El fin de semana de Bildu

Este fin de semana se resuelve la impugnación que Abogacía del Estado y Fiscalía, con base en unos al parecer infalibles informes policiales, han hecho respecto de las candidaturas de Bildu, coalición entre Eusko Alkartasuna, Alternatiba y los restos de la izquierda abertzale que quedan por ahí y no habían participado en listas ni mesas ni juntas de las sucesivas marcas de esta franquicia que han ido siendo ilegalizadas.

El Tribunal Supremo tiene que decidir si decide seguir la línea que ya ha iniciado con Sortu o se modera un poco. De momento, no ha tenido problemas en ilegalizar partidos sin base en la actual legislación vigente sino a partir de juicios de intenciones y de una extravagante (y carente de soporte normativo) idea, defendida por muchos, incluso por el Presidente del Gobierno, de que para poder presentarte a las elecciones has de haber acreditado durante cierto tiempo (sin que se precise cuánto, por otro lado) «pureza democrática» (condenar la violencia, decir que crees en el sistema, etc…). Además, al parecer, al Tribunal Supremo ya no le tocaría aplicar las leyes sino, cual confesores de la vieja escuela, escudriñar en el alma de los ciudadanos y determinar si son demócratas de corazón o sólo lo aparentan. Sólo quienes pasan por esa prueba y la superan, al parecer, son acreedores de derechos fundamentales que la Constitución, ingenuamente, parecía querer que todos disfrutáramos, como el de sufragio (activo y pasivo).

Como la escalada de locura jurídica ha llegado ya a niveles inquietantes, el show respecto de Sortu hizo aflorar las primeras grietas en el Supremo.  Cabe esperar, y de hecho yo confío en ello, que cierta sensatez impere y que los 9 magistrados que se dejaron llevar por la corriente liberticida no sean un reducto de sinrazón absoluta y sean los primeros en darse cuenta de que todo tiene un límite. Porque probablemente llegar al extremo de ilegalizar Eusko Alkartasuna empieza a lindar ya con lo que ni siquiera el más radical de los radicales, si conserva sangre de jurista en las venas, puede tragar sin sentir náuseas.

Disculpen el lenguaje de hoy. Pero un blog también acaba sirviendo para dar salida a desahogos personales. Y la situación en España empieza a ser tal que éstos se hacen imprescindibles.

Esperemos, en cualquier caso, tener buenas noticias durante el fin de semana y que el Tribunal Supremo ponga en su sitio los delirantes recursos de la Abogacía del Estado. Pero, sobre todo, a quienes los han encargado desde el Gobierno y los han exigido desde la oposición y medios de comunicación. Porque nos jugamos mucho todos en esta batalla. Los mismos derechos fundamentales que nuestra Constitución reconoce y su sistema de garantías. No conviene olvidar que cuando quiebran para alguien están quebrando para todos.



El Día de la Pitada

Un día, cualquiera, hoy por ejemplo, en España, te levantas y te vas enterando de cosas como ésta:

– Como el año pasado va y resulta que pitaron a Su Majestad El Rey en un partido que se llama Copa del Rey y que se inicia con los acordes del Himno Nacional pero respecto del que se pide a los asistentes que no lo «ensucien» politizándolo, pues lo vamos a remediar. Al margen de que ya se intentó en su momento, al perseguir a los responsables de la pitada de 2009 por delito de injurias al Rey, en uno de esos episodios de charlotada jurídica tan propios de nuestro país (aunque a veces pasan a mayores, recordemos cómo acabó lo de El Jueves) para este año hemos decidido adoptar medidas preventivas: megafonía a toda mecha con 12.000 vatios de sonido, previsión de himno a 120 dB y, en fin, toda una serie de medidas estúpidas, contraproducentes y antidemocráticas… Pero además, en plan liberticida, la Policía Nacional tiene órdenes de requisar pasquines, pancartas, banderas o lemas que inciten a la pitada o la independencia de Cataluña porque, según la explicación oficial, «incitan a la violencia». Acusación jurídicamente impresentable por vaporosa y laxa (máxime cuando supone una restricción de derechos fundamentales), pero claro, muy cómodamente interpretable por estos mismos motivos según le convenga a cada cual. Lo que hace que ciertas banderas sí puedan entrar en los campos y otras no, que ciertas pancartas políticas tengan derecho a ser exhibidas y otras no… y todo este tipo de cosas que hoy estamos viendo a 10.000 vaios de sonido que debieran producir sonrojo democrático a cualquiera con una mínima sensibilidad.

