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El auténtico cine

Y olvídese de las americanadas

 

Yo, señores, no entiendo absolutamente nada de cine. Tanto es así que hasta hace relativamente poco, yo iba al cine con el sano propósito de pasar un rato entretenido (¡figúrense!). Entiendo tan poco de cine que me encantan las películas de Schwarzenegger, Dios me perdone, las cuales si bien tienen argumentos bastante ingenuos me parecen divertidas y técnicamente impecables. Obviamente estas películas hay que verlas a escondidas, y por supuesto no mencionarlas jamás en una charla sobre cine si hay progre a la vista, ya que te juegas tu prestigio y que te coloquen el sambenito de ignorante en cuestiones cinematográficas de por vida. Naturalmente, el cine no tiene nada que ver con el entretenimiento, y si aún existen ingenuos como yo que van al cine a pasarlo bien, no es nada más que por culpa de la basura que exporta el imperio yanqui, desvirtuando una y otra vez el auténtico cine con mayúsculas, es decir, el que se hace en Europa.

El auténtico cine, amigos, no tiene que divertir ni entretener. Tiene que asombrar, incomodar, interpelar, denunciar, requerir, suplicar, exigir, reclamar, instar, compeler, desconcertar, confundir, turbar, incluso asquear, pero nunca, nunca divertir o entretener.

La culpa de este error de concepto la tiene, por supuesto, el cine americano. Los americanos hacen películas intentando conseguir dos objetivos absolutamente repudiables:

a) Entretener a la audiencia.
b) Ganar dinero.

Gracias a Dios, en Europa, y especialmente en nuestro país, los profesionales del cine tienen las cosas claras, y hacen películas de tal forma que quedan absolutamente a salvo del peligro a), y mucho más lejos todavía del riesgo b). Evidentemente el arte hay que pagarlo, y si, por culpa de las veleidades del ignorante público español las películas nacionales van sumando déficit tras déficit, el estado (es decir el público, en su condición de contribuyente) tendrá que subvencionarlo. Gracias a este principio fundamental, directores de cine que de otra forma tendrían que ganarse la vida trabajando como cualquiera de nosotros, pueden seguir derramando su arte sobre nuestras pecadoras cabezas sin temer por su olla de potaje.

Tomemos como ejemplo la grandiosa aunque incomprendida película "El caballero del dragón", protagonizada por el Cary Grant del cine español, el sinpar Miguel Bosé. Según las estadísticas, el año que se estrenó fue vista por la astronómica cifra de 463 espectadores. Bueno, ¿Y qué?. ¿Significa eso que es una grandísima mierda, indigna de ser proyectada siquiera en un cinexin?. Por supuesto que no, amigos. No sólo eso, sino que, el hecho de haya sido vista por menos de 500 personas, contribuye a dotarla de una pátina de genialidad que de otra forma no tendría. A los ignorantes nos sonroja recordar a M.B. subido en su caballito, mirando al infinito y sin decir nada, mientras se consume el celuloide y nuestra paciencia, pero es lo que tienen los genios, siempre luchando contra la incomprensión del populacho. Sin embargo, y gracias a la acertadísima política del Ministerio de Cultura patrio, no debemos temer que algún día hagamos películas que gusten al espectador, como si fueramos vulgares americanos. En España seguiremos haciendo cine de qualité, y para eso daremos los miles de millones de subvención que haga falta, qué cojones.

Me viene todo esto a la cabeza a raíz de una bonita entrevista realizada a Isabelle Hupert, actriz conocidísima en su casa y entre sus amigos. La entrevista se perpetró en el programa Lo más plus, presentado por Máximo Pradera y Fernando Swartz, ya saben: Juanito Navarro y Quique Camoiras versión progre. En un momento del programa preguntaron a la conocidísima actriz si no le tentaba dar el salto y trabajar en alguna producción de Hollywood. He aquí lo que respondió la Katherine Hepburn del siglo XXI "En realidad no me apetece nada trabajar en el cine americano. Creo que para cualquier actriz, actualmente, lo verdaderamente interesante no está en la industria americana, sino en las producciones de países del extremo oriente". Por supuesto, por supuesto admirada Isabelle, donde esté una coproducción taiwán-coreano-vietnamita que se quiten Coppola y Robert de Niro.

Claro, a la conocidísima Isabelle le pasa como al resto de los progres tipo Almodovar, que un día, por error o por cubrir cierta cuota de exotismo les endiñan un Oscar y hacen palmas con las orejas. Porque no olvidemos que los Oscars eran unos galardones absolutamente devaluados hasta que recibió uno Almodóvar, en cuyo caso, y gracias a ello, pasaron a ser la garantía incuestionable, el marchamo indeleble de la calidad. Todavía me arde la cara de vergüenza ajena cuando recuerdo a nuestro Pedrito recitando ante medio mundo la lista de santos a los que agradecía el galardón como una folclórica de primeros del siglo pasado.

Pero no hagan caso porque yo, como dije al principio, no entiendo de cine. Tampoco.