Actualidad cinefílica
Cine Club
Séptimo Arte
POLÍTICA 
BOLSA
MASS MEDIA
DEPORTES
CINE
HISTORIA
TEOLOGIA
LITERATURA
CULTURA POPULAR
LA RED
MUSICA
CIENCIA
LIBROS
SEXO

 

Star Wars III:

La venganza de los Sith

Los Jedi mártires

 

La saga de Star Wars ha llegado a su fin. Casi treinta años después de la proyección de “Star Wars 4: Una nueva esperanza”, George Lucas ha estrenado el tercer episodio, tal vez el más esperado porque era el que conectaba ambas trilogías con la aparición definitiva del personaje más emblemático de la serie: Darth Vader. Treinta años de merchandising, figuritas, programas de dibujos animados y toda una batería de chorradas que iban entreteniendo a los fans más enloquecidos que se desvivían por adivinar cuál sería la historia de los personajes de sus sueños. Uno casi que se alegra de que no existiera internet en los años 80, porque el bombardeo de foros de comentarios y análisis sobre Star Wars habría sido aún más insoportable, dado que los fans siempre piden más. Ya quieren más películas, más detalles, más horas para las ediciones en DVD. Pero todo tiene un final, y Lucas ya ha anunciado que no concibe ni una peli más sin Darth Vader, con lo que echa el cerrojo a la realización de las películas, pero no al negocio, por supuesto.


Como Star Wars es, efectivamente, la historia del malo de la máscara con voz de Constantino Romero, la expectación ante el episodio tres era máxima. Y tenemos que decir que también ha resultado satisfactoria, por cuanto éste despeja cualquier duda que pudiéramos tener sobre el producto. A pesar de que George Lucas quiso enredarlo todo, hablando de república, imperio, democracia y palabritas así en una historia para niños y post-adolescentes en la treintena, el mensaje no podía estar más claro: la “Guerra de las Galaxias” habla de la necesidad de recuperar la Fe en estos tiempos oscuros de materialismo y pérdida de valores. No resulta extraño que todo el desarrollo de la saga haya coincidido (año arriba año abajo) con el pontificado de Juan Pablo II, preocupado especialmente por la vuelta a los valores de la paz, la tradición y la familia. El estreno del episodio tres dos meses después del fallecimiento del papa polaco supone un merecidísimo epitafio de homenaje a su obra.


Lo que cuenta George Lucas es, de hecho, una proyección de estas ideas. El universo de Star Wars se desarrolla en una galaxia muy, muy lejana, hace mucho, mucho tiempo. Esta galaxia está gobernada por un sistema democrático (un bichejo, un voto) que está defendido por unos personajes muy peculiares: los llamados caballeros Jedi. Éstos son unos fanáticos religiosos, que practican el celibato, y que están siempre preocupados por la transmisión de su fe, a la que llaman “la fuerza”. Como cualquier fanático religioso que se precie, los Jedi se arrogan continuamente una irritante superioridad moral sobre el resto de criaturas vivas, a las que miran con condescendencia porque consideran que, de no ser por ellos, todos los bichos del espacio acabarían en cualquier momento a tortazo limpio, con el consecuente derrumbe de la estabilidad política de la galaxia. Pero corren malos tiempos para los Jedi, por un problema bastante serio: la falta de vocaciones religiosas entre los jóvenes hace que sus creencias cada vez cuenten con menos adeptos. Es por ello que deciden embarcarse en lo que llaman “misiones”: consisten en explorar planetas tercermundistas y analfabetos para captar a niños a los que compran a sus padres con la esperanza de darles un futuro digno. Como, a pesar de todo, la cosa está tan mal, los Jedi no se paran a discriminar si los niños tienen aptitudes o no, y cogen al primero al que convencen. Y ahí arranca el problemón para ellos: compran a un niño insoportable, Annakin Skywalker, al que todos ven como un cabroncete problemático, pero se lo quedan porque no están los tiempos de ateísmo como para andarse con remilgos.


Annakin es un niño tonto, cuya única inquietud son las carreras de coches. A fuerza de mimos por parte de los Jedi, se convierte en un arrogante. Pero en su arrogancia está su independencia: Annakin no soporta la educación empalagosa de los Jedi y, poco a poco, se va distanciando de ellos. Comprende que los Jedi tienen sometida a toda la galaxia con su visión clasista y su mantenimiento de la ignorancia en la población. A un Jedi no le interesa que todo el mundo acceda al conocimiento pleno de “la fuerza”, para conservar así su posición privilegiada en la sociedad. Los Jedi controlan, además, el Senado con un chantaje basado en la amenaza de sus poderes. Están ahí velando que todo esté siempre atado y bien atado.


