AUTONÓMICAS
2003 EN CEUTA Y MELILLA
¡Son
nuestras!
Elección
tras elección, sean estas generales o autonómicas/municipales,
dos bastiones del desarrollo y la democracia como las Ciudades Autónomas
de Ceuta y Melilla son sistemáticamente olvidadas. El inmenso
valor sentimental que estas posesiones tienen para todo español
de bien creemos, sin embargo, que aconseja que La Página
Definitiva no caiga en estos vicios de gentes insensibles a la grandeza
del hecho de que la esencia imperial de España (como diría
Gustavo Bueno) tenga ocasión de manifestarse de vez en cuando.
Ceuta
y Melilla son dos posesiones españolas de naturaleza colonial
incrustadas en la costa norte de Marruecos. Tradicionalmente, este
tipo de asuntillos eran considerados como profundamente ofensivos
para el país anfitrión por cuestiones de honra
y ello provocaba los consabidos alegatos sobre la soberanía.
En la actualidad, esto son mamarrachadas comparado con el principal
problema que suponen estos peculiares enclaves: constituyen un foco
de corrupción que desestructura la economía de la
zona en kilómetros a la redonda. Nada raro, ya que combinan
como únicas actividades su utilidad como bases militares
y la dedicación de sus gentes a honrados negocios aprovechando
tanto su naturaleza de zonas de paso como la laxitud inherente a
toda buena autoridad colonial. Para disimular un poco todo esto,
Ceuta y Melilla cuentan, a pesar de que lo lógico sería
reconocer la realidad (que allí mandan el Ministerio de Defensa
y las hacendosas mafias locales, pues entre ambos mantienen al 95%
de la población), con un remedo de instituciones representativas,
que son elegidas coincidiendo con las elecciones municipales y autonómicas.
Y ello a pesar de que, como Ciudades Autónomas (apelativo
que sirve evitar hablar de "colonias", "territorios
de ultramar", "enclaves africanos", o "granos
en el culo de Mohamed VI"), en realidad no son ni una cosa
ni otra. Pero, como básicamente la cosa consiste en que son
como Ayuntamientos que hacen de Comunidades Autónomas pero
sin poder legislar, todos contentos. Y, sobre todo, ellos. Pues
se trata de los entes locales más ricos en términos
relativos de toda España.
Justamente
estas inmensas posibilidades de poder hacerse con un caudal de dinero
que repartir a asociaciones afines, o con los que poder encargar
obras a empresarios conocidos, o con los que contratar a funcionarios
de confianza... son las que convierten en atractivo el hacerse con
el Gobierno de las Ciudades Autónomas. Muchos millones de
euros que permiten vivir fenomenal al 5% de la población
que no está sustentada por el ejército o mafias y
que se ha dedicado profesionalmente a la política (reconocemos,
con todo, lo injusto del reduccionismo, pues es cierto que también
hay políticos que proceden de los grupos basales de las sociedades
ceutí y meillense). Téngase en cuenta que ciertos
elementos consustanciales a la esencia de Ceuta y Melilla hacen
especialmente interesante el ejercicio del poder allí:
a)
Ceuta y Melilla no interesan a nadie. Como para que un escándalo
sea conocido en la península debe adquirir proporciones de
tal calibre las habituales prácticas de distracción
ordenada de los caudales públicos suelen ser impunes siempre
y cuando no sean manifiestas ni ofendan a nadie en exceso con el
reparto.
b)
Todos sabemos que, a la larga, Ceuta y Melilla serán marroquíes.
De forma coherente con esta convicción a nadie importa excesivamente
que el dinero teóricamente dedicado a la mejora de las ciudades
acabe en la práctica en los bolsillos de unos pocos. Total,
¿para qué embellecer y mejorar las infraestructuras
de lo que, en unas décadas, será territorio de Marruecos?
c)
El descontrol fronterizo, las relaciones con otras religiones, otras
nacionalidades y otras formas de hacer las cosas, convierten la
política de Ceuta y Melilla, simplemente, en un cachondeo.
Con
este panorama, la política de Ceuta y Melilla se ha configurado
históricamente de forma autónoma y repetitiva. Diversas
redes clientelares articuladas en torno a las facciones que componen
estas cosmopolitas urbes se reparten de forma en la práctica
más o menos pacífica el poder (entre bueyes no hay
cornadas). Éstas, por guardar las formas, buscan una etiqueta-parasol
que permita legitimar de alguna forma su carácter político.
Habitualmente, los votos van hacia la representación del
partido estatal en el poder (sea el PSOE, antes, sea en la actualidad
el PP) y una cátera de agrupaciones políticas locales
que responen a criterios ignotos para el peninsular de bien. Entre
ellos, pacíficamente, se reparten el pastel.
Las
cosas iban más o menos como siempre hasta la irrupción,
en las últimas contiendas municipales, de Jesús Gil
y su ostentóreo Grupo Independiente Liberal, que ganó
con estrépito las elecciones en ambas ciudades. Durante unos
meses reinó la confusión, finalmente disuelta en la
forma habitual. Los representantes del GIL, abducidos a la hora
de la verdad por los hábitos propios de la política
local, han acabado integrados en las estructuras de poder tradicionales.
Pasados
sus minutos de gloria, y con las cosas de nuevo encauzadas, el sueño
gilista acabó esfumándose. Pero fue, eso sí,
debidamente recompensado. Acabado todo, se impone la vuelta a la
normalidad. Las elecciones del año 2003 prometen ser revolucionarias,
grantizando, como siempre, más de lo mismo.
ABP
(València)
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