Manifestaciones ilegales y ciudadanos calladitos

Seguimiento de la campaña electoral valenciana (día 14) para El País Comunitat Valenciana

Como saben los habituales, este blog se ocupa durante estos días a seguir la campaña electoral en Valencia pero de ordinario es un espacio de análisis jurídico. Por lo que parece que, aprovechando que la campaña electoral ha desaparecido definitivamente, incendiada por las manifestaciones, acampadas y concentraciones de jóvenes derivadas de la jornada del #15M, tiene mucho sentido dedicar el análisis de hoy a la legalidad o ilegalidad de las concentraciones en cuestión. O, más bien, a la corrección o incorrección de las decisiones de delegaciones del gobierno y juntas electorales que por todo el país estuvieron ayer prohibiendo a los ciudadanos salir a la calle. Por lo visto, tras el éxito de la acción policial del lunes por la noche que sólo ha logrado multiplicar el problema, todavía hay quien piensa que la solución sigue siendo el palo. Aunque sea palo jurídico.

Jurídicamente la cuestión es muy interesante y tiene el interés añadido de que se supone que a lo largo del día de hoy la Junta Electoral Central hablará y sentará un criterio uniforme para todo el país. Ya hay análisis en Internet muy interesantes escritos por algunos de nuestros primeros especialistas. Sin ninguna duda, por ejemplo, hay que recomendar y leer lo que cuenta Miguel Ángel Presno, profesor en Oviedo, que apoya con abundante jurisprudencia constitucional sus argumentos. Aviso desde un principio que yo me voy a limitar, con pequeños matices, a seguir su estela, tratando simplemente, dado el seguimiento que este blog está teniendo a lo largo de la campaña, de explicar de manera sencilla algunas de las claves jurídicas, con la esperanza de que cualquier persona que lea esto, sin necesidad de formación jurídica previa, pueda tener claro cuáles son éstas.

Así que allá vamos. A mi juicio las ideas básicas que conviene retener son las siguientes:

1. En España los ciudadanos tenemos derecho a reunirnos sin pedir autorización a nadie. También a manifestarnos sin que nadie haya de dar el visto bueno. Lo dice la Constitución en su artículo 21 y es un derecho fundamental. Una de esas reglas de convivencia básicas que fundamentan lo que es un Estado de Derecho y permiten detectar qué Estados no lo son. Es sabido que para esta garantía, como para todos estos derechos, la regla interpretativa es sencilla a la hora de definir sus posibles límites: hemos de tratar de restringirlos lo menos posible. Todos los poderes públicos están obligados a «mimarlos», a tratar de expandir su ámbito y posibilidades de ejercicio, en la medida de lo posible.

2. Sin embargo, cuando una reunión se produce en la vía pública, los ciudadanos sí tienen la obligación de comunicar a la autoridad responsable en materia de orden público (la Delegación del Gobierno en casi toda España, pues la competencia es por lo común del Estado) sus intenciones a fin de que ésta pueda valorar si hay o no riesgos para bienes o personas. A partir de esta comunicación la Delegación ha de valorar si concurren o no estos riesgos y excepcionalmente, en ese caso (pero sólo si no hubiera manera de lograr compatibilizar derechos de otras personas y el de reunión de los manifestantes) podrá impedir la manifestación. Tal decisión, además, como es evidente, es controlable por un juez, que se encarga de revisar la actuación administrativa. De nuevo, como es obvio, estas posibles limitaciones han de ser adoptadas sólo cuando sea imprescindible para salvaguardar esos otros bienes de importancia constitucional, pues de nuevo lo que hemos de tratar es de limitar lo menos posible el derecho fundamental.

3. A estos efectos, el ciudadano convocante o responsable tiene 10 días para anunciar la reunión o manifestación, a fin de que haya tiempo para realizar el citado análisis o preparar medidas alternativas. En casos extraordinarios, en reacción a una situación imprevista, urgente o reciente (en definitiva, sobrevenida), la Ley orgánica 9/1983 reguladora del derecho de reunión prevé que se pueda realizar con sólo 24 horas de antelación.

4. La Ley Orgánica de Régimen Electoral General parece que prohíbe en pre-campaña y campaña electoral ciertas manifestaciones que alteren la dinámica de campaña. En concreto, dice su art. 50.5 que sólo los partidos pueden hacer campaña y hay varios preceptos que prohíben actuaciones que de una manera u otra dificulten la campaña o la pongan en riesgo. Como puede verse, la norma es poco precisa. ¿Qué es hacer campaña electoral? Pedir el voto públicamente para un partido, ¿lo es? ¿Y pedir que no se vote a un partido ? ¿Lo es plantear una reivindicación política o social del tipo que sea, respecto de la que hay que suponer que cada partido tendrá una posición? Como puede constatarse, estamos en un marco poco rígido, voluntariamente flexible pero que, recordemos, tiene que ser interpretado a la luz de que los derechos fundamentales no se pueden limitar más allá de lo imprescindible. Los ciudadanos no pierden en campaña los derechos y libertades que les reconoce la Constitución, como la libertad de expresión o el derecho de reunión. Es más, los debieran tener si cabe más protegidos.  La idea central que debe ser retenida, y que ha reiterado el Tribunal Constitucional, es que estos preceptos no pueden ni deben ser interpretados como artículos que excluyan los derechos fundamentales políticos y de participación de los ciudadanos.

Sólo una interpretación muy restrictiva de estas posibilidades, en una línea abiertamente opuesta a la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, ampararía cosas como las que venimos escuchando estos días: que no se puede criticar públicamente a un partido, o manifestarte contra cierta política, o que no se puede convocar una acampada para pedir que no se vote en las elecciones. Nada de eso es estrictamente hacer «campaña electoral» (pedir el voto para una organización a la que perteneces y con la que te presentas a unos comicios), con lo que justificar estas restricciones carece de sentido constitucional y es abiertamente liberticida.

5. Por este motivo, la explicación que ha justificado en sentido material la prohibición de la manifestación por parte de la Junta Electoral de Madrid (por acudir al ejemplo más conocido) es jurídicamente un error. Decir que «la petición del voto responsable a que se hace referencia puede afectar a la campaña electoral y a la libertad del derecho de los ciudadanos al ejercicio del voto» es, sencillamente, en Derecho, una salvajada. ¿De verdad está diciendo la Junta Electoral que un ciudadano no puede de manera pública pedir el voto responsable porque eso interfiere ilegalmente en la libertad de los demás? ¿O que no se puede pedir colectivamente eso mismo en una reunión? ¿De verdad alguien puede sostener racional y razonablemente que algo así afecta a la libertad de los ciudadanos?  La respuesta resulta tan obvia que no requiere de dar muchas más razones. Aceptar la tesis de la Junta significaría, sencillamente, que los ciudadanos perderían cualquier manifestación externa de su libertad ideológica durante estos períodos, ya fuera la libertad de expresión, ya la de reunión, pues deberían callar y aparentar neutralidad para no «alterar» la libre dinámica electoral de sus conciudadanos y que sólo los partidos políticos tendrían derecho a hablar de temas relacionados con las elecciones, entendidos con toda la amplitud que se quiera, durante esos días. Las razones de la Junta se ridiculizan por sí solas.

