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Seguimiento de la campaña electoral valenciana (día 10) para El País Comunitat Valenciana
Hablábamos ayer de las perspectivas que para los partidos minoritarios avanzan las encuestas. Hoy el diario El País publica un nuevo sondeo que prácticamente calca el que comentábamos ayer. Victoria holgadísima del PP, que aunque sufre cierto desgaste, se dispara en diputados gracias a una caída en barrena (que Metroscopia cuantifica hoy en cifras por debajo, incluso, del 29% de los votos), mientras que Esquerra Unida recoge el apoyo del anterior pacto de izquierdas EU-Bloc y el nuevo Compromís está a las puertas de superar el 5% y entrar en les Corts. De manera que las reflexiones que hacíamos ayer se ven en todo punto confirmadas. No parerce que haya novedades en ese flanco.
Sí las hubo ayer en el de los mítines. Rodríguez Zapatero estuvo a mediodía en la plaza de toros de Valencia en un acto de afirmación de los socialistas valencianos. Como el Real Madrid ante la hegemonía del Barça, el PSPV está muy necesitado de chutes de autoestima en vena. Una victoria local sorprendente, aguantar bien en una ciudad grande e incluso una concentración como la de ayer, con gran éxito de convocatoria, son imprescindibles para levantar la moral de la alicaída tropa. A lo mejor un acto de campaña como el de ayer no es como ganar la Copa del Rey frente al eterno rival, pero algo es algo.
Y, sin embargo, incluso en lo mejor de la fiesta las cosas se pueden torcer. Como cuando aparece Mourinho acusando al árbitro de estar comprado, crispando y generando entre los fieles cierta división: unos siguen el discurso del líder y se unen a la indignada denuncia del robo del partido, otros sienten vergüenza por cómo se trata de desviar la atención sobre cuestiones esenciales (el juego desarrollado por uno y otro equipo). Mientras tanto, la gente más o menos neutral asiste entre abochornada y preocupada al espectáculo Mou. Y la imagen pública que queda de esas quejas es nítida: nos las habemos con un llorón y un mal perdedor.
Ayer el mítin permitió visualizar cómo la táctica seguida por el PSPV respecto de Canal 9 produce unos efectos semejantes. A la imagen de perenne quejica incapaz de sobreponerse a nada que transmite el PSPV sacando el tema de la manipulación de RTVV cada dos por tres (una televisión pública valenciana que, recordemos, apenas si tiene un 10% de audiencia y muy probablemente, en sus informativos, sólo de convencidos) se une el grado de lamentable crispación a que acaban conduciendo estas constantes quejas, algunas de ellas muy irresponsables por sus formas. Que el leit-motiv del mítin de ayer fueran los gritos contra Canal 9, pase. Es algo que, a fin de cuentas, afecta sólo a la imagen y estrategia del PSPV. Que de ahí degenerara la cosa en los gritos e insultos contra los periodistas de la televisión pública valenciana es, sin embargo, un salto cualitativo lamentable. Pero inevitable cuando un partido político opta por la estrategia del mourinhismo. No parece que sea éste un buen camino. Menos todavía si estamos hablando de un partido con aspiraciones de gobernar. Jorge Alarte, consciente de la toxicidad del ambiente y de la negativa deriva que supone que un partido como el PSPV dedique su acto de campaña a crucificar a los trabajadores de la televisión pública, hubo de tomar la palabra para detener la cascada de insultos e improperios dirigidos a los periodistas y pedir que se diferenciara entre ellos y los gestores de Canal 9, que son los responsables de orientar la política informativa de la cadena. En una línea semejante ha tenido que salir la Unió de Periodistes del País Valencià, que ha emitido un comunicado muy duro sobre lo ocurrido ayer (quien esté interesado lo puede leer aquí).
Canal 9 es una televisión de poca calidad. Sus informativos son de un partidismo impresentable, pero lamentablemente frecuente en España, que es un país con una calidad democrática muy mejorable. En este sentido, hay que reconocer que el PSOE en las dos últimas legislaturas ha dado un ejemplo de cómo se debe gestionar una televisión pública con RTVE. Es algo que nunca se había hecho en España y que tiene mucho mérito, pues significa renunciar voluntariamente a un instrumento partidista muy potente (porque TVE tiene audiencia, entre otras cosas, a diferencia de Canal 9). Y ha de ser reconocido y valorado. Chapeau. El propio PSPV debiera poner más en valor este logro, porque son éstas las cosas que, con un poco de suerte, marcan el legado de un Gobierno. Hay que confiar en que el ejemplo se consolide hasta el punto de que nadie pueda ya nunca revertir el modelo de televisión pública estatal. Y que poco a poco las Comunidades Autónomas no tengan más remedio, porque la presión de la opinión pública, alentada por la existencia de ejemplos virtuosos, sea cada vez mayor en la dirección de exigir una tele de calidad y digna, hayan de evolucionar en esa misma dirección.
Pero junto a las miserias de Canal 9, también hay que reconocer dos cosas. Que hace cosas (programación, series, informativos en valenciano y de proximidad) que si no existiera una televisión pública, con todos sus defectos, nadie haría. Y que, además, es nuestra, no del PP. No podemos ni debemos estigmatizar Canal 9 en sí mismo. Critiquemos la deriva de su programación, ataquemos con toda la dureza que merece la impresentable política de manipulación informativa de sus espacios de noticas. Pero tratemos, aunque sea difícil, de preservar el buen nombre de la casa, del ente y de sus trabajadores. Porque son nuestra televisión. Y porque una televisión pública no sólo es importante (obviamente, tanto más cuanto de más calidad sea) sino que está llamada a ser absolutamente esencial para nuestro país.
