AUTONÓMICAS
2003 EN ASTURIAS
Elecciones
perimportantes
Asturias,
patria querida
Asturias
no es una Comunidad Autónoma más de las Españas,
de España o del Estado español (elijan lo que más
les guste). No. Asturias es España. En
Asturias se constituye la esencia de la nación española
moderna en sus sentidos mítico, epopéyico, emocional,
ético e histórico. Porque si España ha sido
y es algo en el mundo lo es gracias a su oposición a los
moros. Un elemento que bianualmente la Vuelta Ciclista a España
celebra con la mítica etapa culminada en Lagos de Covadonga
y que es el que, blandido como seña de identidad, permite
a nuestro país, cuando lo exhibe orgulloso, salir del Rincón
de la Historia como si tal cosa.
En
tal estado de cosas, la pregunta es obvia, ¿tiene sentido
que Asturias sea una Comunidad Autónoma? Pues pareciera evidente
que no, dado que se confunde con la misma y grande España
(y no sólo con la provincia de León, eternamente reclamada
por los astures más incapaces de comprender que, puestos
a reclamar, podrían exigir todo con la excepción de
ciertas partes de Galicia y los
irreductibles vascones). Ahora bien, desde el momento en que
La Rioja, Murcia o Cantabria adquirieron carta de naturaleza territorial
y política, ¿cómo negar a Asturias esa misma
condición?
A partir
de ese momento, comienza la trabajosa labor de "construir una
identidad". Como en tantas y tantes regiones de España
los asturianos han recurrido al manido atajo del bable, perimportante
lengua (además de permonina, perhermosina y perguapina) que
ciertos grupúsculos atizan con la legítima intención
de conseguir representación parlamentario y organizar un
nacionalismo asturianu que "decida en Madrid". La ventaja
del bable es que en el resto de España se ve con simpatía,
ya que todos nos sabemos hijos de los astures y de su forma de hablar.
La desventaja es, precisamente, que como elemento de comunión
regional en clave nacionalista es poco útil precisamente
porque todos los españoles... vemos al bable como un castellano
pronunciado de forma simpática.
Y es
que Asturias, guste o no, está inevitablemente asociada a
España. Un país con autonomías organizadas
deprisa y corriendo que tuvieron que inventar en muchos casos nombres,
himnos y banderas. Cuando no, como los asturianos, recurrir a canciones
populares tan acendradamente asociadas a las intoxicaciones etílicas
como el "Asturias Patria Querida". Al baldón que
puede suponer para una región que una canción de borrachos
sea su himno regional (por mucho que esté vinculada a la
región en cuestión, la cosa no es seria; imaginen
a La Rioja asumiendo como himno el "El vino que tiene Asunción...")se
une en el caso de Asturias un factor mucho más grave en la
actual España de las Autonomías con rasgos diferenciales:
que es el himno oficioso de los borrachos de TODA España.
¿Qué afirmación territorial puede lograrse
así? En cualquier caso, el Parlamento de Asturias, en un
esfuerzo encomiable por tratar de dotarse de contenido y de mostrar
al mundo su necesidad, aprobó una "Ley de Himno Regional
Asturiano" en la que se contempla la obligación de cantarlo
con "respeto y solemnidad" (o algo semejante). Así
que ya saben que, si se les ocurre ponerse a ello sin la debida
actitud, estarán incumpliendo las leyes asturianas.
Política
asturiana
Asturias
es una región roja, con la rutilante excepción de
Oviedo. Al menos, en el imaginario español. Mineros y pequeños
pescadores, más la posterior industrialización en
torno a Gijón, han conformado el mito de un tejido social
asturiano "de izquierdas". La República, el 34
y la Guerra Civil cimentaron este mito, que reverdeció sus
laureles con las sucesivas mayorías socialcomunistas tras
la implantación de la autonomía.
Hasta
que en 1995, en plena escalada del PP, la sorpresa noqueó
a toda la izquierda española. Se había perdido Asturias.
Durante cuatro años el PP puso toda la carne en el asador
con su reluciente mayoría "suficiente" a salvo
de coaliciones de rojos radicales gracias a la estricta observancia
que la federación asturiana de IU hizo de la estrategia del
sorpasso-pinza omisiva (de manera, todo sea dicho, electoralmente
suicida, como luego pudo verse). Y, un año después,
el PP ganaba las Elecciones Generales en España y un asturiano,
Francisco Álvarez Cascos, bruñidor de mayorías
populares aquí y acullá, era recompensado con una
Vicepresidencia.Todo pintaba fenomenal para el PP asturiano, con
la izquierda en franca retirada e incapaz de destrozarles.
En
ausencia de peligro rojo, fue el propio PP quien optó por
descuartizarse. El Presidente de la Comunidad Autónoma acabó
desposeído de la confianza de Cascos, y todo se fue al garete.
Con la excusa de un problemilla organizativo en materia de Cajas
de Ahorros (o sea, referido a la mejor fórmula de controlarlas
políticamente) que se reducía a saber si éstas
debían depender de los hombres del Presidente o de los hombres
de Cascos, la guerra civil estalló en un PP que, por ello,
afrontó roto las elecciones del 99. Y la izquierda (PSOE
e IU) recuperó una cómoda mayoría parlamentaria
que, la verdad, parece prácticamente imposible perder en
esta reválida electoral dadas las
condiciones en las que se juegan estas elecciones.
ABP
(València)
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