6. Algo más de sentido tiene la justificación material alegada para prohibir la manifestación. No se habría comunicado con los 10 días de antelación pertinentes según la ley y, en esos casos, únicamente la concurrencia de circunstancias sobrevenidas justificaría poder convocar con sólo 24 horas. Sin embargo, y siendo importante en Derecho respetar las formas y cuestiones como los procedimientos y los plazos, no podemos olvidar que la fuerza de una prohibición basada en estas razones es sensiblemente menor a una prohibición por meras razones materiales. Planteado con crudeza, ¿de verdad estamos dispuestos a prohibir la legítima, no violenta y materialmente correcta manifestación de disgusto de muchos, pero muchos, ciudadanos por una cuestión de plazo? Pues bueno, la verdad es que yo sí. Las formas son importantes en un Estado de Derecho. Así que cuando hay que cumplirlas, pues se cumplen. La cuestión es que, como casi siempre, las cuestiones formales admiten muchas lecturas y son dúctiles…

7.  Como decíamos, las cuestiones formales las carga el diablo. Es indudable que la primera concentración en Sol, la que fue disuelta en la noche del lunes al martes, carecía de amparo en Derecho por no haber sido notificada en plazo. Ahora bien, esta segunda, comunicada con las 24 horas de rigor, ¿seguro que no lo tiene? ¿De veras estamos dispuestos a negar que, por ejemplo, la voluntad de protestar contra la acción policial que disolvió la primera concentración, la oportunidad y manera de llevar a cabo esa decisión, no permite una concentración de protesta a partir de la cual la misma ya evolucionaría en su contenido de manera libre? ¿No sería acaso un motivo perfectamente válido y sobrevenido que haría válida una concentración con ese fin en sólo 24 horas?  Porque aquí conviene recordar que la manifestación comunicada en 24 horas ha de responder a cuestiones de actualidad, sobrevenidas, imprevistas… que motivan una voluntad pública de expresión de apoyo, rechazo o lo que sea. La valoración de la conveniencia o importancia de hacerla es de quienes quieran convocarla y unirse a ella y no puede sustituirse por una valoración de «importancia» del evento desencadenante como suficiente para permitir el ejercicio del derecho por órgano revisor alguno. Porque cada uno da importancia a lo que quiere y se manifiesta por lo que le parece. Eso es una democracia. Nadie te dice qué es más o menos prioritario. Lo decide cada uno. ¿Acaso no podemos entender muy importante lo ocurrido en el desalojo, por muy legal que fuera, como para dar origen a concentraciones de protesta? Máxime cuando, además, de hecho, es lo que ha ocurrido. Pues ha sido la manera en liquidar la protesta inicial la que ha generado un efecto contagio inmediato.

La conclusión de todo lo expuesto es sencilla: si la razón de peso para prohibir las concentraciones es formal ese obstáculo es ciertamente menor, pues su misma naturaleza permite sortearlo, también formalmente si se quiere, con facilidad. Y habrá quien dirá que eso sería un cierto fraude de ley, pero ante tal alegación habría que apelar a la vis expansiva de los derechos fundamentales. ¿Se puede restringir o limitar un derecho porque formalmente se ejercite de manera más amplia, protestando por más cosas, que por la cuestión que ha dado origen a la reunión? Obviamente, la respuesta es no. Así que es dudoso que las Juntas Electorales tengan demasiada base legal también aquí. He de aclarar, sin embargo, que en este punto me alejo un poco de la opinión de Presno que he enlazado antes, quien entiende que la razón formal dada por la JE sí sería suficiente.

8.  Por cierto, que él también señala, con toda la razón, que las Juntas tienen competencias sobre actos electorales y acciones de agentes que están en campaña. No se comprende la razón por la que se han arrogado competencia para decidir sobre la legalidad de manifestaciones o reuniones como las que estamos viendo. Eso debe seguir haciéndolo la Delegación del Gobierno en cada provincia, que tendría que hacerse valer para recuperar la competencia, aunque parece que, de momento, están callados y satisfechos al ver cómo es otro quien hace el trabajo sucio.

El resumen es sencillo. Los ciudadanos tenemos también derecho en campaña electoral a decir lo que pensamos, y a manifestarnos, si lo hacemos cumpliendo con el marco jurídico que limita el ejercicio de estos derechos. Sin insultar o difamar, sin recurrir a la violencia, sin poner en peligro personas o bienes. Mientras las manifestaciones o reuniones derivadas del #15M sigan en esta línea, sólo  consideraciones de tipo formal de base no demasiado sólida pueden aspirar a prohibirlas. Actuar de esa manera, y más todavía si a la prohibición siguen detenciones, empleo de la fuerza para dispersar o imputaciones por los diversos tipos delictivos que nuestro ordenamiento desencadena en estos casos (desobediencia, delito electoral, amén de los que pueden producirse como consecuencia de la violencia que todo desalojo supone) significaría desconocer algunas de las bases constitucionales que permiten considerar España un Estado de Derecho.

Los manifestantes consideran que estamos en una mera «democracia formal» y que quieren una «democracia real». Yo también quiero una democracia real, además de formal, pero no desconozco la enorme importancia que tiene, también, y como requisito sine qua non, que haya mecanismos robustos de «democracia formal». El problema es que ciertas interpretaciones que estamos leyendo estos días, en ocasiones incluso de órganos del Estado muy autorizados, permiten detectar que incluso esas instituciones formales gozan de mala salud en estos tiempos. De otra manera no se explica que la conclusión dominante en ciertos foros sea que los ciudadanos, en una democracia, como haya campaña electoral, tienen la obligación de estar calladitos y no significarse políticamente.

Votar y callar, votar y callar…



Jóvenes más que hartos y mayores que no se enteran (segundo aviso)

Seguimiento de la campaña electoral valenciana (día 13) para El País Comunitat Valenciana

El lunes pasado este blog dedicado a seguir la campaña electoral valenciana hablaba de las manifestaciones del #15M y les concedía una importancia acorde con la realidad del movimiento, la solidez de sus razones de fondo y la sorprendente cantidad de gente que se está involucrando. Decíamos hace apenas dos días que llamaba mucho la atención el pasotismo, cuando no desprecio, generalizado por parte de medios de comunicación y establishment. Y que a saber cómo podía evolucionar la cosa, pero que había que andarse con cuidado porque entre el expolio intergeneracional a manos llenas a que nuestras sociedades están dedicadas, la falta de profundidad democrática y de porosidad social de nuestro país y la sensación de que aquí se han taponado convenientemente todas las posibilidades de acción política que permitan la búsqueda de alternativas y que la gente pueda vehicular un compromiso cívico crítico de verdad aquí lo que tenemos es un cóctel inevitablemente explosivo en un contexto de crisis económica y degradación social como el que vivimos.

Pues bien, a estas alturas ya sabemos cómo ha evolucionado la cosa. En primer lugar, las movilizaciones del #15M se han cargado la campaña, la han retirado del foco de actualidad y previsiblemente no volverán a dejar que vuelva. Ayer por la noche estuvo Rajoy en Valencia en el mítin central de campaña del Partido Popular y hoy la noticia no es lo que allí ha pasado (que en el fondo, como siempre en estos casos, es nada). La noticia es si, de repente, a unos días de las elecciones, la mecha encendida con la manifestación del domingo y atizada con la acción policial de la noche del lunes al martes prende definitivamente.

Que esa es otra. Porque la peculiar delegada del Gobierno que el PSOE ha puesto en Madrid tan pronto decide prohibir manifestaciones ateas porque considera que la Constitución supedita un derecho fundamental como el de reunión a que los católicos no se sientan ofendidos, en una decisión más propia de tiempos del nacionalcatolicismo, como te liquida una concentración pacífica a palo limpio logrando con ello dar más publicidad al movimiento y generar una corriente de simpatía cuasi general así como… unas 200 acampadas más en España, incluyendo ya, a estas alturas, una en Valencia y otra en Alicante.

Nadie cuestiona la regularidad jurídica de tratar de desmontar una acampada obviamente no comunicada y por ello ilegal. Pero es obvio que el ejercicio de las funciones de autoridad se ha de hacer con respeto a la legalidad pero también con sensibilidad y con inteligencia. Sensibilidad para entender que a jóvenes que se manifiestan para protestar de forma absolutamente pacífica e impecable hay que tratarlos de otra manera. Equivalente, al menos, y nunca peor, al trato que reciben quienes acampan en la calle y molestan a todo Dios para ir a un concierto o comprar entradas para una final de fútbol. Por ejemplo. Inteligencia para no demostrar enviando a la policía hasta qué punto las exigencias de democracia real por parte de los jóvenes no sólo son necesarias sino que empiezan a ser imprescindibles en un entorno liberticida cada vez más irrespirable para el que sea mínimamente disidente. Por si había alguna duda, la acción de las autoridades ha demostrado hasta qué punto quienes controlan los resortes de nuestra democracia «formal» no entienden, en el fondo, nada. O entienden demasiado de qué va la cosa, pero de una manera que, la verdad, qué quieren que les diga, ni es precisamente bonita ni se compadece con el espíritu de nuestro pacto democrático y constitucional en el que los jóvenes que se están quejando han sido educados.

