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Este verano se ha estrenado en toda Europa una película alemana sobre Hannah Arendt, que confirma que a día de hoy cualquier objeto aparentemente sesudo y supuestamente abstruso, como es en este caso una trama que se centra en parte de la vida de una filósofa y su obra, acaba siendo mucho más entretenido, además de interesante, que las producciones comerciales hollywoodienses al uso, que tanto he defendido en el pasado como pasatiempo, pero que ahora ni siquiera son divertidas desde que se han llenado de excesos, persecuciones eternas y batallitas que parecen una coreografía de ballet pero con pistolas y así se han acabado convirtiendo en un tostonazo. Es cierto que la película en cuestión, al versar sobre la redacción y posterior controversia en torno a la narración que hace Arendt del juicio a Adolf Eichmann, un nazi de las SS encargado del transporte de judíos antes y durante la Segunda Guerra Mundial, primero hacia la deportación y luego hacia el extermino, cuenta con el comodín de tratar de nazis, que es un tema sin duda más bien popular. Pero, aún así, la esencia de la historia, de la reflexión en torno al libro Eichmann in Jerusalem tiene poco de tema fácil: es una historia sobre lo que Eichmann hizo o dejó de hacer, tratando de dejar constancia de lo que fue su proceso (y en parte de rectificarlo, ciñéndolo lo más posible a sus actos, y no a todo lo ocurrido, en contra de lo que fue el juicio real), a fin de delimitar hasta qué punto fue culpable o no (o, más bien, en qué grado lo fue) y, sobre todo, descontada efectivamente tal culpabilidad, a tratar de entender cómo se llega a poder realizar determinados actos. En este sentido en cuando Arendt, tras analizar los actos y psicología de Eichmann concluye que es un sujeto en el fondo muy poco interesante, más bien estúpido, poco dado a pensar por sí mismo, y acuña la famosa expresión de «la banalidad del mal» (el libro se subtitula «A report on the Banality of Evil») que se refiere, a partir de este momento, no ya únicamente a Eichmann sino que, de alguna manera, como se puede detectar a lo largo de toda la obra, aspira a cartografiar ciertas coordenadas de la abyección humana y, sobre todo, a entender cuál es la ruta que puede conducir a un individuo no particularmente malvado ni monstruoso a convertirse en un horrendo criminal de masas.
La película ha sido un éxito de crítica en general. A casi todo el mundo que conozco le ha gustado mucho. Sin embargo, a mí, habiéndome entretenido y habiéndome gustado también, me ha parecido por debajo de las expectativas (quizás, sencillamente, éstas eran muy altas). Básicamente porque me da la sensación de que está tratada de manera que la reflexión sobre la maldad genérica, que es lo realmente interesante que se deduce de toda la exposición de Arendt sobre Eichmann, queda muy difuminada y reducida en la película al supuesto intento de la filósofa de entender al criminal y de explicarlo, de contar al mundo sus acciones y culpas, de un modo diferente a la interpretación dominante. Que las cuestiones más de fondo, más genéricas, están más insinuadas, meramente esbozadas, que tratadas. Que la película restringe mucho lo que era la pretensión de Arendt, que desde un primer momento es más genérica que concreta. Aunque, quizás, ¿quien sabe? esto es un mérito de la película antes que un defecto, pues obliga al espectador a abirse paso menos guiado en esas consideraciones.
