Titanic
Titanic
es como nadie ignorará a estas alturas la película más comercial
de todos los tiempos, también es la que más oscar ha ganado en la
historia del cine: 11, si bien comparte este hito con la versión
de Ben-Hur de 1959. Curiosamente ambas películas tan oscarizadas
parecen compartir una definición del cine como gran espectáculo,
a mayor gloria de los espectadores: películas de época, largísimas,
con enormes decorados, con infinidad de extras… Pero el Titanic
de Cameron tiene otros records: en su momento fue la película más
cara de la historia (este récord no sé si lo han superado, porque
últimamente está muy de moda ufanarse de lo cara que ha sido una
película, cuando más bien debería ser motivo de vergüenza…) apenas
unos 22000 millocentes de pesetas costó, pura calderilla, también
ha sido la película que más cintas de vídeo ha vendido, imagino
que también la más alquilada etc, etc.
Bueno tanta cifra y tanto récord ¿Para qué? Bueno pues para ser
posiblemente una de las películas más sobrevaloradas de la historia
del cine y sin duda la más de la década de los noventa. Para empezar
a tantear de dónde cojea la película, basta con que rastreemos un
poco en el historial de su director, James Cameron, un especialista
en productos de ciencia ficción (Terminators y demás) y acción (Mentiras
Arriesgadas). Sus películas suelen tener la justa complejidad dramática
para que las entienda un adolescente, que es su tipo de público
por excelencia. Sin embargo con Titanic intentó abrirse mercado
y buscó un producto mucho más convencional, con una impagable historia
de amor que él vendía como el gran logro de la película. Resultado:
los jóvenes iban porque era el director de Terminator y las jóvenas
iban porque había lagrimita y además salía Leo Dicaprio, que está
muy bueno y si además hace de pobre todavía más. Al carro se apuntaron
también público mucho más diverso, arrastrados por la expectación
y por la impagable campaña de marketing que hizo la productora para
promocionar el producto, con canción pastelona incluida. Si nos
centramos ya en la película, servidor nunca entendió como diez millones
de españoles (uno de cada cuatro) fue a ver la película al CINE.
Seguramente fue más de uno que ya no se acordaba ni de lo que era
una sala de cine. Como digo no entiendo esta expectación por una
película que dura más de tres horas (sólo justificables por la enorme
megalomanía de Cameron que por lo visto no le cabe en un metraje
más reducido) y que todo el mundo ya sabe como se va a acabar: EL
BARCO SE HUNDE. Claro que el morbo de ver como un barco así se va
a pique por lo visto también es considerable. Y yendo a la historia
a la cual Cameron daba tanta importancia, nos encontramos con el
típico drama de enfrentamiento de dos clases sociales: él, pobre,
sin un duro en el bolsillo pero sabedor de cómo funciona el mundo;
ella, una rotunda burguesa, dispuesta a dejarse seducir por la aventura,
tan enamorada de Dicaprio que permite que al final de la película
se muera congelado (Uyy, perdón que he contado el final ¿He dicho
ya que el barco se hundía?) mientras ella no mueve ni un centímetro
de su enorme culo para dejarle subir a la tabla sobre la que flota.
Y es que el amor puede ser ciego pero la burguesita gilipollas no
es y el pellejo es el pellejo…
Podríamos
seguir con muchos más elementos (por ejemplo el impresentable del
personaje que hace de prometido, que sufre de un terrible ataque
de cuernos en pleno hundimiento; la eterna lucha de clases: los
pobres que se hundan que para eso han pagado menos, etc.) pero no
quiero eternizarme tanto como la película. Por cierto, el director
sufrió tal estado de enajenación mental al ver el (inmerecido) éxito
que tenía que cuando recogió su oscar además de pedir un minuto
de silencio por las víctimas del Titanic (¿Será cínico?) se creyó
el mismo ser el personaje de Dicaprio y gritó a los cuatro vientos
lo de: "soy el rey del mundo". Y qué mundo.
|