En un ejemplo adicional de la brutal deconexión entre las elites socioeconómicas, las oligarquías que mandan en el país, que dirían los clásicos, y la realidad social de esta crisis, estos días nos han dejado claro qué opinan del tema a través de todos los medios de comunicación, que sin apenas excepciones han transitado del pasotismo y la incomprensión a la abierta hostilidad con el movimiento. Ha sido tachado de inmaduro, de rebelión adolescente, de potencialmente violento, de peligroso, de anarquista, de antisocial, de poner en riesgo la democracia… e incluso de ser el resultado de un extravagante complot de la derecha y la banca para engañar a los jóvenes y hacer el trabajo al Partido Popular. La lista de tonterías que se han dicho sobre quienes se han manifestado y han protestado es larguísima. Pero se resume en una idea muy sencilla: en el fondo nos están confesnado que no entienden qué está pasando y de qué va el tema. Punto.

Los partidos políticos, por su parte, andan manifiestamente incómodos frente la protesta. Entre otras cosas porque uno de los mensajes esenciales de la misma es denunciar la falta de mecanismos reales de participación negándose a legitimar la estructura de partidos dominante. Y con algo así, como cuaje, es muy peliaguado lidiar. Hay que tener en cuenta que la manera de obrar para actuar contra la legitimidad del sistema que se propone va desde no votar a votar en blanco. O, como mal menor, no votar a los partidos mayoritarios. Son mensajes muy disruptivos para la clase política y el consenso en que viven instalados. Lógico que no sepan por donde tirar.

La incomodidad de una Izquierda Unida desbordada por los acontecimientos es patente. La perplejidad del PSOE, absolutamente desarbolado y con dirigentes y opinadores afines que apenas si tratan de esconder o disimular la indignación que les produce que alguien pueda cuestionar que la obligación de toda persona que no quiere que gane la derecha tiene una suerte de obligación de votarles, es manifiesta. Tras los balbuceos iniciales, han optado por empezar con los guiños al movimiento, entre otras cosas colgando en su web el manifiesto que se ha publicado, aparentemente sin caer en la cuenta de que el escrito va, en gran parte, dirigido contra ellos y sus políticas. Kafkiano. Por su parte el Partido Popular y la derecha mediática está abiertamente inquieta, no por lo que esto le pueda suponer a corto plazo (ahí la preocupación, y enorme, la tiene desde hace dos días el PSOE), sino por el efecto de estos movimientos a medio y largo plazo. Entre Federico Jiménez Losantos y La Gaceta acusando a Rubalcaba de montar todo con vete tú a saber qué intenciones y la estigmatización de la protesta por gente como González Pons o Pedro Jota Ramírez, que nos está explicando a todos amablemente que la democracia sólo existe si es formal y que además en España sólo pueden regenerarla los grandes partidos, el cuadro deja bastante claro de qué estamos hablando.

En resumen: los jóvenes están hartos y apelan a principios básicos de nuestras democracias, exigen una democracia real y participativa y un modelo económico mínimamente justo, que escuche a los ciudadanos a la hora de tomar decisiones, en lugar de apuntalar un modelo que machaca sistemáticamente a las mayorías menos pudientes. Las elites sociales y económicas del país, sencillamente, no entienden nada. Es hasta cierto punto lógico, porque ni por edad ni por sus condiciones están pasando personalmente por lo que millones de ciudadanos. Y ya se sabe que no es lo mismo escarmentar en cabeza propia que ajena. ¡Ni siquiera ver a tus hijos enfrentándose a estas dificultades es tan eficaz como sufrirlas en primera persona! Así es la vida. ¡Qué trabajen! ¡Que se lo curren! Más difícil lo teníamos nosotros, que desmontamos la dictadura con nuestras manos desnudas, piensan ellos, y gracias a ese tesón y valentía nos ha ido más o menos bien en la vida. Vamos, que no se enteran.

Obviamente, un país como España, donde todo está normalmente atado y bien atado, que decía el abuelo, no se desmadrará así como así. Y lo más normal es que esto se diluya (sobre todo si los delegados del gobierno de todo el país tratan el tema con delicadeza y con inteligencia y no como mastuerzos salidos de a saber dónde) con el tiempo. Pero la manera en que la protesta ha prendido, la capacidad para copar la campaña, la rapidez con la que se ha añadido gente… son todos ellos síntomas que dan muestra de que el descontento es real, profundo y muy denso en las generaciones jóvenes. Segundo aviso, pues, en menos de una semana. A ver si alguien empieza a darse cuenta de que la cosa puede ponerse seria de verdad en cualquier momento.

Les dejo hoy con una selección de lecturas sobre el tema, con enlaces a comentarios que se acompañan de algunos extractos (muy aconsejable acudir a los textos completos, de verdad) que demuestran cómo de lejos está la opinión de gente joven, muy lista y que tiene la suerte de tener trabajo y una buena posición pero que como sí viven en el mundo real de su generación pues no pueden evitar llamar a las cosas por su nombre:

– Guillermo López, en Chapapote Discursivo:  El problema lo tienen, claramente, en el PSOE. Es lo que ocurre cuando tensas tanto la cuerda: que al final la gente, sobre todo la gente que te ha votado para que hagas unas políticas, se te cabrea cuando defiendes a capa y espada las políticas contra las cuales votabas. ¡Hay que ver, cómo es la gente!

Por eso, en un alarde de genialidad, ahora en el PSOE hay una especie de movimiento surrealista consistente en tratar de atraerse a los manifestantes “para la causa común de la izquierda”. ¡Y eso al mismo tiempo que les envían a la policía para disolver la concentración de la Puerta del Sol, con nocturnidad, alevosía y en menos de 24 horas!

Que a ver cómo podemos explicárselo: se están manifestando CONTRA TI. No contra una causa etérea, no contra la injusticia social o la degradación del planeta. No: la movilización tiene por objeto protestar contra tu partido y sus lamentables políticas al servicio del poder; contra la doctrina Dominique Strauss-Kahn que el PSOE ha aplicado a los trabajadores y, muy particularmente, a los jóvenes.

Maketo Power: Sin entrar en las discrepancias con las que contemplo el manifiesto y a alguno de los presentes -no así al anarquismo organizado de por aquí o colectivos como Inflexió-, es un avance de varios millones de años-luz el carácter adolescente de la manifestación en comparación con el infantilismo que, desde el “milagro” de la transición, caracteriza la vida política, social y cultural de la monarquía bipartidista -sin olvidarnos de sus colaboradores en Barcelona y Bilbo- española.

– Ignacio Escolar en escolar.net:

1 Es un éxito incuestionable que una organización creada hace apenas tres meses sea capaz de movilizar a decenas de miles de personas en más de 50 ciudades de España sin el apoyo de ningún partido político, de ningún sindicato, de ningún gran medio de comunicación.

2. Un dato esclarecedor: el 15-M sacó más gente a la calle que las manifestaciones sindicales del último 1 de mayo.

– Íñigo Sáez de Ugarte, en Guerra Eterna:

Todo esto es una enmienda a la totalidad a la clase política.

No sabemos quién se verá beneficiado. Quién se llevará los golpes.

No les importa.

