Elephant
Mueve
tu cu-cu
El
festival de Cannes luce mucho. Tanto que cualquier crítico
que se inicie en el oficio (?) suspira con cubrir el festival. Porque
sabe que le esperan grandes y placenteros días de comilonas
y alcohol en la Costa Azul. Todos los grandes críticos europeos
se rinden al desfile de estrellas sobre la alfombra roja. Entonces
el resplandor de los flashes en los vestidos de las estrellas de
Hollywood aparca a un lado las manías de los críticos,
y por muy malo que sea el actor de turno, allí están
todos en tropel, haciendo preguntas chorras y sacando fotografías
a porrillo. Lo único que tienen que hacer los críticos
para justificar los gastos del viaje es irritarse mucho cuando se
conoce el palmarés. Porque entonces cada crítico saca
su artillería pesada arremetiendo contra los miembros del
jurado (que son actores y directores de cine, ¡qué
sabrán ellos del oficio de crítico!) porque la película
taiwanesa que trataba sobre los malos tratos a los niños
de entre 16 y 25 años era mejor que la co-producción
histórica franco-gibraltareña-belga que se ha llevado
el máximo galardón.
Porque es de ley. Cuando Cannes emite su fallo, nadie está
contento. Ni siquiera se ruborizan en llamar “quiniela”
a la lista de películas, dando por sentado que para un crítico
de cine una película es lo mismo que un partido entre el
Getafe y el Logroñés. Sea cual sea el resultado, el
jurado de Cannes se ha equivocado. Así el crítico
demuestra antes sus compañeros y jefes de los medios de comunicación
que saben mucho y que es necesario que su luz alumbre con su presencia
la próxima edición del certamen: no se puede dejar
perder fácilmente tantos empachos de marisco.
Con todo, hay enfados y enfados. Porque hay veces que el jurado
también se equivoca. Y entonces uno aprende que para saber
si el jurado se ha equivocado o no, no hay más remedio que
ir a ver la película, ignorando las disquisiciones sesudas
de los críticos, a pesar de que ellos sean los que realmente
saben de esto. Así, como “Elephant”, de Gus Van
Sant, fue la que ganó este año, pues no queda más
remedio que ir a verla. No vaya a ser que conozcamos a una cinéfila
ninfómana en una fiesta y seamos batidos dialécticamente
en los gritos de apareamiento por otros cinéfilos que sí
la han visto. Que todos vayan corriendo a los cines “para
entendidos” (ésos en los que, si estornudas, te echan
de la sala, porque has cometido una gravísima falta de respeto
hacia el director de la película) no encierra otro motivo:
la cinefilia es un manual de supervivencia para el ligue, en estos
tiempos de la sociedad del ocio en que tantas féminas solitarias
con gafas lamentan su soledad en la oscuridad de una sala de proyección.
Pero
hay términos que son intolerables. Y uno de ellos es intentar
defender una película como “Elephant”. El cinéfilo
siempre encuentra argumentos para destacar los presuntos valores
cinematográficos de lo que sea. Pero nunca aplican esos criterios
a las películas de Bud
Spencer, Chuck Norris o Rin Tin Tin, sino a cualquier producto
“alternativo”. ¿Que qué significa alternativo?
La definición de “alternativo” es como los culos:
todo cinéfilo tiene uno. El caso es que si tenemos una película
como “Elephant”, surgen justificaciones divertidísimas:
- la película no participa de la estela de éxito de
“Bowling for Columbine”. Falso. Mucha gente va a verla
atraída por el documental de Michael Moore.
-
“Elephant” es un análisis que va más allá
de la película de Moore. Mentira. La película de Gus
Van Sant se limita a mostrar un día en la vida de un instituto
(de una manera muy parcial), y los presuntos análisis (monotonía
y angustia por la escasez de vías de escape que desembocan
en la matanza) estaban expuestos con claridad en el documental.
-
“Elephant” tiene una técnica muy cuidada y un
tempo maravilloso. Acabáramos. La película es un tostón
insoportable, en que Gus Van Sant le ha cogido el gusto a seguir
a sus personajes en paseos larguísimos a través de
pasillos inacabables. Una técnica tan difícil que
cualquier sit-com española abusa de la steady-cam con resultados
idénticos.
-
“Elephant” no trata de potenciar el morbo que genera
el tema. Un cuerno. La escena de sexo en la ducha entre los dos
asesinos, aparte de ser innecesaria porque limita las lecturas del
film, es un guiño morboso insertado con el único propósito
de escandalizar.
Vamos,
que, puestos a justificar, un rollazo insoportable como “Elephant”
es una obra maestra. Y sólo porque tiene la Palma de Oro
de Cannes. Pero vamos a ver. ¿Qué veredicto se puede
esperar de un jurado presidido por Patrice Chéreau (un director
de cine –ojo- francés que, por si esto no fuera poco,
tiene en su haber una película con el título que más
incita al aburrimiento de la historia: “Dans la solitude des
champs de coton”) y en el que está Meg Ryan (sobran
comentarios)? Pues una película que conjuga los “mejores”
elementos del cine francés con la peor estupidez estéril
del cine americano. Pues una película insoportable, aburrida,
inexplicable, tontorrona y cuya única virtud es que apenas
dura 80 minutos, a pesar de que parezca que dure 5 horas.
Con
todo, aunque los sesudos análisis hablan de que Gus Van Sant
disecciona toda una realidad a partir del microcosmos en que se
desenvuelve, la película es aburrida, pesada y, para más
inri, no supone ningún análisis de nada. Según
esa regla de tres, si cogemos a unos cuantos vascos y los seguimos
mirándoles el culo con una cámara durante varios paseos
por la playa de la Concha, entonces estamos haciendo un análisis
sobre el terrorismo de ETA. Lo que sucede es que Gus Van Sant se
cree un “autor”, y cuando esto le ocurre a un cineasta,
empieza a mirarse el ombligo sin parar y a comercializar todos sus
experimentos como si fueran obras de un genio. Y, claro, a los genios
hay que darles premios. Porque si en Europa no acogemos a cualquier
“alternativo”, entonces, ¿quién verá
sus películas?
Manuel
de la Fuente
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