Una
Historia de Violencia
Y
además, mala
"Una
obra maestra de emociones puras y viscerales" (Manohla
Dargis: The New York Times)
"Un
prodigio de película" (Salvador Llopart: Diario
La Vanguardia)
En la tan celebrada y revisitada
década de los años ochenta, a los que no teníamos
edad para vivir la Movida Madrileña a tope con la heroína
o para celebrar la llegada de la libertad con una promiscua conducta
sexual animada por ese morboso aliciente que es el Sida, no nos
quedaba otro remedio que gastar las horas tirando piedras a los
trenes. Día sí, día también. Pero de
vez en cuando, para no saturar el hipotálamo obligándole
a segregar serotonina siempre con el mismo estímulo y terminar
aborreciéndolo, pues reuníamos unos duros y nos acercábamos
al templo del saber, al ágora de la cultura: el videoclub.
Este fascinante negocio se nutría,
como es normal, de la industria habitual de Hollywood, pero por
lo menos un 50% de su material acostumbraba a ser lo que se conocía
como serie b, es decir: mierda. Mierda americana, sí, y en
especial, mierda italiana. Cine post apocalíptico, películas
"S", terror charcutero... había un maremagnum de
porquería filmada de toda clase y estilos, pero en todas
ellas subyacía una misma serie de ideas: el mundo está
podrido, tu chica o tu familia es casi tan importante como tu coche
y la única forma de resolver los problemas es empleando la
violencia por tu cuenta al margen de la ley. En resumen, un neofascismo
soterrado, aunque muchas veces en absoluto oculto, bastante simpático,
del que surgieron rentables carreras como la de Charles Bronson,
Chuck Norris o Steven Seagal, el karateka ecologista.
Pues
Cronenberg, cuyas películas siempre habían estado
en la estantería de enfrente al género "Yoyah",
en “Terror y Casquería”, con una Historia de
Violencia, por fin se ha atrevido a dar el salto al género
hermano. El más elevado de los valores, la familia, defendido
a base mamporros. Poco más hay. Lo que ignoramos es si, una
vez rodada la película, ahora que ya sabemos que Clint
Eastwood trabaja con un guionista
navarroaragonés, Crobenberg se habrá acercado
a uno de esos pequeños y polvorientos pueblos manchegos de
tres habitanes, le habrá puesto la película al octogenario
que mira pasar los coches por la general sentado en la puerta de
su casa y le habrá preguntado: ¿qué le sugiere
la reflexión que plantea el film, qué título
le pondría usted? con lo que el anciano señalaría
sabiamente: "¡Quía! esto más que una historia
de violencia no es ¿yo qué nombre le pondría?
pues nada: Una Historia de Violencia, pa´qué vas a
darle más vueltas, zagal."
Lo curioso es que no hay que engañarse,
Cronenberg nunca ha sido un director de apetitosa basura propiamente
dicho. Todas sus películas han hurgado en personalidades
turbias con bastante originalidad. Siempre le han ido los excesos
fílmicos y el tío tenía su marca de calidad
celosamente distinguida. Por eso llama la atención que ahora
aparezca con una película tan zafia que ni “Destroyer,
Brazo de Acero”.
La cinta está bien filmada.
Atrapa al espectador y posee cierto suspense. El problema es que
los dos o tres giros del guión más importantes se
resuelven siempre de la misma manera: a base de hostias. Pero, además,
qué clase de hostias, la envidia de Van Damme. Es una pena
que un director tan gratamente retorcido habitualmente, ofrezca
una historia tan pobre donde algo de lo que se puede sacar tanto
jugo como es la violencia, aparece tratado en clave de Tortuga Ninja.
Por no hablar del “aserejé” que el protagonista
se marca en los minutos finales para esquivar una ráfaga
de balas. Pero todo este despropósito tiene una razón.
De entrada, que el guión no es suyo. Desgraciadamente, es
la adaptación de un cómic. Y es que hay tebeos que
nunca deberían abandonar el papel. Ejemplos, y recientes,
no faltan.
Mas sorpresas te da la vida, resulta
que Una Historia de Violencia, según la crítica, es
un peliculón. Steven Seagal, que propone argumentos de la
misma ralea desde hace muchísimos años, con unos efectos
sonoros cuando se machacan cráneos igual de logrados –pisando
con saña Rufles, Doritos e incluso cacahuetes-, tiene que
estar que trina, porque si esta película la protagoniza él,
le cae media estrella de calificación, o ni eso, con mayestático
desprecio por parte del crítico, al que le jode, además,
perder el tiempo en ver chorradas.
Por
lo menos, cuando la historia falla y la interpretación del
protagonista es tan hierática (Viggo Mortensen “Aragorn”
en el Señor de los Anillos –maño tenía
que ser el animalico) como la de un actor de telefilms de sobremesa
de Antena 3, lo menos que puede pedir uno para aprovechar los seis
euros de vellón es el último refugio del cinéfilo:
mujeres en cueros. Cronenberg, seguramente consciente del truñete
que estaba perpetrando, nos muestra a la grácil María
Bello (“Anna Del Amico” en Urgencias)
de los pies a la cabeza pasando por el felpudo –y es una espátula,
por cierto.
En resumen, la película no
es más que un tipo al que le persigue su pasado y se lo quita
de encima a base de kung-fu y metralleta. La lectura que se extrae
¡oh, qué mensaje de altura! Es que la violencia engendra
violencia, porque el hijo de Aragorn, al ver a su padre tan animoso,
se pone a masacrar compañeros de clase en lo que es ya toda
una orgía de aplastamiento de frutos secos como SFX. Fíjese
Usted qué cosas más profundas se aprenden en el cine.
El consejo que daríamos en
esta Santa y Definitiva Casa, es que, David, si te tienes que marcar
una historia absurda que sólo puede ofrecer morbo barato
y descastado, haz como otros genios contemporáneos cuando
se enfrentan a tan duro reto: tira el guión al aire y graba
la película en el orden en el que has recogido las hojas
del suelo, que sin despeinarte, seguro te sale una obra aún
más “maestra”, como un 21 Gramos de nada, sin
ir más lejos.
Álvaro
(LPD)
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