Ese es el tipo de cálculo político que nos ha llevado a esta situación. No hagas esto porque se beneficiarán los otros. No te quejes de la corrupción porque los otros también roban. No protestes porque no servirá de nada. No salgas a la calle porque seréis cuatro gatos. No pidas un cambio porque las cosas nunca cambiarán. No hagas nada.

– Javier Pérez de Albéniz, en El Descodificador: Los jóvenes quieren reventar el sistema. ¡Serán hijoputas! Dicen que el sistema está agotado y podrido, pero en lugar de esperar a que muera de viejo, como hicieron sus padres, los muy irresponsables pretenden dinamitarlo. Los jóvenes piensan que tienen derecho a ello por cuatro minucias: no tienen trabajo (45% paro juvenil), cada vez se invierte menos en educación, los políticos son unos corruptos, los bancos empobrecen a sus familias, la democracia es una farsa y el bipartidismo una mierda, los grandes medios de comunicación son cómplices del poder… ¡Quieren un mundo mejor, más justo y equilibrado, los muy anti sistema! “Este tipo de jóvenes no va a ir a votar, que es lo que deberían hacer”, dice un tertuliano de Radio Nacional. “Y eso que hoy viven mucho mejor que hace 30 años».



Jóvenes indignados (primer aviso)

Seguimiento de la campaña electoral valenciana (día 11) para El País Comunitat Valenciana

En el País Valenciano tenemos un 50% de paro juvenil y aquí no pasa nada. ¿No? ¿Seguro que no pasa nada?

Ayer por la tarde, como en el resto de España, grupos de jóvenes, esencialmente a través de Internet y redes sociales, convocaron una serie de manifestaciones de protesta que giraban en torno a dos ejes. Por un lado, la expresión pura y dura de indignación. Por otro, la exigencia de una democracia real, esto es, un modelo de convivencia donde ciertos derechos no sólo se proclamen sino que, en condiciones de igualdad, sean una realidad para todos. De manera que, mientras el discurso oficial nos dice que aquí no pasa nada y que los jóvenes van a lo suyo, de repente surgen marchas convocadas de la nada, sin el potente soporte de los entramados sindicales o de partido que garantizan el éxito de estas convocatorias, y te paralizan los centros de todas las grandes ciudades del país. Con un discurso, además, de un materialismo cívico en torno a las condiciones reales de vida que les han tocado en suerte que se parece mucho al del socialismo real de hace décadas. ¿Se nos están volviendo marxistas los jóvenes españoles y todos, ellos en primer lugar, sin saberlo?

Democracia real. Apelaciones a derechos materiales en lugar de a proclamaciones formales.
¿Qué está pasando aquí?  ¡Se nos cuela el comunismo por la ventana cuando lo habíamos
expulsado por la puerta! ¡Y todo por bajar un poco los sueldos y los derechos sociales!

Estas manifestaciones han sido un primer aviso. Vendrán más. Los canales de solidaridad se han ido debilitando de tal manera en nuestra sociedad que se ha producido por primera vez en la historia un fenómeno muy curioso. Una generación de españoles (aunque está pasando también fuera de nuestro país) está esquilmando conscientemente los ahorros legados por los antepasados para mantener un nivel de vida desconocido en la historia (porque precisamente en esto consiste el desastre ambiental sin precedentes que hemos consentido para vivir mejor que nunca) y además no tiene empacho alguno en cargar a sus hijos con todos los costes presentes y futuros de un modelo económico que para que tenga ganadores (toda una generación de gente con sueldos más o menos decentes, empleos estables y jubilaciones garantizadas) ha de contar también con numerosos perdedores en forma de inmigrantes y jóvenes condenados a la inestabilidad laboral eterna, a sueldos bajos o irrisorios que, además, producto de la precariedad, crecen poco o nada con el tiempo y, lo que es más grave, a un panorama donde parece que esto será la norma hasta su jubilación, que se adivina tardía y magra.

La indignación juvenil comienza a aflorar cuando constatas que trabajas más o menos lo mismo que tus padres, que estás más o menos igual de formado (o más), pero que los mismos que han disfrutado de empleos estables y sueldos fijos ahora apoyan sin dudar un modelo de precarización para que «la gente no se acomode y deje de currar, que con eso del empleo fijo ya se sabe lo que pasa, y así no se puede funcionar ni competir ni nada de nada».  Se agudiza cuando se hace patente que los sueldos en el entorno de los 1.000 euros al mes se consideran suficientes, e incluso excesivos, para retribuir el trabajo de quienes están empezando a integrarse en la vida laboral (o llevan ahí ya unos añitos) y que con ese dinero la sociedad entiende que te tienes que apañar para organizarte la vida de adulto, buscar un lugar donde vivir, tener hijos y ser «alguien de provecho». Mientras tanto, en cambio, una pensión de esa cuantía se considera escasa y es inconcebible recortarla, en una peculiar manera de entender la solidaridad a la inversa en virtud de la cual nuestro sistema se va a apoyar cada vez más en transferencias de rentas intergeracionales de quienes tienen menos a quienes más acumulan. Ciertamente curioso para un modelo de solidaridad (porque, recordemos, no estamos en un sistema actuarial). La indignación se desborda cuando descubres que años y años de especulación inmobiliaria sin freno han permitido acumular patrimonio inmobiliario a muchos, así como consolidar situaciones de flagrante ilegalidad de todo tipo, a unos, pero que para quienes vienen detrás lo que era y es comprensión y convalidación de la norma para que acumulen capital se convierte en rigideces y estrechez en los mercados de venta y alquiler, consolidando el expolio intergeneracional de rentas.

Mileuristas por una buena causa. Por un reparto intergeneracional
y de clase de la richesse foncière.

Y para rematar la faena, las sucesivas reformas laborales y en materia social tienen todas un denominador común: que paguen los que vienen detrás. Que paguen, eso sí, sin que se considere prioritario que tengan empleo fijo o estable. O que los salarios tengan cierto nivel. De aquí a 10 ó 20 años no se sabe muy bien quién ni cómo se encargará de pagar para que otros reciban esas prestaciones blindadas. En fin, ya veremos qué pasa pero a mí, qué quieren que les diga, no me parece que todo esto esté pensado para aguantar bien a medio y largo plazo, sino más bien como el típico proyecto cortoplacista: jo m’apanye el meu saquet i el que vinga darrere ja s’arreglarà com puga. Dicho a la francesa, que queda más fino: Après moi, le déluge!

Junto a estos vectores de indignación discurre otro elemento que permite explicar cómo se ha manifestado el movimiento: los jóvenes que se manifiestan tienen la sensación de que las actuals estructuras políticas representativas no funcionan demasiado bien y andan secuestradas por colectivos e intereses ajenos a los de los ciudadanos y, por supuesto, a los suyos. Intuyen que además los actuales partidos políticos poco o nada tienen que ofrecer. Y por este motivo optan por una protesta externa y paralela al mundo de la política oficial. Acompañanado estas protestas han surgido, por esta razón (y también por otras como la Ley Sinde), movimientos como #nolesvotes que piden que no se vote en estas elecciones ni a PP ni a PSOE, algo que tiene a mucha gente muy enfadada. Esta misma mañana, en la radio, tertulianos de mucho nivel se manifestaban absolutamente indignados con esta juventud impresentable, manipulada por no se sabe quién, que en lugar de votar a quién toca instaban a reberlarse. ¡Acabáramos!

¡Hasta ahí podríamos llegar! ¿Qué es eso de pedir a la gente que no nos vote? Nada, nada,
cuatro radicales indocumentados. 

Harían bien PP y PSOE en no menospreciar la importancia de estas manifestaciones y, sobre todo, del malestar de fondo que es su caldo de cultivo. Probablemente la manera menos inteligente de reaccionar, la que más avala las razones de quienes se quejan, sea esa actitud que niega la legitimidad de la protesta y acusa de antidemocráticos a quienes animan a no votar. En primer lugar, porque no es verdad que se anime a no votar (se anima a no votar a los partidos mayoritarios). En segundo lugar, porque no votar también es un ejercicio legítimo y profundamente político. En tercer y definitivo lugar, porque lo que reflejan las críticas es la sensación de que, como denuncian quienes exigen una «democracia real», aquí hay quienes se sienten amos del cortijo y creen que los ciudadanos estamos casi obligados a votarles, ya sea a unos, ya sea a otros, cada cuatro años. Liturgia que serviría para renovar la pureza democrática del sistema y todos tan contentos. Sobre todo ellos, claro.

