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Cuando Harry conoció a Sally

Y se fueron a la cama, claro

 

Una vez más nos encontramos en esta sección con una película que se puede definir como ciertamente muy interesante, en la que se nos cuenta la historia de dos amigos (hombre y mujer, quede claro) que se conocen desde la universidad y mantienen su relación de idílica amistad durante más de una década sin llegar a conocerse carnalmente en ningún momento; hasta que lo que parecía imposible ocurre. ¿Qué pasa entonces? Pues esto es lo que plantea la película: que una vez que dos amigos dan el paso ya es casi imposible dar marcha atrás (en el sentido amplio de la frase, no sean malpensados). La película es realmente muy recomendable, idónea para ver con esa amiga que tienes, con la que no te decides a dar el paso, porque claro son tantos años de amistad que se hace difícil plantearle después de tanto tiempo que en realidad estás colado por ella y que si todo este tiempo habéis sido amigos no era por otra cosa que por intentar liarte con ella. No te preocupes, si veis esta peli una agradable noche de sábado en vídeo (o si eres un poco más esnob y tienes más pasta en DVD) el tema saldrá solo y antes de que la película haya acabado ya estarás triunfando en el sofá del comedor de casa. Con todo, esta película está aquí y no en otra sección que quizá se merezca más, por una escena que para más inri se hizo bastante famosa. Meg Ryan (la prota) y Billy Crystal (sí, el pesado que presenta siempre los oscar) están en un restaurante más o menos chic, hablando de orgasmos como si tal cosa, cuando ella le comenta que la mayoría de las mujeres fingen los orgasmos (¡Dios ahora lo entiendo!), comentario que es recibido con gran incredulidad por su acompañante. Y la Ryan ni corta ni perezosa, en medio de tan chic restaurante se pone a jadear como una loca, interpretando un orgasmo que no se cree ni el más ingenuo de los primerizos. Pues el numerito dura más de un minuto y en pantalla queda largo y tedioso (si por lo menos se hubiera tocado un poco o el Crystal le hubiera echado una mano…) y como colofón nos encontramos con una cincuentona señora que, seguramente lo más excitante que ha hecho en su vida es subir sin pagar al metro, y que pide "lo mismo que se está tomando esa señorita".