El falangismo |
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Debate sobre los Nacionalismos |
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Todo iba bien con los Reyes Católicos |
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El
falangismo es uno de tantos inventos del ser español que, después de algunos
años de ostracismo, acaba mostrándose en toda su fuerza. Algunos españoles
advenedizos, indignos realmente de tal nombre (del de españoles, no del otro)
han intentado minar la fuerza y solidez del falangismo como doctrina ideológica
arguyendo que se trataba de una copia calcada del fascismo italiano, con ciertas
influencias del nazismo. Nada más lejos de la realidad; desde el principio,
como todas las doctrinas que merecen la pena, el falangismo se nutre de fuentes
reciamente hispanas, y deja a un lado veleidades extranjeras que no conducen
a ningún sitio: a fin de cuentas, así le fue al nazismo y así nos fue con
cuarenta años en los que la Falange tuvo un papel nuclear en nuestro sistema
político (por llamarlo de alguna manera). Los orígenes (antes de la Guerra) El
falangismo nace mediante la unión de varios grupúsculos de extrema derecha
cuyo objetivo es recuperar la Grandeza de España, que al parecer se nos había
olvidado en alguna de las múltiples guerras perdidas por nuestro Imperio en
las anteriores décadas. Pese a la funesta influencia de la Dictadura de Primo
de Rivera, que podríamos catalogar como fascismo de medio pelo, el falangismo
consigue articularse mínimamente como organización política en los primeros
años de la República, merced a la unión de Ramiro Ledesma Ramos, inventor
del yugo y las flechas y la Garra Hispánica, y sus seguidores (amigos y familia)
con Onésimo Redondo, que era un señor que hasta hace poco tenía una calle
en cada pueblo español, probablemente porque propugnaba la eliminación de
la enseñanza mixta y porque murió en los comienzos de la Guerra Civil (a manos
de sus propios correligionarios, por cierto, que al parecer “se equivocaron”).
De una alianza de tal calibre sólo podía surgir algo grande, como es obvio,
así que, con la ayuda de varios capitalistas vascos (qué curioso, oigan) fundan
las J.O.N.S., Juntas Ofensivas Nacional – Sindicalistas, demostración palpable
de que la grandilocuencia en el lenguaje que mostraban todos los jerarcas
del Régimen franquista venía de lejos. Ambos
se unen con José Antonio Primo de Rivera, hijo del dictador, para fundar en
1933 la Falange Española de las J.O.N.S. (fíjense en que ya se trata de un
nombre con seis palabras), concretamente en el Teatro de la Comedia de Madrid,
lugar que a nosotros nos parece enormemente adecuado a la vista de la doctrina
ideológica que había detrás del falangismo. Constituidos en partido político,
la Falange comienza a instigar enfrentamientos con la hidra marxista en los
turbulentos tiempos de la II República, e intenta seducir a la sociedad española
con sus revolucionarias propuestas. Tanto trabajo no podía caer en saco roto,
así que de las elecciones de Febrero de 1936 el falangismo surge como fuerza
política de entidad, atesorando la cifra de los 5.000 sufragios (más o menos
los mismos que sacó el Partido del Karma Democrático en las elecciones de
Marzo de 2000). Pero la incidencia de la Falange era mucho mayor de lo que
indicaba su número de sufragios, ya que muchos de sus apoyos se negaban a
votar (“la democracia es un invento marxista”, sutil análisis político de
la derecha española de aquellos años), y además contaban con un líder único,
irrepetible: José Antonio Primo de Rivera. El fundador
José
Antonio (lo llamaremos en adelante así) era un auténtico genio de la política,
un hombre destinado al triunfo y la gloria de no ser porque el sionismo internacional
bien pronto se cruzaría en su camino. José Antonio era un niño bien que, sin
embargo, tenía ciertas inquietudes políticas, que de ninguna manera se verían
satisfechas con la derecha española “de toda la vida”. Por eso José Antonio,
rodeado de un grupo de amiguetes y afinidades ideológicas, se lanza al ruedo
de la política fundando algo tan simpático como la Falange. Tres
años después de la fundación del partido, la Falange se convierte en uno de