La democracia es mucho más que convalidar periódicamente el buen hacer de las estructuras dominantes de manera dócil y obediente. O, al menos, habría de ser mucho más. Ocurre, sin embargo, que es lógico que éstas tengan la tentación de empujar al máximo la frontera de control y apropiación sobre bienes que su situación de partida les permite disfrutar. Lo llevamos viendo estos años sin ningún pudor. Ahora bien, ojito con pasarse de frenada. Ya comentaba Carlos Marx que el reconocimiento de derechos en favor de trabajadores, desfavorecidos o jóvenes no se hacía nunca por consideraciones éticas sino pragmáticas. Para evitar estallidos disruptores, e incluso revoluciones. Así que cuidado con la presión a que nuestro modelo está sometiendo, creciente y sin visos de detenerse a los jóvenes. De momento, ya tenemos un primer aviso. Porque la otra parte de toda esta historia es que quienes estamos ahí abajo, más o menos machacados según los casos (no, es verdad, precisamente yo no me puedo quejar), hemos de trabajarnos el que se nos vea, se nos tenga en cuenta y nuestros intereses sean defendidos. Y si no se logra por una vía, pues habrá que intentar otras. Y todo ello es de todo menos fácil. Pero resulta mucho más sencillo concebir que algo así pueda ocurrir cuando la caldera se pone  a hervir a fuego vivo que en otros contextos. De manera que pueden llagra más avisos. Empezando por el día 22.

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Actualización 16:40: Leo ahora, en Valencia Plaza, una interesantísima opinión de Carlos González Triviño sobre este mismo tema. La verdad es que lo cuenta mucho mejor que yo, así que la lectura, creo, resulta obligada.



¿La culpa es de Canal 9?

Seguimiento de la campaña electoral valenciana (día 10) para El País Comunitat Valenciana

Hablábamos ayer de las perspectivas que para los partidos minoritarios avanzan las encuestas. Hoy el diario El País publica un nuevo sondeo que prácticamente calca el que comentábamos ayer. Victoria holgadísima del PP, que aunque sufre cierto desgaste, se dispara en diputados gracias a una caída en barrena (que Metroscopia cuantifica hoy en cifras por debajo, incluso, del 29% de los votos), mientras que Esquerra Unida recoge el apoyo del anterior pacto de izquierdas EU-Bloc y el nuevo Compromís está a las puertas de superar el 5% y entrar en les Corts. De manera que las reflexiones que hacíamos ayer se ven en todo punto confirmadas. No parerce que haya novedades en ese flanco.

Sí las hubo ayer en el de los mítines. Rodríguez Zapatero estuvo a mediodía en la plaza de toros de Valencia en un acto de afirmación de los socialistas valencianos. Como el Real Madrid ante la hegemonía del Barça, el PSPV está muy necesitado de chutes de autoestima en vena. Una victoria local sorprendente, aguantar bien en una ciudad grande e incluso una concentración como la de ayer, con gran éxito de convocatoria, son imprescindibles para levantar la moral de la alicaída tropa. A lo mejor un acto de campaña como el de ayer no es como ganar la Copa del Rey frente al eterno rival, pero algo es algo.

Y, sin embargo, incluso en lo mejor de la fiesta las cosas se pueden torcer. Como cuando aparece Mourinho acusando al árbitro de estar comprado, crispando y generando entre los fieles cierta división: unos siguen el discurso del líder y se unen a la indignada denuncia del robo del partido, otros sienten vergüenza por cómo se trata de desviar la atención sobre cuestiones esenciales (el juego desarrollado por uno y otro equipo). Mientras tanto, la gente más o menos neutral asiste entre abochornada y preocupada al espectáculo Mou. Y la imagen pública que queda de esas quejas es nítida: nos las habemos con un llorón y un mal perdedor.

Ayer el mítin permitió visualizar cómo la táctica seguida por el PSPV respecto de Canal 9 produce unos efectos semejantes. A la imagen de perenne quejica incapaz de sobreponerse a nada que transmite el PSPV sacando el tema de la manipulación de RTVV cada dos por tres (una televisión pública valenciana que, recordemos, apenas si tiene un 10% de audiencia y muy probablemente, en sus informativos, sólo de convencidos) se une el grado de lamentable crispación a que acaban conduciendo estas constantes quejas, algunas de ellas muy irresponsables por sus formas. Que el leit-motiv del mítin de ayer fueran los gritos contra Canal 9, pase. Es algo que, a fin de cuentas, afecta sólo a la imagen y estrategia del PSPV. Que de ahí degenerara la cosa en los gritos e insultos contra los periodistas de la televisión pública valenciana es, sin embargo, un salto cualitativo lamentable. Pero inevitable cuando un partido político opta por la estrategia del mourinhismo. No parece que sea éste un buen camino. Menos todavía si estamos hablando de un partido con aspiraciones de gobernar. Jorge Alarte, consciente de la toxicidad del ambiente y de la negativa deriva que supone que un partido como el PSPV dedique su acto de campaña a crucificar a los trabajadores de la televisión pública, hubo de tomar la palabra para detener la cascada de insultos e improperios dirigidos a los periodistas y pedir que se diferenciara entre ellos y los gestores de Canal 9, que son los responsables de orientar la política informativa de la cadena. En una línea semejante ha tenido que salir la Unió de Periodistes del País Valencià, que ha emitido un comunicado muy duro sobre lo ocurrido ayer (quien esté interesado lo puede leer aquí).

Canal 9 es una televisión de poca calidad. Sus informativos son de un partidismo impresentable, pero lamentablemente frecuente en España, que es un país con una calidad democrática muy mejorable. En este sentido, hay que reconocer que el PSOE en las dos últimas legislaturas ha dado un ejemplo de cómo se debe gestionar una televisión pública con RTVE. Es algo que nunca se había hecho en España y que tiene mucho mérito, pues significa renunciar voluntariamente a un instrumento partidista muy potente (porque TVE tiene audiencia, entre otras cosas, a diferencia de Canal 9). Y ha de ser reconocido y valorado. Chapeau. El propio PSPV debiera poner más en valor este logro, porque son éstas las cosas que, con un poco de suerte, marcan el legado de un Gobierno. Hay que confiar en que el ejemplo se consolide hasta el punto de que nadie pueda ya nunca revertir el modelo de televisión pública estatal. Y que poco a poco las Comunidades Autónomas no tengan más remedio, porque la presión de la opinión pública, alentada por la existencia de ejemplos virtuosos, sea cada vez mayor en la dirección de exigir una tele de calidad y digna, hayan de evolucionar en esa misma dirección.

Pero junto a las miserias de Canal 9, también hay que reconocer dos cosas. Que hace cosas (programación, series, informativos en valenciano y de proximidad) que si no existiera una televisión pública, con todos sus defectos, nadie haría. Y que, además, es nuestra, no del PP. No podemos ni debemos estigmatizar Canal 9 en sí mismo. Critiquemos la deriva de su programación, ataquemos con toda la dureza que merece la impresentable política de manipulación informativa de sus espacios de noticas. Pero tratemos, aunque sea difícil, de preservar el buen nombre de la casa, del ente y de sus trabajadores. Porque son nuestra televisión. Y porque una televisión pública no sólo es importante (obviamente, tanto más cuanto de más calidad sea) sino que está llamada a ser absolutamente esencial para nuestro país.