El PSPV está obsesionado ahora con «recuperar» espacios que perdió en el pasado por alejamiento, hostilidad o desprecio. Fallas, procesiones y demás. Lo que les lleva, incluso, a ir a la Ofrenda y cosas semajantes. Que no acabe ocurriendo que, después de una sucesión de cosas como esta, tenga que llegar el día en que haya que iniciar una campaña para «recuperar» también posiciones en la televisión pública valenciana porque se la hemos cedido voluntariamente a la derecha valenciana. No se trata de decir «yo nunca veo Canal 9» o «yo no la tengo ni siquiera sintonizada» sino, más bien, «Canal 9 también es mía, como de todos los valencianos, y exijo que sus contenidos den un verdadero servicio de país». Para lo cual hace falta no renunciar de antemano al instrumento ni estigmatizarlo como si por su propia naturaleza, per se, hubiera de ser siempre adicto a la derecha valenciana.
Porque, además de todo lo dicho, pues va a ser que no. La culpa no es de Canal 9, al igual que el Real Madrid no pierde la Liga contra el Barça por los árbitros. Así que mejor dejarse de tonterías.
Seguimiento de la campaña electoral valenciana (día 9) para El País Comunitat Valenciana
Ayer se conocieron los resultados de una encuesta que Demoscopia ha realizado para Antena 3 TV y Onda Cero. Los resultados, obtenidos a partir de un estudio de campo realizado hace apenas unos días con una muestra más o menos apreciable siguen la tónica de los estudios publicados hasta la fecha: el PP más o menos se mantiene holgadamente por encima del 50% de los votos, con algún desgaste, pero gana diputados por el desplome socialista, que caen al entorno del 30% de los votos, mientras que la pugna por ocupar el «tercer espacio» entre Esquerra Unida y Compromís se decidiría en favor de los primeros, que entrarían cómodamente en el parlamento valenciano, algo que, por el contrario, la coaliación de Bloc e Iniciativa del Poble Valencià no tiene, ni mucho menos, asegurado.
Sin embargo, y en comparación con los datos que más o menos habíamos venido recibiendo hasta ahora, esta encuesta tiene diferencias de matiz que son buenas noticias para los partidos minoritarios. Tanto Esquerra Unida como Compromís recibirían un caudal de votos, según esta encuesta, mucho mayor de lo que hasta la fecha se les venía asignando.
Esquerra Unida no sólo reeditaría los resultados de la lista de coalición con la que ambos partidos concurrieron en 2007, un resultado excelente, sino que incluso podría ganar dos diputados respecto de los siete que se lograron en la pasada convocatoria y llegar a nueve gracias, de nuevo, al desplome socialista (si otro partido pierde muchos votos y tú mantienen los tuyos, siempre y cuando no entre nadie más en el reparto, pues sacas más diputados). Los niveles de voto se acercarían a un 9% del total de los sufragios. Estamos hablando de cifras próximas a las de la época de Julio Anguita. Sería un resultado excelente para Marga Sanz y los suyos.
Precisamente ayer hacíamos referencia al histórico líder comunista cordobés y a su «Programa, programa, programa» para explicar la importancia de que los ciudadanos identifiquen una opción política con un proyecto alternativo. El PSPV no lo tiene y eso es un lastre dificilísimo de superar por mucho desgaste que sufra el PP y la figura de Francisco Camps. En cambio, no hay duda de que Esquerra Unida sí lo tiene. Suele decirse, desdeñosamente, que lo único con lo que cuenta la coalición, a estas alturas, es con «imagen de marca». Que simplemente recibe los votos de quienes están desencantados con el PSOE y sus políticas de centro-derecha. No entiendo muy bien que se pueda entender como una tara poseer, esencialmente, como opción política, «imagen de marca». Es decir, trasladado a términos políticos, un proyecto alternativo. Los ciudadanos, aunque EU tenga bien poca visibilidad en los medios de comunicación, sabemos que cuenta con una trayectoria consolidadísima de defensa de una serie de valores. Nos resulta por ello fácil identificar qué piensan sobre la reforma laboral, las jubilaciones, la sanidad pública, los conciertos educativos, la movilidad sostenible, las infraestructuras de transporte o, si hablamos de la Comunidad Valenciana, eso a lo que llamamos «señas de identidad» (lengua, país…). Esquerra Unida no engaña a nadie. Defiende sus ideas con coherencia y entrega. Tiene un proyecto. Y las circunstancias le pueden recompensar por haberse mantenido fiel al mismo, a la vista de cómo ha evolucionado la situación económica en todo el mundo, la evolución liberticida de las democracias occidentales o, si hablamos de nuestro país, el desastre en materia de crecimiento., solidaridad e igualdad a que el actual colapso del modelo de burbuja ladrillo + copazo (cuando no el propio modelo en sí mismo, aunque muchos se nieguen a verlo así) nos ha conducido.
Con muy poca atención por parte de los medios de comunicación, los resultados de Esquerra Unida, de confirmarse esta encuesta, demostrarían hasta qué punto es importante tener un proyecto sólido y con el que la ciudadanía, a base de trabajar años y años en la misma línea, te acaba identificando.