En esta misma línea, hay un segundo elemento tratado también, es verdad, en el film, la reacción de la comunidad judía e intelectual, muy virulentamente hostil con el tratamiento que hace Arendt del tema, que también me parece que desaprovecha parte de la historia. En la película esta parte se presenta esencialmente como la lucha de una persona obstinada y obsesionada con descubrir y exponer la verdad, una verdad que ella ve y otros no, frente a un mundo muy hostil que le recrimina que se aleje del consenso y que por esta razón la rechaza de muchas formas pero la suprema paradoja es que al hacerlo, en última instancia (y eso es algo que creo que la película no resalta lo suficiente) está dando la razón a una de las tesis, cuando no la tesis esencial de la obra de Arendt sobre la maldad humana en su forma más habitual, (esa maldad que es, recordemos, muy banal): es el miedo a estar fuera del rebaño, a alejarse de la norma, de lo que los demás esperan de nosotros, a pensar por nosotros mismos, a convertirnos en actores morales… lo que nos puede hacer con más facilidad caer en hacer las cosas mal, en hacer daño a los demás y, muy especialmente, en ser fáciles instrumentos del mecanismo esencial para que los regímenes totalitarios, deshumanizando a la gente al acostumbrarla a relevarla de esa enojosa necesidad de pensar, puedan lograr que mucha gente, incluyendo personas aparentemente «normales» puedan cometer los crímenes más abyectos.
Una connotación ésta mucho más interesante aunque ciertamente perturbadora, porque conduce a pensar en cómo de sencillo es que muchos, que tantos, puedan (¿podamos?) acabar siendo como Eichmann (guardando las distancias si se quiere, pero el problema moral no deja de ser el mismo)… y que de hecho lo seamos quizás muchas veces, en esencia (muchas más veces de lo que creemos, en nuestra cotidianidad, por mucho que, obviamente, respecto de asuntos menos esenciales y por ello con consecuencias afortunadamente menos terribles). Por eso, creo, desagrada todavía tanto hoy el libro de Arendt a mucha gente (bueno, por eso, entre los que se aproximan a él con espíritu abierto y pensante, luego están los que siguen en la manada de la banalidad, en este caso, supuestamente biempensante).
El tratamiento que hace Arendt de esta cuestión es lo más interesante de su libro y, la verdad, no tengo muy claro que en la película (o, al menos, tal y como yo vi la película) este tema luzca mucho, máxime por perder la ocasión de explicar las reacciones al mismo desde ese punto de vista. Para demstrar cómo ese germen de la gran maldad, justamente por banal, se aplica y funciona también en casi todo, en cosas menos importantes, en la banal persecución del que ha osado alejarse de la explicación no sólo dominante sino biempensante (y perdón por la reiteración). A mí esta derivada es a la hora de la verdad la que más me interesa. Por muchas razones, que supongo que tienen que ver con que tengo la suerte de no tener que enfrentarme a un régimen totalitario y, por esta razón, el mal se me presenta, social e individualmente, en su forma más banal y aparentemente inocua.
La primera de estas razones por centrar aquí mi interés es porque ello obliga a entender (o a tratar de entender) a casi todos los seres humanos, incluso a los que puedan haber cometido los actos más atroces, desde otra perspectiva. No desde la alteridad, sino a partir de un reconocimiento de que ciertas caídas (¿incluso las más horribles?, pues sí, eso acaba diciendo el libro) están al alcance de casi todos y que no llegar a ciertas simas en el comportamiento personal (cuando se dan las circunstancias que lo propician) tiene que ver con un intento y esfuerzo consciente de individualización. Lejos de lo que muchos critican a Arendt, esto no supone «desresponsabilizar» a nadie ni «justificar» a quienes acaban dejándose despeñar. Antes al contrario, la «desresponsabilización» se deduce, más bien, de presuponer que hay seres humanos buenos, malos, abyectos y mediopensionistas, que cada cual está en una categoría (la de los «buenos» se tiende a asignar a uno mismo, por razones obvias) y que en cambio los que entran en la categoría de «malos» han de ser tratados como algo totalmente distinto a nosotros porque ahí no podríamos entrar nunca. En este blog en alguna otra ocasión he hablado de esta cuestión, justamente a cuenta de Arendt y esta idea, reflejando las habituales lamentables confusiones que al amparo de una supuesta excelencia ética suelen producirse en estos