El PSPV está obsesionado ahora con «recuperar» espacios que perdió en el pasado por alejamiento, hostilidad o desprecio. Fallas, procesiones y demás. Lo que les lleva, incluso, a ir a la Ofrenda y cosas semajantes. Que no acabe ocurriendo que, después de una sucesión de cosas como esta, tenga que llegar el día en que haya que iniciar una campaña para «recuperar» también posiciones en la televisión pública valenciana porque se la hemos cedido voluntariamente a la derecha valenciana. No se trata de decir «yo nunca veo Canal 9» o «yo no la tengo ni siquiera sintonizada» sino, más bien, «Canal 9 también es mía, como de todos los valencianos, y exijo que sus contenidos den un verdadero servicio de país». Para lo cual hace falta no renunciar de antemano al instrumento ni estigmatizarlo como si por su propia naturaleza, per se, hubiera de ser siempre adicto a la derecha valenciana.

Porque, además de todo lo dicho, pues va a ser que no. La culpa no es de Canal 9, al igual que el Real Madrid no pierde la Liga contra el Barça por los árbitros. Así que mejor dejarse de tonterías.



Una alegría demoscópia para los partidos minoritarios

 Seguimiento de la campaña electoral valenciana (día 9) para El País Comunitat Valenciana

Ayer se conocieron los resultados de una encuesta que Demoscopia ha realizado para Antena 3 TV y Onda Cero. Los resultados, obtenidos a partir de un estudio de campo realizado hace apenas unos días con una muestra más o menos apreciable siguen la tónica de los estudios publicados hasta la fecha: el PP más o menos se mantiene holgadamente por encima del 50% de los votos, con algún desgaste, pero gana diputados por el desplome socialista, que caen al entorno del 30% de los votos, mientras que la pugna por ocupar el «tercer espacio» entre Esquerra Unida y Compromís se decidiría en favor de los primeros, que entrarían cómodamente en el parlamento valenciano, algo que, por el contrario, la coaliación de Bloc e Iniciativa del Poble Valencià no tiene, ni mucho menos, asegurado.

Sin embargo, y en comparación con los datos que más o menos habíamos venido recibiendo hasta ahora, esta encuesta tiene diferencias de matiz que son buenas noticias para los partidos minoritarios. Tanto Esquerra Unida como Compromís recibirían un caudal de votos, según esta encuesta, mucho mayor de lo que hasta la fecha se les venía asignando.

Esquerra Unida no sólo reeditaría los resultados de la lista de coalición con la que ambos partidos concurrieron en 2007, un resultado excelente, sino que incluso podría ganar dos diputados respecto de los siete que se lograron en la pasada convocatoria y llegar a nueve gracias, de nuevo, al desplome socialista (si otro partido pierde muchos votos y tú mantienen los tuyos, siempre y cuando no entre nadie más en el reparto, pues sacas más diputados). Los niveles de voto se acercarían a un 9% del total de los sufragios. Estamos hablando de cifras próximas a las de la época de Julio Anguita. Sería un resultado excelente para Marga Sanz y los suyos.

Precisamente ayer hacíamos referencia al histórico líder comunista cordobés y a su «Programa, programa, programa» para explicar la importancia de que los ciudadanos identifiquen una opción política con un proyecto alternativo. El PSPV no lo tiene y eso es un lastre dificilísimo de superar por mucho desgaste que sufra el PP y la figura de Francisco Camps. En cambio, no hay duda de que Esquerra Unida sí lo tiene. Suele decirse, desdeñosamente, que lo único con lo que cuenta la coalición, a estas alturas, es con «imagen de marca». Que simplemente recibe los votos de quienes están desencantados con el PSOE y sus políticas de centro-derecha. No entiendo muy bien que se pueda entender como una tara poseer, esencialmente, como opción política, «imagen de marca». Es decir, trasladado a términos políticos, un proyecto alternativo. Los ciudadanos, aunque EU tenga bien poca visibilidad en los medios de comunicación, sabemos que cuenta con una trayectoria consolidadísima de defensa de una serie de valores. Nos resulta por ello fácil identificar qué piensan sobre la reforma laboral, las jubilaciones, la sanidad pública, los conciertos educativos, la movilidad sostenible, las infraestructuras de transporte o, si hablamos de la Comunidad Valenciana, eso a lo que llamamos «señas de identidad» (lengua, país…). Esquerra Unida no engaña a nadie. Defiende sus ideas con coherencia y entrega. Tiene un proyecto. Y las circunstancias le pueden recompensar por haberse mantenido fiel al mismo, a la vista de cómo ha evolucionado la situación económica en todo el mundo, la evolución liberticida de las democracias occidentales o, si hablamos de nuestro país, el desastre en materia de crecimiento., solidaridad e igualdad a que el actual colapso del modelo de burbuja ladrillo + copazo (cuando no el propio modelo en sí mismo, aunque muchos se nieguen a verlo así) nos ha conducido.

Con muy poca atención por parte de los medios de comunicación, los resultados de Esquerra Unida, de confirmarse esta encuesta, demostrarían hasta qué punto es importante tener un proyecto sólido y con el que la ciudadanía, a base de trabajar años y años en la misma línea, te acaba identificando.

Por su parte, los resultados de la encuesta son también moderadamente satisfactorios para Compromís. Con la excepción del que publicó hace ya unas semanas el diario Público, ni un solo estudio demoscópico ha previsto que la coalición entre Bloc, Iniciativa y algunos socios menores pueda llegar al 5% de los votos requeridos para entrar en les Corts Valencianes.  Tampoco esta encuesta de Antena 3 y Onda Cero les garantiza la entrada. Pero es la primera en mucho tiempo que, al menos, no les sitúa en el entorno del 3% de los votos (lejísimos del objetivo marcado) sino más bien en el 4’5% (a punto de entrar en el parlamento valenciano, a falta de sólo unas decenas de miles de votos, y dentro del margen de error de la encuesta) que, por lo demás, eran los niveles de voto que el Bloc en solitario logró tanto en 1999 como en 2003. Así que esta encuesta, al menos, da esperanzas, si no ya de superar a Esquerra Unida en la lucha por liderar el «tercer espai», sí de entrar en el Parlamento y no perder durante cuatro años, de nuevo (y quién sabe por cuanto tiempo) la presencia pública que han logrado en esta legislatura gracias al paco con EU de 2007.

En Compromís confían en entrar porque dicen que los resultados finales del Bloc (por ejemplo el 4,1% de 1999 o el 4’8%, verdaderamente límite, de 2003) siempre son mejores que las encuestas. Esperan que, además, su labor de oposición política durante esta legislatura, muy visible en la labor de desgaste a Camps y al PP y un punto demagógica y populista, les dé el empujón final. También tienen depositadas muchas esperanzas en la movilización de los suyos (que es muy perceptible en Internet y las redes sociales) y en el voto joven, cuyos movimientos, especialmente si se alejan de la pauta histórica, son más difíciles de detectar por la encuestas. Por todo ello, conservan la ilusión de entrar, lo que sería en el fondo un gran resultado para ellos, dado que nunca lo han hecho en solitario. Pero es obvio que esa ilusión es más fácil mantenerla (y evitar fugas de voto «pseudo-útil» a Esquerra Unida) si las encuestas te dan en el entorno del 4’5% que en el del 3%.