Por su parte, los resultados de la encuesta son también moderadamente satisfactorios para Compromís. Con la excepción del que publicó hace ya unas semanas el diario Público, ni un solo estudio demoscópico ha previsto que la coalición entre Bloc, Iniciativa y algunos socios menores pueda llegar al 5% de los votos requeridos para entrar en les Corts Valencianes. Tampoco esta encuesta de Antena 3 y Onda Cero les garantiza la entrada. Pero es la primera en mucho tiempo que, al menos, no les sitúa en el entorno del 3% de los votos (lejísimos del objetivo marcado) sino más bien en el 4’5% (a punto de entrar en el parlamento valenciano, a falta de sólo unas decenas de miles de votos, y dentro del margen de error de la encuesta) que, por lo demás, eran los niveles de voto que el Bloc en solitario logró tanto en 1999 como en 2003. Así que esta encuesta, al menos, da esperanzas, si no ya de superar a Esquerra Unida en la lucha por liderar el «tercer espai», sí de entrar en el Parlamento y no perder durante cuatro años, de nuevo (y quién sabe por cuanto tiempo) la presencia pública que han logrado en esta legislatura gracias al paco con EU de 2007.
En Compromís confían en entrar porque dicen que los resultados finales del Bloc (por ejemplo el 4,1% de 1999 o el 4’8%, verdaderamente límite, de 2003) siempre son mejores que las encuestas. Esperan que, además, su labor de oposición política durante esta legislatura, muy visible en la labor de desgaste a Camps y al PP y un punto demagógica y populista, les dé el empujón final. También tienen depositadas muchas esperanzas en la movilización de los suyos (que es muy perceptible en Internet y las redes sociales) y en el voto joven, cuyos movimientos, especialmente si se alejan de la pauta histórica, son más difíciles de detectar por la encuestas. Por todo ello, conservan la ilusión de entrar, lo que sería en el fondo un gran resultado para ellos, dado que nunca lo han hecho en solitario. Pero es obvio que esa ilusión es más fácil mantenerla (y evitar fugas de voto «pseudo-útil» a Esquerra Unida) si las encuestas te dan en el entorno del 4’5% que en el del 3%.
La facilidad de Compromís para mantener un buen caudal de voto local y autonómico (aunque siempre insuficiente hasta la fecha para lograr la entrada en solitario en un Parlamento con una ley electoral muy dura con los minoritarios) probablemente nos informa también sobre un determinado proyecto más o menos sostenido en el tiempo y con el que se identifica, al menos, una parte de la población. Pero no una parte muy apreciable. Se puede optar por crecer ensanchando las bases del proyecto o realizando una labor pedagógica que convenza del mismo a cada vez más gente. Obviamente, algo así no es fácil. Requiere de tiempo, trabajo y también, probablemente, de talento. Y son imprescindibles las plataformas mediáticas que permitan que tu mensaje, al menos, vaya llegando poco a poco a la gente. Probablemente estos años, con diputados en les Corts y cierta visibilidad, eran un buen momento para acometer este reto. Sin embargo, la perenne oposición a Camps y al PP a partir de criterios de talante democrático ha desdibujado el discurso de Compromís. Sí, está claro que están contra el PP. Y mucho. Pero, ¿acaso no lo están también PSPV y EU? ¿Qué es lo que aporta de particular Compromís a ese modelo? Sus responsables lo han fiado casi todo para crecer a lomos de la imagen joven, fresca e ireverente de Mónica Oltra. Para dotar de visibilidad a ese aspecto de su labor, que genera filias potentes para también mucho rechazo entre las capas de población que conforman el mainstream de cualquier sociedad (que en el fondo aprecian los debates pausados, con contenido, mucho más de lo que creen los partidos políticos suelen creer), Compromís ha debido renunciar a exponer (e incluso a definir internamente) durante estos cuatro años su proyecto. Los ciudadanos, incluso sus votantes más fieles, ya no saben muy bien qué piensan Morera, Oltra y los suyos sobre la gestión privada de la sanidad, las infraestructuras, los problemas industriales del país… Y eso, en el fondo, es una losa importante. Porque a la hora de la verdad, como decía ayer, casi todos votamos proyectos de transformación y convivencia que se asemejan a nuestras ideas. ¿Alguien sabe exactamente cuál es el de Compromís? Porque estos años no los han sabido usar para aclararlo, para eliminar algunas de las brumas borrosas en torno al Bloc y al resto de la coalición. ¿Son de izquierdas? ¿De centro? ¿De centro-derecha? Defienden la lengua sí pero, además, en cuestiones incluso claves para el ideario nacionalista como el déficit fiscal valenciano, ¿qué proponen? ¿Alguien recuerda a Oltra o a Morera hablando durante esta legislatura de ese tema?
Es posible que Compromís entre a pesar de todo en las Cortes Valencianas, superando el 5% de los votos. Sin embargo, es evidente que van a sufrir hasta el último minuto. Probablemente tiene que ver esa dificultad con el no haber sabido aprovechar bien estos cuatro años de una presencia parlamentaria intensa como nunca habían podido disfrutar de ella. Porque con la crisis económica, el desgaste del PP de Camps, la incapacidad del PSPV de Alarte y todo lo que hemos vivido estos cuatro años, no lograr consolidar presencia en el Parlamento hablaría muy mal de cómo se ha programado la estrategia de fondo de la coalición. Entrar, aunque fuera por los pelos, paliaría algo el drama y la crítica a cómo ha gestionado la coalición su labor como oposición, pero no haría sino aplazar a 2015 esta misma cuestión. Si Compromís quiere hacerse mayor y convertirse en una alternativa, necesitan, también, más proyecto y menos camisetas.