debates. Está visto que no es una idea del agrado de todos afirmarlo, pero a mí no me parece en esencia tan diferente el comportamiento de la población alemana durante el nazismo (desde el punto de vista de sus razones para hacer lo que hicieron y su culpabilidad por «adaptarse» a la situación tratando de salir lo mejor parados posible) al de la población española y sus elites al final de la dictadura montando una transición como la que se monta (y, por favor, esto no es decir que quienes hicieron eso «son como Eichmann», como es obvio, sino simplemente que el mecanismo ético que funciona en uno y otro caso, para bien o para mal, no es diferente en su esencia). Como, al igual que ya he dicho antes, tampoco veo mucha diferencia en las dinámicas que dan origen al mismo y muchos comportamientos que eran la base que llevaba a estigmatizar el libro de Arendt. O los discursos y acciones que eran, por irnos a un tema más español y reciente, muy complacientes hace una década con el modelo económico y social de pelotazo imperante en el país… de igual manera que ahora exigen chivos expiatorios con atronadora pose de indignación moral. Porque, y eso es importante, esta gente que nada acríticamente a favor de corriente y además se pone al frente del pelotón de fusilamiento cuando toca lo hacen convencidos siempre, en todo caso, de su personal irreprochabilidad absoluta desde un punto de vista ético. ¡Faltaría más!
El libro de Arendt, pero no tanto la película (porque, ya digo, creo que no ahonda tanto en esta cuestión), es por ello en el fondo, no puede sino serlo, muy perturbador. Porque si el mal es tan banal, si depende de las circunstancias tanto, de no pensar, de dejarse llevar… el mal es también «fácil» y, además, resulta muy sencillo que haya muchos malos. Obviamente, como ella explica en este y en otros libros (Arendt tiene un también un tratado muy reconocido sobre los orígenes del totalitarismo), que haya muchos malos haciendo cosas realmente abyectas es mucho más difícil que simplemente esto de dejarse ir, requiere de más circunstancias y de un caldo de cultivo más complejo y poderoso. Pero la clave es que el requisito humano en las personas para que pueda pasar es atrozmente sencillo y poco exigente, lo que haga posible que pueda pasar… como de hecho ya ha pasado (no sólo una vez, además). Todo depende de que esa despersonalización por miedo, interés, por comodidad, se extienda más (o menos) de la cuenta y logre (o no) alcanzar ciertas esferas y niveles. Este es un pensamiento, claro, muy poco agradable. Pero Arendt lo desarrolla muy bien en el libro. Cuando habla, por ejemplo, de la población alemana y su actitud respecto de las atrocidades nazis… o cuando lleva la argumentación al extremo al explicar los mecanismos de la colaboración que los dirigentes judíos, aquí y allá, prestaron a los nazis en la liquidación de tantas personas de su propio pueblo.
Este tema, obviamente, aparece en la película pues es quizás lo que más polémica suscitó en su día (el hecho de que Arendt «osara culpabilizar a las víctimas», que es como se solía articular el reproche), pero de nuevo no tengo claro que se logre reflejar lo que creo que en el libro sí es claro: Arendt pone las acciones de los diversos Judienrat en ese contexto de despersonalización no tanto porque le interese demasiado señalarlos con el dedo sino simplemente como una prueba más, como la prueba máxima, de cómo de fácil es el contagio, de cómo de banal es la extensión de la enfermedad (en sus motivos, en las pocas barreras que encuentra, etc.). Y de nuevo, obviamente, esta constatación de un hecho no supone quitar responsabilidades ni personales ni colectivas a nadie. Al contrario. Por eso, de hecho, Arendt se adentra en los casos de resistencia, personal (de contados alemanes y también de algunos dirigentes judíos) y como pueblo (los casos de Italia o Francia pero sobre todo el danés o el sueco en Europa occidental y el notable caso Búlgaro en Europa oriental), para indagar en qué razones, en cambio, podían explicar que a veces los procesos de despersonalización no lograran relajar y hacer desaparecer ciertos límites. La discusión es apasionente y muy complicada en sus matices. Pero de lo que no se puede acusar a Arendt en ningún caso es ser simplista o cobarde. Y menos aún de tener «autoodio» o «culpabilizar a las víctimas». Quien así razona no entiende nada y desvía por ello la discusión hacia un tema menor y absurdo y por esta razón menos interesante que la discusión de fondo.