La facilidad de Compromís para mantener un buen caudal de voto local y autonómico (aunque siempre insuficiente hasta la fecha para lograr la entrada en solitario en un Parlamento con una ley electoral muy dura con los minoritarios) probablemente nos informa también sobre un determinado proyecto más o menos sostenido en el tiempo y con el que se identifica, al menos, una parte de la población. Pero no una parte muy apreciable. Se puede optar por crecer ensanchando las bases del proyecto o realizando una labor pedagógica que convenza del mismo a cada vez más gente. Obviamente, algo así no es fácil. Requiere de tiempo, trabajo y también, probablemente, de talento. Y son imprescindibles las plataformas mediáticas que permitan que tu mensaje, al menos, vaya llegando poco a poco a la gente. Probablemente estos años, con diputados en les Corts y cierta visibilidad, eran un buen momento para acometer este reto. Sin embargo, la perenne oposición a Camps y al PP a partir de criterios de talante democrático ha desdibujado el discurso de Compromís. Sí, está claro que están contra el PP. Y mucho. Pero, ¿acaso no lo están también PSPV y EU? ¿Qué es lo que aporta de particular Compromís a ese modelo? Sus responsables lo han fiado casi todo para crecer a lomos de la imagen joven, fresca e ireverente de Mónica Oltra. Para dotar de visibilidad a ese aspecto de su labor, que genera filias potentes para también mucho rechazo entre las capas de población que conforman el mainstream de cualquier sociedad (que en el fondo aprecian los debates pausados, con contenido, mucho más de lo que creen los partidos políticos suelen creer), Compromís ha debido renunciar a exponer (e incluso a definir internamente) durante estos cuatro años su proyecto. Los ciudadanos, incluso sus votantes más fieles, ya no saben muy bien qué piensan Morera, Oltra y los suyos sobre la gestión privada de la sanidad, las infraestructuras, los problemas industriales del país… Y eso, en el fondo, es una losa importante. Porque a la hora de la verdad, como decía ayer, casi todos votamos proyectos de transformación y convivencia que se asemejan a nuestras ideas. ¿Alguien sabe exactamente cuál es el de Compromís? Porque estos años no los han sabido usar para aclararlo, para eliminar algunas de las brumas borrosas en torno al Bloc y al resto de la coalición. ¿Son de izquierdas? ¿De centro? ¿De centro-derecha? Defienden la lengua sí pero, además, en cuestiones incluso claves para el ideario nacionalista como el déficit fiscal valenciano, ¿qué proponen? ¿Alguien recuerda a Oltra o a Morera hablando durante esta legislatura de ese tema?

Es posible que Compromís entre a pesar de todo en las Cortes Valencianas, superando el 5% de los votos. Sin embargo, es evidente que van a sufrir hasta el último minuto. Probablemente tiene que ver esa dificultad con el no haber sabido aprovechar bien estos cuatro años de una presencia parlamentaria intensa como nunca habían podido disfrutar de ella. Porque con la crisis económica, el desgaste del PP de Camps, la incapacidad del PSPV de Alarte y todo lo que hemos vivido estos cuatro años, no lograr consolidar presencia en el Parlamento hablaría muy mal de cómo se ha programado la estrategia de fondo de la coalición. Entrar, aunque fuera por los pelos, paliaría algo el drama y la crítica a cómo ha gestionado la coalición su labor como oposición, pero no haría sino aplazar a 2015 esta misma cuestión. Si Compromís quiere hacerse mayor y convertirse en una alternativa, necesitan, también, más proyecto y menos camisetas.



Proyecto, proyecto, proyecto

Seguimiento de la campaña electoral valenciana (día 8) para El País Comunitat Valenciana

Decía Julio Anguita, allá por al década de los 90, con el muro de Berlín recién caído pero con una situación política en España que permitía a Izquierda Unida soñar con el sorpasso y convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda que la clave toda acción política, de toda campaña, era sencilla: «Programa, programa, programa». Izquierda Unida, con el tiempo, acabó perdiendo esa apuesta. Aunque sigue recibiendo niveles de apoyo popular muy estimables, nunca ha llegado a inquietar al PSOE. Y una ley electoral ciertamente poco proporcional le quita buena parte de la visibilidad que sus cientos de miles de votos merecerían. Pero ello no quita para que Julio Anguita tuviera razón. El programa es esencial para desarrollar una acción política que aspire a tener éxito.

El principal problema del PSPV es que, a día de hoy, carece de un proyecto alternativo al del PP. El proyecto del PP, nos guste no, es claro, reconocible. Todos sabemos más o menos de qué va. En materia de servicios públicos, en educación y en sanidad. En economía y en grandes eventos. En turismo e industria. En infraestructuras. Gustará más o menos (a mí, por ejemplo, me gusta más bien poco en muchas cosas porque lo veo facilón y cortoplacista, además de generador de desigualdad y problemas estructurales a medio y largo plazo) pero ahí está. Ya digo que a mí no me gusta, pero no puedo dejar de reconocer que todos lo conocemos, entendemos sus mecanismos de funcionamiento, somos capaces de intuir sus implicaciones y, además, lo hemos visto en práctica y sabemos que el PP, en esto, es de todo menos incoherente. Desarrolla su programa allí donde gobierna, no hay contradicción entre sus hechos y sus palabras. Por último, y por muchos defectos que le vea yo a ese proyecto, es evidente que a otros muchos ciudadanos, a la vista está, no les parece que los tenga. O no tan graves. De eso se trata en una democracia, de que entre todos discutamos, tratemos de convencer a los demás y de que la opinión que al final haya logrado ser asumida como mejor por más gente sea la que se ponga en marcha.

Ahora bien, la cuestión es, ¿puede revertirse este estado de cosas? ¿Cómo debe hacerse? Pues en primer lugar, a mi entender, desarrollando un proyecto alternativo. Y me llama la atención que el PSPV no se haya esforzado, con todo el músculo que tiene como organización, por desarrollar esa explicación y propuesta alternativa de la realidad durante todos estos años. Con un programa que cumpla una serie de requisitos imprescindibles:

– que sea un programa alternativo al modelo dominante del partido que manda (si no es alternativo, ¿para qué te presentas contra el que manda?, ¿para hacer lo mismo pero con una sonrisa, o con «dignidad», o con un poquito menos de furor?);

– que desarrolle una visón coherente y global, que permita una explicación general del modelo de país, sociedad y economía que queremos pero permitiendo concreciones donde, en el mundo micro, se vean las diferencias de aproximación y de modelo (porque si no lo hacemos así, ¿cómo aspirar a que se visualice la verdadera diferencia, la alternativa, el quid de la cuestión?);

– que sea coherente con la acción política que se lleve a cabo en cada sitio en el que se gobierna o en el que se está en la oposición (entre otras cosas, el mensaje del PP es creíble porque presenta pocas disrupciones de este estilo, por esta razón no se puede combatirlo diciendo una cosa y haciendo luego otra que desmiente tu discurso general);

– que logre identificar tres o cuatro ejes esenciales, diferenciadores, que posicionen al discurso alternativo ante la opinión pública como crítico respecto de cómo se están haciendo las cosas (porque sólo de esta manera, cuando después de años de bonanza empiezan a venir mal dadas, la opinión pública puede ser consciente de que había alguien ahí, aunque en su momento no se le hiciera mucho caso, que ya lo advirtió, y a quien la realidad puede acabar dando la razón).

Un proyecto hegemónico se combate con proyectos alternativos sólidos. Con programa. Haciendo política. De momento, en esta campaña, hemos visto poco o nada de esto en el principal partido de la oposición valenciana. Y no sólo ayer, con la campaña suspendida, sino de contínuo. Es como si, en este punto, la acción política de los socialistas valencianos llevara suspendida varios años. Para no incordiar. Porque la hegemonía política del PP les tiene acobardados. Porque piensan que la manera de recuperar el poder es nadar a favor de corriente… Por lo que sea. Pero el caso es que, de momento, proyecto no se ve por ninguna parte.



La supuesta imbatibilidad de Rita Barberá

Seguimiento de la campaña electoral valenciana (día 7) para El País Comunitat Valenciana

Los seres humanos somos así. Construimos mitos. Una vez edificados, asumidos por casi todos, resulta difícil, casi imposible, darse cuenta de que a veces la realidad se compadece mal con la construcción idealizada de la misma que nos hemos montado.