– Una serie de jueces dan la razón a la Delegada del Gobierno en Madrid, que prohibió una manifestación laica porque, ajena a que la Constitución y la ley sólo permitan restringir el derecho de reunión en público cuando haya serio peligro para personas y bienes, la progresista de turno decidió que el hecho de que a los católicos les pueda sentar mal que alguien diga en público que Dios no existe es motivo suficiente para liquidar un derecho fundamental. ¡Total, con lo larga que es la lista de derechos de las personas, tampoco se me pongan así por quedarse con uno menos, oiga! Esta mañana el TSJ de Madrid ha convalidado la peculiar doctrina de que si una manifestación atea pasa por calles con nombres de santos y frente a varias iglesias ha de ser prohibida en un auto que parece salido del siglo XVIII. La argumentación da la razón a la autoridad gubernativa alegando que la manifestación comunicada no es admisible en democracia. Porque «molesta», porque puede «ofender» a algunos y porque, en definitiva, supone un «peligro para la libertad religiosa». Estas razones son de risa, como ya hemos tratado de explicar con más detalle y, sobre todo (y eso es lo más grave) totalmente ajenas a lo que prescribe nuestro ordenamiento jurídico. Si a partir de ahora entendemos que el que alguien critique nuestras creencias pone en riesg nuestras libertad de conciencia, la verdad, nos lo vamos a pasar muy bien proscribiendo manifestaciones públicas de todo tipo. ¡Ahhh, no, que aquí la regla sólo juega si es para proteger a la religión católica! Bueno, pues nada, nos callamos. Calladitos,  eso  sí, recordaremos con cariño a la juez Doña María del Coro, la que ha aceptado la querella contra los manifestantes por 4 delitos en modalidad preventiva, entre ellos un delito de genocidio. Es la jueza, también, que mantiene abierta la causa del 11-M y confunde el Titadyne con el Betadyne. A lo mejor es que esta vez también se ha confundido y está imputando por delito de genocidio cuendo lo que de verdad está haciendo es iniciar diligencias por un verdadero gilicidio (o algo así, y disculpen la broma).

– Por lo demás el Gobierno de la Nación, tras haber logrado que se anularan las listas de Sortu, partido surgido de la izquierda abertzale que se ha dedicaco a condenar el terrorismo y la violencia desde su nacimiento con una pasión que la deleznable ley de partidos que se aprobó en su día no merece, la verdad, ha decidido dar un paso más y ya nos ha comunicado que la Fiscalía y la Abogacía del Estado tienen órdenes de ir ahora a por Bildu, la coalición que el mundo de la izquierda abertzale ha montado con Eusko Alkartasuna. Cada día está más claro que aquí no se trata de combatir el terrorismo y a quienes le ayudan sino unas ideas. Cada día está más claro que estamos consintiendo que, sencillamente, se deje sin voz a una parte importante de la población por sus ideas políticas, no porque colaboren con ETA. ¡Ni siquiera porque apoyen la violencia! No, aquí hemos decidido que ciertos colectivos, personas e ideas no tienen derecho a participar en la vida política. Y ya está. Ahora van incluso a por EA, un partido de intachable trayectoria democrática. Como nos carguemos también el derecho a participar en política de esta gente, ¿cuál será el próximo paso? ¿El PNV? Porque, joder, al ritmo al que vamos…

