El
último samurai
Japón
- USA antes de Hiroshima
Meses llevábamos esperando
el estreno de Tom Cruise. Meses ha tardado en decidirse para regalarnos
a los españoles su última modesta contribución
al arte. Al final, unas semanitas después de su estreno mundial,
Tom ha decidido pisar tierras hispanas en aras de esa labor tan
ardua como sacrificada que es la de posar ante los fotógrafos,
asistir a banquetes y conceder entrevistas: es decir, la promoción
de una película.
El interés que despiertan
sus films es innegable. Y justificado: desde hace unos años,
Tom Cruise es uno de los actores que continuamente se reinventan
a sí mismos. Y ahora está en un momento dulce: siempre
exhibiendo su sonrisa idiota y siempre presto a besarse con Pene
Cruz, eso sí, sólo cuando haya una cámara semi-oculta
contratada para dar fe del evento.
En este proceso de reinvención
al que aludimos, marca un antes y un después en la carrera
de Tom su película “Misión imposible 2”.
Por dos (valga la redundancia) motivos:
- La sonrisa Tom Cruise. Si hasta
entonces Tom había sido un guapito chulete que salía
en el cine para que las quinceañeras explotaran su acné
(“Top Gun”, “Cocktail”), también
es cierto que, en ocasiones, se había mostrado como un actor
incluso competente: “Nacido el 4 de julio” o “El
color del dinero”. No obstante, en “Misión imposible
2”, Cruise descubre en su interior a un gran actor, y desarrolla
su sonrisa idiota que pone en cualquier circunstancia, siempre sin
venir a cuento.
- Además, Tom se convierte,
en esa película, en el prototipo del cowboy americano, de
aquél que no sabe distinguir una hamburguesa de un filete:
en “Misión imposible 2” Tom se convierte en embajador
de su país al mostrar cómo se la manejan los americanos
con la cultura extranjera. Nos referimos, claro está, a esa
aberración consistente en mostrar unas fiestas españolas
mezcolanza de la Semana Santa y las Fallas y en la superioridad
yanqui al burlarse de un pueblo subdesarrollado como todo aquél
que no esté situado entre Dakota del Norte y Texas. Se llega
a decir en la película algo así como “Fíjate
qué fiestas más idiotas, sacan a pasear a sus santos
para luego quemarlos”. En fin, que si se descuida, con su
bagaje cultural, puede llegar a presidente de su país. Por
si alguien pone alguna objeción a la responsabilidad de Tom
en “Misión imposible 2”, hay que recordar que
no sólo era el protagonista de la película, sino también
el productor.
En fin, que ya vemos cómo
le ha influido en su vida una chica culta, formada, refinada y elegante
como Pene. Esa chica que ha deslumbrado los ojos (y los tímpanos,
claro, cuando gritó el nombre de Pedrooooo en los Oscar)
de Hollywood. Ese pedazo de actriz que tiene, merced a sus dotes
de interpretación, la puerta de la Meca del Cine tan abierta
que ha protagonizado obras de la calidad de “Woman on Top”
o “All the Pretty Horses”.
Con una pareja así, la supervivencia
de la especie no corre peligro: está ya sentenciada. Y no
se crean que el proceso para. Qué va, al contrario, progresa.
Siete minutos es lo que tarda Tom Cruise en poner su sonrisa idiota
en “El último samurai”. Si bien es cierto que,
en este film, Tom ha optado por la segunda vía, es decir,
ver el Japón del siglo XIX desde los ojos de un americano
multimillonario y cienciólogo que, cuando viaja, ve los países
extranjeros como grandes parques temáticos. Porque la historia
no tiene desperdicio. Vamos allá.
Tom es Nathan Algreen, un soldado
yanqui que lucha en Little Big Horn. Parece que en la historia de
la lucha contra los indios no existió otra batalla. Eso sí,
Tom es un culto cienciólogo, y, como tal, establece un fino
distanciamiento moderno respecto a la mitología de la conquista
del oeste: Nathan piensa que Custer era un demente. El caso es que
Tom sale traumatizado y desengañado de aquella batalla, y,
cual futbolista español en el ocaso de su carrera, acude
a Japón para prestar sus servicios como soldado del emperador
Meiji. Su cometido será acabar con un pueblecito de samurais,
unos salvajísimos luchadores que sólo cuentan con
espadas y piedras para pelear contra el imperio del sol naciente.
Por mucho que digan en la película, los hermanos Izquierdo
de Puerto Urraco eran más peligrosos y fieros que los quinientos
samurais juntos. El caso es que Nathan es capturado prisionero,
y los samurais, en lugar de sodomizarlo y exponer sus testículos
en la plaza del pueblo (pues tan fieros guerreros parecían),
optan por alojarlo en una casa de lujo, a los servicios de una hermosa
japonesa que le someterá a una rehabilitación a base
de masajes. Nathan, evidentemente, se olvida de cualquier ideal,
y se pasa el bando de los samurais. A pesar de ser el inductor de
una gran guerra final contra el imperio, a pesar de soliviantar
a las tropas con razones oblicuas, él será el único
superviviente, y volverá él solito al pueblo dispuesto
a más altos cometidos: repoblar la aldea, que se ha quedado
sin mano de obra varonil.
La sarta de tonterías que
vemos en las dos horas y media que dura la perla es el resultado
de una amalgama indiscriminada de influencias: todo lo que huele
a japonés está metido en la película. Desde
Kurosawa al Sho-gun de Richard Chamberlain, pasando por un revival
orientalizado de “Bailando con lobos”: da igual cuál
sea la minoría tratada en la película, porque lo que
cuenta es la comprensión (sólo moral) que ofrece este
cine norteamericano hacia esta minoría. Lo próximo
bien podría ser ver a Stallone solidarizándose con
los gitanos y luchando contra los guardias civiles en Sierra Morena.
Así, las escenas de batalla
tienen todas las trampas habidas y por haber: cámara lenta
en plan Kurosawa, y miles de truquitos más. La lástima
para las factorías de efectos especiales es que la película
no se ambienta en el siglo XX, con lo que no se pueden poner bombas
ni explosiones. Y que, además, al ser una narración
con una base histórica, pues tampoco han podido meter trolls
de las cavernas u orcos. Un fallo, sin duda. Y, aparte de las batallitas,
para qué hablar de resto, si ya sabemos todos que lo que
no es acción no cuenta. En definitiva, ni espectáculo,
ni entretenimiento, ni nada. Pero, ¿qué se puede esperar
de un tío que deja a Nicole Kidman por Pene?
Manuel
de la Fuente
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