Seguimiento de la campaña electoral valenciana (día 8) para El País Comunitat Valenciana
Decía Julio Anguita, allá por al década de los 90, con el muro de Berlín recién caído pero con una situación política en España que permitía a Izquierda Unida soñar con el sorpasso y convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda que la clave toda acción política, de toda campaña, era sencilla: «Programa, programa, programa». Izquierda Unida, con el tiempo, acabó perdiendo esa apuesta. Aunque sigue recibiendo niveles de apoyo popular muy estimables, nunca ha llegado a inquietar al PSOE. Y una ley electoral ciertamente poco proporcional le quita buena parte de la visibilidad que sus cientos de miles de votos merecerían. Pero ello no quita para que Julio Anguita tuviera razón. El programa es esencial para desarrollar una acción política que aspire a tener éxito.
El principal problema del PSPV es que, a día de hoy, carece de un proyecto alternativo al del PP. El proyecto del PP, nos guste no, es claro, reconocible. Todos sabemos más o menos de qué va. En materia de servicios públicos, en educación y en sanidad. En economía y en grandes eventos. En turismo e industria. En infraestructuras. Gustará más o menos (a mí, por ejemplo, me gusta más bien poco en muchas cosas porque lo veo facilón y cortoplacista, además de generador de desigualdad y problemas estructurales a medio y largo plazo) pero ahí está. Ya digo que a mí no me gusta, pero no puedo dejar de reconocer que todos lo conocemos, entendemos sus mecanismos de funcionamiento, somos capaces de intuir sus implicaciones y, además, lo hemos visto en práctica y sabemos que el PP, en esto, es de todo menos incoherente. Desarrolla su programa allí donde gobierna, no hay contradicción entre sus hechos y sus palabras. Por último, y por muchos defectos que le vea yo a ese proyecto, es evidente que a otros muchos ciudadanos, a la vista está, no les parece que los tenga. O no tan graves. De eso se trata en una democracia, de que entre todos discutamos, tratemos de convencer a los demás y de que la opinión que al final haya logrado ser asumida como mejor por más gente sea la que se ponga en marcha.
Ahora bien, la cuestión es, ¿puede revertirse este estado de cosas? ¿Cómo debe hacerse? Pues en primer lugar, a mi entender, desarrollando un proyecto alternativo. Y me llama la atención que el PSPV no se haya esforzado, con todo el músculo que tiene como organización, por desarrollar esa explicación y propuesta alternativa de la realidad durante todos estos años. Con un programa que cumpla una serie de requisitos imprescindibles:
– que sea un programa alternativo al modelo dominante del partido que manda (si no es alternativo, ¿para qué te presentas contra el que manda?, ¿para hacer lo mismo pero con una sonrisa, o con «dignidad», o con un poquito menos de furor?);
– que desarrolle una visón coherente y global, que permita una explicación general del modelo de país, sociedad y economía que queremos pero permitiendo concreciones donde, en el mundo micro, se vean las diferencias de aproximación y de modelo (porque si no lo hacemos así, ¿cómo aspirar a que se visualice la verdadera diferencia, la alternativa, el quid de la cuestión?);
– que sea coherente con la acción política que se lleve a cabo en cada sitio en el que se gobierna o en el que se está en la oposición (entre otras cosas, el mensaje del PP es creíble porque presenta pocas disrupciones de este estilo, por esta razón no se puede combatirlo diciendo una cosa y haciendo luego otra que desmiente tu discurso general);
– que logre identificar tres o cuatro ejes esenciales, diferenciadores, que posicionen al discurso alternativo ante la opinión pública como crítico respecto de cómo se están haciendo las cosas (porque sólo de esta manera, cuando después de años de bonanza empiezan a venir mal dadas, la opinión pública puede ser consciente de que había alguien ahí, aunque en su momento no se le hiciera mucho caso, que ya lo advirtió, y a quien la realidad puede acabar dando la razón).
Un proyecto hegemónico se combate con proyectos alternativos sólidos. Con programa. Haciendo política. De momento, en esta campaña, hemos visto poco o nada de esto en el principal partido de la oposición valenciana. Y no sólo ayer, con la campaña suspendida, sino de contínuo. Es como si, en este punto, la acción política de los socialistas valencianos llevara suspendida varios años. Para no incordiar. Porque la hegemonía política del PP les tiene acobardados. Porque piensan que la manera de recuperar el poder es nadar a favor de corriente… Por lo que sea. Pero el caso es que, de momento, proyecto no se ve por ninguna parte.
Seguimiento de la campaña electoral valenciana (día 7) para El País Comunitat Valenciana
Los seres humanos somos así. Construimos mitos. Una vez edificados, asumidos por casi todos, resulta difícil, casi imposible, darse cuenta de que a veces la realidad se compadece mal con la construcción idealizada de la misma que nos hemos montado.
