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Dancer in the Dark

Dinamarca / Francia, 2000

 

Es justo dar al César lo que es del César. Si en su momento metimos buena caña al amigo Von Trier por sus últimas películas, en especial la sobrevalorada Rompiendo las olas, es justo también reconocer que la película que aquí nos ocupa es una excelente cinta y, sin que sirva de precedente, se merece la enorme retahíla de premios que ha ganado. Paradójicamente Dancer in the Dark guarda un considerable paralelismo con su antepenúltimo filme, (Los idiotas es una película tan coyuntural que no merece excesiva atención), pero todo lo que en aquella resultaba grotesco, excesivo e inverosímil, en esta, mucho más acertada en sus planteamientos (una emigrante checa que trabaja en una fábrica en Estados Unidos, está perdiendo la vista y recrea sus propios números musicales para evadirse) se torna lúcidamente acertado, original.


El estilo visual es el que nos tiene acostumbrado el director en sus últimos largos: cámara en mano, formato digital, no respeto por el raccord… un cine barato, directo, crudo, estilísticamente inspirado en el manifiesto Dogma 95 (del cual el propio Von Trier fue fundador), pero que afortunadamente supera las enormes limitaciones que planteaba este curioso manifiesto (del cual, por cierto han salido excelentes películas como Celebración) que últimamente parece haber quedado más en lo anecdótico que otra cosa.

Lo que sí es cierto, que Lars Von Trier no se deja encasillar fácilmente y que cambia de estilo con una facilidad pasmosa (lo último que se podría esperar de él era un musical), es capaz de lo mejor y de lo peor, y a buen seguro no deja indiferente ni a crítica ni a público. Este filme, sin ir más lejos, ha dividido tajantemente a ambos entre detractores y partidarios.

Entre lo más destacable de la película la interpretación de Björk en su única incursión en el mundo del cine, su excelente voz riega todos los números musicales, concebidos con una brillante puesta en escena y una coreografía que se adecua a las necesidades de los mismos. En especial destaca el tema "I've seen it all", de una enorme belleza tanto musical como plástica, es el momento más acertado del filme y probablemente una de las secuencias a recordar del cine de los últimos años y coincide, además, con un punto de inflexión de la acción: la protagonista se ha quedado definitivamente ciega y a partir de ese momento los acontecimientos de desencadenan en su contra, lo cual no será óbice para que ella persista en su propósito de invertir todo el dinero que tiene en una operación para que su hijo no se quede ciego como ella.

Sin embargo no todo es tan elogiable en un filme tan controvertido, muchas de las decisiones de la película son un tanto cuestionables: a mí no me acaban de convencer estos escarceos con el cinema verité bastante molestos para el espectador (no respeto por los raccords, saltos de eje, cámara al hombro constantemente en movimiento, desenfoques y reenfoques como si de un vídeo casero se tratara…). No es que servidor sea un purista de las formas clásicas (para eso ya tenemos a Garci), pero creo que un cierto respeto de la estética de la película siempre se agradece. Se puede hacer una película con un estilo muy realista como lo hace Ken Loach o Robert Guedigan sin tener que recurrir a ciertos desmanes de los que gusta el director danés. También se le puede reprochar a la cinta el tono dramático excesivamente subido de tono, sin una justificación aparente si no es por la obsesión del director de los dramas extremos (como ya ocurría en Rompiendo las olas). Para ser una película (relativamente) musical su tono es de un dramatismo desgarrador que acaba sobrecogiendo al espectador como pocas películas en los últimos años. Un castigo que quizá no se merezcan algunos espectadores que simplemente iban a ver la película de su cantante favorita.