Shoah
Francia,
1985
Contra
la negación del Holocausto
Monumental
película que excede las nueve horas de duración y
en la que se invirtieron once años de trabajo, "Shoah"
es una reconstrucción de lo que fue el exterminio nazi de
los judíos a través de las voces de diversos supervivientes,
de uno y otro bando. A lo largo de una serie de entrevistas salen
a la luz las experiencias, los recuerdos y las vivencias de quienes
vivieron ese periodo único de la historia. Los primeros planos
de los supervivientes se van fundiendo, según explican sus
recuerdos, con imágenes de los diversos lugares del desastre
en el momento en que se rodó la película. Paisajes
cargados de subjetividad, como los campos de Auschwitz, de Treblinka
o de Belzec, mostrados en ruinas, acorde a los recuerdos que los
supervivientes quieren borrar de su memoria, sin conseguirlo.
Claude Lanzmann, escritor y periodista parisino nacido en 1925,
decidió, en los años 70, volcar sus inquietudes en
el cine, y se embarcó en la realización de esta película
a la que se siempre ha negado la catalogación de documental:
"Es una película excepcional, única en su género",
ha llegado a defender. Condecorado miembro de la Resistencia de
la Segunda Guerra Mundial, Lanzmann decide mantener la historia
viva en un documento realmente singular y atroz.
La experiencia propia de Lanzmann le impide ser objetivo (si tal
cosa, la objetividad, es posible de algún modo) y mucho menos
imparcial. Lanzmann remueve, con sus entrevistas, los recuerdos,
provoca a los entrevistados para que ejerciten su memoria, y se
inmiscuye en los pasajes que no quedan claros. Lanzmann no oculta
esta circunstancia, e incluso la muestra, como cuando le recuerda
al ex - dirigente de las SS Franz Suchomel, a quien filma con cámara
oculta, su promesa de mantener su nombre en el anonimato. A este
respecto, que provocó bastantes críticas, Lanzmann
señaló que "quería mostrar que le estaba
mintiendo, porque esta gente mentía a diario para matar a
los judíos". En ocasiones, Lanzmann se muestra persistente,
no desconecta la cámara cuando los supervivientes se emocionan
en su ejercicio para recordar, y el cineasta les insta a continuar,
ante el valor documental de lo filmado.
La película se divide en dos etapas. La primera empieza con
los recuerdos de Simon Srebnik, un superviviente que por entonces
tenía 13 años de edad y al que los nazis utilizaban
para que les cantara canciones en la región polaca de Chelmno.
Al final de la guerra, Srebnik tenía que ser ejecutado. Afortunadamente,
la bala no le dañó ningún órgano vital
y fue recogido por un campesino. Más de treinta años
después, Srebnik vuelve a Chelmno y comprueba que la antigua
fábrica de muerte compuesta por dos gigantescos hornos crematorios
han desaparecido por completo, y ya sólo queda un claro en
el bosque. La película va entonces buscando a protagonistas
anónimos, supervivientes judíos que dan gracias a
Dios por olvidar lo que vivieron (el caso de Michaël Podchlebnik,
que tuvo que enterrar los cuerpos gaseados de su mujer e hijos),
e incluso a colectividades, como los miembros de la localidad de
Grabow, que demuestran un poso de sentimiento antisemita al afirmar
que "los judíos eran los que tenían el capital".
Los habitantes polacos de Grabow ocupan ahora las casas que eran
de los judíos antes de la guerra, y la antigua sinagoga se
ha convertido en un almacén de muebles.
La huella humana que ha dejado el Holocausto en Polonia es visible.
Lanzmann opta por filmar siempre las ciudades en días nublados,
ya que no concibe que pudiera hacer buen tiempo cuando pasaban los
trenes cargados de judíos a Treblinka, como llega a expresarle
a un campesino polaco. Y la memoria constituye también un
proceso de revisión, como el ejercicio de volver a realizar
en tren el viaje a Treblinka, con el mismo maquinista que conducía
las deportaciones y que confiesa que se emborrachaba todos los días
para soportar los gritos y el hedor de su transporte.