El mito por excelencia de la política valenciana dice que Rita Barberá es «imbatible». Que es un animal político sin flancos débiles. Que es popular, querida, una más de entre los valencianos pero, a la vez, referencia para la ciudad. 20 años en la alcaldía, con resultados apabullantes en las últimas convocatorias, avalarían esta tesis. Y, sin embargo…
Rita Barberá tiene defectos. Ayer, en el debate que mantuvo en la televisión autonómica valenciana con el candidato del PSPV Joan Calabuig, afloraron casi todos. Que haya ganado una y otra vez las elecciones no tiene nada que ver, por ello, con ninguna cualidad mítica de la Alcaldesa por excelencia del país y de toda España. Confluyen para fortalecer esta realidad muchas circuntancias. Dinámicas políticas favorables, haber podido chupar rueda del progreso económico del país en las dos últimas décadas, que ha facilitado una importante transformación urbana de Valencia (pero no sólo de Valencia, sino de todas las ciudades españolas, como cualquiera que haya salido alguna vez «cruces afuera» del Cap i Casal sabe perfectamente) e incluso el hecho de que la oposición socialista ha sido de todo menos consistente (ni un solo candidato socialista ha repetido, de manera que no hay forma de consolidar alternativa alguna) la han ayudado sobremanera. Rita Barberá no es imbatible per se. Son las circunstancias las que han facilitado que se tenga esa imagen de ella y las que hacen que desde tantos sectores se dé la batalla por perdida provocando, con ello, la invisibilidad de los muchos defectos que tiene su gestión.
Por su parte, Joan Calabuig es un profesional de la política. Un tipo formado, inteligente, sólido… Tuve ocasión hace unos años de compartir una mesa redonda con él y sobre ninguno de esos aspectos tengo la más mínima duda. Sabe cómo funcionan las cosas, algo por lo demás inevitable incluso en una persona menos capaz de lo que es él pero que compartieran trayectoria vital, porque lleva casi 30 años en esto y ha estado en la Administración autonómica, en el parlamento europeo, en el parlamento español… No es, sin embargo, muy conocido. Casi nadie sabe muy bien quién es. Tiene un carácter público, por lo que puede deducirse de lo que le llevamos visto estos meses, más bien gris. Se comporta de una manera un tanto rígida, todo lo contrario de lo que le ocurre a Barberá, que se nota que está a sus anchas en Valencia, por la calle, en Fallas y en todo lo que rodea la política valenciana (¿quizás, a veces, demasiado a sus anchas?). Y resulta obvio que no es un killer en campaña. Él mismo reconoció, en lo que se ha convertido casi en una seña de identidad, que lo que sabía de campañas electorales es lo que había leído en los manuales al uso.
Con estos antecedentes, muchos pensaban que Calabuig iba a sufrir un vapuleo a manos de Barberá en el debate de ayer. No ocurrió. Tampoco al revés. Es obvio que Barberá salió indemne del debate y que coló con solvencia, en su estilo, los mensajes que quería dejar a la audiencia. Ya saben. Delenda est Zapatero. Ah, sí, y eso de que Valencia está muy pero que muy bonita y la hemos puesto en el mapa. Pero el candidato socialista sí hizo varias cosas bien, lo que permitió que emergieran ciertos aspectos de Barberá y de su gestión que son menos luminosos y que suelen quedar sepultados debido a la potente inercia del mito y la deserción a que esta imagen ha llevado a muchos. Es lo que pasa con algunos leones aparentemente fieros. Que basta ponerse delante para constatar que no es para tanto.
Aquí tienen el discurso político de Barberá y el PP de Valencia:
vótame porque esto lo hemos hecho nosotros y es muy bueno para ti
Joan Calabuig fue anoche educado y respetuoso. El espectador pudo ver, por contraste, a una Rita Barberá tan acostumbrada a su hegemonía y a que nadie le chiste que por momentos pareció grosera cuando replicaba. Algo tan tonto, por ejemplo, como reconocer que el adversario también ha hecho cosas y algunas de ellas buenas (como hizo ya Nomdedéu, el candidato del Bloc en Castellón, en el debate de la noche anterior) es una acción inteligente. Los ciudadanos no somos tan tontos como para no darnos cuenta de algo así e inmediatamente la imagen de quien se comporta de esta manera se engrandece. Si enfrente se encuentra con un contrincante que prácticamente te acusa de todos los males habidos y por haber, qué quieren que les diga… no resulta muy difícil «ganar» un debate (ya que ahora estas cosas se analizan en estos términos) contra alguien así.
Joan Calabuig se dice a sí mismo: ¡tampoco me ha ido tan mal la cosa!
El candidato socialista también entró al trapo y defendió la labor del Gobierno central, en lugar de tratar de correr un tupido velo sobre la gestión de Rodríguez Zapatero y del PSOE. Podrá convencer o no al hacerlo, pero simplemente por bajar a la arena y por tratar de argumentar y apoyar la acción de gobierno de manera razonada ya está poniendo una primera piedra para minar el discurso del PP, tan potente en parte porque casi nadie en el PSOE se atreve a cuestionarlo.
El debate demostró, además, que el proyecto de ciudad del PP (grandes eventos, poner Valencia bonita y atraer muchos turistas cueste lo que cueste) no es el único modelo posible. Parece evidente que una de las cosas que nadie ha hecho estos años (o que no se han hecho suficientemente) es explicar las debilidades de un modelo urbano basado en esos ejes. Por mucho que la autoestima de los valencianos se haya visto amablemente acariaciada todos estos años (y a lo mejor como sociedad lo necesitábamos y ése es en parte el origen del éxito de gestión de Barberá) llega un momento en que la realidad se impone y hay que empezara analizar con rigor y seriedad si las alharacas y condicionar todo a que Valencia aparezca en las guías turísticas de todo el mundo es la apuesta correcta. Calabuig no llegó a tanto pero, al menos, apuntó en esa dirección.
Monocultivo turísitico en la ciudad: todo queda supeditado a la recepción
de turistas low-cost. ¡Todo para los hosteleros a costa de los vecinos!
