Blancanieves
y los siete enanitos
Estados
Unidos, 1937
Que Walt Disney es la figura más
importante del cine de animación es como decir que las hojas
de los árboles son de color verde o que los grillos cantan
por la noche. Guste o no guste, a pesar de la existencia de daltónicos
y sordos, sus aportaciones a los dibujos animados son tantas que
superó su mismo campo: Disney fue, a partir de la animación,
uno de los empresarios pioneros del entretenimiento en todas sus
facetas, un precursor del merchandising y, por extensión,
de la organización multimedia de los productos culturales:
cine, televisión, parques temáticos… Walt Disney
pensaba que el producto de ocio no debía limitarse a una
sala de cine, sino que podía completarse con un complejo
entramado de productos relacionados entre sí: los productos
modernos, como la Guerra de las Galaxias o El señor de los
anillos (ese megaproducto compuesto por películas, libros,
muñecos, juegos de rol y camisetas), no son más que
desarrollos del concepto de espectáculo ideado por Walt Disney.
Esta sola circunstancia, la de impulsor
de la industria del ocio desde la sociedad norteamericana, le convierten
en una figura polémica y controvertida, gurú del capitalismo
y satánica figura para el estalinismo. No obstante, la poliédrica
personalidad de Disney se escapa a estas catalogaciones. Y nadie
quiso darse cuenta en su momento de que su primer largometraje,
“Blancanieves y los siete enanitos”, era una loa al
sistema comunista.
No vamos a descubrir nada nuevo
si decimos que Disney era mejor empresario que dibujante. Aunque
sea un tema tabú para sus forofos, está claro que
Mickey Mouse no existiría como tal sin Floyd Gottfredson
y lo mismo para el Pato Donald: sin las historias de Carl Barks
(creador, por ejemplo, del tío Gilito), Donald sería
hoy muy diferente. Cuentan lenguas perversas que cuando estaba creando
a Mickey, Disney quería dibujar un perro y que le enseñó
el boceto a un amigo que le dijo: “¡Caramba! ¡Qué
ratón más chulo!”. A partir de ahí, historia
pura y dura del siglo XX.
Tampoco se le escapa a nadie que
no todo fue un camino de rosas para Disney. Tuvo que vérselas
con el código Hays (una regulación de censura que
velaba por la “moralidad” de los americanos en los años
30) haciendo imposible, por ejemplo, que se viese una cama de matrimonio
en la viñeta de una historia de Mickey y Minnie Mouse. Y
tuvo una fuerte competencia en el mercado de los cortos de animación
con los hermanos Dave y Max Fleischer, que triunfaban en aquellos
mismos años con sus cortos de Popeye (el personaje de cómic
creado por Segar). En este clima de tensión constante, Disney
decidió echar el resto con lo que iba a ser el primer largometraje
de animación de la historia. Estaba harto de esta competencia
proveniente del sector privado y las limitaciones impuestas por
las leyes censoras norteamericanas. Consciente de las dificultades
del reto, se lo jugó todo a una carta, sabiendo que no le
quedaba opción de retroceso. Y soñó con un
paraíso comunista donde no tuviera (según su creencia)
las presiones impuestas por la vida capitalista: así nació
“Blancanieves y los siete enanitos”.
Estrenada en 1937, la película
narra una historia muy singular. Blancanieves vive esclavizada por
su madre, una reina perversa que la somete a todo tipo de trabajos
basura (barrer, limpiar), vestida con harapos (símbolo de
la clase obrera yanqui tras el crack del 29) y todo para mantener
el statu quo, el gran capital, la madre, que vive en las torres
de marfil de un suntuoso palacio. Cuando Blancanieves llega a la
edad madura, se da cuenta de una cosa: que las promesas que recibía
de pequeña de prosperidad a través del trabajo no
iban a llegar nunca, y que todo el mundo de posibilidades en el
que había crecido, creyéndose la propaganda de su
madre (el gran capital) no eran más que mentiras. Así
que decide huir para encontrar un orden social que reconozca su
fuerza de producción. Y llega a la casa de los enanitos.