los elementos nucleares de la sublevación, en realidad su basamento ideológico
(por decir algo) en un primer momento. Por tanto, José Antonio estaba destinado
a alcanzar grandes cotas en el mundillo de la política española. Lamentablemente,
las hordas marxistas decidieron destruir una figura ideológica de tal calibre
y lo fusilaron, el 20 – N – 1936 (también es casualidad), en la prisión de
Alicante. José Antonio, echándole un par de huevos, murió mirando a los que
le disparaban, saludándoles brazo en alto para dejar bien claro que “aquí
no hay más macho que yo”. La
muerte de José Antonio está rodeada de cierta polémica, básicamente se dice
que el Caudillo, temeroso de que el niñato falangista quisiera disputarle
el poder en un futuro próximo, no hizo nada de nada por salvarlo. Nosotros,
conocedores de la ínclita figura del Caudillo, nos resistimos a creerlo, pero
lo cierto es que la Falange había llegado a un acuerdo con la II República
(soltar al nene a cambio de 30 kilos) pero el acorazado alemán Deutschland
obligó a darse la vuelta a la embarcación que se dirigía a Alicante con la
pasta. En fin, de cualquier manera ello significó la conversión de José Antonio
en un mártir de la Patria, porque a fin de cuentas no fue el Caudillo quien
apretó el gatillo. A
la muerte de José Antonio siguió su reivindicación, por parte de muchos sectores
políticos españoles (y no sólo ultraderechistas), como figura ideológica de
referencia. Por lo visto, José Antonio tenía unos escritos en los que demostraba
una hondura intelectual fuera de lo común, totalmente alejado de intereses
espúreos y componendas con el Poder. José Antonio, en realidad, era un revolucionario,
además de un genio. El hecho de que ni Ustedes, ni yo mismo, ni probablemente
los mismos que hablan tan positivamente de las bases ideológicas del fundador
del cotarro falangista, hayamos leido una sola línea de los escritos de José
Antonio no invalida en absoluto su incidencia en el pensamiento contemporáneo
español. Bases ideológicas
El
falangismo propugna, fundamentalmente, la idea de que España es un Imperio,
siempre lo ha sido, y siempre lo será. Aunque el Imperio se encontrase, en
la época en que surge la Falange, ligeramente capitidisminuido, ello se debía
a la degeneración de la Raza, que había caído en brazos del comunismo internacional
y no era capaz de depurarse. Por ello la Falange aunará una retórica confusamente
obrerista, en la que se posiciona como partido revolucionario enfrentado al
gran capital, con el apoyo claro y evidente, por otro lado, del capitalismo
español, convirtiéndose, en la práctica, en la punta de lanza de la lucha
soterrada contra el marxismo. Sin
embargo, al menos en el plano teórico, la Falange no admite al poder establecido,
y por tanto siempre se hablará de la “Revolución pendiente” como último objetivo,
revolución que no se sabe exactamente de qué pendía pero que, en cualquier
caso, nunca se llevó a cabo en los 40 años de franquismo. Esta
vocación de corte pseudomarxista se manifiesta con claridad en el himno falangista,
el “Cara al sol” (ya saben, aquello de “Cara al sol con la camisa nueva...”),
posiblemente el himno que, en toda la Historia, ha sido cantado más veces
por gentes que no tenían ninguna intención de hacerlo. Por lo demás, el Cara
al sol es un himno más o menos neutro, que al menos no propugna la eliminación
de los enemigos ni la existencia de razas inferiores, lo que hay que alabarle. La
hondura de su doctrina ideológica se manifiesta claramente en la “dialéctica
de los puños y las pistolas” acuñada por el fundador, según la cual eso del
debate político es una mariconada y aquí lo que importa es ver quién pega
más fuerte. A fin de cuentas, el español nunca ha sido un pueblo amante de
las razones, sino del valor, y este se demuestra peleando. Por ese motivo,
la Falange se convierte desde el principio en un refugio de pistoleros de
toda índole y condición cuya razón de ser deriva del enfrentamiento violento
con todo aquello que huela a marxismo. De esta manera, en los años previos
a la Guerra Civil la ideología falangista se refrenda una y otra vez con asesinatos
de judeomasones marxistas de los que por aquel entonces pululaban por España.
