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Las
esencias españolas en el Banquillo
José
Antonio Camacho, de Cieza a Korea
Si algún
aficionado al fútbol español tiene todavía alguna duda
de que con José Antonio Camacho el combinado nacional ha encontrado
el alma que le faltaba, le proponemos esta prueba: espere a la próxima
rueda de prensa del seleccionador y, en vez de quedar embelesado (como es
normal) escuchando el reflexivo contenido de sus comentarios técnicos,
tácticos y patrióticos, haga el esfuerzo de abstraerse y cierre
los ojos, centrándose en el timbre y entonación que emplea Camacho
cuando habla. ¡Efectivamente! José Luis Torrente es un personaje
de ficción que ha asumido el tono de voz de quien representa, en realidad,
lo más rancio de España (y no hablamos, aunque parezca increíble
de fútbol, ni siquiera de su concepto de fútbol; ambas cosas
ya de por sí rancias): nuestro entrenador.
José Antonio
Camacho es el hombre plebiscitado por especialistas y aficionados como técnico
de la selección española. ¿Quién como él,
que encarna la España del fútbol como nadie, mejor para conducir
al equipo a un nuevo fracaso? Porque Camacho no sólo es español-español.
Además es al fútbol español lo que la paella a la gastronomía,
una especie de imagen de marca.
Camacho, en primer
lugar, es del Madrid. Este dato es esencial para nuestro imaginario colectivo.
Como España es del Madrid, y sobre todo los medios de comunicación
españoles son del Madrid, un seleccionador debe llevar a cualquier
competición internacional que se precie, al menos, a todos los titulares
del Madrid que sean españoles (y si puede ser a algún reserva
del equipo blanco aunque no haya jugado ni un partido). ¿Significa
esto que hay que llevar incluso a Míchel Salgado? Pues sí. Significa
precisamente esto.
Cuando se dice
que Camacho es del Madrid, además, se está identificando a toda
la España mesetaria y paramesetaria que, en ausencia de un equipo de
fútbol local digno de ese nombre, se vuelcan en el madridismo. Pero
Camacho no sólo es la representación de esos cientos de miles
de españoles sino que logró sublimar el sueño de todos
ellos: carente de toda técnica y sentido futbolístico, nuestro
ahora seleccionador campeó durante una década en la banda izquierda
de Chamartín y de la selección haciendo gala de lo único
que tenía: un par de cojones (calificados como los del caballo de Espartero
y glorificados como atributo máximo del fútbol patrio) y una
mala leche que haría palidecer incluso a otra figura de la época
como Juanito Maravilla.
Semejantes dotes
para el fútbol convierten a Camacho en un luchador, pero, en principio,
la cosa no tendría que haber pasado de ahí. ¿Qué
diferencia a Camacho, en efecto, de "Trazan" Migueli o de Tomás
Reñones? Y aquí, de nuevo, surge la diferencia: Camacho, recuerden,
es del Madrid. Y una figura madridista de semejante talla no puede perderse
así como así. Había que convertirlo, como fuera, en vanguardia
estética del fútbol nacional. Dado que el puesto de comentarista
de Televisión Española parecía destinado por la divinidad
a un genio como Míchel, Camacho acabó convertido en entrenador.
La carrera de
Camacho como entrenador fue un rotundo éxito. Demostrando una notable
habilidad, y aprovechando que desde el primer momento, madridismo obliga,
le ofrecieron equipos más o menos potables, Camacho tuvo la habilidad
de escoger siempre un equipo que venía de realizar una campaña
desastrosa. De forma que, a poco que Camacho lograra situar a la escuadra
allí donde era lógico que estuviera, el prestigio del técnico
se disparaba. Camacho logró así una injusta fama de gran entrenador,
resucitador de equipos necesitados en clubes de solera como el Sevilla, el
Espanyol o el Rayo Vallecano (tan injusta fama como la que sería si
consideráramos a Luis Aragonés un genio por el mero hecho de
lograr el ascenso del Atlético de Madrid).
Pero como contra
el tópico no es nada fácil luchar, Camacho se convirtió
en el representante oficial de la "nueva camada de entrenadores españoles
de calidad". Y, en su misma línea de coger equipos en crisis,
acabó fichando por el Real Madrid, club especialista en hacer el ridículo
contratando a antiguas "figuras" de la casa a poco que sean mediáticamente
publicitadas (por eso de que se entiende que todo lo bueno de España
es porque sí patrimonio del Madrid). En su breve andadura en el Madrid,
Camacho demostró ser un especialista en cuidar su imagen. No sabemos
si el reto estaba a su altura o no (en realidad, lo sospechamos, pero esto
da igual), el caso es que Camacho dimitió antes de empezar la temporada,
superando el reto de Luis Suárez con el Albacete en cuanto a durar
menos en el cargo. De esta forma, en un país en el que dimitir está
muy bien visto (por el mero hecho de dimitir uno parece ya un genio), Camacho
quedó entronizado para el vulgo y la prensa: "Este Camacho tiene
un par de cojones. Ha dimitido. Y eso que al hacerlo se queda sin entrenar
al Madrid". Afirmando su madridismo, pero rehuyendo el combate por un
quítame-allá-un-par-ayundantes, Camacho estaba dispuesto, tras
haber pasado por el purgatorio, a entrar en el cielo del fútbol español.
