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Ayer publiqué mi columna quincenal en El País (edición CV) y la dediqué a realizar una modesta reflexión sobre un tema que en este blog ya ha sido tratado en otras ocasiones: la transformación que está viviendo a cuenta del llamado proceso de Bolonia la Universidad española, sobre la que quien quiera una visión muy entretenida puede consultar este debate.
Ahora bien, esta vez no quería con la columna poner el acento tanto sobre la absurdidad del proceso de ridícula pseudo-renovación pedagógica que con la excusa de la «convergencia europea» nos están obligando a hacer no se sabe muy bien por qué. La mayor prueba de la innecesariedad de la misma es que en ningún otro país de Europa la aplicación de «Bolonia» ha ido de la mano de estas tontunas. No por ello me resisto a apuntar un par de ejemplos absurdos que no tienen más valor que su radical imbecilidad, puesto que no son los únicos ni, estoy convencido, los más alucinantes. Cualquier profesor de Universidad español puede a buen seguro deleitarnos con cosas igual o más delirantes. Que si profesores dedicados a preparar posters… Que si encargados de innovación educativa que prohíben a los profesores emplear wikis o la lectura de monografías jurídicas en sus clases… Una ya ha visto casi de todo y sabe que son cosas que pasan. Que todos conocemos. No vale la pena a estas alturas casi ni detenerse en ello. Por este motivo no es de este tema de lo que quería hablar en la columna.
Sobre lo que quería hablar es sobre la alucinante pasividad con la que desde la Universidad estamos respondiendo frente a lo que es un proceso de destrucción de la enseñanza superior y una agresión constante a nuestra dignidad como trabajadores y como enseñantes. No sé cuál será la experiencia de quienes lean esto y trabajen en la Universidad pero supongo que se parecerá bastante a la mía, porque es lo que le pasa, al menos, a todos aquellos con los que he hablado:
A saber, que no conozco a nadie, pero a nadie, que esté a favor de todas estas cosas o piense que sirven de algo. A nadie. Repito, absolutamente a nadie. Todo aquél con quien hablas se manifiesta harto. Cualquier profesor con un mínimo de experiencia y dos dedos de frente se confiesa en la intimidad alucinado con el grado de estupidez que estamos alcanzando. Los jóvenes están exhaustos y cabreados por tener que asistir a cursos aburridos, repetitivos, vacíos de contenido e impartidos por supuestos expertos que se tambalean como el power point les falle. Y las autoridades académicas que montan todo el tinglado, todo lo más, te confiesan que la cosa no es tan grave porque, en realidad, «la gente va a seguir dando sus clases más o menos como siempre, no harán casos de las tonterías y, al menos, esto les ha obligado a reflexionar sobre cómo es la docencia»….
Sorprendentemente, este estado de opinión no conduce a la rebelión o desobediencia generalizada. No. Somos como corderitos camino del matadero. Una minoría obedece entusiasta y saca réditos a base de cargarse la Universidad. Y los demás les dejamos. Hay un sorprendente clima de desaliento, de derrota, de que nada se puede hacer, que todo lo invade. Una prueba más ha sido, por ejemplo, que a raíz de la publicación ayer de mi columna he recibido numerosos mensajes y comentarios a cual más deprimente. Todo el mundo te da la razón. Todo el mundo comparte el diagnóstico. Todo el mundo parece resignado y comparte la idea de que hay que amoldarse como se pueda a esto y dejar que acaben de enterrar cualquier atisbo de institución seria y crítica, socialmente eficaz, que haya podido ser nunca en España la Universidad.