En todo caso, la película sí muestra a las claras una cosa (su misma existencia y orientación, de hecho, es la que lo hace): Hannah Arendt ha ganado sin duda la justa intelectual que desató con su libro. Es decir, a día de hoy, más allá de gentes interesadas en limitar su exposición a Eichmann y los nazis (o lo suficientemente obcecadas para no entender nada), parece claro que cualquier persona con interés en estas cuestiones comparte la idea central del libro: cómo de fácil y de escalofriante es que, sin perder en ningún caso la responsabilidad por ello, las personas inmersas en contextos de despersonalización y de tratamiento potente por parte de la masa, puedan llegar a hacer cosas horrendas sin ser monstruos sanguinarios ni psicópatas desatados. A día de hoy, de hecho, cuando se lee casi cualquier análisis sobre el libro de Arendt, como mucho, se le reprochan sus «excesos verbales», su mordacidad juzgada en ocasiones como excesiva y fuera de contexto, pero se suele reconocer siempre que sacó a la luz y se atrevió a exponer una gran verdad sobre la naturaleza humana… y la naturaleza del mal. Es una victoria en toda regla.
No obstante, a mí me parece que hay que empezar a reivindicar también, y en eso la película creo que también podría haber sacado más partido a la figura de la filósofa, la mala leche de Arendt como ejemplo paradigmático de esa manera de pensar y esa capacidad para buscar la verdad, cueste lo que cueste, que no sólo preconizaba sino que ejemplificaba. El libro es por momentos muy divertido justamente cuando afloran en algunos de sus pasajes esa inteligente mala baba. Los finales de capítulo, en ocasiones, destilan una hiriente mordacidad para con el comportamiento de los alemanes o de los propios judíos. Algo que, lejos de ser criticable, tiene mucho que ver con la necesidad, justamente, de afrontar con valentía intelectual la búsqueda de la verdad. O, al menos, de la verdad desde la coherencia personal ante los razonaientos y los hechos. Cuando Arendt se cachondea (y resalta el notable fenómeno de que nadie lo mencione siquiera) de que en el proceso a Eichmann en Jerusalén le pretendan endilgar responsabilidades porque las leyes de Nüremberg no permitieran a los judíos casarse con alemanes de sangre… en un país que en esos momentos impedía el matrimonio de hebreos con gentiles y que se negaba incluso a reconocer jurídicamente a los hijos de esas uniones, lo que está haciendo no es ser «ofensiva». Al revés, está ayudando a que quede claro que hay ciertas cosas que de tan evidentemente impresentables dan risa y que es por ello si cabe más llamativo el ominoso silencio con la que se las acoge por lo general. Estas denuncias, lejos de no tener que ser realizadas (también, por ejemplo, cuando pone como único ejemplo internacional comparado de la legitimidad de secuestrar en otro país a una persona y traértela a tu país para hacerle un juicio supuestamente «legal» el caso de… un comunista alemán raptado en Suiza por la Gestapo en 1934), al contrario, deben serlo. Y deben serlo, si es posible, de la forma más hiriente posible. Eso Arendt lo hacía fenomenal y no me parece en absoluto criticable, como digo, sino todo lo contrario. Además, ¡qué caramba!, así es mucho más divertido. ¡Quienes acusan a Arendt de no cortarse se lo tienen que hacer mirar!
