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LA BATALLA MUNICIPAL EN BARCELONA

La resaca de unos Juegos Olímpicos que dura y dura

Barcelona, ciudad catalana y europea

Si algo ha caracterizado a Barcelona a lo largo del siglo pasado ha sido su voluntad de despegarse, como quien no quiere la cosa, de España. Tras un siglo XIX más o menos esplendoroso en que a base de capitalizar el hinterland agrario que para ella era Cataluña entera y despegar industrialmente como ninguna otra zona de España, Barcelona parecía decidida a, en su calidad de "Ciudad más lista de la clase", tirar del carro. No contaba, es cierto, con las rémoras de todos conocidas que Madrid ha tenido que afrontar históricamente. El siglo XIX fue malo para la capital, incapaz de desarrollarse debidamente a causa de los numerosos esfuerzos que hubo de hacer para integrar a más funcionarios, a más centros de poder público, a más enseñantes, a más promoción pública de la cultura... Exhausta en el esfuerzo de dar generosamente réplica a esta avalancha Madrid perdió el tren de la industrialización y Barcelona, generosamente, se puso a ello. Barcelona se convirtió en la ciudad más poblada y rica de España, y se sentía cómoda en esa posición, montando Exposiciones Universales y saraos semejantes.

Hasta que el siglo XX y los 40 años de paz lograron poner las cosas en su sitio. A pesar de seguir maltratando a Madrid con funcionarios, centros de poder político y empresarial, infraestructuras, una sagaz política poblacional (integrar municipios en la urbe) dotaría a la capital de España del primer puesto en la lucha por el título de "Ciudad de España" de forma indubitada. Por despecho, Barcelona decidió renunciar a la batalla, para iniciar la que ha sido su verdadera lucha de los últimos 50 años: ser la primera ciudad española no española. Por reducción regional, de un lado (Barcelona es sobre todo una ciudad catalana), y por difusión internacional de otro (Barcelona quiere ser sobre todo una ciudad europea).

Y en esas ha estado en los últimos años. Es significativo que, a la hora de la verdad, la sociedad catalana y la ciudad de Barcelona no peleen tanto por el AVE a Madrid (les da igual y sobre todo saben que tarde o temprano llegará, concepto radial de las comunicaciones españolas mediante) sino el que les conduce a través del Arco Mediterráneo a Europa. Y ciertamente notable que toda la política municipal de la ciudad es un rendido tributo a quienes consiguieron el mayor hito de cara a este objetivo de trascender España: los socialistas con sus rutilantes Juegos Olímpicos de 1992.

Sitaución política

Barcelona no es una de esas grandes ciudades con un cinturón rojo dominado por la coalición socialcomunista cuya función es tratar de resisitir cuando vienen bien dadas y caer en manos de los rojos a poco que la presión política vaya en esa dirección. No, Barcelona tiene su propio cinturón rojo, sí, pero ella misma forma parte de él. Cinturón que, todo él, se cierra sobre la Plaça de Sant Jaume, donde la sede de la Generalitat de Catalunya resiste como puede (aunque eso sí, desde hace años) el asedio. Esta, con todo, es otra historia, que ya tendremos ocasión de relatar con motivo de las inminentes Elecciones Catalanas.

El Ayuntamiento, en deuda obligada a quienes trajeron las Olimpiadas y situaron definitivamente a la ciudad en el mundo, es patrimonio socialista. Algo que se ha comprobado incluso cuando se ha prescindido de iconos populares y queridos (Maragall) para sustituirlos por concejales desconocidos y un tanto grises (Clos). Daba igual. Los resultados se repetían. Y, también, incluso en momentos ominosos para el socialismo español (municipales del 95, por ejemplo). De forma que parece claro que, a estas alturas, hablar de "batalla local" en Barcelona es casi una coña. A falta de poder contar con referentes morales de peso, como Ana Botella, los barceloneses han de conformarse con tomar como guía la tradición, que manda una nueva victoria socialista.

El mapa político barcelonés no deja otra opción. Téngase en cuenta que los socialistas de Clos, con una buena e inestridente gestión, estarán siempre en el entorno del 40% de los votos. Y el recuerdo de los JJ.OO. sigue ahí. Con tal resultado es imposible descabalgarlos si el partido de la derecha tradicional, el PP, porfía denodadamente por estabilizarse por encima del 10% de los votos; la derecha catalana rival del PSC saca sistemáticamente la mitad de votos que los socialistas; y, además, en el Ayuntamiento obtienen representación la pujante ERC (en torno a un 15% de los votos) y la inevitable izquierda federalista de comunición ex-comunista. Ser rival del PSC en Barcelona es una tortura, ya que requiere pactar con tantos y tan distintos compañeros de viaje de Sadam Hussein que, a la hora de la verdad, son casi más los grupos políticos de "oposición" los que acaban, de facto, apoyando más decididamente a su alcalde.

ABP (València)

 
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