15
minutes
Espectaculares
las novedades cinematográficas de cine de autor norteamericano
alejado de las pautas al uso de corrección política.
Si la falta de maniqueísmo de Traffic la convertían
en una oda al convencionalismo la reciente cinta de acción
con la que nos ha regalado Robert de Niro, 15 minutes, huye tanto
de los tópicos que acaba por convertirse en una oda al fascismo.
Eso sí, sin maniqueísmos.
El
siempre agradecido mundo de las relaciones entre periodistas dedicados
al amarillismo en materia de sucesos y los valientes defensores
del orden es el marco en el que se desarrolla el trillado argumento
de la película. Los medios de comunicación sensacionalistas
en Estados Unidos cuentan con espacios específicos dedicados
a los sucesos, crímenes sangrientos y relatos de perrerías
varias de las que son objeto los niños de tal o cual lugar.
Estos programas son lógicamente inexistentes en España
dado que los propios informativos de las distintas cadenas proporcionan
a los ciudadanos todo lo que pueden desear sobre estos turbios asuntos.
Pero el subdesarrollo político y mediático de los
estadounidenses relega a un injusto segundo plano a estas verdaderas
obras de servicio público televisivo. En este mundo nos introduce
15 minutes, planteando y resolviendo las clásicas preguntas
que sobre el particular pueden llegar a realizarse las mentes bienpensantes:
- ¿Hasta
dónde? Hasta donde se pueda. Si es posible mostrar una muerte
en directo pues se hace. Cadáveres y la posterior intervención
policial deben ir indisolublemente unidos.
- ¿Existe una retroalimentación policial-mediática?
Por supuesto. Del mismo modo que un buen juez o un honrado policía
adquieren popularidad filtrando información a la prensa ésta
debe su éxito en ocasiones a, precisamente, lograr la primicia
gracias a las filtraciones de rigor.
- ¿Dónde queda la moral social? Por los suelos, evidentemente.
Es
lícito plantearse qué demonios aporta la película,
pues para dar respuestas obvias a preguntas poco originales podrían
haberse ahorrado el esfuerzo. Y aquí hemos de confesar la
radical valentía del equipo realizador del film, que va más
allá y logra transmitir un mensaje totalitario de los que
hace tiempo que no presenciábamos.
Los
inevitables rusos-eslavos malignos que vienen a perturbar la tranquilidad
del buen pueblo americano no deben enfrentarse únicamente
a la estructura del sistema (evidentemente podrida). Sus enemigos
son también el muy mediatizado poli representado por Robert
de Niro, que explota los resquicios del modelo de star system policial
para hacer el bien y, sobre todo, un joven policía presto
a demostrar que la decencia puede siempre estar a salvo. Este jovenzuelo,
experto en análisis de actividades piromaniacas criminales,
nos demuestra que la inteligencia no está reñida con
la labor policial ni, sobre todo, con la brutalidad y la toma de
justicia por la mano. A ello se dedica durante todo el metraje,
ora dejando a negros atados a árboles, ora liándose
con testigos, ora descargando todo el cargador en el cuerpo del
malo de la película (algo que trata de hacer en varias ocasiones
y acaba realizando con delectación). Un nuevo perfil de "bueno"
cinematográfico que promete reportar grandes satisfacciones
si se generaliza.
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