Hay quien me ha mandado poemas de tono fúnebre sugeridos por el texto (especialmente uno de Luis Rosales sobre a dónde nos puede llevar la obediencia). Hay quien me ha contado anécdotas a cada cual más aluciante. Hay quien me ha preguntado por la prohibición de mandar leer libros, pues todavía queda quien piensa que ciertos extremos no puede llegar a traspasarse todavía (y, obviamente, se equivocan, la historia de la prohibición de encargar lecturas de libros me la sé de primera mano porque me pasó a mí). Y hay casos directamente que a mí me hacen tener ganas de llorar. Por ejemplo, el de un profesor cojonudo y eminente investigador, que lo ha dado todo por la Universidad de su ciudad y que me anuncia que harto de cómo evoluciona el tema se va a jubilar. Copio parte de su mensaje, que es una de las cosas más tristes, por lo que significa que la Universidad española esté desperdiciando el verdadero talento a espuertas, que he leído en mucho tiempo:
«…Yo también siento el vértigo de las gilipolleces pseudopedagógicas y de la burocratización estupidizante. Tanto que el año que viene he decidido jubilarme y dedicarme a quehaceres más gratificantes. Cuando oigo hablar a los gestores universitarios de la estrategia por la calidad, la excelencia, la competitividad y la internacionalización, me entra la risa. Y ya que no puedo cambiar de universidad, cambiaré de vida.«
¿Qué estamos haciendo entre todos? ¿Cómo es posible que gente que es de lo mejorcito de la Universidad directamente aspire a largarse y a cambiar de vida para perder de vista todo esto? Pues, sencillamente, porque no estamos haciendo nada. Estamos consintiendo cosas como que nos prohíban encargar a los alumnos que lean libros. Si ni siquiera algo así nos hace reaccionar, es evidente que nada lo hará. Los mayores porque no se sienten respaldados, con fuerzas o con ganas. O porque ya pasan de todo. Los que están en proceso de llegar a la cúspide, como nos han montado un sistema de hacer miles de tonterías y conseguir papelitos de todo tipo hasta los 50 años, pues pendientes de eso. Y cuidadín no seas muy díscolo que entonces la llevas clara. Así que a callar, a hacer la pelota a quien toque, a tragar con todo y a preocuparse por mejorar profesional y económicamente por el camino marcado. Y los más jóvenes, lógicamente, no tiene más remedio que penar con este sistema absurdo por cuadruplicado y a hacer posters sobre innovación educativa en lugar de formarse, estudiar, leer… Tampoc es extraño que, cada vez más, los mejores estudiantes huyan despavoridos de la Universidad y que cada vez más el proceso de selección inversa se agudice en la selección del profesorado: acaban llegando, y pasará cada vez más, los que están dispuestos a hacer cualquier cosas… porque no tienen ni muchas luces, ni mucha dignidad, ni mucha ética… ni muchas alternativas.
Yo hace tiempo que me he plantado, he renunciado a los papelitos y he decidido que no dejaré de recomendar a mis estudiantes que se lean tal o cual libro por mucho que los jefecillos de mi Universidad se enfaden y los mandarines de la innovación edcuativa me pongan la cruz. Obviamente, tarde o temprano tendré algún problema con esta gente, sus amigos y los sicarios del poder que, calladitos y dedicados a todo tipo de mamoneos, medran y se dedican a quedarse dinero, carguitos y cuotas de poder para dar rienda suelta a sus complejos y miserias. Pero bueno, nos defenderemos como podamos. Y a ver qué pasa.
No soy optimista. Visto lo visto, tengo muy claro que, como institución, la Universidad española está muerta. Porque un colectivo como el nuestro, donde la mayoría de los profesores, como todo este proceso está poniendo lacerantemente de manifiesto, carece del más mínimo espíritu o sentido crítico (porque tenerlo no es que todo te parezca muy mal, es actuar en consecuencia) y está dispuesta a todo, a sacrificar cualquier cosa, con tal de ganar 20 euros mensuales más no puede aportar nada bueno al país. Obviamente, seguiremos dando clase y produciendo graduados, con una formación más o menos digna según le evolución socioeconómica del país y de nuestra materia prima, que son los alumnos, y que es lo más relevante a la hora de determinar el resultado formativo final de éstos. Quizás no sea un drama que la Universidad acabe reducida a esto. Enseñaremos a poner tuercas y ajustar tornillos, a poner demandas y a hacer balances. Transferiremos, eso sí, mucho conocimiento. Menos da una piedra. Pero no aspiremos a que de aquí vaya a salir nada más.
En cualquier caso, esta es ya la realidad. Conviene asumirla. Más que nada porque no parece que vayamos a aspirar a ser nada más en un futuro cercano. No hay materia prima para ir a mejor ni más cera que la que arde. Obedecermos y viviremos tranquilos.