Es más, y por acabar con una nota algo más jurídica esta entrada de inicio de curso, da la sensación, incluso, de que Hannah Arendt cuando escribió el libro sobre Eichmannn, antes que dejarse ir… se reprimió a la hora de analizar lo mucho que se podría decir sobre la legitimidad, juridicidad y legalidad de todo el proceso a Echmann. Y es una pena. Por ejemplo, incluso aunque no puede evitar poner el arriba mencionado ejemplo del secuestro de la Gestapo y explicar todas las impresentables condiciones de la manera en que Eichmann es llevado a los tribunales de Israel (o el anómalo hecho, mencionado también en la película, de que Alemania nunca pidiera la extradición de Eichmann o protestara por su ejecución, habiendo abolido como había abolido Alemania la pena de muerte ya), no cuestiona seriamente en ningún momento la corrección y necesidad última del proceso, ni la absoluta culpabilidad de Eichmann también desde un punto de vista jurídico o el hecho mismo de que se le aplique la pena capital. Alaba también reiteradamente la profesionalidad de los jueces que conducen el proceso, a pesar de reconocerlos incapaces de llevar el juicio a lo que éste habría de ser (un análisis de los actos de Eichmann y nada más) y de criticar que en el fondo sea un espectáculo publicitario del gobierno de Ben-Gurion, pero esta tendencia suya a ser estricta, de agradecer, luego no se compadece bien con ciertos juicios finales sobre la corrección de algunas acciones manifiestamente fuera de mesura… por blanda. De alguna manera, Arendt, y es una pena, da la sensación de «cortarse» por miedo a pisar demasiados callos. Lo que no deja de ser una pérdida, porque el libro es tanto mejor, y tanto más interesante y también divertido, cuantos más callos pisa.
Callos que, personalmente, me parece que son una manera excelente de detectar, por cómo se quejan los que los tienen y gustan de hacer exhibición de ellos, a los sujetos más peligrosa e inquietantemente semejantes a Eichmann y más fácilmente encuadrables en esa banalidad que, dependiendo de las circunstancias, les puede llevar a un mal nimio o moderado… pero de los que yo querría estar lo más lejos posible como un día vinieran de verdad mal dadas y hubiera que confiar en su rectitud y humanidad. En cambio, la verdad, no da la sensación de que de personas como Arendt (o su marido de la época, por ejemplo) uno debiera temer nada. Porque esa voluntad de buscar la verdad, de pensar, de tomar ellos mismos sus decisiones y responsabilizarse por ellas los hace, francamente, mucho más de fiar.
14 comentarios en Si los malos son banales… puede haber muchos (sobre Eichmann in Jerusalem, de Hannah Arendt)
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‘Eichman en Jerusalén’ no me disgustó; tampoco es que me pareciera un prodigio del pensamiento occidental, pero lo encontré aceptable. Pienso, éso sí, que es un libro que se justifica más por lo que tiene de crónica que por lo que tiene de análisis (para desarrollar el concepto de la ‘banalidad del mal’ no hacen falta 300 páginas).
Ahora bien, la película me pareció profundamente *banal*. Los únicos aciertos que le encuentro provienen precisamente de su estrepitoso fracaso a la hora de presentarla como «pensadora» (¿tal vez porque en realidad no era para tanto y porque el mucho interés de la derecha más rádical por presentarla como un icono intelectual ha estado manifestándose traduciéndose en una intensa tarea de lobbying durante decenas de años?) y de la manera en que, en un breve instante, retrata su admiración irracional/subnormal hacia los Estados Unidos.
Saludines
Comentario escrito por Teodoredo — 10 de septiembre de 2013 a las 6:20 am
Pues sí, kirikiño, no dudo de que debe de haber sido insoportable de presenciar (y tener que vivirlo), la verdad. Desde lejos nunca se puede saber bien cómo fue la cosa pero, por ejemplo, me da la sensación que aquí falta reconocer mucho a quienes se atrevieron a salir de ciertas espirales (temo meter la pata por ignorancia, pero pienso en la gente de Gesto por la Paz).
Avelino, la verdad es que no he leído a Alexandr Soljenitsin, de modo que no puedo pisar firme ahí, pero no parece, efecto, que vaya en una línea muy distinta. Supongo que es lo que tiene haber convivido con los totalitarismos.
