Aquí
Kubrick
Frederic
Raphael
Como
suele ocurrir tras la muerte de un personaje famoso, los siempre
despiertos editores se lanzan a publicar libros que se aprovechan
de la necrofilia de los cinéfilos para servirles en bandeja
de plata los más diversos títulos sobre el recientemente
fallecido, con la seguridad que da el fallecimiento para el tirón
en las ventas.
Esto
ocurrió hace poco más de un año con uno de
los grandes directores de la historia del cine: Stanley Kubrick.
Dio la casualidad de que su muerte se anticipó en unas semanas
al estreno de su postrera película, Eyes wide shut, hasta
tal punto que por aquel entonces se especulaba con que la película
no estaba totalmente montada, y conociendo el carácter del
norteamericano no me extrañaría que en uno de sus
arrebatos hubiera modificado totalmente el montaje, lo mismo que
hizo con el rodaje que se tuvo que repetir parcialmente después
de finalizado porque no le convencían en absoluto las interpretaciones
de dos prestigiosos actores norteamericanos que fueron sustituidos
teniendo que repetir todas las escenas en las que aparecían
ellos.
Este
perfeccionismo rozando casi el delirio es descrito con gran acierto
en el libro del guionista del film, Frederic Raphael, quien colaboró
con Kubrick durante casi un año y medio. Raphael era un guionista
de una vasta trayectoria (autor del brillante texto de Dos en la
carretera (Two on the road)) que no estaba atravesando un gran momento
cuando Kubrick le llama en 1994 para proponerle trabajar con él
en su nuevo proyecto. El secretismo con el que Kubrick lo lleva
todo sitúa al guionista al borde del desespero, sin embargo
todos los intentos de abandonar el proyecto se ven superados por
su enorme admiración hacia el director, admiración
profesional que no lo es tanto en lo personal, ya que describe al
director de Eyes wide shut como alguien inaccesible, encerrado en
su mansión de la que no salía jamás si no era
para rodar -todas las citas acudían a su casa, incluido el
matrimonio Cruise que se trasladó allí en un alarde
de humildad en un bonito helicóptero-, imprevisible (lo mismo
estaba encantado con el guión, que no le gustaba en absoluto),
huraño y con unas manías que sólo se pueden
permitir los que han llegado a una categoría casi extraterrestre.
Uno se pregunta si vale la pena tener tanto dinero (no era ni mucho
menos de los mejores pagados de Hollywood, pero dinero no le faltaba,
desde luego) y llegar una cima tan alta en lo profesional para convertirse
en lo que se describe aquí.
El
libro se lee con interés y es especialmente recomendable
para los admiradores del director y los aspirantes a guionista,
que encuentran aquí el ejemplo de un reputado escritor que
tiene que torcer la pata constantemente y renunciar a sus pretensiones
frente al poderoso ego que tiene enfrente, quien sin tener las ideas
muy claras de lo que quiere - y esto es quizá lo que más
sorprende del libro, lo enormemente dubitativo que se muestra el
genio-, sí parece tener bastante claro lo que no quiere.
El
único reproche que se le puede hacer al libro viene asociado
a lo que comentábamos más arriba, huele a texto escrito
con cierta premura a partir de la muerte del propio director. Quizá
por ello le falte cierta coherencia: empieza escribiendo en formato
de guión, para continuar con una narración convencional,
añadiendo luego fragmentos de su diario, retomando en ocasiones
el estilo guionístico
una falta de coherencia interna
difícilmente perdonable para tan cultivado escritor.
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