Sin embargo, el método seguido para insuflar a los españoles pasión por el
falangismo se antojaba poco eficaz, el retoricismo vacuo de corte obrerista
no acababa de calar en las clases bajas y, en suma, la Falange no pintaba
nada de nada, así que se hizo necesario alcanzar algún tipo de arreglo con
los poderes fácticos para poder hacer lo que, hasta ese momento, se vislumbraba
como única doctrina posible: el asesinato. Por
otro lado, y a diferencia de sus coetáneos alemanes e italianos, el falangismo
siempre tuvo muy claro, en la línea ya indicada de que “comos Isabel y Fernando
no hay nada”, la importancia de la religión católica en el ser español, así
que la Iglesia católica desde un principio se convertirá en un apoyo consustancial
al partido, y viceversa. La larga tradición eclesial de depuración de herejes
iba a servir, sin duda, de referente de los asesinos ideológicos falangistas
por muchos años. Inserción en
el Régimen
Al
estallar la Guerra Civil, la Falange se convierte desde el principio en una
de las bases fundamentales de los sublevados, y los efectos no se hacen esperar,
pasando de 5.000 afiliados a casi dos millones en apenas dos años de guerra;
ataviados con el apoyo del Ejército, curiosamente, los españoles por fin se
percataron de las posibilidades de la Falange como vía de acción política.
Bien pronto los sustitutos de José Antonio concluyen que la única revolución
posible habrá de hacerse con el apoyo del Caudillo y el sarao que este había
montado en su torno, así que la Falange se convierte en un mero apéndice del
nacional
– catolicismo franquista. Años Azules
Sin
embargo, ello no significa, en absoluto, que la Falange se corrompiera por
el Poder, antes bien lo transformó a su imagen y semejanza, dándole un barniz
ideológico de calado a lo que de otra manera habría sido una simple dictadura
militar. Durante los primeros años del franquismo, los de mejores resultados
en el plano moral (el único importante), la Falange está en todos los centros
de poder del régimen. Veámoslo: - En
lo que respecta a la economía, es gestionada hasta 1957 por falangistas, y
en sintonía por la admiración profesada por estos a los Reyes Católicos se
implantará un sistema económico medieval, la autarquía, cuya base consiste
en “para qué vamos a comerciar si en el Imperio hay de todo; y si no hay,
lo inventamos”. Es decir, que durante estos años España se convierte en productor
de todos los materiales de primera necesidad, y si no hay materias primas
(como de hecho era el caso) nos las inventamos: durante los años 40, los coches
funcionan con gasógeno, lo que les permite alcanzar una velocidad media de
20 km/hora (a más velocidad, estos coches explotaban); el trigo y el algodón
se producen íntegramente en España, y todo lo demás también. ¿Para qué andar
en componendas con los otros países, dominados por el sionismo internacional?
Los resultados de esta hábil política fueron los esperados: la ruina del Estado
y la multiplicación de las muertes por hambre y enfermedades. Pero todo ello
no tenía la menor importancia al lado de la pureza ideológica que se estaba
consiguiendo. Lamentablemente, el Caudillo traicionó a la Falange echándose
en brazos de la Santa Obra (Plan de Estabilización, 1959), con lo que se viró
hacia una política económica de corte capitalista, en la que el barniz ideológico
prácticamente no existía. A partir de ese momento, la Falange se volcaría
en su hábitat natural: las relaciones con los obreros, llevadas durante 25
años por José Antonio Girón de Velasco, posterior fundador de la Federación
de Excombatientes (actualmente extinguida en la práctica por razones biológicas),
y la formación del Espíritu Nacional mediante un organismo de nombre ilustrativo:
el Movimiento Nacional. - La
base del Movimiento era formar buenos españoles, desde jovencitos, que estuvieran
dispuestos, en un momento dado, a dar su vida por España, dado que en el sistema
franquista España se veía como una especie de organismo del que los españoles
eran las células. Para ello, el Movimiento tejió una red de organizaciones
sindicales y escolares con un objetivo fundamental: ofrecer pequeños chollos
gratuitamente a trabajadores y niños para que no se desmontase el asunto.