Les dejo a continuación con el texto publicado en El País ayer:
Tic, tec, tac…
ANDRÉS BOIX 18/04/2011
La Universidad española transita por una época oscura y la mejor prueba de que así es la aporta la radical ausencia entre nosotros mismos de ese espíritu crítico que siempre decimos que hemos de inculcar a los demás.
Tras unos años de reforma de Bolonia, cuyos mayores adalides defendían con el peculiar argumento de que en el fondo «tampoco iba a cambiar en exceso la cosa» y en ningún caso íbamos «a ir a peor» (razones bien peregrinas para justificar poner patas arriba todo el tinglado), hemos llegado a un punto en que es mejor tomarse la cosa a risa. Miles de profesores nos dedicamos mes tras mes a acudir a reuniones y preparar papelajos donde se nos obliga a definir «destrezas», «habilidades», «competencias»… en un proceso kafkiano que tiene tres características que lo hacen alucinante. Ocupa muchísimo tiempo y, de hecho, cada vez más. Nadie, absolutamente nadie, cree que todo eso sirva para nada útil, por lo que todo el mundo se ha especializado en rellenar papeles sin sentido con frases huecas que, eso sí, gusten al revisor de turno. A pesar de lo cual, las decenas de miles de profesores de Universidad españoles cumplimos cual corderitos, como nuestros respectivos centros, sin protestar.
El problema es que estamos llegando a extremos entre delirantes y patéticos y aquí seguimos sin atrevernos a alzar la voz. Esta semana me encontré con unos compañeros preparando posters para un congreso sobre innovación educativa sobre las TIC, el paso a las TEC y la anhelada llegada a las TAC. Les ahorro la explicación de lo que es cada cosa porque sí, en efecto, todo el asunto es lo que parece. Una tontería propia de una clase de párvulos. Que lamentablemente no es una broma sino algo que la gente se ve forzada a realizar porque este tipo de majaderías se han convertido de facto en obligatorias dado que las piden las agencias de acreditación de la calidad. De manera que ahora todos tenemos que dedicarnos a perder el tiempo (y créanme, es mucho tiempo, que pagan ustedes) con estas cosas.
Son también cada vez más frecuentes los controles respecto de la labor de los profesores buscando una absoluta homogenización e infantilización de las clases. Han aparecido, en época de crisis, muchos cargos y carguitos donde se aposentan voluntarios revisores de la labor de los colegas para certificar si aplican correctamente las nuevas metodologías. En el mejor de los casos cobran y no hacen nada. En el peor se dedican a hostigar a los profesores con episodios como la prohibición de encargar a los alumnos que lean cada uno, a lo largo de todo el curso, dos libros jurídicos o que utilicen Internet para montar una Wiki colectiva. De nuevo, no se trata de una broma. La tesis, respaldada por las autoridades, es que no se pueden imponer semejantes «cargas» a los estudiantes de un solo grupo, por ser discriminatorio.
De todos modos, el peor síntoma de lo que ocurre en la Universidad española es que los profesores nos estemos dejando hacer todo esto. Va siendo hora de que empecemos a denunciar lo que está pasando y a alzar la voz. No con la idea de conseguir grandes objetivos y una reforma profunda de cómo funcionan las cosas, algo muy difícil. Pero sí, al menos, para intentar alcanzar logros más humildes. Como no estar obligados a confeccionar posters o poder tener un mínimo de libertad para pedir a nuestros alumnos que se lean algún libro.
Andrés Boix Palop es Profesor de Derecho administrativo en la Universitat de València
9 comentarios en Los borreguitos y el empastre boloñés
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En La Red desde septiembre de 2006
Luis de Rosales: Nadie sabe hasta dónde puede llevarle la obediencia
Me gusta recordar que he nacido en Granada:
Libreros, una calle tan pequeña que iba a dar clase
por la noche;
la cerraba, a la izquierda, una pared arzobispal,
una pared muy digna y casi sin ventanas;
generalmente la cubría una pizca de cielo desconchado.