– Mientras tanto, la Audiencia Nacional recula a marchas forzadas, a golpe de periódico ultraderechista y de clamor político que, acojonado por parecer «débil con el terrorismo», exigen que a los terroristas los tengamos en la cárcel hasta que se pudran en la cárcel o el Madrid gane 15 Copas de Europa, lo menos. Da igual lo que diga la ley sobre tiempos de estancia en prisión. Da igual que hayan cumplido condena. Da igual todo. Esto es un cachondeo. Y si ni siquiera la impresentable «doctrina Parot» (una interpretación ilegal y retroactiva in peius que se sacó de la mano el TS en un contexto de presión pública similar, con una bajada de pantalones histórica y vergonzosa) nos sirve, pues ningún problema: nos inventamos una interpretación si cabe más restrictiva, coreamos todos juntos el «a por ellos, oeeeee» y al Estado de Derecho que le den. La última novedad de ese sumidero de derechos y garantías que es la Audiencia Nacional ha sido considerar, ojito, que el tiempo que un sujeto ha pasado en prisión provisional no descuenta respecto del tiempo total que uno ha de estar en la cárcel sino condena por condena. Vamos, que te condenan a x años y no estuviste en prisión provisional en su día y puedes acabar cumpliendo, como mucho, los 30 años de turno. En cambio, como te hayas tirado 8 años en prisión provisional (como es el caso del ciudadano que ha generado esta nueva doctrina; sí, por alucinante que parezca, ¡¡¡8 años!!!! en prisión provisional, sin condena firme, ahí, en la cárcel, hala, pero, oiga, esto, ¿qué es?) pues entonces va y resulta que la nueva doctrina puede acabar haciendo que cumplas… ¿33?, ¿35 años? Y eso de momento, claro. Que la Audiencia Nacional o el Tribunal Supremo o quien sea, como la prensa monte una nueva campaña cuando toque excarcelar a saber qué se sacan de la manga.

En fin, yo no sé que les parece a ustedes. Pero yo creo que en este país tenemos un problema, y bastante grave, en materia de libertades. Un problema que va a peor y con un ritmo de degradación que es preocupante por trepidante.

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Me llega un e-mail de un lector que me dice que la recopilación de enlaces es acojonante y muy recomendable. Pues vaya, que yo se la recomiendo también (que para algo la he ido haciendo a medida que escribía, para que vayan pinchando en los enlaces y leyendo sobre cada tema). Aunque les advierto desde ya que también es muy, muy deprimente. Porque pinta un panorama muy sombrío sobre todas estas cosas que están pasando y a las que no estamos sabiendo ponerles freno.



Los borreguitos y el empastre boloñés

Ayer publiqué mi columna quincenal en El País (edición CV) y la dediqué a realizar una modesta reflexión sobre un tema que en este blog ya ha sido tratado en otras ocasiones: la transformación que está viviendo a cuenta del llamado proceso de Bolonia la Universidad española, sobre la que quien quiera una visión muy entretenida puede consultar este debate.

Ahora bien, esta vez no quería con la columna poner el acento tanto sobre la absurdidad del proceso de ridícula pseudo-renovación pedagógica que con la excusa de la «convergencia europea» nos están obligando a hacer no se sabe muy bien por qué. La mayor prueba de la innecesariedad de la misma es que en ningún otro país de Europa la aplicación de «Bolonia» ha ido de la mano de estas tontunas. No por ello me resisto a apuntar un par de ejemplos absurdos que no tienen más valor que su radical imbecilidad, puesto que no son los únicos ni, estoy convencido, los más alucinantes. Cualquier profesor de Universidad español puede a buen seguro deleitarnos con cosas igual o más delirantes. Que si profesores dedicados a preparar posters… Que si encargados de innovación educativa que prohíben a los profesores emplear wikis o la lectura de monografías jurídicas en sus clases… Una ya ha visto casi de todo y sabe que son cosas que pasan. Que todos conocemos. No vale la pena a estas alturas casi ni detenerse en ello. Por este motivo no es de este tema de lo que quería hablar en la columna.