Así, generaciones enteras de españoles pudieron disfrutar de vacaciones veraniegas
en campamentos pagados por el Estado, con la única obligación de vestir un
uniforme ridículo (camisa azul, boina roja) y poner cara de patriotismo de
cuando en cuando. Aunque esta labor de adoctrinamiento no ha dado frutos aparentes,
no podemos obviar que la práctica totalidad de los líderes políticos españoles
(salvo Santiago Carrillo, que al fin y al cabo no estaba en España y además
era un rojo) pasaron en un momento u otro por el ritual de ponerse la camisa
azul. Finalmente, el régimen franquista estipulaba claramente que “dentro
del Movimiento todo, fuera del Movimiento nada”, y puesto que nada se movía
dentro del Movimiento mucha gente tuvo que irse fuera en el sentido literal
del término, ya fuera para buscar una vida mejor en los países europeos o
para enviar “fuera del Movimiento”, es decir a Suiza, los capitales atesorados
trabajando dentro de él. La mujer falangista
No
podemos dejar de hacer una pequeña alusión al papel nuclear de la mujer en
la Revolución falangista. Contrariamente a lo que se considera comúnmente,
el Régimen franquista sí que prestó atención al concepto fundamental de la
condición femenina, así que no sólo despojaron de todos sus derechos marxistas
y republicanos a las mujeres, sino que también se orquestó una organización
pensada para ellas, dirigida por la propia hermana del fundador de Falange,
Pilar Primo de Rivera: La Sección Femenina, donde la mujer podría desarrollarse
completamente en el sentido falangista del término; por fin las mujeres podrían
coser y lavar la ropa sin ataduras, por fin podrían aleccionarse desde un
principio en la que iba a ser su función básica en la vida, en cuanto españolas:
darle hijos a la Patria. Independientemente
de la enorme belleza de las hetairas de la Sección Femenina (el falangista
Agustín de Foxá espetó al respecto que “hay mujeres feas, muy feas, feísimas
y de la Sección Femenina”), es evidente que en la práctica el adoctrinamiento
franquista es la base de todo el feminismo español contemporáneo, con la solidez
y el anclaje racial que ello supone. Vigencia actual
A
primera vista, los españoles, o al menos la mayoría de ellos, nunca reconocieron
la importancia del trabajo de Falange por el bien de España y actualmente
la Falange, o los 30 partidos que reivindican su herencia, recogen entre todos
los mismos 5.000 votos que en Febrero de 1936. La retórica antifranquista
de la mayoría de ellos, según la cual Franco sería un traidor al pensamiento
y las intenciones de José Antonio, les permite, en ocasiones, no contaminarse
demasiado de ultras pelaos, pero también les enajena votos de parte del franquismo
sociológico. Sin
embargo, si miramos un poco más allá habrá que concluir que, en la práctica,
nada ha cambiado en lo que respecta a quién tiene el poder en España. Independientemente
de que Ana Botella, la Presidenta, y muchos de sus ministros, sean miembros
de la Obra como en los buenos tiempos del franquismo, no podemos olvidar que
el propio Marido de Ana Botella fue un entusiasta falangista en su juventud,
pero de los “críticos” con el franquismo, es decir, pata negra, lo que sin
duda influye considerablemente en el modelo de política del Centro Reformista,
que aúna la ortodoxia económica típicamente opusdeísta con cierta retórica
de raíz marxistoide que ha venido a desembocar en la afinidad con la Tercera Vía
y los rojos extranjeros, pero siempre teniendo presente que “como España no
hay nada”. |
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