Sí, señor, así fue, no necesita
que le diga mi nombre,
no es preciso,
no lo va a recordar. […]
No cabe vivir más,
sólo quiero decirle que esa vestiduría,
me causó un sufrimiento tan intenso que recorrió mi
cuerpo hasta llegar a hoy,
no sé cómo,
no sé
pero con él vino hasta mí la despreguntación,
y viví en un dolor la vida entera:
al ponerme la enagura tuve la sensación de entrar por
vez primera en la oficina,
al ponerme las medias sentí un dolor de parto,
al ponerme las bragas se me cayó una mano en el
infierno,
y vi la mano arder,
y yo seguía vistiéndome sin manos,
Sí, señor, así fue,
aún me dura la humillación, el uniforme era tan largo en mi cuerpo de niño como si
me vistiera con la guerra civil,
y cuando todo estaba terminado me puse en la
cabeza un sombrero de niña y aquel sombrero era la muerte de mis padres.
Comentario escrito por Lola — 19 de abril de 2011 a las 1:51 pm
Ahora os ha tocado a los profesores universitarios. Mi padre era profesor de EGB y le tocó vivir todo el cambio que se produjo en esa época a la ESO. Recuerdo cómo decía cosas parecidas a las que relatas, cómo sólo hacía falta saber un poco de qué iba la cosa para darse cuenta de que todo iba a ser el disparate que está siendo ahora, eso de «enseñar a aprender», de no tratar a los niños como si fueran párvulos, etc. Recuerdo cómo le marginaron por no tragar con estas mamonadas.
Comentario escrito por Rafa — 19 de abril de 2011 a las 3:11 pm
Cuesta trabajo pensar que esto puede ser real.
Comentario escrito por Álvaro — 19 de abril de 2011 a las 3:19 pm
Sólo a modo de contraste.
Me he venido (sí, podrías decir huido) a estudiar y doctorarme a una universidad en un país de esos con crecimientos de dos cifras en plena crisis y un gran futuro en nuevas tecnologías por delante.
Mis profesores son casi todos doctorados en universidades americanas y británicas porque el país apostó fuertemente en su día por becar a cuantos estudiantes se pudieran para formarse en instituciones educativas de prestigio (cuando las suyas aúne estaban en pañales).
En mis cursos me mandan leer libros, a paladas, casi uno por semana en cada asignatura. Bueno, a mí no tanto, pero a gente que conozco aquí sí. Y parece ser que estos profesores han adquirido estos métodos en esas universidades tan punteras que andan en lo más alto de los «ránking» mundiales.
No es que yo me crea mucho eso de los listados de universidades, donde siempre las anglosajonas salen ganando (por aquello de que puntúa publicar en los boletines en inglés), pero lo que esto me hace pensar es… ¿de dónde narices se están sacando en España estas absurdas ideas neo-hippies de tres al cuarto? Por imitación de los más reputados centros del saber claramente no es… Vamos, que en el reino se están inventando solitos una moda para hundirse más aún.
En fin, Andrés, enhorabuena por mantenerte firme, pero el destino del país me temo que es insalvable…
Comentario escrito por Nacho Pepe — 19 de abril de 2011 a las 4:53 pm
Algunos de nosotros, alumnos, luchamos. Luchamos desalentados, porque las asociaciones estudiantiles «representativas» mayoritarias son simples escuelas de cuadros políticos. De ahí el carácter eminentemente asambleario y deslavazado de la protesta. Porque no fueron muchos (pero si fueron muchos de los mejores, de los pocos escogidos que valen la pena) los profesores que nos apoyaron.
Algunos estamos un poco de vuelta. Apenados de la infantilización, el primar asistencia, control, burocracia, frente a mérito, capacidad, responsabilidad. La Universidad es Escuela, en el sentido de institución de control social. Es un lugar para formas mentes acríticas, para prorrogar la adolescencia, para formar técnicos, para reunir en una institución que los desactive a los jóvenes que podrían, que deberían cuestionar el sistema. Para desactivarlos. 4 años más de instituto, de sueño inducido, de aprendizaje a «encajar» hasta que entren en el mundo real.
Hoy en día hay que seguir el consejo de Zappa. Si quieres aprender, ve a una biblioteca, no a una universidad.
Comentario escrito por Mycroft — 19 de abril de 2011 a las 5:39 pm
Excelente artículo, Andrés. El activismo académico nunca está de más.
A mi juicio, a todas luces optimista, somos muchos más de los que nos pensamos aquellos que nos hemos plantado en clase, y seguimos impartiendo los contenidos que consideramos adecuados, independientemente de los mecanismos de medición del volumen de trabajo del alumno.