Sobre lo que quería hablar es sobre la alucinante pasividad con la que desde la Universidad estamos respondiendo frente a lo que es un proceso de destrucción de la enseñanza superior y una agresión constante a nuestra dignidad como trabajadores y como enseñantes. No sé cuál será la experiencia de quienes lean esto y trabajen en la Universidad pero supongo que se parecerá bastante a la mía, porque es lo que le pasa, al menos, a todos aquellos con los que he hablado:

A saber, que no conozco a nadie, pero a nadie, que esté a favor de todas estas cosas o piense que sirven de algo. A nadie. Repito, absolutamente a nadie. Todo aquél con quien hablas se manifiesta harto. Cualquier profesor con un mínimo de experiencia y dos dedos de frente se confiesa en la intimidad alucinado con el grado de estupidez que estamos alcanzando. Los jóvenes están exhaustos y cabreados por tener que asistir a cursos aburridos, repetitivos, vacíos de contenido e impartidos por supuestos expertos que se tambalean como el power point les falle. Y las autoridades académicas que montan todo el tinglado, todo lo más, te confiesan que la cosa no es tan grave porque, en realidad, «la gente va a seguir dando sus clases más o menos como siempre, no harán casos de las tonterías y, al menos, esto les ha obligado a reflexionar sobre cómo es la docencia»….

Sorprendentemente, este estado de opinión no conduce a la rebelión o desobediencia generalizada. No. Somos como corderitos camino del matadero. Una minoría obedece entusiasta y saca réditos a base de cargarse la Universidad. Y los demás les dejamos. Hay un sorprendente clima de desaliento, de derrota, de que nada se puede hacer, que todo lo invade. Una prueba más ha sido, por ejemplo, que a raíz de la publicación ayer de mi columna he recibido numerosos mensajes y comentarios a cual más deprimente. Todo el mundo te da la razón. Todo el mundo comparte el diagnóstico. Todo el mundo parece resignado y comparte la idea de que hay que amoldarse como se pueda a esto y dejar que acaben de enterrar cualquier atisbo de institución seria y crítica, socialmente eficaz, que haya podido ser nunca en España la Universidad.

Hay quien me ha mandado poemas de tono fúnebre sugeridos por el texto (especialmente uno de Luis Rosales sobre a dónde nos puede llevar la obediencia). Hay quien me ha contado anécdotas a cada cual más aluciante. Hay quien me ha preguntado por la prohibición de mandar leer libros, pues todavía queda quien piensa que ciertos extremos no puede llegar a traspasarse todavía (y, obviamente, se equivocan, la historia de la prohibición de encargar lecturas de libros me la sé de primera mano porque me pasó a mí). Y hay casos directamente que a  mí me hacen tener ganas de llorar. Por ejemplo, el de un profesor cojonudo y eminente investigador, que lo ha dado todo  por la Universidad de su ciudad y que me anuncia que harto de cómo evoluciona el tema se va a jubilar. Copio parte de su mensaje, que es una de las cosas más tristes, por lo que significa que la Universidad española esté desperdiciando el verdadero talento a espuertas, que he leído en mucho tiempo:

«…Yo también siento el vértigo de las gilipolleces pseudopedagógicas y de la burocratización estupidizante. Tanto que el año que viene he decidido jubilarme y dedicarme a quehaceres más gratificantes. Cuando oigo hablar a los gestores universitarios de la estrategia por la calidad, la excelencia, la competitividad y la internacionalización, me entra la risa. Y ya que no puedo cambiar de universidad, cambiaré de vida.«

¿Qué estamos haciendo entre todos?  ¿Cómo es posible que gente que es de lo mejorcito de la Universidad directamente aspire a largarse y a cambiar de vida para perder de vista todo esto? Pues, sencillamente, porque no estamos haciendo nada. Estamos consintiendo cosas como que nos prohíban encargar a los alumnos que lean libros. Si ni siquiera algo así nos hace reaccionar, es evidente que nada lo hará. Los mayores porque no se sienten respaldados, con fuerzas o con ganas. O porque ya pasan de todo. Los que están en proceso de llegar a la cúspide, como nos han montado un sistema de hacer miles de tonterías y conseguir papelitos de todo tipo hasta los 50 años, pues pendientes de eso. Y cuidadín no seas muy díscolo que entonces la llevas clara. Así que a callar, a hacer la pelota a quien toque, a tragar con todo y a preocuparse por mejorar profesional y económicamente por el camino marcado. Y los más jóvenes, lógicamente, no tiene más remedio que penar con este sistema absurdo por cuadruplicado y a hacer posters sobre innovación educativa en lugar de formarse, estudiar, leer… Tampoc es extraño que, cada vez más, los mejores estudiantes huyan despavoridos de la Universidad y que cada vez más el proceso de selección inversa se agudice en la selección del profesorado: acaban llegando, y pasará cada vez más, los que están dispuestos  a hacer cualquier cosas… porque no tienen ni muchas luces, ni mucha dignidad, ni mucha ética… ni muchas alternativas.