En éstas que surge un senador que entiende que las cosas así no funcionan bien: el senado no resuelve los problemas de la gente, y la intromisión de los Jedi en la vida pública no es más que una injerencia de la religión en los asuntos de gestión política, por lo que se decide a tomar cartas en el asunto. La propuesta de Palpatine es sencilla: hagamos un gobierno que gestione con eficacia, que mantenga la paz y que abogue por la prosperidad sin hacer caso a la religión. Su punto débil (que se verá en los episodios cuatro, cinco y seis) es la tibieza con que el socialdemócrata Palpatine trata a los grupos terroristas, permitiendo que un ridículo grupo de rebeldes (capitaneado por un niñato y por un contrabandista de poca monta) acabe con su orden social. La expresión estéril de su poder en muy contadas ocasiones (como la destrucción de un planeta inofensivo con el rayo de la Estrella de la Muerte) no es más que una muestra de debilidad y permisividad.


No descubrimos nada nuevo si señalamos que la trilogía original promovía valores como el individualismo, el escepticismo ante la tecnología, la defensa de la fe frente a la razón, la vida rural y campestre y el valor de la familia. Lo que viene a desvelar este episodio tres es la intromisión, más que nunca, de la religión en los asuntos de la república. Los Jedi no creen en la justicia ni en el Estado de Derecho, y eso se muestra cuando uno de ellos (Windu) está a punto de matar a Palpatine porque cree que si lo entrega a la justicia, quedará libre. Así, Palpatine no instaura un régimen de terror en su población: la única medida de reajuste que propone es la eliminación de los Jedi, e incluso hace la vista gorda y permite que varios de ellos se busquen un exilio en el que pasar sus últimos años de vida en paz y tranquilidad. Las muestras de afecto de Palpatine son, además, sinceras. Se preocupa de verdad por su pupilo, e incluso acude personalmente en su ayuda cuando está en apuros y cuando un individuo le ha dejado agonizando y quemándose vivo. ¿Quién ha sido esa alimaña que ha dejado a Annakin en tal estado? Pues un Jedi, por supuesto, Obi-Wan, su maestro para más inri. Menuda espiritualidad y profesión de fe, dejar a un amigo tuyo gritando de dolor y sin prestarle la más mínima ayuda.


La excusa que esgrimen los Jedi es la de “te has pasado al lado oscuro de la fuerza”. El “lado oscuro” no es más que una derivación de su propia religión que ellos consideran herética simplemente porque no comulga con el modo de vida Jedi. Annakin asegura que quiere conocer el lado oscuro para aprender, y para que sus enseñanzas no se queden reducidas a las lecciones interesadas proporcionadas por los Jedi. Es muy elocuente Palpatine cuando le insiste en que lo más valioso es el conocimiento, y que no debe renunciar a él sólo por las supersticiones inculcadas por los Jedi. En el fondo, el conflicto entre los Jedi y los Sith está en la incomprensión de los primeros hacia los segundos. Un choque de civilizaciones basado en la intolerancia.


Darth Vader y Palpatine llevan a cabo, desde su alianza, un ingente esfuerzo por ordenar los desaguisados de una república vigilada. Porque, como dice Padmé, eso no es democracia ni es nada. Si hay un grupo de fanáticos religiosos armados que siguen de cerca los movimientos del senado con reuniones secretas en las que deciden sus apoyos, la república está condenada al fracaso. Lástima que George Lucas opte por invertir los papeles y presentar a los Jedi como los buenos, cuando son los más incompetentes, traicioneros y dogmáticos de todos, adoradores del poder y traicioneros donde los haya. Con esta tercera entrega, vemos ya, de una manera definitiva, toda la saga con distintos ojos. No hay un final feliz en Star Wars, sino el triunfo del oscurantismo y la derrota de la razón. Seguro que Benedicto XVI aplaude el mensaje ideológico de la Guerra de las Galaxias. Porque esa galaxia es un ejemplo para nuestro pequeño mundo, tan necesitado de verdades fundamentales y absolutas.

Manuel de la Fuente