En la oceánica entrevista que Pedro J. Ramírez, director de El Mundo, ha realizado al presidente del gobierno y que el diario ha publicado por partes a lo largo de esta semana, hay un momento delirante, cuando José Luis Rodríguez Zapatero, interrogado sobre sus creencias religiosas, responde ni más ni menos que:
«Sí, estoy bautizado. Me amparo en mi derecho constitucional a no responderle. ¿Me lo va a respetar?»
El hecho de que el presidente del gobierno o, por decirlo de otro modo, todo un presidente del gobierno, invoque el derecho constitucional a no ser obligado a declarar sobre sus creencias religiosas que la Constitución española consagra para esquivar la pregunta dice mucho sobre cierto papanatismo, cada día más generalizado, cuyo origen es una evidente incomprensión de la función e importancia de algunas garantías jurídicas. Empezando por la referida, fijada por el art. 16.2 CE, pero continuando con otras. Es como cuando le preguntas a un amigo qué ha votado y te responde, en ocasiones absolutamente indignado y con aire de fino connaisseur, eso de «pero tú qué te has creído, que sepas que el voto es secreto». Así que tampoco puede uno preguntar a amigos, conocidos o incluso al charcutero qué han votado. Es, por lo que parece, una falta de educación, denota una malsana curiosidad por husmear en las vergüenzas ajenas y, sobre todo, ya el mero hecho de preguntar es casi ir contra un derecho fundamental: todos tenemos garantizado que no nos pregunten por ahí abiertamente, como si la cosa no tuviera importancia, sobre asuntos tan tremendos.
Pues no. El voto no es secreto en el sentido de que haya de mantenerse así. Del mismo modo que la garantía constitucional referida a la libertad de conciencia y a la prohibición de obligar a nadie a declarar sus creencias tampoco supone una obligación a los ciudadanos a mantenerlas en la esfera de su intimidad. Una cosa son las garantías jurídicas que aseguran a toda persona el derecho a mantener secretos ciertos datos (siempre que así lo desee, claro está), pero sobre todo la prohibición de indagación oficial o administrativa sobre los mismos, que es la clave del asunto, y otra bien distinta que estos y otros datos no puedan ser parte del debate público (es más, incluso que, cuando sean relevantes, deban formar parte del mismo) o, ya que estasmos, de la mera charla entre amigos.
Cuando algún amigo se niega a responderme a una pregunta tan inocente como es la referida al sentido de su voto o cuando Rodríguez Zapatero no quiere decirnos si cree en Dios no están amparados por un derecho constitucional especial. También, si lo desean, pueden negarse a decirnos qué han desayunado esta mañana o cuáles son sus libros preferidos. Porque, sea sobre voto, creencias o sobre marca de coches favorita, todos tenemos derecho a no responder sobre aquellas cosas que, sencillamente, no nos da la gana que los demás sepan de nosotros. Y, sí, es un derecho constitucional obrar así. Pero no tiene nada que ver con la garantía de voto secreto o la prohibición de indagar sobre las creencias de los ciudadanos.
La cuestión es que junto a la libertad de los demás para decidir qué aspectos de su vida, sus gustos y sus opiniones comparten con los demás está el hecho de que la convivencia supone necesariamente juzgar éstas y otras actitudes. A mí, por ejemplo, me gusta hablar de política con mis amigos y, sin que eso implique necesariamente escrutar en el sentido del voto de cada cual, éste es un elemento que acaba, también, aflorando necesariamente en las conversaciones en época de elecciones. Y no pasa nada. O sí. Porque también ocurre, eso sí, que de alguna manera el tipo de relaciones que tengo con mis amigos y cómo me gusta que sean hace que valore el que podamos hablar de lo que pensamos, aunque a veces diferamos mucho, abiertamente y con libertad, sin sentirnos cohibidos ni avergonzados. Porque es algo enriquecedor y me gusta. Por este motivo valoro a quienes comparten esta actitud y me siento más cómodo con ellos.
Siguiendo con el símil, la respuesta de Rodríguez Zapatero deja claro que, a su juicio, no es relevante que los ciudadanos sepamos si él cree en Dios, si se considera católico, si lo es como practicante… Lo deja claro, eso sí, de un modo que me parece impresentable, amparándose en un supuesto derecho constitucional mal entendido. Habría estado mejor que dijera la verdad y punto: «No creo que eso sea de interés público y prefiero que, como parte de mi vida privada, la cosa quede en mi esfera de intimidad». Pues bien, toca ahora dilucidar (le toca a cada cual, de hecho, y a partir de ahí, al igual que ocurre con nuestras relaciones de amistad, veremos cómo de agradable nos resulta la «compañía» de un presidente así) si es o no importante y de interés público si Rodríguez Zapatero es creyente, católico, practicante…
A mi entender, lo que es evidente que, en cualquier caso, ha de exigirse a un político es que se pronuncie sobre cuál es su opinión respecto a las relaciones entre la Iglesia y el Estado y entre las decisiones tomadas con base en las creencias religiosas y las que tienen su origen en un compromiso cívico y democrático. Y esta exigencia no creo que responda a una obsesión personal, sino que me parece obvio que puede objetivarse como esencial en un sistema democrático.