Yo hace tiempo que me he plantado, he renunciado a los papelitos y he decidido que no dejaré de recomendar a mis estudiantes que se lean tal o cual libro por mucho que los jefecillos de mi Universidad se enfaden y los mandarines de la innovación edcuativa me pongan la cruz. Obviamente, tarde o temprano tendré algún problema con esta gente, sus amigos y los sicarios del poder que, calladitos y dedicados a todo tipo de  mamoneos, medran y se dedican a quedarse dinero, carguitos y cuotas de poder para dar rienda suelta a sus complejos y miserias. Pero bueno, nos defenderemos como podamos. Y a ver qué pasa.

No soy optimista. Visto lo visto, tengo muy claro que, como institución, la Universidad española está muerta. Porque un colectivo como el nuestro, donde la mayoría de los profesores, como todo este proceso está poniendo lacerantemente de manifiesto, carece del más mínimo espíritu o sentido crítico (porque tenerlo no es que todo te parezca muy mal, es actuar en consecuencia) y está dispuesta a todo, a sacrificar cualquier cosa, con tal de ganar 20 euros mensuales más no puede aportar nada bueno al país. Obviamente, seguiremos dando clase y produciendo graduados, con una formación más o menos digna según le evolución socioeconómica del país y de nuestra materia prima, que son los alumnos, y que es lo más relevante a la hora de determinar el resultado formativo final de éstos. Quizás no sea un drama que la Universidad acabe reducida a esto. Enseñaremos a poner tuercas y ajustar tornillos, a poner demandas y a hacer balances. Transferiremos, eso sí, mucho conocimiento. Menos da una piedra. Pero no aspiremos a que de aquí vaya a salir nada más.

En cualquier caso, esta es ya la realidad. Conviene asumirla. Más que nada porque no parece que vayamos a aspirar a ser nada más en un futuro cercano. No hay materia prima para ir a mejor ni más cera que la que arde. Obedecermos y viviremos tranquilos.

Les dejo a continuación con el texto publicado en El País ayer:

 

Tic, tec, tac…

ANDRÉS BOIX 18/04/2011

 

La Universidad española transita por una época oscura y la mejor prueba de que así es la aporta la radical ausencia entre nosotros mismos de ese espíritu crítico que siempre decimos que hemos de inculcar a los demás.

Tras unos años de reforma de Bolonia, cuyos mayores adalides defendían con el peculiar argumento de que en el fondo «tampoco iba a cambiar en exceso la cosa» y en ningún caso íbamos «a ir a peor» (razones bien peregrinas para justificar poner patas arriba todo el tinglado), hemos llegado a un punto en que es mejor tomarse la cosa a risa. Miles de profesores nos dedicamos mes tras mes a acudir a reuniones y preparar papelajos donde se nos obliga a definir «destrezas», «habilidades», «competencias»… en un proceso kafkiano que tiene tres características que lo hacen alucinante. Ocupa muchísimo tiempo y, de hecho, cada vez más. Nadie, absolutamente nadie, cree que todo eso sirva para nada útil, por lo que todo el mundo se ha especializado en rellenar papeles sin sentido con frases huecas que, eso sí, gusten al revisor de turno. A pesar de lo cual, las decenas de miles de profesores de Universidad españoles cumplimos cual corderitos, como nuestros respectivos centros, sin protestar.

El problema es que estamos llegando a extremos entre delirantes y patéticos y aquí seguimos sin atrevernos a alzar la voz. Esta semana me encontré con unos compañeros preparando posters para un congreso sobre innovación educativa sobre las TIC, el paso a las TEC y la anhelada llegada a las TAC. Les ahorro la explicación de lo que es cada cosa porque sí, en efecto, todo el asunto es lo que parece. Una tontería propia de una clase de párvulos. Que lamentablemente no es una broma sino algo que la gente se ve forzada a realizar porque este tipo de majaderías se han convertido de facto en obligatorias dado que las piden las agencias de acreditación de la calidad. De manera que ahora todos tenemos que dedicarnos a perder el tiempo (y créanme, es mucho tiempo, que pagan ustedes) con estas cosas.

