El
malestar en la globalización
JOSEPH
E. STIGLITZ
Joseph
E. Stiglitz es un importante economista norteamericano galardonado
en 2001 con el Premio Nobel de Economía, que en el variado
arco ideológico que podemos encontrar en la sociedad norteamericana,
el famoso "melting pot", podríamos catalogar de
"liberal" según la terminología estadounidense,
es decir, un "rojo", o de "centro derecha" si
adoptamos la decadente perspectiva europea.
Como
tal rojo, Stiglitz fue durante varios años asesor en asuntos
económicos del presidente Bill Clinton, que como todos Ustedes
saben fue precursor de la mejor idea de la izquierda en los últimos
años, las coaliciones rojiverdes, aunando en este caso las
dos características, rojo y verde, en una sola persona.
Con
estas credenciales, Stiglitz acabó siendo vicepresidente
del Banco Mundial, institución que se dedica a desarrollar
proyectos de ayuda al Tercer Mundo mediante créditos asequibles
y que, por estos misterios que tiene el complejo mundo de hoy en
día, es uno de los principales enemigos del Movimiento Antiglobalización
(claro que en su nombre reza la palabra "Banco", y eso
no deja de ser una provocación para según qué
ideólogos de baja estofa). Tras su experiencia, y una vez
conseguido el Nobel, Stiglitz se dedica a lo que todos los sabios
que han sido galardonados con tal honor: dar conferencias y publicar
ensayos superventas.
El
bestseller de Stiglitz se comporta como tal desde el mismo título,
pues si "El malestar en la globalización" podría
sugerir que el autor se parará a explicarnos los principales
problemas de corte económico que aquejan a la globalización
tal y como está planteada para que pueda ser aceptada como
beneficiosa por los desposeídos, en realidad todo el libro
se trata de una suerte de vendetta de Stiglitz contra su enemigo
público número uno durante los años en que
desempeñó los citados cargos públicos: el Fondo
Monetario Internacional.
Así,
la idea central del libro es que "la culpa de todo la tiene
el FMI". Como si esta institución cumpliese el papel
del PNV en la política española y fuera capaz de enviar
toneladas de chapapote a nuestras costas, ser amiguitos de los violentos
y gastar sin freno para evitar que el Gobierno pueda contener la
inflación, todo al mismo tiempo, Stiglitz desarrolla a lo
largo de todo el libro una crítica implacable de la institución,
a la que acusa fundamentalmente de una cosa: el FMI se mueve por
razones ideológicas en sus planes para "salvar"
a los países en dificultades, defendiendo una ortodoxia ultraliberal
(liberalizar y privatizar ante todo) contra viento y marea que,
en la práctica, se revela en la mayor parte de las ocasiones
como contraproducente.
Stiglitz
ofrece abundantes ejemplos de los errores cometidos por el FMI en
los últimos años, particularmente los dos casos más
palmarios: la crisis asiática y el tratamiento posterior
de los problemas económicos de Rusia cuando la crisis, en
parte gracias a los errores del FMI, se extendió a este y
otros países (como Brasil). Stiglitz no se recata en recordar
que los países que no siguieron las políticas del
FMI (como Malaisia) obtuvieron resultados mucho mejores que los
que mantuvieron una estricta observancia de la ortodoxia (Tailandia).
Por
supuesto, Stiglitz tiene razón en sus críticas. El
FMI mantiene un discurso invariable, una especie de dogma de fe
que llevará a los países con problemas a una idílica
Tierra Prometida, pero como cualquier Pueblo Elegido, los países
que no tienen más remedio que hacer caso al FMI acaban pasando
por una dolorosa travesía del desierto durante 40 años
para, al final, descubrir que adoraban a un becerro de oro y descubrir
que, en realidad, están mucho peor que antes.
La
pregunta es si para decirnos que el FMI es muy malo y no tiene ni
la menor idea de lo que habla era preciso escribir un libro de título
tan rimbombante. Sin duda, sí era preciso, al menos, venderlo,
pero no mucho más, pues cualquier persona que lea la prensa
de vez en cuando sabrá, sin lugar a dudas, que el FMI es
muy malo y no sabe lo que hace. ¿Cómo, si no, se explica
que detrás de cada "plan de salvamento" del FMI
acabe apareciendo otro plan, y luego otro, para cada vez liberalizar
más, privatizar más, y acabar ahondando los problemas
del país?
En
este libro, más interesante que el "qué",
por tanto, es el "cómo", los motivos exactos por
los cuales el FMI se equivoca una y otra vez. Tampoco es que Stiglitz
descubra el Santo Grial contándolo, pero al menos describe
muy bien los procesos económicos por los cuales el FMI destruía
más que construía, que se resumen en el siguiente
dogma revelador: es sintomático que ni siquiera los países
más poderosos y con economías más sólidas
del mundo sigan al pie de la letra las ideas del FMI, que se basan
en el axioma de que el mercado es perfecto y cuanto menos Estado,
mejor. Lamentablemente, los mercados, sobre todo cuando hablamos
de países en condiciones precarias, distan bastante de ser
perfectos, y la apertura a ultranza de un mercado debilitado por
una crisis, al que el Estado le niega toda ayuda (pues el FMI, a
diferencia de Stiglitz, tiene poco de keynesiano y no cree en aquello
de "enterrar dinero en la playa para que lo encuentren los
niños" o su correlato lógico, construir bombas
nucleares para aterrorizar a los enemigos, es decir, que el Estado
gaste para reactivar la economía), genera varios efectos
perversos, como la enorme corrupción en las privatizaciones
(llevada a cabo en Rusia por parte de Yeltsin y su famosa familia)
o el ataque de los especuladores a monedas en estado de virtual
desamparo.
Más
interesante, sin duda, habría sido ahondar en una cuestión
fundamental que explica la obvia asimetría en que se está
desarrollando el proceso de globalización económica,
que Stiglitz aborda sólo de pasada y que, en mi opinión,
es la raíz del malestar: la globalización, hasta ahora,
ha eliminado aranceles en los productos en los que el primer mundo
es competitivo pero los mantiene en los únicos en los que
los países subdesarrollados tienen algo que decir, esto es,
materias primas y productos de primera necesidad generalmente asociados
a la agricultura, revelación por la que espero que me concedan
el Premio Nobel de Economía (o, por qué no decirlo,
el de la Paz, que total pagan lo mismo y viste más) de 2003.
Mientras la Unión Europea y Estados Unidos continúen
con su proteccionismo a ultranza en estos sectores, subvencionando
a manos llenas a los agricultores, por ejemplo, para que sigan manteniendo
artificialmente una producción sin futuro en un mercado sin
aranceles, la cuestión está clara: la globalización
es el último invento para que nosotros sigamos vendiendo
pero de comprar nada, oiga, a ver qué se han creído,
¿que somos unos filántropos impenitentes?
Guillermo
López (Valencia)
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