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Debate sobre los nacionalismos

Resumen libre del debate sobre el proyecto de reforma del Estatuto de Cataluña, por Lalo León Rivero

 

Doce interminables horas duró el debate sobre el proyecto de reforma del Estatuto de Cataluña, doce interminables horas en las que, uno tras otro, nuestros representantes electos fueron subiendo al estrado para expresar su opinión y dar a conocer su versión de los hechos.

Yo, infeliz de mí, pensaba que por muy mal que fueran las cosas algo se avanzaría y se conseguiría rebajar un poco la tensión con que se carga el ambiente cada vez que se toca el tema del “Estatut”. Me equivoqué, aunque era de suponer que acabaría pasando lo que menos queríamos que pasase: nada.

Las posturas de unos y otros son ya a estas alturas inamovibles, y el que piense, como piensan los políticos, que la cosa se acabará solucionando, es que tiene una candidez propia de un niño de 10 años. Y es que, tal y como dijo Ortega y Gasset en tiempos de la II República, “la cosa” no tiene solución o tiene mala solución. La solución no fue el Estatuto de Autonomía de 1934, la solución no fue el Estatuto de Autonomía de 1979 y la solución, con casi total seguridad, no será el futuro Estatuto de Autonomía por mucho que algunos se empeñen en venderlo como “modelo de convivencia”.

Si antes de salir aprobado por el Parlamento de Cataluña, el proyecto de reforma del Estatuto de Cataluña ya había puesto de mala hostia a los unos y, de rebote, a los otros, resulta obvio que una vez que éste sea aprobado por las Cortes Generales (con algo de maquillaje constitucional) la mala hostia se multiplicará. También resulta obvio que el año 1934 queda muy lejos y que el resultado de todo esto no será una nueva Guerra Civil, tal y como predicen los más catastrofistas, porque mala hostia hayla, de lo que no hay ganas es de ponerse a repartirlas.

La jornada del debate estuvo marcada por la mediocridad en los discursos, especialmente en los de los dos hombres que están, si seguimos la lógica política (¿?), llamados a gobernarnos en los próximos años: José Luís Rodríguez Zapatero y/o Mariano Rajoy Brey.

El Presidente, al que haciendo gala de talante y buenrollismo llamaremos a partir de ahora “el Presi”, estuvo flojito y recordó más que nunca al guiñol cantinflero de González, que mucho habla pero poco dice. Fueron 40-45 minutos de discurso insufrible, monótono e insulso en los que sólo dejó claras (relativamente) dos cosas:

1.- El Estatuto de Autonomía de Cataluña no rompe España.

2.- El Estatuto de Autonomía de Cataluña es total y absolutamente constitucional (aunque reconoció que hay que ajustarlo a la Constitución ¿?).

He de reconocer que la nana de “el Presi” consiguió que me quedara transpuesto en más de una ocasión y no es descartable que me perdiera algún momento estelar de su intervención. Ya sabemos que “el Presi” es ese Ronaldo de la política que languidece la mayor parte del tiempo, pero al que bastan apenas unos segundos para humillar al rival (o lo que es peor, a sus ciudadanos).

Es justo reconocer, no obstante, que el discurso de ZP estaba preparado y ensayado (quizás ante un espejo, si bien resta por confirmar que “el Presi” se refleje en ellos). Había un esquema, un patrón, y el discurso evolucionaba a medida que se sucedían las palabras, lo cual no quiere decir que aportara cosas nuevas, o que escucharlo fuese esa experiencia religiosa que cuenta y canta Enrique Iglesias. Vamos, que por mucho que le pese a ZP no va a poder rivalizar con Castro en eso de ser líder mundial del socialismo y del progreso (¿?), pero por lo menos tiene un tío al lado que sabe cómo estructurar un discurso, y eso, a tenor de lo que diremos a continuación, es impagable en el mundo de la política.