Son también cada vez más frecuentes los controles respecto de la labor de los profesores buscando una absoluta homogenización e infantilización de las clases. Han aparecido, en época de crisis, muchos cargos y carguitos donde se aposentan voluntarios revisores de la labor de los colegas para certificar si aplican correctamente las nuevas metodologías. En el mejor de los casos cobran y no hacen nada. En el peor se dedican a hostigar a los profesores con episodios como la prohibición de encargar a los alumnos que lean cada uno, a lo largo de todo el curso, dos libros jurídicos o que utilicen Internet para montar una Wiki colectiva. De nuevo, no se trata de una broma. La tesis, respaldada por las autoridades, es que no se pueden imponer semejantes «cargas» a los estudiantes de un solo grupo, por ser discriminatorio.

De todos modos, el peor síntoma de lo que ocurre en la Universidad española es que los profesores nos estemos dejando hacer todo esto. Va siendo hora de que empecemos a denunciar lo que está pasando y a alzar la voz. No con la idea de conseguir grandes objetivos y una reforma profunda de cómo funcionan las cosas, algo muy difícil. Pero sí, al menos, para intentar alcanzar logros más humildes. Como no estar obligados a confeccionar posters o poder tener un mínimo de libertad para pedir a nuestros alumnos que se lean algún libro.

Andrés Boix Palop es Profesor de Derecho administrativo en la Universitat de València

 



La religión intocable

Joder con la Iglesia Católica. Y con los curas. Y con sus secuaces… Pero no. En realidad lo que está pasando no es culpa ni de la Iglesia, ni de los curas ni de sus secuaces. Es culpa de una sociedad que consiente un Código penal medieval y  un modelo de justicia que permite que cuatro locos y un juez sectario te metan un paquete por vía criminal a la mínima que se pongan a ello mientras tú te quedas con cara de tonto. Y es que ya lo hemos dicho en este blog una y mil veces. Que tanto reírnos de la intransigencia de la morisma con las viñetas de Mahoma, pero aquí tenemos un Código penal donde abundan delitos absurdos para proteger a las religiones (y especialmente a la única y verdadera, claro). No vale la excusa de que estos delitos nunca se emplean. No. Porque no es verdad, en primer lugar, a la vista está. Porque el mero hecho de que estén ahí es impresentable y resulta que provoca un enorme riesgo para la libertad de todos. Porque estando ahí, pues se acaban usando, ya sea para vetar tetas, ya para castigar procesiones ateas, dando armas a la represión más impresentable a poco que alguien tenga ganas.

Recapitulemos. Una asociación de gente a quien no conozco pero que tiene toda mi simpatía, aunque sea sólo porque se llamen a sí mismos Asociación Madrileña de Ateos y Librepensadores y alguien con ese nombre no puede sino ser un grupo de buena gente, decide convocar una manifestación-marcha-procesión para el próximo jueves para hacer profesión pública, colectiva y festiva de ateísmo y de su compromiso con la razón, el empirismo y la convicción de que brujas, príncipes, hadas y Dioses pues para los cuentos, pero no para la vida real y mucho menos para condicionar cómo vivimos la vida todos en sociedad a partir de dogmas revelados de origen místico. Obviamente, se trata de una acción protegida constitucionalmente por el art. 21 CE, que permite a los ciudadanos que nos reunamos en público para lo que nos dé la gana y como mejor nos parezca siempre que los objetivos de la reunión no sean ilícitos. Las reuniones en España y en cualquier país con un Estado de Derecho digno de ese nombre, como es sabido, ni siquiera requieren de autorización para realizarse, aunque si son en la vía pública sí habrán de notificarse a la autoridad competente (militar, por sup…. ah, no perdón, esto no iba aquí). Y una manifestación notificada sólo puede ser no autorizada si se evalúa con un mínimo de rigor que puede constituir un problema de orden público. Pues bien, los convocantes de tan higiénica marcha por Madrid no sólo han visto cómo se les negaba la autorización de la procesión atea sino que han acabado imputados por varios delitos. Como esto no es Arabia Saudí aunque cada vez lo parezca más, vamos a tratar de explicarlo:

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Mestre, quina toquem?