De algún modo, es claro que todos sabemos, dentro de un orden, qué es lo que piensa Rodríguez Zapatero al respecto, tanto por sus declaraciones como por su acción de gobierno. Así que nada que objetar desde esta perspectiva más básica. No puede decirse que el presidente esté comportándose de manera incompatible con sus obligaciones como representante de los ciudadanos.
Dicho lo cual, y esto es una cuestión muy personal, sí tiene su respuesta consecuencias respecto a las afinidades que pueden surgir o diluirse. A mí, por ejemplo, me genera una gran incomodidad y perplejidad la respuesta de marras. Porque el mero hecho de rehuir la pregunta me connota una relación del presidente con sus creencias religiosas más compleja y menos desinhibida de lo que me gustaría para un dirigente político. Menos franca y transparente de lo que creo sano. Pero, sobre todo, porque es además una lacerante exhibición de papanatismo jurídico y político, de radical incomprensión sobre las bondades, para la colectividad y el debate racional, de la pública exposición de las dudas, contradicciones o convicciones que, cada cual, sobre estos asuntos, podamos tener. Más allá de que, además, constituye una «trampita» argumental de lo más zafia.
Ahora bien, a nadie parece haberle llamado la atención lo más mínimo. Ni siquiera al director de El Mundo, quien, como parece ser de ley en estos casos, plegó velas rápidamente en cuanto le fue invocado como excusa ese supuesto derecho constitucional a no responder a preguntas sobre creencias religiosas en una entrevista.
«Por supuesto que se lo respeto. Por supuesto», repuso rápidamente Pedro J. Ramírez. Y pasó a otras cosas sin mayor comentario. Pues eso.
Comments Disabled To "El voto secreto y el papanatismo"
#1 Comment By Marc Nadal On 17 enero 2008 @ 2:27 pm
Jo no hi veig res especial en la resposta. Una altra cosa és que el dret a no respondre no trega el dret a preguntar. I ací és on jo observe el papanatisme. Que algú s’ofenga per aquesta pregunta -o per la de a qui s’ha votat- ho trobe ridícul i a més injustificat, tot i que entenc que vullga guardar silenci. No és que siga cap secret, però es pot fer servir en contra seua i a més, no importa a ningú. Anàlogament a algú se li podria preguntar la seua orientació sexual: no deuria ser cap secret, però tampoc hauria d’importar a ningú perquè de fet no hauria de canviar res.
Si haguera dit que és catòlic algú ho interpretaria com si ara, hipòcritament, volguera quedar bé amb els catòlics i guanyar vots. Si diguera que no creu o no segueix l’Església catòlica, també s’aprofitaria per retraure-li que ha de governar per tots i no només pels qui pensen com ell. El fet de respondre aixina implica: doncs no ho dic. I què? Què canvia això? És una manera de dir -o intentar fer veure- que la seua opinió sobre les relacions Estat-Església són independents d’allò en què crega. Dir que està batejat és una informació inútil que l’esmenta per si algú li buscara les pesigolles.
En el cas que siga un amic, el fet que tot i no ofendre’s es negue a respondre em pareix ridícul i d’un papanatisme prou absurd.
Cordialment,
Marc
#2 Comment By l.g. On 17 enero 2008 @ 7:54 pm
Comentaban algo al respecto en el Mundo, creo que alguno de los columnistas. Supongo -y creo que lo insinuaban- que detrás de todo está el cálculo electoral miope que como no sabe qué será mejor de cara a sus electores se calla de la forma que le parece -sin serlo en absoluto- la más elegante.
#3 Comment By rfm On 18 enero 2008 @ 3:30 am
También me extrañó la respuesta, aunque creo que hay que atribuirla a cierto encono entre entrevistador y entrevistado.
Creo que es un tanto victimista la reacción, en cualquier caso, y Pedro Jota cae de bruces contra la corrección política (también mal entendida).
Saludos
#4 Comment By Andrés Boix Palop On 18 enero 2008 @ 1:21 pm
En efecto, por correo electrónico me envían la columna de Espada:
[1]
Me llama la atención la explicación (o las explicaciones) basadas en que ahí subyace un cálculo electoral. Me parecen rocambolescas. Creo, reitero, que esto tiene una lectura de lo más simple: la extraña y cada vez más generalizada idea de que comentar cosas, ya sean creencias u opiniones que puedan no compartir todos los presentes o no confortar lo política y esperablemente correcto es, en efecto, de mal gusto. Y que incluso hay un derecho constitucional que valida esta peculiar idea de la «mala educación social».
#5 Comment By Qué país… On 21 enero 2008 @ 11:58 am
Yo esgrimo mi derecho constitucional a no entender nada de lo que pone Marc más arriba. Creo que voy a ponerme a hablar en euskera para darle un aire progre a esta página.