Mariano Rajoy, o Don Mariano como se le conoce en Génova 13, hizo lo que mejor sabe hacer últimamente: ejercer de bombero pirómano. No sabemos cuántas horas al día pasa Don Mariano acompañado de Acebes y Zaplana, pero sean las que sean son demasiadas. Trató de ir apagando todos los fuegos que él y sus compañeros de partido han ido encendiendo en las últimas semanas, y aunque no lo consiguió, al menos no se le ocurrió prender nada más, lo cual debería ser motivo de orgullo y satisfacción para cualquier militante del PP que haya seguido la evolución del partido desde el 14 de marzo de 2004.

Estuvo demasiado gallego, o quizás no lo suficiente. Sus argumentos eran los que todos conocíamos, y no abrió nuevas vías de debate, de modo que se limitó a contrarrestar lo dicho por “el Presi”, es decir:

1.- El Estatuto de Autonomía de Cataluña rompe España.

2.- El Estatuto de Autonomía de Cataluña es total y absolutamente anticonstitucional (aunque su partido ha esperado hasta última hora para presentar un recurso de amparo al TC ¿?).

Lo peor de Don Mariano, a decir verdad, no fue lo que dijo, sino cómo lo dijo. Fue dando vueltas una y otra vez entorno a los mismos argumentos, y los repetía sin cesar, quizás para que no nos olvidásemos de lo que había dicho 3 minutos antes. Es decir, que dijo más o menos lo mismo que ZP (nada), pero lo dijo muchísimo peor que ZP, y ahí radica la diferencia fundamental entre las intervenciones de uno y otro. Mientras “el Presi” soltó un discurso que evolucionaba con el paso de los minutos, Don Mariano se quedó suspendido sobre las reformas constitucionales, la solidaridad (o la ausencia de ella) y la convivencia (o la ausencia de ella).

En definitiva, gobierno y oposición, PSOE y PP, “el Presi” y Don Mariano, ZP y MR, soltaron dos discursos que de haberse pronunciado en el ámbito de la política internacional hubieran dejado a los españoles como auténticos retrasados mentales, y para eso, damas y caballeros, no hacen falta políticos, basta con echarle un vistazo a nuestro (patético) sistema educativo. La diferencia fundamental radicó pues en que lo que dijo “el Presi” (nada) mantuvo cierta coherencia discursiva, mientras que lo dicho por Don Mariano (nada) se quedó flotando en el aire sin avanzar ni retroceder.

Lo de los políticos nacionalistas catalanes tampoco tiene nombre. Bueno, sí lo tiene, pero es mejor obviarlo u omitirlo. Tuvieron la fortuna de ser los primeros en hablar, y gracias a ello se enfrentaron a una parroquia que mantenía una cierta capacidad de concentración y a la que todavía no le había dado por echarse a dormir. No obstante, ser el primero también tiene su parte negativa, y es que eres el primero en defraudar, porque ellos también defraudaron. Y lo peor de que los políticos catalanes acabaran defraudando con sus respectivos discursos es que a estas alturas uno ya no sabe lo que quieren: ¿ser catalán y español es lo mismo? ¿son monárquicos, son constitucionalistas, son un poco de todo y un todo de nada? ¿por qué se tiran 19 meses para parir el “Estatut” si parecen tenerlo todo tan claro? Estas preguntas y otras muchas son las que nos hicimos algunos ciudadanos mientras escuchábamos a los líderes nacionalistas y, huelga decirlo, ni obtuvimos ni obtendremos respuesta, no porque ellos no sepan lo que quieren, que lo saben, sino porque nunca lo dirán.

Lo que sí parece claro es que los nacionalistas catalanes quieren “una España en la que quepamos todos”, aunque con ello no sepamos si se refieren a invadir Portugal ocupando así un espacio vital para la plurinacional raza española, o a “papá, mamá, si queréis que en esta casa quepamos todos tenéis que darme la habitación grande”.

En resumidas cuentas, el debate sobre el proyecto de reforma del Estatuto de Cataluña estuvo presidido por la mediocridad de los discursos y por la poca credibilidad de los ponentes, que sólo convencieron a los que ya estaban convencidos, lo que significa que no convencieron a nadie.

Esto es lo que se llama prostituir la democracia: una vergüenza.

Lalo León Rivero


 
La Radio Definitiva