Batman
begins
El
murciélago multicultural
Una
de las preguntas que asaltan al espectador que acude a ver la nueva
entrega de Batman es, precisamente, por qué diablos hacen
ahora en Hollywood una nueva película de este superhéroe.
A uno incluso se le ablanda el corazón cuando empiezan los
títulos de crédito y aparece el logo de DC Comics.
Ante la avalancha de adaptaciones de personajes Marvel (se anuncia
ya la peli de Los 4 Fantásticos), las comparaciones resultan
odiosas, y DC tiene que conformarse con ser la perdedora en la galería
de superhéroes clásicos. Tan limitados andan que tienen
que volver a sus dos archiconocidas bazas con “Batman Begins”
y “Superman Returns” (próximamente en sus mejores
pantallas). Porque, claro, ¿qué otra cosa puede hacer
DC? ¿Adaptar al cine personajes patéticos como “Green
Arrow”?
Y, por otro lado, como lo de las
precuelas está de moda, al retomar a Batman se ha optado
por hacerlo en sus orígenes, terminando esta nueva película
donde empezaba la historia de la primera parte de Tim Burton: con
la aparición del personaje del Joker. Así que este
Batman participa de la estética fijada por Burton: un Gotham
siniestro, un superhéroe alejado de la vistosidad pop de
la serie de televisión de Adam West, y una especie de tenebrismo
insano como atmósfera, algo que viene gustando bastante en
el cine comercial desde “El nombre de la rosa”.
La historia, así
pues, ya la conocemos. Bruce Wayne es un multimillonario que
se queda huérfano de pequeño y que, en lugar de reclamar
su derecho a tener una familia como Dios manda (un padre y una madre
heterosexuales), queda al abrigo de su mayordomo y los directivos
de su empresa: el primero le proporciona una educación, y
los segundos hacen de consortes hasta la mayoría de edad
del muchacho. Y pasa lo que pasa. Como el chaval no ha disfrutado
de los privilegios de una familia y ha quedado al amparo de un mayordomo
que seguro que es gay (es un anciano que vive encerrado en el armario,
puesto que no se le conoce relación alguna), pues se convierte,
al crecer, en un tipo bullero, mujeriego y vividor, un mascachapas
de la alta sociedad que se pasea por la ciudad con un coche tuneado
y repartiendo hostias por doquier. El tío no conoce valores
como el respeto, la educación o la solidaridad, y realiza
incursiones nocturnas vestido de mamarracho destrozando todo lo
que encuentra a su paso con su buga flipón que te cagas.
Cuando Alfred (el mayordomo gay) le reprocha en la película
que sea tan gamberro, Wayne le viena a decir, lo siento, tío,
no tenía tiempo de pensar en esas cosas mientras conducía.
Pero la culpa no es exclusivamente
de ser educado por un gay que le adopta de pequeño, en lugar
de proporcionarle a Bruce Wayne una educación adecuada en
el seno de una familia normal. En “Batman Begins” vemos
cómo nuestro héroe recibe las enseñanzas orientales
en el arte de la lucha y el camuflaje. El tostón dura casi
toda la primera hora de metraje, y tenemos que tragarnos al futuro
Batman asistiendo a un entrenamiento en plan en qué mano
tengo escondido el saltamontes. Durante una hora soporífera,
vemos cómo los grandes maestros orientales no paran de soltarle
a Bruce Wayne frases del tipo “aprende a controlar tu ira”.
Incluso le ofrecen, como prueba final, cortarle la cabeza a un ladrón,
para así pasarse definitivamente al lado oscuro. No obstante,
Bruce acaba hasta las narices de escuchar las idioteces de la filosofía
oriental, y quema, con todos sus maestros dentro, el templo en el
que ha recibido la instrucción.
Queda claro en la película
que, pese a estos escarceos con el multiculturalismo, Batman tiene
su propia filosofía de vida. Necesita hacer gala de sus ilimitados
recursos económicos liándose a guantazos con sus empresarios
rivales. Actúa a base de impulsos capitalistas: solventa
la salida da Bolsa de su empresa comprando él mismo (cual
presidente de fútbol español) todas las acciones.
Y si se topa con un empresario aún más corrupto que
él, le arrea una somanta de palos y lo entrega a la policía.
Para Batman la familia no importa, y todo ese descariño en
su infancia provocado por el haber sido adoptado y educado por un
gay sale a la luz en forma de un comportamiento violento desatado
y nada piadoso.
El Gotham de “Batman Begins”
es, además, una ciudad terrorífica: no se ve en ella
ninguna iglesia. No hay espiritualidad, no hay valores, no existe
un sentido profundo de la existencia. La ciudad se encuentra polarizada
en ricos y pobres, sin clases medias. No es de extrañar en
una ciudad que permite la adopción a los homosexuales. Los
ciudadanos no son más que escoria en una ciudad en la que
nunca se vislumbra la luz del sol. En una ciudad como ésta
es donde un macarra como Batman se puede tomar la justicia por su
mano, golpeando antes de preguntar. Batman nunca va a misa, no reza
el rosario ni se santigua antes de salir de misión: es un
crápula de la noche que despierta siempre de sus orgías
de ateísmo y destrucción con el cuerpo aún
con ganas de volver a la carga a la noche siguiente.
Lo peor de “Batman Begins”
es, no obstante, los actores. Si la fuerza de las anteriores entregas
se basaba en que los malos eran actores de entidad (Jack Nicholson,
Danny DeVito, Umas Turban, Schwarzenegger, etc.) que conseguían
eclipsar a los actores que hacían de superhéroe (porque
tiene narices coger a Michael Keaton para encarnar al hombre murciélago),
en esta última película pasa justo lo contrario. El
superhéroe (Christian Bale) no está mal, y los malos
(el idiota que se pone un saco en la cabeza y Liam Neeson, que hace
del malo supermalo) dan ganas de reír. Y lo que más
fastidia es que a Gary Oldman (capaz de interpretar a los seres
más retorcidos) le tengan por ahí tan desaprovechado
haciendo de policía amigo de Batman. Es decir, que los malos
son ridículos, y el peso de la película lo lleva,
en esta ocasión, el murciélago.
Esperamos, visto lo visto, que la resurrección para el cine
de Superman sea más
solvente que esta vuelta a Batman. A priori, que la nueva versión
del hombre de acero esté firmada por Bryan Singer nos ofrece
una cierta esperanza. Y esperamos que el nuevo Superman no sea un
camorrista pendenciero y desafiante que pasea su chulería
por las calles de su ciudad. Ya es bastante ridículo el universo
de los superhéroes de cómic como para que encima lo
estropeen aún más.
Manuel
de la Fuente |