ESPAÑA
SIGUE YENDO DE PUTA MADRE MARZO
DE 2003
20/03/2003:
Otro "mejor amigo" de nuestro campechano monarca, a
la trena
Es
ciertamente fascinante el tino que viene demostrando nuestro Jefe
de Estado a la hora de elegir amigos y consejeros en asuntos económicos.
El Monarca de todos los españoles, este Rey campechano
y desprendido a quien todos amamos y por el que profesamos un
cariño sólo parangonable a la admiración
que nos suscita su labor, cuenta por condenas sus elecciones en
la materia. Con una notable excepción, la de Prado
y Colón de Carvajal. El que fue primer asesor en materias
que aunaban la divertida francachela y la realización de
operaciones financieras lúdico-festivas era y es un artista
sin tacha. Especialista en moverse en los difuminados vericuetos
entre lo público y lo privado que se producen en las relaciones
económicas de las Casas Reales de las democracias representativas,
sólo ha pisado los juzgados, hasta la fecha, en condición
de testigo. La fortuna del Rey de España, sea magra y humilde
como dicen los apologetas de esta Monarquía de bajo coste
y todavía menor solidez intelectual que tenemos, sea bastante
más extensa, como últimamente ha venido siendo publicado
en las famosas listas sobre el patrimonio de Jefes de Estado y
de Gobierno de todo el orbe, está en este punto, al parecer,
bajo la salvaguarda y garantía de los manejos de un tipo
al que, hasta la fecha, no se le ha podido probar nada. O, cuando
menos, al que no se le ha podido probar nada en sede judicial.
¿Alguien necesita más en el mundo en que vivimos
para poder poner la mano en el fuego por Prado?
Diferente,
en cambio, ha sido el destino de otros asesores e incluso de asesores-amigos
del Borbón. Y, siguiendo la estela de De la Rosa o del
añorado Mario Conde, acabamos de enterarnos de que el prohombre
de las finanzas que había sustituido al banquero caído
en desgracia en el corazón y la cartera de Juan Carlos,
Alberto Alcocer, acaba de ser, también, condenado. Junto
con su primo Alberto Cortina, al parecer, urdieron una compleja
trama para estafar a unos socios. Una cosa de "ingeniería
financiera", dicen los periódicos, muy complicada.
Por lo visto los Albertos tenían un solar con otros señores
y pactaron venderlo. Los Albertos se encargaron de negociar y
de fijar un precio de venta. Una vez determinado éste modificaron
(¿falsificaron?) el documento para hacer creer al resto
de socios que el precio que habían logrado era menor. Éstos,
suficientemente contentos, dieron el visto bueno y recibieron
lo que en realidad era sólo una parte de lo que los compradores
habían ofrecido. El resto, claro, acrecía los beneficios
de los Albertos.
El
asunto nos llama la atención porque no entendemos muy bien
dónde está la "compleja ingeniería financiera"
de la que habla la prensa. Sorprende también que el Supremo
haya tenido que "desenmarañar una compleja madeja
jurídica" en un asunto "muy técnico"
para llegar a condenar. Así, desde fuera, parece que la
cosa es bastante sencilla. Eso mismo, al parecer, pensaban los
propios Albertos, que nunca tuvieron conciencia de hacer algo
malo. A fin de cuentas los socios de provincias, ¿por qué
han de recibir el mismo precio por metro cuadrado que ellos?,
¿acaso no fue el buen nombre y la acrisolada honradez de
los Albertos lo que posibilitó la operación? Esta
poderosa lógica, que ha dejado indiferente al Supremo,
nos conduce a una inquietante constatación. O a varias.
Porque,
de una parte, el porcentaje de "mejores amigos" de nuestro
querido Borbón que han sido condenados se empieza a acercar
inquietantemente al de los capos mafiosos del Chicago de principios
del siglo pasado. ¿Tendrá un mal tino especial el
Rey? ¿O será que a su vera y a la de ciertos personajes
existe la sensación de que "todo vale"?
Pero,
todavía peor, ¿en qué país vivimos
que por unas fruslerías de nada se condena a los amigachos
del Jefe del Estado? ¿Es esto normal? Porque ya no hace
falta apelar a presiones que, al menos teóricamente no
existen. Es que simplemente acudiendo a la propia psicología
de cualquier juez no es difícil darse cuenta de que condenar
a ciertas personas, por motivos obvios, cuesta más. Y sólo
si está muy claro se hace. Como es el caso, ya que los
medios de comunicación ni habían dado cuenta del
asunto hasta la fecha. Estaba claro que nadie quería una
condena. Y, sin embargo, ésta ha acabado por llegar. ¿No
estaremos en un país donde los amigos del Monarca no sólo
delinquen sino que además lo hacen con tanto descaro y
reiteración que incluso estando en su situación
la cosa reluce tanto que acaban siendo condenados?
ABP
(València)