El mito por excelencia de la política valenciana dice que Rita Barberá es «imbatible». Que es un animal político sin flancos débiles. Que es popular, querida, una más de entre los valencianos pero, a la vez, referencia para la ciudad. 20 años en la alcaldía, con resultados apabullantes en las últimas convocatorias, avalarían esta tesis. Y, sin embargo…

Rita Barberá tiene defectos. Ayer, en el debate que mantuvo en la televisión autonómica valenciana con el candidato del PSPV Joan Calabuig, afloraron casi todos. Que haya ganado una y otra vez las elecciones no tiene nada que ver, por ello, con ninguna cualidad mítica de la Alcaldesa por excelencia del país y de toda España. Confluyen para fortalecer esta realidad muchas circuntancias. Dinámicas políticas favorables, haber podido chupar rueda del progreso económico del país en las dos últimas décadas, que ha facilitado una importante transformación urbana de Valencia (pero no sólo de Valencia, sino de todas las ciudades españolas, como cualquiera que haya salido alguna vez «cruces afuera» del Cap i Casal sabe perfectamente) e incluso el hecho de que la oposición socialista ha sido de todo menos consistente (ni un solo candidato socialista ha repetido, de manera que no hay forma de consolidar alternativa alguna) la han ayudado sobremanera. Rita Barberá no es imbatible per se. Son las circunstancias las que han facilitado que se tenga esa imagen de ella y las que hacen que desde tantos sectores se dé la batalla por perdida provocando, con ello, la invisibilidad de los muchos defectos que tiene su gestión.

Por su parte, Joan Calabuig es un profesional de la política. Un tipo formado, inteligente, sólido… Tuve ocasión hace unos años de compartir una mesa redonda con él y sobre ninguno de esos aspectos tengo la más mínima duda. Sabe cómo funcionan las cosas, algo por lo demás inevitable incluso en una persona menos capaz de lo que es él pero que compartieran trayectoria vital, porque lleva casi 30 años en esto y ha estado en la Administración autonómica, en el parlamento europeo, en el parlamento español… No es, sin embargo, muy conocido. Casi nadie sabe muy bien quién es. Tiene un carácter público, por lo que puede deducirse de lo que le llevamos visto estos meses, más bien gris. Se comporta de una manera un tanto rígida, todo lo contrario de lo que le ocurre a Barberá, que se nota que está a sus anchas en Valencia, por la calle, en Fallas y en todo lo que rodea la política valenciana (¿quizás, a veces, demasiado a sus anchas?). Y resulta obvio que no es un killer en campaña. Él mismo reconoció, en lo que se ha convertido casi en una seña de identidad, que lo que sabía de campañas electorales es lo que había leído en los manuales al uso.

Con estos antecedentes, muchos pensaban que Calabuig iba a sufrir un vapuleo a manos de Barberá en el debate de ayer. No ocurrió. Tampoco al revés. Es obvio que Barberá salió indemne del debate y que coló con solvencia, en su estilo, los mensajes que quería dejar a la audiencia. Ya saben. Delenda est Zapatero. Ah, sí, y eso de que Valencia está muy pero que muy bonita y la hemos puesto en el mapa. Pero el candidato socialista sí hizo varias cosas bien, lo que permitió que emergieran ciertos aspectos de Barberá y de su gestión que son menos luminosos y que suelen quedar sepultados debido a la potente inercia del mito y la deserción a que esta imagen ha llevado a muchos. Es lo que pasa con algunos leones aparentemente fieros. Que basta ponerse delante para constatar que no es para tanto.

Aquí tienen el discurso político de Barberá y el PP de Valencia:
vótame porque esto lo hemos hecho nosotros y es muy bueno para ti

Joan Calabuig fue anoche educado y respetuoso. El espectador pudo ver, por contraste, a una Rita Barberá tan acostumbrada a su hegemonía y a que nadie le chiste que por momentos pareció grosera cuando replicaba. Algo tan tonto, por ejemplo, como reconocer que el adversario también ha hecho cosas y algunas de ellas buenas (como hizo ya Nomdedéu, el candidato del Bloc en Castellón, en el debate de la noche anterior) es una acción inteligente. Los ciudadanos no somos tan tontos como para no darnos cuenta de algo así e inmediatamente la imagen de quien se comporta de esta manera se engrandece. Si enfrente se encuentra con un contrincante que prácticamente te acusa de todos los males habidos y por haber, qué quieren que les diga… no resulta muy difícil «ganar» un debate (ya que ahora estas cosas se analizan en estos términos) contra alguien así.

Joan Calabuig se dice a sí mismo: ¡tampoco me ha ido tan mal la cosa!

El candidato socialista también entró al trapo y defendió la labor del Gobierno central, en lugar de tratar de correr un tupido velo sobre la gestión de Rodríguez Zapatero y del PSOE. Podrá convencer o no al hacerlo, pero simplemente por bajar a la arena y por tratar de argumentar y apoyar la acción de gobierno de manera razonada ya está poniendo una primera piedra para minar el discurso del PP, tan potente en parte porque casi nadie en el PSOE  se atreve a cuestionarlo.

El debate demostró, además, que el proyecto de ciudad del PP (grandes eventos, poner Valencia bonita y atraer muchos turistas cueste lo que cueste) no es el único modelo posible. Parece evidente que una de las cosas que nadie ha hecho estos años (o que no se han hecho suficientemente) es explicar las debilidades de un modelo urbano basado en esos ejes. Por mucho que la autoestima de los valencianos se haya visto amablemente acariaciada todos estos años (y a lo mejor como sociedad lo necesitábamos y ése es en parte el origen del éxito de gestión de Barberá) llega un momento en que la realidad se impone y hay que empezara analizar con rigor y seriedad si las alharacas y condicionar todo a que Valencia aparezca en las guías turísticas de todo el mundo es la apuesta correcta. Calabuig no llegó a tanto pero, al menos, apuntó en esa dirección.

Monocultivo turísitico en la ciudad: todo queda supeditado a la recepción
de turistas low-cost. ¡Todo para los hosteleros a costa de los vecinos!

No fue un debate maravilloso, pero tampoco estuvo mal. El tipo de reglas con que se realizan le restó carácter y dificultaba mucho que la cosa luciera. Pero nos dejó sensaciones buenas, a diferencia de lo que ocurrió con la lucha en el barro impresentable en que se convirtió el duelo mantenido por las candidatas de PP y PSOE a la alcaldía de Alicante. Este buen sabor de boca ya lo había dejado el debate mantenido por los candidatos a la alcaldía de Castellón la noche anterior, donde se vieron propuestas y se mantuvo un tono de respeto a la discusión que, en el fondo, es respecto a los ciudadanos. Calabuig y Barberá, por su parte, también debatieron y mostraron abiertamente cómo son en el plano político. Asimismo dejaron claro cuáles son sus respectivos proyectos. De eso se trataba.

Frente al mito de una Barberá imbatible ayer por la noche se visualizó con naturalidad y sencillez que la Alcaldesa de Valencia tiene defectos y que hay cosas en las que el candidato del PSOE es, sencillamente, mejor. Más formado, más tranquilo, más respetuoso. También vimos con cierta nitidez que los proyectos para la ciudad de uno y otro partido son diferentes y que no sólo de replicar el modelo del PP hemos de vivir. Que se puede aspirar a respirar en otros aires sin temor a morir asfixiados. Y que a lo mejor a los vecinos de la ciudad nos interesa más esforzarnos por construir un entorno dinámico, cómodo, respetuoso con el medio ambiente, sostenible, orientado a ciertas actividades (servicios) de más valor añadido que el «todo por el turismo de masas» que es el leit-motiv último de la apuesta económica de Barberá para Valencia.

Derribar mitos, sobre todo cuando uno ha contribuido afanosamente a su erección, no es cosa de cuatro días. A Rita Barberá se le puede ganar en las urnas aunque probablemente no será eso lo que pase esta vez. La cuestión es empezar a trabajar en serio para hacerlo pasando del mito a la acción política. El debate de ayer fue un aviso para el PP. A lo mejor cualquier de estos se llevan la sorpresa de que alguien se pone manos a la obra. ¡Quién sabe!



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