Teodoredo, estoy muy de acuerdo en todo, aunque a mí la película me entretuvo. Es cierto que me llamó la atención eso de que América era «el paraíso» y alguna cosa exótica como la conversación con su marido donde habla del divorcio como «una cosa americana» (ella se había casado con él en segundas nupcias, para él ella era su tercera esposa). Pero reconozco que no soy un experto en Arendt y tampoco sé, en consecuencia, qué tiene esto de peculiar tratamiento de ficción y qué de real.
Coincido contigo en que el libro, sobre todo,mes interesante como crónica. Porque es una crónica muy interesante. Del juicio, de Eichmann y de la aniquilación de judíos a manos de los nazis. Por eso, entre otras razones, se agradece la mala leche y el sarcasmo cuando aparece. Es probablemente cierto que para desarrollar la idea de la «banalidad del mal» no hace falta tanto espacio. Pero sí para ejemplificarlo. Su mérito, creo, es ejemplificar la idea, que tampoco es original suya, con un caso tan extremo, frente a lo que la cortesía biempensante imponía. Más que nada, porque es la manera más perfecta para que quede del todo ilustrado.
Comentario escrito por Andrés Boix Palop — 10 de septiembre de 2013 a las 3:42 pm
Póngame a los pies de su señora.
Comentario escrito por pitionenko — 10 de septiembre de 2013 a las 8:24 am
Algo parecido decía Alexandr Soljenitsin, al tratar de entender la maldad humana. Antes de hacer el mal, el hombre debe concebirlo como un bien o como una acción lógica, con sentido. Así que el hombre sólo necesita justificación a sus hechos (raza, relígión, ideología …)Cualquiera puede ser un «monstruo» con las condiciones y la justificación adecuada. Ejemplos recientes los hay a patadas.
Comentario escrito por Avelino Gallego — 10 de septiembre de 2013 a las 11:29 am
Andrés, qué texto más cojonudo te ha salido, de verdad te lo digo. Sobre la banalidad del mal, la adaptación al mismo de la gente, has puesto dos ejemplos de diverso nivel (la España de la dictadura y la España del pelotazo), que podría complementarse con otro, digamos que de gravedad intermedia: la Euskadi del terrorismo. Y muchas de las cosas que dices ahí, o que dice Arendt, se podrían aplicar tanmbién en ese caso.
Comentario escrito por kirikiño — 10 de septiembre de 2013 a las 3:08 pm
Pues sí, los de Gesto por la Paz se salieron del pensamiento mayoritario, o imperante, y de alguna manera con sus acciones, más que con acusaciones directas, dejaban en evidencia a los que, no participando activamente en nada, digamos que se hacían los longuis. Y claro, ello tenía la sanción social correspondiente. Reconocer, claro, no se les va a reconocer mucho, ya que su no adscripción política les llevó siempre a no tener protectores oficiales, por decirlo de alguna manera.
Comentario escrito por kirikiño — 10 de septiembre de 2013 a las 4:00 pm
buen texto, Andrés
Comentario escrito por Yehuda — 10 de septiembre de 2013 a las 9:11 pm
Excelente artículo, no me queda mucho más que añadir.
Tan solo una cosa: siempre se me hizo curioso que obviasen el factor «no hay cojones» a la hora de analizar la Transición Española en esta página. Como si de verdad el pueblo español hubiera estado decidido a levantarse contra la dictadura como en Portugal y Felipe y Carrillo hubieran tenido una salida distinta a la cual optaron. Como si el Ejército no fuera abrumadoramente franquista.
La Transición fue lo mejor que se pudo haber hecho en su momento. Y mal que bien, ya es demasiado tarde para remediar la impunidad de los crímenes de Franco and company. Y de los crímenes de los republicanos exiliados también, por cierto.
