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Magnolia

Estados Unidos, 1999

 

Paul Thomas Anderson es uno de los enfants terribles del cine norteamericano actual. Un jovencísimo y dotado director que, con tan sólo tres películas en su haber, ha conseguido despertar el favor de crítica y público. En España se dio a conocer por su segunda película, la muy interesante Boogie Nights, la cual trataba un tema tan apasionante como los orígenes del cine porno en la norteamérica de los años setenta. Un excelente reconstrucción de una irrepetible época estructurada como un filme de gángsters: el ascenso, auge y decadencia de una estrella de este cine nos sirve como excusa para reflejar, de una manera espléndida, toda una época y unos personajes. Por cierto, la película inauguró la moda de las películas setenteañeras y luego vinieron otras muchas que no estaban a la altura como Estudio 54 o Los últimos días del Disco. Su primera película se estrenó aquí a raíz del éxito de Boogie Nights , una demora totalmente injusta puesto que se trataba también de un excelente filme. El título es Sydney y pasó sin pena ni gloria por las carteleras, posiblemente porque eso de estrenar títulos anteriores de un director que ha tenido cierto éxito, nunca acaba de funcionar demasiado bien.

Magnolia es seguramente su película más conseguida hasta la fecha. En cualquier caso sí es su cinta más ambiciosa como se puede intuir por las tres horas de duración y por el plantel de actores, alguno de ellos como Tom Cruise cobrando mucho menos de su salario habitual, pero obteniendo a cambio un papel de los que podríamos decir Q agradecidosf con vistas a ganar algún premio (si bien el oscar se lo arrebató con todo merecimiento un sublime Michael Caine).

El planteamiento de Magnolia, con todo, nos suena un tanto familiar a los seguidores del cine independiente norteamericano: narrar la vida de varios personajes en un espacio de tiempo concreto (en este caso un día) y una única ciudad (Los Angeles). Sin duda el primero que rompió el hielo con este esquema fue Robert Altman con su gran obra maestra Vidas Cruzadas (Short Cuts, 1993), en la cual hacía, por cierto, un encaje de bolillos de diferentes historias del padre del realismo sucio norteamericano Raymond Carver. Más recientemente nos hemos encotrado títulos tan sugerentes como Happyness (donde vemos la parte obscura del sueño americano), incluso la británica Wonderland, aunque en esta ocasión ambientada en Londres.

Toda esta cantidad de precedentes, (se podrían citar aún más) hacen perder un tanto lustre a la arriesgada propuesta de Anderson. En efecto el resultado suena un poco a déja vu, sobre todo por las enormes analogías que tiene con la película de Altman: ambas duran tres horas, en ambas nos encontramos fenómenos naturales (que no lo es tanto en este filme) trascendentes en la historia, ambas ocurren en Los Angeles, en ambas aparece Julianne Moore, ambas pretenden ser una dura crítica social…Sin embargo, para contrarrestar todos estos homenajes (llamémoslo así) que se le han escapado al joven director, el estilo visual en ambas es radicalmente diferente: mucho más poético y estilizado en Magnolia. Al trepidante prólogo (uno de los más brillantes visual y narrativamente que yo recuerdo haber visto), le sigue el ya conocido relato coral: ir contando la vida de una decena de personajes a pequeños retazos, haciendo hincapié en ocasiones en los personajes que van adquiriendo mayor protagonismo: un policía que se enamora de una drogadicta, un veterano y enfermo presentador de un concurso televisivo (y padre de la anterior), un anciano que agoniza en su lecho de muerte, su joven y atormentada esposa, un gurú televisivo que enseña autoestima, un niño prodigio que participa en el programa del enfermo presentador, un antiguo niño prodigio que es despedido de su empresa y que se enamora de un camarero… Toda una caterva de personajes que poco a poco van entrando en relación los unos con los otros de una manera más o menos natural.

A modo de apoteosis hacia el final de la película nos encontramos con una lluvia un tanto especial, que no voy a desvelar aquí, pero que os puedo asegurar que es de esos momentos que sorprenden e impresionan al espectador más curtido en las más diversas batallas fílmicas. No es de extrañar que no la nominaran a mejor película. Es demasiado corrosiva para los adocenados críticos de la Academia.

Si la película no es más brillante es por los procedentes que hemos relatado aquí (algo parecido a lo que le ocurre a Casino de Scorsese, que a pesar de su brillantez, queda un tanto deslucida al ser tan parecida a su Uno de los nuestros), y en especial por su excesivo parecido con el filme de Altman. Con todo Anderson sigue demostrando que tiene un talento poco común en el cine americano actual (Altman hizo Vidas Cruzadas con más de setenta años y él apenas tiene treinta) y que en un futuro se pueden esperar grandes cosas de este muy prometedor director. Lo único que esperamos que no le ocurra como a Gus Van Sant y tantos otros directores independientes, que una vez que son engullidos por la maquinaria hollywoodiense pierden toda ambición e interés artístico.