Transcribo el artículo que ayer publiqué en El País, edición de la Comunidad Valenciana, sobre el manido tema del «cambio de modelo productivo». Sí ese «cambio de modelo» del que todos hablamos pero que, en el fondo, aquí nadie se toma demasiado en serio porque, digámoslo con claridad, somos conscientes de que en realidad no hay más cera que la que arde.

Mestre, quina toquem?

ANDRÉS BOIX

Desde hace unos meses, unos años ya, al socaire de la crisis y del derrumbe de nuestra economía de turismo y construcción, se lee y escucha mucho que tenemos que «cambiar de modelo productivo». Políticos, economistas, intelectuales, medios de comunicación… nos cuentan una y otra vez que hemos de apostar por «la economía del conocimiento», por la puesta en valor de otros sectores productivos, por unos servicios más avanzados y por la generación de I+D+i. Ésa ha de ser la apuesta estratégica, la partitura que nos estamos diciendo unos a otros que tenemos que interpretar en los próximos años si queremos aspirar a que nos vaya bien. O, al menos, no demasiado mal.

Lamentablemente, se trata de discursos vacíos, de mera retórica. Afortunadamente, al menos, somos perfectamente conscientes de ello. Dentro de lo malo que es que toda esta historia del cambio de modelo productivo sea un paripé, es un pequeño consuelo constatar que todos intuimos que el emperador, sí, va desnudito. Sabemos que la apuesta productiva de quienes la tienen que hacer, poniendo dinero, estableciendo líneas de ayuda, determinando inversiones y disponiendo el marco legal que puede acompañar una transformación de esta índole, a la hora de la verdad, es la que es: esperar a que escampe la crisis y confiar en que, tarde o temprano, vuelva a arrancar la maquinaria que sabemos manejar, a saber, la del copazo y el ladrillo.

Resulta obvio viendo dónde estamos recortando, dónde seguimos metiendo dinero y qué tipo de modificaciones legales se han venido aprobando en los últimos meses cuál es el modelo de quienes mandan. La dinámica es la que es. Apuntalar a los inversores en suelo y al sector de la construcción con todos los medios a nuestro alcance, abrir de mala manera la mano respecto de las actividades de hostelería para que no tengan que cumplir la más mínima norma de respeto a los demás o al medio que pueda limitar su rentabilidad y, mientras tanto, seguir gastando cantidades ingentes de dinero público en nuestra marca turística de supuesto tronío y eventos varios mientras la investigación se queda seca e incluso la educación pública es tratada como una «carga» que hay que ir minorando en lugar de como base imprescindible sin la que es sencillamente imposible que aparezca modelo productivo alternativo alguno. Un 40% de fracaso escolar y unas tasas de analfabetismo que nos hacen líderes en Europa (y no sólo de Europa occidental, de toda Europa) certifican el carácter delirante, en ese contexto, de cualquier viraje hacia una «economía del conocimiento».

Tampoco, hay que reconocerlo, vivimos en una sociedad donde haya una gran demanda de otra cosa. En el fondo nuestros políticos responden, apuntalando con normas y con dinero nuestros sectores «estrella», a lo que la mayor parte de la ciudadanía desea y entiende. Porque nuestra población, entre la falta de formación y la visión alicorta de quienes deciden las líneas estratégicas de futuro, ha acabado asumiendo la triste tesis de que, hoy por hoy, tampoco parece que haya demasiadas opciones. Y no se vive tan mal sin tener que estudiar mucho, como camarero o propietario de garito, según le vaya en suerte a cada cual. Así pues, la respuesta a quienes todavía se pregunten qué hemos de ponernos a tocar a partir de ahora es más que previsible. Doncs la mateixa, que se suele decir. Que en sabem una altra?

Andrés Boix Palop es Profesor de Derecho administrativo en la Universitat de València



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