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American Beauty

Estados Unidos, 1999

 

En ocasiones resulta curioso comprobar cómo funciona la maquinaria hollywoodiense de cara a los Oscar: la mayoría de las veces antes de encarar la recta final de las nominaciones ya suele haber una favorita que va recibiendo premios de diversas asociaciones y que, irremisiblemente, acaba ganando la estatuilla a la mejor película. Sin embargo, tanto el caso de este año, como el del pasado con Shakespeare in love (joder, ya no traducen ningún título, lo que es el esnobismo), aún siendo dos películas que cumplen con lo dicho anteriormente, constituyen sendas excepciones a las películas de Oscar.

Y es que American Beauty es un producto bastante insólito dentro del cine comercial americano, producida por la Dream Works de Spielberg –quien precisamente perdió en la edición anterior con su efectista Salvar al soldado Ryan– la dura crítica al American Way of Life, así como algunos de los papeles que aparecen en la película, se salen con mucho del estereotipo de comedia ácida norteamericana.

En especial destaca el personaje protagonista, interpretado por el multilaureado Kevin Spacey, quien borda el papel seguramente porque se trata de un personaje hecho a su medida: un cuarentón periodista, que vive con mujer e hija en uno de esos maravillosos adosados, de los que salen siempre en las telecomedias norteamericanas de sobremesa y cuya aparentemente perfecta existencia se demuestra como una auténtica mascarada: odia su trabajo, su mujer es una trepa egocéntrica insoportable (una también muy creíble Annette Bening) y con su hija no tiene demasiada comunicación, entre otras cosas porque el personaje de Spacey se queda embobado con su lolítica amiga cada vez que le invita a casa.

También es cierto que la película no puede evitar ciertos tópicos del género: sus vecinos son: una pareja de homosexuales encantadores y un estricto militar retirado que tiene verdadero terror a que su hijo pueda ser de los de la acera de enfrente, (en este caso la misma acera, pero un par de casas más abajo). La verdad es que en la película se insinúan varios temas —como el lío entre Spacey y la adorable Lolita o la más que evidente homosexualidad latente del vecino militar— que quedan a medias y no satisfacen las expectativas creadas.

Con todo, y obviando algunas de las torpezas visuales con las que Sam Mendes nos obsequia reiteradamente a lo largo del filme, hay que reconocer que en esta ocasión el Oscar a la mejor película ha ido a una cinta bastante aceptable, claro que no han llegarán al extremo de concedérselo a una película como Happyness de Tod Sdolonz, que llega mucho más lejos que esta y que por lo tanto, difícilmente podría tener el reconocimiento de la industria. Y es que eso de mirar la mierda que tenemos en casa no es demasiado agradable…