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American Psycho

Estados Unidos, 2000

 

Si nos guiamos por los títulos de las dos películas aquí comentadas, caeremos en la cuenta de que en España se estrena demasiadas películas con la palabra "american" en el título y que, además los geniales traductores de títulos (a los cuales debemos algunas traducciones memorables) cada vez tienen menos ganas de trabajar. De todos modos en esta ocasión el culpable es más bien el editor de la novela de Bret Easton Ellis que tampoco se complicó mucho hace unos años en traducir el título al castellano. Cuando leí la novela hace unos tres años, estaba casi convencido de que había encontrado la novela inadaptable, no por la extensión (más de 500 páginas), ni por el estilo narrativo (la novela está narrada en presente y en primera persona), sino porque en ella se describen algunas de las más truculentas escenas de sexo y violencia que servidor haya leído nunca. Evidentemente, traspasar de un modo literal, o como mínimo con la intención de querer respetar la intención del original literario, es poco menos que imposible ya que habría que hacer una mezcla de cine documental, combinado con cierto número de descripciones mucho más frívolas (como las numerosas cenas y fiestas), junto con un fuerte componente de cine porno duro y de snuff-movie. Resultado: una película imposible hoy en día dentro de cualquier circuito mínimamente comercial.

Con todos estos antecedentes el lector se preguntará ¿Cómo es posible que esta película exista? Buena pregunta para la que no tengo respuesta, puesto que, a mi parecer, esta película no debió de existir nunca. ¿Qué es entonces lo que nos encontramos en American Psycho película? Pues lo más cómodo y comercial que se puede hacer con una novela tan incómoda como esta: suprimir todo lo sangriento que tiene el libro, elidiendo cualquier momento de violencia explícita, lo cual se justifica dentro de un intento comercialoide de buscar para el filme una calificación que no le impida ser vista por los adolescentes —el más que razonable público potencial de la cinta—lo que nos lleva a una adaptación directamente bochornosa, más o menos como una versión de Walt Disney de una descarnada historia de terror psicotrónico. No sé si merece entrar mucho más en detalles o con lo dicho anteriormente ya queda bastante claro por dónde van los tiros. La película sólo se queda en lo que de superficial tiene la novela, esa descripción de la vacía y neurótica alta sociedad neoyorkina de finales de los ochenta: personajes que están forradísimos sin pegar ni golpe (al protagonista nunca lo vemos trabajando en su despacho), esa superlativización de cosas tan intrascendentes como el restaurante en el que se cena, o el tipo de tarjeta de presentación que se tiene… Todo esto no es sino el contexto en el que se mueve el protagonista, una versión yuppie de Jeckyl y Hyde, en quien encontramos un enorme contraste entre su belleza (más bien narcisista) física y su enorme degeneración personal: en ningún momento justifica sus crímenes, lo cual convierte el relato literario (que no la película en la que no se entiende nada) en una inquietante metáfora sobre un tipo de sociedad que, por fortuna, ya empieza a estar en clara decadencia.

La alarmante falta de creatividad en Hollywood provoca que los siempre avispados productores tengan que centrar sus expectativas en los bestsellers, como referentes argumentales (otro tema sería el de la monotonía de estos superventas); sin embargo, en ocasiones, estos libros son auténticas obras inadaptables tanto por su contenido como por su estilo. Este es uno de los caso más evidentes, pero otro tanto nos encontraremos dentro de unos meses con la secuela de El silencio de los cordeos que se estrenará con el título Hannibal. En líneas generales el argumento de esta continuación es mucho más adaptable que el caso aquí comentado, sin embargo Thomas Harris —quien parece haber desarrollado un gusto cada vez más extremo hacia lo truculento— ha creado un buen número de situaciones que de reproducirse en pantalla se van a quedar en poco menos que una parodia de la brutalidad sus originales literararias (en especial una cena entre Clarice Starling y Hannibal que bien podría pertenecer a una película tipo Reanimator ). Y es que las novelas son las novelas y el cine es el cine y en algunas ocasiones son absolutamente incompatibles.