El desastre español
en el Mundial de Francia, sólo atenuado por la convicción que
anidaba en todos los españoles de que la eliminación era una
posibilidad dado que habíamos sido encuadrados (en una maniobra sin
duda orquestada por el sionismo internacional) en el "grupo de la muerte",
dejó tocado a Javier Clemente, el seleccionador del momento. Si a estos
resultados mediocres se unía el talante claramente anti-español
de Clemente (que era y es vasco, el muy cabrón) y una cierta manía
hacia el Real Madrid del sujeto (el muy hijoputa sólo convocaba a cuatro
o cinco madridistas), no es de extrañar que el país fuera un
clamor que exigía su destitución. Tras una ominosa derrota contra
Chipre, y ayunos de sensibilidad para valorar el altruismo de nuestra selección
haciendo felices a todos los habitantes de tan indómita isla por primera
vez en su vida, los españoles no aguantaban más a Clemente.
Pero él y la Federación entendían necesario proseguir
la labor de cultivo del fútbol moderno desarrollada hasta ese momento
y, simplemente, no había forma de apearles del burro. Hubieron de intervenir,
como es lógico, la altas instancias. Esperanza Aguirre pidió
públicamente el cese del seleccionador y la cosa estaba hecha. Sólo
faltaba decidir quién habría de sustituir a Clemente.
La Federación
Española de Fútbol se enfrentó al dilema de analizar
cuántos entrenadores de garantías y madridistas había
libres. Constatado que no había ninguno y que Luis Aragonés
era demasiado dudoso (por atlético y por haber entrenado al Barça)
a pesar de ser madrileño, comenzó la búsqueda entre los
entrenadores madridistas que no ofrecieran garantías. Y ahí
estaba Camacho, dispuesto a afrontar el reto.
Desde ese momento
Camcho hace y deshace a su gusto en la selección española. Aclamado
por todos en un primer momento, pretendió establecer una ruptura con
la época anterior, para lo que "diversificó" el equipo
introduciendo savia nueva. De esta forma se jugó más o menos
bien y se clasificó a España por la puerta grande para la Eurocopa.
Allí, como ya les contamos en nuestro Especial Eurocopa, España
hizo el ridículo como acostumbra. Clasificándose por los pelos
para ser luego eliminada por Francia, con estrellitas como Raúl haciendo
el ridículo y con un juego patatero, Camacho había alcanzado
la madurez como seleccionador nacional.
La preparación
de este Mundial nos presenta a un Camacho ya plenamente asentando como entrenador.
Ya recibe algunas críticas (de antiespañoles) e incluso es también
señalado por el dedo por no pocos puristas que consideran que el hecho
de que ose convocar de vez en cuando (y alinear) a peligrosos intelectuales
separatistas como Guardiola basta para anatemizarlo. Pero Camacho lleva el
timón de la selección con mano firme y va cumpliendo los ciclos
clásicos del seleccioandor:
- Primer Ciclo: Llegada al cargo: Buen juego, vocación ofensiva y savia
nueva (esto suele durar un par de partidos y se hace en amistosos o fases
de preparación).
- Segundo Ciclo: Asentamiento: El buen juego desaparece y vuelven a jugar
los de siempre, pero la ilusión hace que se siga viendo el asunto como
una "nueva etapa" (Camacho cumplió este ciclo con la Eurocopa)
- Tercer Ciclo: Madurez: Juegan los de siempre, juegan igual de mal y defendemos
"con todo". Esto suele interpretarse como que por fin el fútbol
español hace un esfuerzo de pragmatismo y adecuación al entorno.
Camacho, como
se dice, ya está maduro. Amparado en la excusa que ofrecen los éxitos
de la selección francesa (una equipo mediocre, que no juega nada salvo
porque Zidane orden y lanza a unos negros perfectamente sustituibles unos
por otros que juegan como delanteros y que son el única satisfacción
que, en forma de Copa del Mundo, ha recibido Francia en recompensa a sus esfuerzos
de integración multirracial), nuestro seleccionador lo tiene claro
y va a jugar sin complejos como lo hizo siempre como jugador y como ordenó
jugar en su época de entrenador de club: sangre, sudor, lágrimas
y un par de cojones.
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