No fue un debate maravilloso, pero tampoco estuvo mal. El tipo de reglas con que se realizan le restó carácter y dificultaba mucho que la cosa luciera. Pero nos dejó sensaciones buenas, a diferencia de lo que ocurrió con la lucha en el barro impresentable en que se convirtió el duelo mantenido por las candidatas de PP y PSOE a la alcaldía de Alicante. Este buen sabor de boca ya lo había dejado el debate mantenido por los candidatos a la alcaldía de Castellón la noche anterior, donde se vieron propuestas y se mantuvo un tono de respeto a la discusión que, en el fondo, es respecto a los ciudadanos. Calabuig y Barberá, por su parte, también debatieron y mostraron abiertamente cómo son en el plano político. Asimismo dejaron claro cuáles son sus respectivos proyectos. De eso se trataba.
Frente al mito de una Barberá imbatible ayer por la noche se visualizó con naturalidad y sencillez que la Alcaldesa de Valencia tiene defectos y que hay cosas en las que el candidato del PSOE es, sencillamente, mejor. Más formado, más tranquilo, más respetuoso. También vimos con cierta nitidez que los proyectos para la ciudad de uno y otro partido son diferentes y que no sólo de replicar el modelo del PP hemos de vivir. Que se puede aspirar a respirar en otros aires sin temor a morir asfixiados. Y que a lo mejor a los vecinos de la ciudad nos interesa más esforzarnos por construir un entorno dinámico, cómodo, respetuoso con el medio ambiente, sostenible, orientado a ciertas actividades (servicios) de más valor añadido que el «todo por el turismo de masas» que es el leit-motiv último de la apuesta económica de Barberá para Valencia.
Derribar mitos, sobre todo cuando uno ha contribuido afanosamente a su erección, no es cosa de cuatro días. A Rita Barberá se le puede ganar en las urnas aunque probablemente no será eso lo que pase esta vez. La cuestión es empezar a trabajar en serio para hacerlo pasando del mito a la acción política. El debate de ayer fue un aviso para el PP. A lo mejor cualquier de estos se llevan la sorpresa de que alguien se pone manos a la obra. ¡Quién sabe!
Seguimiento de la campaña electoral valenciana (día 6) para El País Comunitat Valenciana
La verdad es que resulta imposible saber si las campañas electorales sirven de mucho, de poco o de nada. Cada cual tiene su opinión. La mía, por ejemplo, es que la mayoría de todos nosotros acabamos votando a partir de un proceso de decantación que depende más, en realidad, de los cuatro años, del poso global que dejan, que de la campaña electoral, por muy frenética que sea. Da igual, a estos efectos, que se tenga la sensación de que la decisión final se toma en el último instante. En el fondo no es así. Yo creo que todos vamos eligiendo, pasito a paso, durante días, durante meses. Ahora bien, lo que resulta evidente es que los partidos políticos no pueden permitirse el lujo de obviar la campaña, de prescindir de carteles, de cuñas, de anuncios, de mítines… No sea el caso que, a la postre, vaya y resulte que las campañas sí son útiles, imprescindibles. Así que aquí estamos todos, por si acaso, muy acelerados.
Sin embargo, hay casos en los que la inutilidad de las campañas parece más patente si cabe. Es el caso de situaciones como la valenciana, donde la reiteración de encuestas que afirman la continuidad de la hegemonía del PP hace pensar a casi todos que está todo el pescado vendido. Da la sensación, incluso, de que los propios partidos de la oposición están poco «enchufados», con poca tensión competitiva. Se trata de mantener la compostura, pero suena todo un poco forzado, impostado.
Fuera de la campaña oficial, sin embargo, estos días están alumbrando reflexiones interesantes. Ayer se organizaba en la Universitat de València una jornada dedicada a analizar la campaña y el ambiente era significativamente diferente a lo que uno se espera habitualmente de un acto de estas características.
El país ha cambiado. Los ponentes eran personas jóvenes, de menos de 35 años en todos los casos, dedicados a trabajar en campañas electorales. No se veía por ninguna parte a ninguna de las viejas glorias y de las amables caras conocidas que estamos acostumbrados a ver y a escuchar. El auditorio de la Facultad de Filología reunía a un buen centenar de personas, entre las que destacaba gente muy joven, algo muy meritorio en una época en la que es conocido por todos que los estudiantes universitarios son muy selectivos (salvo cuano están obligados a acudir porque así se lo indica algún profesor) en los actos a los que acuden. Y las cosas que se veían y se escuchaban eran, por ello, muy diferentes a lo que solemos leer y escuchar respecto de las razones por las que gana la derecha.
Uno de los ponentes había publicado ayer mismo un análisis muy recomendable sobre las razones por las que Rita Barberá gana en Valencia. Los ponentes, a pesar de su juventud, acumulaban una gran experiencia por haber trabajado para diversos partidos políticos, desde el PP a grupos nacionalistas pasando por el PSPV. La reflexión dominante huyó de los lamentos habituales y de la incomprensión sobre las razones sobre la victoria del PP. En una línea que sigue la estela del famoso trabajo realizado por Romero y Azagra en su libro País Complex, que la izquierda valenciana ha frecuentado mucho pero desarrollado poco, de lo que se trataba era de pensar en las razones por las que gana el PP, por las que parece imbatible, en lugar de manifestar indignación, perplejidad, asombro e incluso enfado ante esta tozuda realidad.
