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de los mercados
LA
CONSPIRACIÓN DE LA BANCA MUNDIAL CONTRA EL BUEN PUEBLO ESPAÑOL
TERCER
AÑO DE CAOS Y DESPLOME DESPUÉS DE VILLALONGA: 2003
10/6/03:
¿Necesita Alemania cambios estructurales?
Hace
unos años, cuando se marcaron los criterios de Maastricht,
podía verse a Theo Waigel, ministro de Hacienda alemán
en sucesivos gobiernos de Helmut Kohl, vociferando a los impresentables
países latinos que cuidadito con pasarse del 3% de déficit.
Siguiendo los criterios de Hans Tietmeyer y el Bundesbank, se marcaron
unos criterios ciertamente draconianos para entrar en la moneda
única y, en general, desarrollar la economía europea.
Tales
criterios respondían a un estado de la cuestión económica
ideal, ajeno a enfriamientos, recesiones y chapapotes naturales
de toda índole que en un momento dado pudieran afectar a
la economía. Comprimir, comprimir y comprimir, rebajando
salarios, reduciendo el gasto, enflaqueciendo al Estado, todo para
cumplir los famosos criterios: se trataba exactamente del mismo
manual de "Ediciones
FMI" que con tanto éxito se aplicara durante la
crisis asiática posteriormente globalizada para alegría
de rusos, turcos y argentinos, entre otros.
Unos
años después, al producirse la entrada en la moneda
única, ya pudo verse con claridad la falacia del corsé
que se había pretendido imponer a los países miembros:
Italia, Bélgica y Francia entraron, pero por la puerta falsa,
sin cumplir el criterio de la deuda pública (que tenía,
tiene, que ser menos del 60% del PIB, y en el caso de Italia superaba
el 100%) y muy probablemente tampoco el del 3% de déficit;
en la práctica, podía decirse que sólo Alemania
y España, la Alemania del Sur, habían hecho los deberes
(y ello a costa de vender prácticamente todo el sector público
rentable "por un puñado de Villalongas").
Años
después se descubrió retrospectivamente que la economía
alemana había estado años en manos de un loco que
ni "Loco" Palermo, Hans Tietmeyer, en sus buenos tiempos
conocido como "el inflexible", en plan piropo, por negarse
a cualquier tipo de componenda con los sucios y repulsivos asalariados
alemanes y europeos que se iban a la calle merced a su rígida
política monetaria; y se descubrió, sobre todo, que
Alemania, en el pasado adalid de los "criterios de convergencia
para países serios", es incapaz de cumplirlos y se encamina
directa hacia una recesión.
¿El
problema? Los gastos estructurales del Estado para mantener a millones
de pensionistas y parados, el escaso margen de maniobra inversor
para superar la crisis en plan keynesiano (porque, claro, si ahora
ya se pasan del 3% de déficit imagínense si les da
por endeudarse), el coste de la unión con el Este y, por
encima de todo aunque no se detecte como principal causa de la crisis,
la pérdida de competitividad, está provocando el hundimiento
de Alemania hasta límites insospechados.
Todos,
desde la derecha a la izquierda, coinciden en la imperiosa necesidad
de hacer reformas. Y estas reformas irían siempre en la misma
vía: reducir salarios y prebendas de los trabajadores para
eliminar el déficit y aumentar la competitividad, es decir,
una vuelta a las afamadas recetas FMI. ¿Y por qué
hay que rebajar salarios, "aumentar la flexibilidad" (es
decir, reducir aún más los salarios y aumentar la
precariedad laboral), y convertir al Estado en un mero gestor de
los impuestos que se limita a redistribuirlos entre el funcionariado,
sin margen de maniobra alguno para hacer lo que se supone que tiene
que hacer el Estado (ya saben, construir infraestructuras, legislar,
etc.)?
Nosotros
creemos que la crisis del Estado de Bienestar tiene, en efecto,
sus raíces en la globalización, pero sin caer en el
fácil, y a veces contradictorio, discurso antiglobalizador
"porque sí", pensamos también que la solución
no es desmantelar dicho Estado de Bienestar; bien al contrario,
este es el problema. Bajando algo a la tierra, el otro día
leía un asqueroso reportaje del diario El País sobre
la crisis de Alemania en el que se explicaba lo malos que eran los
alemanes, pues cobraban mucho por trabajar poco, comparándolos
con los sufridos países del Este, que por cuatro duros trabajaban
bien y permitían asentarse a las empresas alemanas, que huían
del integrismo recaudatorio del Estado y las excesivas exigencias
económicas y laborales de sus conciudadanos (figúrense
que en Alemania algunos creen que en un país como el suyo
la gente debería trabajar poco y vivir razonablemente bien,
en lugar de pasarse la vida trabajando para cobrar "lo justo";
unos cuantos latigazos es lo que necesitan). El problema, decimos,
no es Alemania; es Polonia.
¡Qué misterio! ¿Verdad? ¿Habremos encontrado
el bálsamo de Fierabrás que cura todos los males de
la economía preservando todos sus beneficios? Pues hombre,
la verdad es que no, pero tenemos nuestra
opinión al respecto, como todos.
Guillermo
López (Valencia)
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