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ESPAÑA SIGUE YENDO DE PUTA MADRE                  NOVIEMBRE DE 2003

 

26/11/03: Madrid y la solidaridad fiscal

En las últimas jornadas, al socaire del revuelo organizado por el exitazo del PPC (Partit Popular de Catalunya, denominación oficial) en las recientes elecciones autonómicas, se ha introducido en los medios de comunicación españoles (es decir, y perdonen Ustedes, madrileños) una divertida plaga: la afirmación reiterada y constante de que Madrid y sus ciudadanos pagan muchos más impuestos de lo que luego reciben en obras y servicios. Adicionalmente, se pone como ejemplo de solidaridad a Madrid y sus sufridos ciudadanos, que, se afirma, transfieren mucha más renta a las regiones pobres de España que los mismísimos catalanes.

La cosa no dejaría de ser un episodio gracioso reflejo de complejos freudianos si no fuera porque es, simplemente, una mentira de las gordas. No seremos nosotros, desde provincias, quienes osemos criticar la justicia de un reparto ideado desde hace siglos y perfeccionado por Franco, donde los impuestos de los españoles (de todos) riegan la prosperidad de tres regiones de forma manifiestamente desequilibrada (Madrid, Navarra y País Vasco, por este orden). Simplemente pretendemos, en este momento, dejar constancia de cómo es razonable que se sumen los euros que los ciudadanos nos dejamos en las distintas provincias españolas. Para que, al menos sepamos de verdad dónde nos movemos al margen de intoxicaciones.

Porque es verdad que, si a los presupuestos de las Comunidades Autónomas de Madrid y Cataluña nos referimos, el desequilibrio entre lo que pagan sus ciudadanos y reciben después es mayor en Madrid que en Cataluña. La Generalitat Catalana, entre otras cosas, recibe más euros por ciudadano que la Comunidad de Madrid (también tiene más competencias, pero bueno, dejémoslo ahí). Además, el maravilloso sistema mesetocéntrico impuesto a nuestra economía hace que las grandes empresas españolas (que sacan dinero de sus negocios en todo el territorio) paguen casi todos sus tributos en Madrid. De forma que, encima, Madrid es nominalmente más rico per capita como consecuencia de este efecto, lo que acrecienta la aparente injusticia. Ambos factores producen ese maravilloso desequilibrio del que alardean tanto los madrileños (¿producto de la mala conciencia?). Pareciera que, en efecto, la aportación de Madrid a la solidaridad es ingente, brutal, tremenda... mayor incluso que la de esos catalanes que tanto se quejan. ¿Y se oye acaso alguna queja desde Madrid? Si es que está claro que donde hay sentido de Estado y amor a la patria es en el centro. Estos periféricos, ya se sabe, siempre a la suya, los muy separatistas desagradecidos.

El “pequeño” problema es que estas cuentas no tienen en cuenta un factor divertido, como es ese pedazo 40% de gasto público que todavía está en manos del Estado y que en la suma de la vieja transcrita se obvia porque, ¿acaso no son los dineros del Estado de todos?, ¿acaso no repercuten los dineros que gasta la Administración Central del Estado en el bienestar de todos los españoles? Como mucho, cuando se sienten generosos, estos economistas aúlicos de la austeridad y sobriedad del carácter castellano, se avienen a tener en cuenta las inversiones en obras públicas que hace Fomento. No es muy grave pues dado el exiguo territorio de la Comunidad Autónoma de Madrid todas las maravillosas infraestructuras radiales (herencia decimonónica irracional en la que seguimos empeñados, ni siquiera Francia sigue en ello) que se acometen por y para Madrid parecen en realidad generosas inversiones en Ciudad Real, Guadalajara o Soria. A pesar de que todos somos muy conscientes de lo que son en realidad. ¿O alguien mínimente respetuoso con la verdad osaría afirmar que se trata de infraestructuras destinadas a servir a esas poblaciones? ¡Pero si hasta se unen por autovía o AVE antes los destinos de veraneo de los madrileños (Málaga, Alicante, por poner dos ejemplos) que ciudades como Barcelona o Valencia!

Y, en cualquier caso, lo que en ningún momento se considera como dinero que va a parar a Madrid son todos los gastos que suponen los órganos de la Administración central del Estado y organismos públicos que, curiosamente, también están siempre en la capital. En esta forma tan divertida de hacer solidaridad y de construir España se entiende, por supuesto, que estos presupuestos dedicados a compras, obras, salarios, comidas etc. que se quedan en la capital no son dineros públicos que recibe Madrid sino un capital que nos es otorgado a todos.

La cosa es especialmente grave en España porque a nadie se le ha ocurrido que la sede de numerosos organismos públicos “centrales” (estatales, en puridad, pero hasta la denominación traiciona cómo se montan las cosas en este país) pueda estar, como pasa en numerosos países civilizados (en esto podría aprender Ánsar de los Estados Unidos, por ejemplo) o en la misma Unión Europea, en otras ciudades que no sean la capital. No. Ni pensarlo. La miríada de Administraciones independientes y organismos equivalentes se quedan en Madrid, con lo que ello supone a efectos económicos, pero no se computan en esas maravillosas cuentas de la vieja según las cuales, encima, los madrileños salen perdiendo.

Para más regodeo, como estrambótico fin de fiesta, se escucha de vez en cuando, junto a estas loas a la solidaridad ejemplar de Madrid, que sus ciudadanos son unas víctimas que “soportan las cargas de la capitalidad”. Pues que la repartan, la pesada carga, que la repartan. Que seguro que muchas provincias españolas están dispuestas a “sacrificarse”. Y, si no, que callen. Que es casi tan obsceno el espectáculo como el del cupo vasco o la disimulada juerga a cargo de todos que se corren los navarros. España es el único país del mundo donde las transferencias públicas interterritoriales sistemáticamente arrojan un saldo a favor de tres de sus regiones más ricas. Y que encima desde ellas se vanaglorien ciertos sinvergüenzas de semejante ejercicio de generosidad es algo que va más allá de lo soportable.

ABP (València)