A partir de un análisis muy profesional económico, demográfico, de políticas públicas y, también, de comunicación y profesionalidad en el diseño de la misma, las conclusiones a las que se llegan son ciertamente diferentes a las que se escuchan habitualmente, casi de manera ritual, convocatoria electoral tras convocatoria electoral. Podríamos decir, incluso, que hay incluso una corriente literaria especializada en lamentar antes que en explicar o tratar de comprender, con profusa utilización de los comodines de la manipulación, el populismo, el peso del conservadurismo más rancio o de las redes clientelares. Ah, sí, y de Canal 9.
Las campañas electorales a lo mejor no sirven de mucho. Esta, además, parece que tiene pinta de ser especialmente inútil en términos de determinar el voto de los ciudadanos. Pero bien están si sirven para otras cosas. Si por fin, aunque se hayan perdido muchos años, esta campaña sirve de germen para que empiecen a realizarse análisis serios sobre la situación económica y demográfica del país, los niveles de alfabetización, la trazabilidad familiar del voto, la influencia del modelo de escuela y, sobre todo, la necesidad de analizar las concretas políticas, y profesionalidad con que se llevan a cabo, desarrolladas por los partidos valencianos, algo habremos avanzado. Las razones por las que gana el PP hay que desbrozarlas y entenderlas.
Las causas profundas de que se antoje no sólo seguro ganador sino prácticamente invencible necesitan de un estudio diferente al que se ha venido haciendo hasta la fecha.
Y no. No vale eso de que la gente es tonta.
Seguimiento de la campaña electoral valenciana (día 5) para El País Comunitat Valenciana
Ayer pudimos leer en El País un reportaje muy interesante sobre la explosión de la burbuja inmobiliaria y los estragos que ha dejado esa implosión en nuestro territorio. Tras unos años, muchos, la verdad, de engañosa bonanza, el impacto destructivo sobre nuestra economía y el empleo que ha tenido el colapso del modelo ha sido demoledor. Pero no lo suficiente como para que esta campaña electoral esté centrada en torno a lo que tarde o temprano ha de ser el eje del debate público y social en la Comunidad Valenciana: cómo hemos de montárnoslo para tratar de vivir lo mejor posible a partir de las posibilidades de desarrollo de que disponemos y de nuestras posibilidades y debilidades estructurales.
Si uno lee las propuestas de los diversos partidos políticos al respecto, todos dicen más o menos lo mismo: hay que apostar por la «economía del conocimiento» para hacernos menos dependientes del ladrillo y del turismo, del copazo y de la construcción. Ya está. Declamado el protocolario propósito de cambio y enmienda pasamos a otro asunto. Alarte suele decir, además (lo que es un planteamiento original, eso es indudable), que quiere que el peso de la industria pase de ser el 12% del PIB valenciano a más del 25%. Pero es una afirmación que no va mucho más allá y no pone en cuestión la primacía simbólica del mantra del momento: «economía del conocimiento».
Como ya comentamos en su día, da la sensación de que se trata de una afirmación ritual que carece de la más mínima vocación de concretarse. Y que en el fondo los ciudadanos continúan adormecidos (y bien contentos y tranquilos de estarlo) por los ecos de la burbuja, esperando a que esto repunte, confiados en que los turistas volverán, como lo hará la reactivación económica y, con ella, la bendita dinámica de urbanización y transformación de tierras que tan bien se nos da.
Demasiada gente, durante demasiado tiempo, ha ganado mucho dinero fácil vendiendo alguna hanegada herencia de la familia. Demasiada actividad económica, durante largos años, ha permitido boyantes negocios relacionados con la construcción para los que no se requería demasiada capacitación, talento o preparación. Sobre todo, esos años buenos están, todavía, demasiado cerca como para ser recordados con añoranza y aspirar a que vuelvan. Es ley de vida. Es humano. Mucha gente no es aún consciente de que no, de que esos años no volverán. La sociedad valenciana se ha otorgado a sí misma una especie de tiempo de descuento antes de tomar decisiones, en la esperanza de que esto se arregle solo y todavía no lo consideramos concluido. A lo mejor hacen falta otros cuatro años, ¿quién sabe?
No sorprende por ello en exceso que el debate económico haya brillado estos primeros días de campaña por su ausencia. El tema no fue ni siquiera uno de los grandes bloques pactados para el debate realizado en RTVV. Las señas de identidad o las infraestructuras, por ejemplo, se entendieron cuestiones más prioritarias que reflexionar sobre a qué queremos dedicarnos, en qué podemos ser competitivos, dónde será posible lograr buenos trabajos, más o menos bien pagados… aquí ahora, y también a unos años vista
Echamos en falta propuestas en la materia de los diversos partidos con un mínimo de contenido. Más que nada porque un modelo productivo ni se cambia en cuatro días, ni se cambia del todo, ni lo puede cambiar un gobierno a partir de mero voluntarismo. Así que tampoco se pueden esperar milagros. Ahora bien, de ahí a no hacer ni plantear nada va también un buen trecho. Porque para poder ir avanzando en la buena dirección es necesario, ante todo, ser conscientes de que hay un problema estructural, y no coyuntural, en esta crisis. No parece que como sociedad lo hayamos, a estas alturas, asumido. Con lo que tampoco podemos quejarnos de que nuestros representantes obvien el tema.
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Tras haber acabado de escribir sobre economía he podido asistir al impresentable debate entre Sonia Castedo y Elena Martín en Canal 9. Las candidatas de PP y PSOE a la Alcaldía de Alicante han protagonizado un espectáculo alucinante, leyendo papeles, incapaces de articular frases coherentes sin ayuda de la chuleta y, para colmo, nos han sorprendido con un festival de insultos y puñaladas de baja estofa. ¿De dónde han sacado a esta gente?
