado poner de manifiesto de manera meridianamente clara tanto los objetivos como las razones subyacentes de la política exterior del Imperio. Y eso, no puede dudarse, es sano. Gracias a que un tipo como Bush esté en la Casa Blanca las cartas están sobre la mesa. Con Bush todos sabemos que Estados Unidos quiere:
- que todo el mundo tenga claro que mandan ellos porque pueden aniquilar militarmente cualquier país sin excesivos esfuerzos (otra cosa es pacificarlo o encauzarlo, pero esto poco importa)
- que todo el mundo tenga claro que mandan ellos y que asuma que harán, en consecuencia, lo que les da la gana
- que todo el mundo tenga claro que mandan ellos, lo cual está plenamente justificado en la superioridad de su civilización y su cultura, hecho que permite, cuando se les ocurra optar por la vía altruista, ir a las cruzadas
- que todo el mundo tenga claro que mandan ellos y que, si en algún momento empieza a faltar petróleo, serán los primeros en servirse.

Una victoria de Kerry tendría el desagradable efecto de ocultar estas realidades, pero sin eliminarlas. Lo cual, reconozcámoslo, da mucho menos juego. Gracias a George W. Bush hasta el más necio comprende más o menos de qué va el asunto de la aparentemente, en otros tiempos, complicada alta política internacional. Y, si alguien tiene alguna duda, él se lo explica con esa gracia tejana que sus asesores de imagen le han procurado para ocultar su procedencia patricia. Esto deja periódicamente a Europa y sus líderes en ridículos más clamorosos que con un apaciguador tipo Kerry, pero en compensación permite a las poblaciones europeas hacer demostraciones tan hermosas como las de los recientes Juegos Olímpicos de Grecia, donde la humanidad se unió por primera vez en mucho tiempo en pos de un objetivo común: abuchear masivamente a los yanquis.

Por último, y no es lo menos importante, George W. Bush está mucho más capacitado para las exigencias modernas del puesto que Kerry. Bush es un comunicador de éxito en el mundo del entretenimiento, que es lo que conecta con la sociedad en que vivimos. Así se explica que pueda permitirse hacer incluso chistes sobre la campaña de su rival, basada en el heroísmo demostrado por éste en la guerra de Vietnam. Bush, que siempre ha conectado bien con Ánsar, se libró de la mili gracias a sus influencias familiares. Kerry se largó de voluntario a Vietnam. Y lo peor es que cree que eso ha de ser timbre de gloria, el pobre incauto, sin percatarse de que vivimos en una sociedad sabiamente prudente, donde la mayoría ha intentado, precisamente, librarse del servicio militar. Quien conecta con cientos de miles de jóvenes en todo el mundo haciendo novillos militares y más todavía huyendo de la guerra como del aceite hirviendo es, lógicamente, Bush. Que Kerry presente sus motivaciones victorianas para participar en una guerra colonial como activo electoral define el patetismo del personaje y lo desconectado que vive de la realidad social.

De la misma manera que el alucinante hecho de que George W. Bush, Comandante en Jefe de un país en guerra, como él mismo señala, pueda sacar partido electoral de la comparación de las actuaciones de cada uno (Kerry conserva medallas al valor y, sobre todo, metralla en una pierna; Bush al parecer conserva un empaste que le realizaron el único día que apareció por un cuartel de Alabama) en el conflicto bélico que vivió su país en su juventud dice bien a las claras el tipo de genio de la política que es.

Bush es un tipo capaz de grabar un vídeo cachondeándose de la imposibilidad de encontrar armas de destrucción masiva en Irak. Es decir, que es capaz de pasárselo bomba y hacérnoslo pasar bomba riéndose de la imbecilidad de quienes creyeron (Ánsar en primera fila) que a Irak se iba a buscar las dichosas armas. El tipo tranquilamente reconoce que los mensajes legitimadores de una guerra que ha costado miles de vidas (y miles de millones de dólares, por no hablar de cierta división en el mundo y quedarnos en el materialismo más descarnado) eran sencillamente falsos, pero que la cosa no es tan grave. Y, muertes, torturas, déficits y barrabasadas después, sigue ahí, con posibilidades de ganar.

Realmente, creemos que es bastante complicado que algo así (que Bush gane) ocurra. Sobre todo porque, y esto es lo más importante, estos cuatro años han sido también empleados para esquilmar masivamente la economía estadounidense (y de paso, aprovechando la clásica hegemonía del dólar, la mundial a base de políticas devaluadoras). Más exactamente, a ciertos estratos de la población. Con el amparo de la fanfarria mediática sobre el 11-S y sus guerras varias, Bush ha dado cobertura al último y más escandaloso y definitivo paso de las oligarquías estadounidenses para apropiarse de la poca riqueza del país que quedaba todavía en las clases medias y bajas llegando más o menos al límite posible sin poner en (excesivo) peligro la subsistencia de las mismas. Esta sistemática apropiación, realizada por medios de todo tipo (también algunos abiertamente ilegales, con las quiebras que ello ha producido y pequeños escandalillos contraproducentes), ha alcanzado unas proporciones tales que incluso el pueblo estadounidense se ha dado cuenta. A pesar de que los entramados mediáticos tienen la lógica tendencia a manejar esta realidad de manera amable y defender los intereses de sus dueños. Con lo cual, y aunque no esté muy claro que ello les vaya a salvar, es previsible que acaben tratando de recuperar unas migajillas del pastel votando a Kerry.

Y es una verdadera desgracia. Porque el mero hecho de que Bush siga aparentemente en la batalla por la Casa Blanca después de estos cuatro años de muerte y expolio declarados ya dice bien a las claras que nos las habemos con un tipo del que sería una pena prescindir.

ABP (València)


 

 
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