Para los nostálgicos del surrealismo literario, podéis consultar el Informe técnico que estipula cómo cuantificar las horas de trabajo del alumno en función de la actividad desarrollada fuera y dentro del aula:
http://www.unican.es/NR/rdonlyres/8C25C4DB-770F-4FA2-9F42-9BC2CABC50CF/0/doc2creditoectsvigo.pdf
A mí, igual que a Andrés, me encanta la parte correspondiente a las horas dedicadas por cada alumno a la lectura individual, de modo a ser capaces de evaluar como docentes el número de lecturas obligatorias en función de los créditos asignados a la asignatura. La friolera de una hora (en los cursos avanzados) de cada crédito es lo que tarda un alumno en leer 6-7 páginas. Los alumnos de los primeros cursos emplearían el mismo tiempo para unas 4/5 páginas. Evidentemente, esa hora implica entender bien el texto de cara al examen.
Independientemente de la vaguedad y relatividad del asunto (qué tipo de página, qué tipo de edición, qué tipo, incluso, de tipografía, ya puestos, etc.; podrían haber pensado en cuantificar en función del número de palabras, aunque sólo fuera en aras de precisión en el marco del monolingüismo), los profesores de literatura más dóciles ya pueden ir despidiéndose de recomendar lecturas farragosas de novelas decimonónicas y similares a sus alumnos. Adiós a Zola, Galdós, Dickens, Flaubert, Balzac, etc. Por no hablar del Quijote. Pues el volumen de horas dedicadas a la lectura superará con creces aquel asignado, incluso, a las clases (cada crédito europeo tiene un valor de 25 horas, y cada asignatura un máximo de 6; la repartición de tareas vinculadas a cada una de esas horas, dentro y fuera del aula depende del profesor).
En definitiva: infantilización, empobrecimiento intelectual y cachondeo generalizado entre el alumnado y parte del profesorado, que se acoge al futuro boloñés para, en también no pocos casos, no pegar un palo al agua.
Comentario escrito por Nacho — 20 de abril de 2011 a las 11:14 am
Mis condolencias. Es muy, muy grave todo esto. Y la atmósfera que evocas me ha hecho venir en mente un libro que leí no hace mucho: «El árbol de la ciencia» de Pío Baroja, que recomiendo totalmente como retrato de la docencia y la investigación de hace un siglo. Es que incluso hace refencia a ese agravio comparativo con los anglosajones. Así que, en parte, lo que comentas, no me sorprende del todo.
Sí que sorprende que toda la progresía tras la transición haya quedado en esto. Una vergüenza.
Comentario escrito por Gekokujo — 20 de abril de 2011 a las 1:54 pm
Otro artículo genial en temas docentes. Pero, como compañero, creo que el mal empezó unos años antes. Es decir, hay una fase pre-Bolonia que es brutal. Es la fase en la que deja de ser seguro que titulares y catedráticos conozcan el programa (¿te acuerdas de aquellos programas que pasaban de mano en mano pero jamás se preguntaba nada de ello y decías dos o tres tonterías sobre «impartición del programa» en la oposición?). En los ochenta-noventa, la universidad española se llenó de porfesores expertos en «la estatua de Botorrita», como decía un compañero de D.Administrativo de Zaragoza. Es decir, una tesis sobre Botorrita, un ejercicio de titularidad sobre la derivación de Botorrita y uno de cátedras sobre las consecuencias de Botorrita. La docencia -que ya era mala y absentista- ya empezó a importar un pimiento.
Ya, ya, luego vino Bolonia, el power point y todo eso, pero
creo que en los noventa se rompió algo importante (también ganamos algo, porque es verdad que el poder está hoy más disperso y «LA famiglia» manda mucho menos).
Comentario escrito por joan Amenós — 15 de mayo de 2011 a las 7:20 pm
Et passo l’últim que he escrit sobre el tema al bloc. Té un punt feble, que ja comentarem, però ja no se m’acut res més per a millorar la situació:
http://blogs.uab.cat/actualitatjuridicaamenos/2011/05/05/l%e2%80%99efecte-benefic-de-la-prova-d%e2%80%99ingres-a-l%e2%80%99advocacia/
Comentario escrito por joan Amenós — 15 de mayo de 2011 a las 7:25 pm