F.B.I.
(Frikis Buscan Incordiar)
"Nouvelle
Vague" revisitada
Se
acercan nuevos tiempos. Eso es algo que reconoce cualquiera hoy
en día. Como en toda sociedad moderna, un cambio en el gobierno
debe ser el catalizador de una nueva manera de hacer las cosas.
Atrás han quedado los tiempos en que el dinero fácil
y la confusión entre esfera pública y privadas parecían
estar a la orden del día. Queda atrás el modelo agagiano
de pelo engominado, sonrisa sempiterna y forzada y en que lo chic
era ser miembro de algún consejo de administración
de cualquier empresa importante. Ahora lo que manda es el talante.
Un talante de diálogo, respeto, tolerancia; en definitiva,
de modernidad. Y parece que eso está llegando también
al cine español, a pesar de las voces agoreras que profetizaban
el aterrizaje, tras la victoria de ZP, de ramoncines y loquillos
en cualquier impreso de solicitud de subvención. Pues no,
oigan, el PSOE ha venido aquí a poner orden. Si no, veamos
lo que han sido estos años de gobierno del PP:
-
Un incremento de películas zafias, pretendidamente graciosas
e irónicas, cuya producción y proyección en
salas grandes no se entiende sin el amparo de la veintena de pequeñas,
medianas y grandes administraciones que sufragaban el engendro.
Evidentemente, en estas películas participaban fieros críticos
progresistas que sólo aceptaban realizar obras de calidad.
Ejemplo: “Vivancos 3”.
-
El mantenimiento de una Hacademia de Zine que nadie sabe para qué
existe, salvo para gastarse una pasta en galas anuales que sólo
sirven como ejercicio discursivo masturbatorio de consuelo de las
supuestas penurias de una inexistente industria y de un inexistente
público inteligente. De nuevo, la máscara del progresismo
aparece en este caso, si bien con chapas y consignas que lo único
que hacen es restar votos a las opciones políticas que dicen
representar.
-
La perpetuación de fórmulas narrativas anquilosadas,
guiones sin gracia copiados de los formatos norteamericanos y la
incapacidad de buscar caminos expresivos propios de nuestra cinematografía.
Renuncia a nuestras raíces culturales, al tiempo que se critica
con anuncios ministeriales la supuesta americanización de
nuestra vida cotidiana.
Así,
por mucho que determinados medios aznaristas se espanten por la
vuelta de unas ciertas formas de hacer cine con la victoria del
PSOE, lo cierto es que los gobiernos del PP han sido los que han
llevado el asunto a su más absoluto desastre. La lista de
películas sería tan larga y maloliente que les ahorramos,
queridos lectores, ese trago. Se impone, pues, por las inercias
del sentido común, un nuevo talante.
Y
en estas que llega una película como “F.B.I.”,
un experimento ciertamente interesante que deconstruye, en apenas
90 minutos de metraje, nuestro universo audiovisual. Mediante un
montaje innovador, novedoso, arriesgado para el espectador medio
de una sala de cine, se pone en solfa a nuestra sociedad entera,
mostrando y cuestionando los valores que tanto exhiben hoy en día
nuestras televisiones: ese modelo consistente en ser famoso como
una meta en sí misma, y con toda la pérdida de valores
morales y éticos que ello comporta.
La
película está dirigida por Javier Cárdenas,
uno de los colaboradores habituales de “Crónicas Marcianas”,
y sabio conocedor del actual entramado audiovisual. Al principio
de la película, Cárdenas explica que su intención
es gastarle travesuras a parte de la chusma famoseril que puebla
nuestras cajas bobas: Pozí, el Arlequín o Paco Porras
son algunas de las víctimas de las bromas de Cárdenas.
Llevando a su último extremo la propuesta de Bréton
(no hay mayor acto surrealista que disparar a una multitud, es lo
que venía a decir), Cárdenas se reivindica como discípulo
de Buñuel al convertir el chiste o la provocación
más incomprensible en un clarísimo acto antisistema.
De
entre los grandes momentos que recorren la película, nos
quedamos con dos, por ser particularmente significativos de lo que
señalamos:
-
Cárdenas coge a Paco Porras y le ata a una lancha motora.
La lancha arranca a toda pastilla, ocasionando que Porras se pegue
unas trastadas de impresión en la playa hasta sumergirse
en el mar. Tras ser rescatado aturdido y dolorido, Cárdenas
mira a cámara y dice: “Vaya, la única protección
que le tenía que poner, el collarín, y se me ha olvidado
ponérselo”.
-
En otra secuencia de provocación antológica, Cárdenas
lleva al Arlequín a un dormitorio. Tras enseñarle
a una mujer impresionante, tumba a Arlequín con los ojos
vendados y éste, creyéndose que está besando
a la mujer a la que acaba de conocer, no sabe que quien de verdad
le está metiendo la lengua es Carmen de Mairena. Cuando acaba,
Cárdenas le pregunta: “¿Te ha gustado?”
A
partir de momentos inocentes, Cárdenas desvela las auténticas
contradicciones de los personajes retratados. Violentando aspectos
como su integridad física o su sexualidad, Cárdenas
nos enseña lo que representan estas políticas asumidas
por el PP y defendidas por gente como Paco Porras: la desaparición
de principios como un valor en sí, la voluntad de hacer cualquier
cosa con tal de conseguir dinero y notoriedad.
Además,
Cárdenas consigue con “F.B.I.” aportar bocanadas
de aire fresco al agarrotado panorama de nuestro cine. Con el uso
de cámara digital (cual Kiarostami), y con un montaje frenético,
alejado de las pautas narrativas establecidas, Cárdenas destruye
el halo de respetabilidad que puedan tener estos personajes al presentarlos
con una imagen sucia, desprovista de maquillaje y artificios, real
como la vida misma. Cárdenas, el Bukowski del cine español,
se esfuerza porque veamos los aspectos más sórdidos
que se suelen ocultar tras los oropeles de la imagen televisiva.
Pero
es que, además, en esta película no vemos a ninguno
de los habituales del cine español. No aparecen Juan Luis
Galiardo, ni Juan Echanove, ni siquiera María Barranco o
Loles León. Con una vocación clara de independencia
y de marginación frente al pasteleo de nuestro cine patrio,
Cárdenas propone la apertura de nuevas vías narrativas.
El éxito que está teniendo la película demuestra
que el espectador no es tan tonto, y que sabe responder a los retos
arriesgados cuando éstos son interesantes. Que la aprobación
(necesaria) de nuevas políticas audiovisuales vaya acompañada
de producciones que apuesten por caminos nuevos siempre es importante.
Y ya tenemos cosas prometedoras. Este film, y “Plauto”,
de Coto Matamoros, son señales positivas en este sentido.
Manuel
de la Fuente
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