Seguimiento de la campaña electoral valenciana (día 4) para El País Comunitat Valenciana
Desde que ha comenzado la campaña electoral, El País viene realizando una serie de preguntas a los cuatro cabezas de lista de las principales candidaturas que se presentan a las elecciones. Son cuestiones sencillas, que se han de responder en unas pocas líneas y que, en principio, exigen un posicionamiento más o menos claro. Un sí o un no. ¿Retiraría Usted las subvenciones a equipos de fútbol de elite? Cosas así.
La tónica habitual, día tras día, es que Francisco Camps pase de responder a poco que la cuestión tenga algo de comprometido. Le pregunten lo que le pregunten responde con generalidades y con vaguedades, explica que la Comunidad Valenciana es muy importante y que tal o cual sector es básico para los valencianos y con eso entiende zanjado el tema. Nada a lo que no estemos demasiado acostumbrados. Es la táctica del PP desde hace tiempo. Tratan de no ofender y explicar lo menos posible. Perfil bajo. Huyen como gato escaldado de afirmar cualquier línea programática o acción política que les pueda enajenar el más mínimo apoyo o provocar el enfado, por leve que sea, de algún sector social. La cosa más o menos les funciona y, guste o no la estrategia, nos la tenemos que tragar. De todos modos la acción de gobierno, a la postre, permite identificar con bastante nitidez cuáles son las verdaderas prioridades y objetivos de los conservadores valencianos, por mucho que quieran marear la perdiz.
Más desconcertante es que, tras el moderado cabreo mezclado con hastío provocado por la no respuesta del President de Generalitat, uno suele encontrarse a continuación con una respuesta del líder de los socialistas valencianos de un estilo muy parecido. Jorge Alarte, a diferencia de lo que suelen hacer Marga Sanz o Enric Morera, que mal que bien tratan de explicar su programa y dejar clara su posición, aunque ello les pueda costar la simpatía de algunos sectores del electorado, participa de la opinión de Camps (o tiene asesores muy parecidos) y opta sistemáticamente por eludir la respuesta como el tema sea mínimamente conflictivo. La línea política de Jorge Alarte respecto de casi cualquier asunto polémico es por ello difícil de entender para los valencianos críticos con el actual gobierno popular. Porque más allá de la catadura moral o las actitudes más o menos impresentables de quienes aquí mandan, hay una parte importantísima de la sociedad que preferiría que no gobernara el Partido Popular porque, además, o sobre todo, no les gusta nada la acción política que pone en marcha el gobierno valenciano.
El ciudadano crítico con estos años de gobierno de la derecha valenciana, que son ya 16, espera de la oposición planteamientos críticos y alternativos a la manera en que se han gestionado los asuntos públicos. En sanidad, en educación, en turismo, en agricultura, en industria, en cultura… hay muchas diferencias en la aproximación que podría llevarse a cabo. La estrategia de Alarte pasa por no decir nada sobre estos temas, ya sea porque prefiere no indisponerse con nadie, ya sea porque en algunas de estas cuestiones los planteamientos del PSPV actual no se alejan tanto de los del gobierno del PP. A lo mejor es sólo lo primero, a lo mejor es sólo lo segundo, el caso es que no lo sabemos. Lo más probable, de hecho, es que se trata de una mezcla de las dos cosas, porque la vida es así. Pero resulta muy extraño que la estrategia de Alarte busque eludir constantemente esta cuestión y nos hurte a los ciudadanos un elemento esencial para poder juzgar su acción política y sus planteamientos.
La bandera de la dignidad abrazada por los actuales estrategas del PSPV no puede ser el único enganche de un partido que aspira a ganar unas elecciones. Hace falta mucho más porque, sinceramente, uno sigue siendo ambicioso y espera de sus gobernantes no sólo que sean dignos y honrados sino que, además, nos expliquen qué prioridades tienen y cómo piensan actuar para ir acercándonos a lograr esos objetivos. Alarte y los suyos forman parte de un partido que, en el contexto actual, debiera estar luchando por ganar las elecciones. Pero para eso hace falta una estrategia mucho más ambiciosa que limitarse a imitar a los populares valencianos en fondo y forma.
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Una coseta més per Alarte i els seus companys. Fa més d’un mes que presentaren el seu slogan electoral en públic. Des d’eixe moment han estat advertits per molta gent, arran la denúncia d’una pàgina d’Internet d’anàlisi de política valenciana, que la traducció del lema de campanya que havien fet, «Altre camí és possible», anava amb una errada gramatical espectacular que fa mal a la vista a qualsevol parlant de la nostra llengua, que sap perfectament que la forma correcta és «Un altre camí és possible». Que més d’un mes després tots els cartells del PSPV que s’han penjat per tot el país des de fa 3 dies estiguen repetint l’errada diu molt poca cosa de la gent que treballa la campanya socialista. És una manera punyent de deixar clar els valencians quin és el nivell de respecte que a la gent que a hores d’ara dirigeix el PSPV li mereix el valencià. I si creuen que exagere només han de preguntar-se una coseta. Si l’errada fóra a l’inrevés, i el cartell en castellà s’haguera fet malament i diguera «Un otro camino es posible», per exemple, algú pensa que els responsables del PSPV es permetrien el luxe de deixar que una cosa com eixa estiguera encara a tots els anuncis electorals?
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