#6 Comment By Susana On 21 enero 2008 @ 1:20 pm
Yo estoy más bien en la línea de Marc. Papanatismo, en su caso (aunque no lo tengo tan claro), es seguirle la corriente a quien se escuda en derechos constitucionales para no responder ese tipo de preguntas. Simple y llanamente no quería responder, por cálculo político o por lo que sea, pero da un poco de pena esa grandilocuencia barata.
Y, por otro lado, a mí es que simple y llanamente me da igual qué religión profese el Presidente del Gobierno, si es que profesa alguna. Más me interesa que cuide las relaciones institucionales y que, en este caso, ponga a las religiones en su sitio, que desde luego no es el de las instituciones públicas. La iglesia, si quiere, por supuesto que puede participar en política, y no en vano es uno de los lobbies más poderosos. Pero otra cosa es que los partidos políticos le sigan el juego y, sobre todo, aquellos partidos políticos que deberían poner coto a ciertas cosas.
Más grave me parece la relación del Jefe del Estado con la religión católica. Aquí sí que se trata de una relación institucional y no personal. ¿Si no de qué esas bodas en las principales catedrales, esos bautizos estupendos y esas presentaciones ante la Virgen de Atocha? Esto sí que es indignante, porque si el papel esencial de la monarquía es el simbólico, pues toma símbolo.
Y en cuanto al catalán y al euskera… A ver, si todos los españoles entendemos italiano (o al menos todo el mundo dice que es así y que habla italiano cuando viaja a Roma), no creo yo que sea tan complicado hacer un esfuerzo con el catalán. Otra cosa es el euskera, pero qué se le va a hacer, así es la vida. Agur!
#7 Comment By Clara S. On 21 enero 2008 @ 4:42 pm
Andáis diciendo mucho lo mismo… me temo.
Otra cosa es si la actuación del actual Gobiernos es presentable en términos democráticos en lo que se refiere a su trato a la Iglesia. Y ahí sí que a lo mejor empezaría a ser importante saber a santo de qué y, entonces, empezar a conocer qué pasa con el Presidente. Porque imaginemos que es fervorosamente cristiano, lo cual explicaría muchas cosas, y que precisamente por eso trata de ocultarlo. En tal caso, la verdad, sí que estamos frente a un dato crucial.
#8 Comment By Susana On 21 enero 2008 @ 6:19 pm
A mí (en concreto) me da igual que se explique o que no se explique en función de posturas internas, de fes ciegas o de ateísmos irremediables… lo que me importa es que se respete un modelo democráticamente normalizado de las relaciones Estado-Iglesia, y creo que no es el caso.
#9 Comment By Andrés Boix Palop On 21 enero 2008 @ 8:46 pm
Estoy de acuerdo con Susana, teniendo también la sensación de que todos estamos diciendo un poco lo mismo:
«A mi entender, lo que es evidente que, en cualquier caso, ha de exigirse a un político es que se pronuncie sobre cuál es su opinión respecto a las relaciones entre la Iglesia y el Estado y entre las decisiones tomadas con base en las creencias religiosas y las que tienen su origen en un compromiso cívico y democrático. Y esta exigencia no creo que responda a una obsesión personal, sino que me parece obvio que puede objetivarse como esencial en un sistema democrático».
No hace falta, como es obvio, que se pronuncie con palabras. Basta que se pronuncie de obra. Y la aceptación de la actual situación en España supone convalidar un modelo que, como dice Susana, dista de ser aceptable a poco que nos pongamos serios a la hora de reclamar que las relaciones Iglesia-Estado sean las propias de un Estado democrático de Derecho.
#10 Comment By Carles On 23 enero 2008 @ 3:57 pm
Jo trobo molt encertat el comentari d’Andrés. Escudar-se en un dret (enfront, sobretot, de l’Administració) per no respondre a un periodista, resulta una excusa barata i poc creïble. Aquest papanatisme dóna moltes claus sobre què entenen els polítics per «política». En el cas de la religió, es tracta de socialistes que quan convé tenen un discurs de laicisme, i quan convé l’ignoren i mantenen els ajuts a l’església perquè no els montin els espectacles que ni els ajuts eviten. Qúestió electoral o no? I què és sinó electoralisme el que fan sempre els polítics?
Un exemple més dur. Zapatero ha fet exhibicionisme del seu republicanisme i a l’hora de la veritat només ha demostrat ser un neoliberal amant del mercat, que en temps de crisi el subvenciona perquè no pot fer altra cosa. En política econòmica, només posen pegats als problemes, no els aborden des del republicanisme i els ciutadans no podem participar-hi, ens ho mirem des de lluny i encara gràcies. Això és republicanisme?
Només volen treure vots d’allà on puguin: religiosos, laics, republicans, liberals, banquers i obrers. I tot per què? Per què no són capaços de fer front als problemes amb les idees que diuen tenir. Per què la política per a ells no és una tasca social, comunitària, sinó cosa de unes quantes associacions antidemocràtiques anomenades partits polítics. Si almenys, aquestes associacions estiguessin lliures d’influències alienes…