Interesante resulta también el análisis que realiza
ante las cámaras el historiador Raul Hilberg, para quien
los nazis, de entre toda la barbarie, sólo inventaron el
Holocausto. Hilberg señala que la mayor parte de las leyes
antijudías del Reich están basadas en antigua legislación
que se remonta al medievo, y que la única novedad que pone
en marcha el régimen de Hitler es la "Solución
Final", siguiendo la corriente de un proceso histórico
de tratamiento hacia el pueblo judío que tuvo una primera
fase en la conversión al cristianismo y una segunda fase
en el exilio. Hilberg concluye que el exterminio se erige en la
última fase de este cruel proceso de destrucción.
La segunda etapa de "Shoah" se centra, una vez realizado
el contexto y asumido por una enorme cantidad de voces la existencia
de los campos de exterminio, en el funcionamiento por dentro de
estas fábricas de aniquilación, para concluir con
la descripción de la vida en el ghetto de Varsovia. Se emociona
Abraham Bomba, un peluquero judío que cortaba el pelo a las
víctimas dentro de la cámara de gas de Treblinka en
la última acción antes de proceder al gaseado, quien
no puede olvidar su impotencia al serle prohibido desvelar cuál
era el destino inmediato de sus "clientes": el que se
iba de la lengua, acababa incinerado vivo en un horno. No faltan,
a este respecto, los detalles de la parafernalia nazi para ocultar
a los judíos de Treblinka su futuro. Ni tampoco falta una
descripción somera del interior de un campo como Auschwitz
o la misma Treblinka, que en sus mejores momentos de "producción"
llegaban a quemar a 15.000 judíos diarios, cifra reconocida
por el propio Franz Suchomel.
La cámara de Lanzmann intenta situarnos y ponernos en la
piel de las víctimas. El plano largo, cámara en mano,
de la entrada a Auschwitz es una buena muestra del horror que, aún
hoy despierta, la visión de la macabra puerta. Las imágenes
de lo que queda del ghetto de Varsovia también arrojan una
pequeña perspectiva del sufrimiento extremo, manifestada
en testimonios conservados de la época, como el diario de
Adam Czerniakow, el presidente del Judenrat de Varsovia, que se
suicidó en 1942, y que describe auténticas escenas
dantescas, que concuerdan con el relato de Jan Karski, mensajero
del gobierno polaco en el exilio y que describe el ghetto como un
espacio "ajeno a la Humanidad". Finalmente, el film concluye
con el testimonio de Simha Rottem, un fugado del ghetto de Varsovia
que trata de conseguir de la Resistencia polaca armas para mantener
la revuelta del año 42. La Resistencia les niega a los judíos
estas armas y el ghetto acaba aplastado. Cuando Rottem regresa,
su desesperación final es el último mensaje de la
película: "Soy el último judío, esperaré
a que llegue la mañana, esperaré a que lleguen los
alemanes".
Documento pesimista pero que busca la construcción de una
memoria viva para evitar la repetición de esta catástrofe,
"Shoah" (vocablo hebreo con el que se designa al Holocausto)
es una cinta que mantiene el interés desde el principio hasta
el final. No se trata de un documental al uso con imágenes
de archivo, sino un crisol de voces perfectamente ordenado y montado
que trata de explicar lo que ocurrió en el centro de Europa
en la primera mitad de los años 40. La crueldad inexplicable,
la lucha por la supervivencia, el recuerdo de unas vivencias que
parecen de otro mundo conforman un magnífico film que abre
en el cine caminos pocas veces explorados como instrumento de preservación
de la memoria. Con "Shoah" queda testimoniada una parte
de nuestra historia más reciente en un ejercicio doloroso
y, al mismo tiempo, imprescindible.
MS
|