Comentario escrito por Pablo Ortega — 11 de septiembre de 2013 a las 5:50 am
Quizás para ella EEUU sí que fue un paraíso, porque la acogió,como a muchos otros,pero al final la tiran de la Universidad en la que estaba por escribir el libro,no? No hay ningún paraíso perfecto y la película muestra esa contradicción.
Lo que Arendt viene a decir con su tesis de: las cosas positivas y negativas pasan no sólo porque uno las impulsen sino porque otros las consentimos,quizás lo tengamos muy interiorizado ahora y así de rápido,en una frase.Pero esa síntesis se ha conseguido porque hubo quienes desarrollaron esa idea antes con mucho detenimiento.
Es lo que ocurre con la habitación propia de las mujeres:tendrïamis tan claro el derecho a nuestro espació propio en la casa si no fuera por gente como Virginia Wolf?
A mí la película me gustó mucho.Tanto como este artículo que tambien encuentro muy bien escrito.Una y otro me han acercado la figura de Arendt y lo agradezco.
Comentario escrito por Mar — 11 de septiembre de 2013 a las 9:37 pm
Todos sabemos que el paraiso para una judía de Alemania durante aquellos años estaba en la URSS y satélites. USA CACA.
A mí la película me gustó aunque no saliera Steven Seagal. En cuanto a no profundizar en las cuestiones y tal y tal… una película es una película y dura lo que dura. Quizás podrían haber cortado los momentos en que sale fumando para añadir más sustancia pero el resultado se resentiría.
Sobre el tema jurídico y político del juicio en cuestión… pues lo deja planteado, al menos a mí me lo parece, en la discusión entre su pareja y el amigo en la reunión en el piso.
Y en el libro como justificación en alguna medida, creo yo, ya deja constancia de la falta de celo e insignificantes condenas que los Tribunales alemanes de la posguerra dictaban con respecto a sus ciudadanos genocidas.
Comentario escrito por josé luis — 12 de septiembre de 2013 a las 9:44 am
Me ha gustado mucho este artículo. Verbaliza algunas cosas que de alguna manera estaban rondándome por la cabeza.
Comentario escrito por Gekokujo — 12 de septiembre de 2013 a las 11:36 am
Pues eso, si era lícito secuetrarle y llevarle a Israel para juzgarle, si israel no existía cuando se cometió el genocidio.
¿Y que hay de la aplicación de tipos penales con carácter retroactivo?… ¿Y del Tribunal Penal Internacional?.
Alguna de estas cosas me da que no son tan lejanas.
Me pregunto si se aceptaría que alguien secuestrase a algún israelí que hubiera utilizado u ordenado utilizar fósforo blanco contra la población civil.
Comentario escrito por josé luis — 13 de septiembre de 2013 a las 12:04 pm
El libro de Arendt es un clásico (toda su obra, en realidad) , aunque su idea de la banalidad del mal haya sido siempre utilizada con fines políticos: la absolutización de la dicotomía bien-mal aplicada a la lógica del desenmascaramiento ideológico para terminar absolutizando un contra-modelo con el fin de diferenciarse de él moralmente («progresistas» vs «fachas», «demócratas» vs «autoritarios»,etc.).
Al final lo que nos queda es una miserable banalidad del mal a la que corresponde una miserable banalidad del bien, inevitablemente.
Comentario escrito por gallo — 18 de septiembre de 2013 a las 4:03 pm
#10 Por una parte se me ocurre que la admiración puede deberse a que los USA que ella conoció fueron básicamente los del New Deal, que medido por los estándares actuales era básicamente socialismo utópico del bueno. Por otra parte me cuesta creer que ella aprobara que ella estuviera a favor de cualquier cosa que no fuera el «triunfa o muérete hijo de perra». No sé, es difícil.
Tal vez fuera simplemente que tenía un buen puesto en la uni y tabaco rubio de la mejor calidad en cantidades inagotables.
Saludines
Comentario escrito por Teodoredo — 24 de septiembre de 2013 a las 7:30 pm