Nada más llegar, sin que nadie se lo pida, Blancanieves limpia
toda la casa con la ayuda de los animalitos del bosque (símbolo
de que el trabajo en igualdad de condiciones es algo que se encuentra
inmerso como derecho en la propia naturaleza). Cuando Blancanieves
y los enanitos se conocen, la felicidad no puede ser mayor: establecen
un orden social basado en el reparto del trabajo y la renuncia al
enriquecimiento egoísta propio del capitalismo. No obstante,
la reina vuelve a aparecer, le ofrece a Blancanieves la manzana
prohibida y sucumbe de nuevo. Con todo, al final el orden se impone
sobre las injusticias sociales, y Blancanieves encuentra la recompensa
a su trabajo con la entrada en una especie de paraíso socialista:
su matrimonio con el príncipe (oportuna crítica de
Disney a la aristocracia y la monarquía; ambos pueden ser
considerados “socialistas” dentro de su orden, ya que
trabajarán lo mismo, es decir, nada).
La redención final de Blancanieves
llega porque ésta representa el ideal del trabajador comunista.
Puesto que incluso los enanos son unos avariciosos compulsivos porque:
- su trabajo consiste en sacar diamantes
de una mina. No obstante, se los esconden para ellos mismos y no
contribuyen con su hallazgo a mejorar las condiciones sociales de
los camaradas de su entorno. Los enanos viven aislados en mitad
del bosque en una cabaña cochambrosa, acumulando montones
de diamantes.
- son todos hombres, por lo que
se resisten a procrear y entregar al Estado su progenie como mano
de obra. Se podría incluso llegar a pensar en la condición
sexual de los enanos. Aquí, Disney se atreve incluso a realizar
una formulación teórica para “demostrar”
por qué los homosexuales deben ser apartados en una sociedad
comunista. Fidel Castro seguro que ha visto la película en
numerosas ocasiones.
Por su parte, Blancanieves es un
arquetipo del trabajador ideal:
- sabiendo que por nacimiento posee
derechos dinásticos, renuncia a ellos y prefiere conocer
de cerca a la clase obrera. Blancanieves no se casa con el príncipe
gracias a sus derechos de prosapia, sino (como Letiçia Ortiz)
a base de esfuerzo y sacrificio en el desempeño de una labor
profesional.
- su capacidad de organización
es ideal para formar parte del sistema. Blancanieves llega a la
casa (símbolo de una fábrica) y sabe cómo sacar
el máximo rendimiento con las fuerzas productivas de que
dispone, todo ello a pesar de la plusvalía generada por los
enanos (los diamantes).
La reina, y madre de Blancanieves,
es también un personaje arquetípico:
- decide matar a Blancanieves porque
tiene miedo de que le pueda sustituir en su puesto social. La reina
sabe de los privilegios de su situación, y teme que la llegada
de una persona preparada le haga llegar a arrebatarle, por méritos
propios, su propio puesto.
- tiene, como todo gran empresario,
testaferros dedicados a cumplir sus órdenes sin rechistar
(el súbdito que debe matar a Blancanieves quien, no obstante,
no puede evitar sucumbir a los encantos de los ideales de justicia
social que ésta representa).
- y tiene que hacer frente a una
fuerza hasta cierto punto incómoda: los sindicatos (representados
por el espejo mágico). Son incómodos porque le recuerdan
la validez del proletariado (la plebe) pero inofensivos, ya que
no pueden actuar contra la acción del capital. El espejo
no hace más que hablar y proponer, pero no puede materializar
sus propuestas.
Todo esto hace que “Blancanieves”
sea una película extraña, original, única,
y que Disney fuera una persona con tantos amigos como enemigos,
un hombre difícil, de personalidad compleja, ya que se le
ha acusado en muchas ocasiones de haber sido nazi. Nazi o comunista,
están claros los ideales que representa un personaje como
Disney: el esfuerzo y el trabajo unidos como base para edificar
una gran nación. Vamos, una figura de solera.
Manuel
de la Fuente
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