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A mi vuelta a España me he encontrado con un cambio notable en el clima de opinión reinante: antes del verano la gente de orden seguía escandalizada con las famosas caricaturas de Felipe de Borbón y Letizia Ortiz, mientras que ahora, por lo visto, el consenso sólo subsiste respecto del «pésimo gusto» de los dibujantes. Ya no está tan claro, sin embargo, que una acción así merezca necesariamente una condena penal.
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Scott Turow, One L. The turbulent true story of a first year at Harward Law School, 1977.
He pasado el fin de semana leyendo One L, del novelista y jurista (o al revés, no sé) estadounidense Scott Turow, conocido autor de alguno de esos best-sellers de aeropuerto con tramas jurídicas que tan bien quedan luego transpuestos a la gran pantalla. No se trata, en este caso, de una obra de ficción, sino de la narración de su propia experiencia como estudiante de leyes en la escuela jurídica de Harvard a finales de los años setenta. Es por ello, para alguien como yo, un librito extraordinariamente entretenido e interesante. Y, además, tanto para mí como para cualquiera que tenga contacto o conocimiento de cómo funciona la enseñanza del Derecho en España, que no se trate de una novela es lo de menos. Lo que cuenta Turow es para nosotros en su totalidad, desde la primera línea a la última, sencillamente, un relato de ciencia ficción, algo que se nos cuenta sobre cómo son las cosas en otro planeta. Valga para muestra un botón, el fragmento de su diario que el propio autor escoge para ilustrar el conjunto de su experiencia a modo de frontispicio:
11/17/75
It is Monday morning, and when I walk into the central building, I can feel my stomach clench. For the next five days I will assume that I am somewhat less intelligent than anyone around me. At most moments I’ll suspect that the privilege I enjoy was conferred as some kind of peculiar hoax. I will be certain that no matter what I do, I will not do it well enough; and when I fail, I know that I will burn with shame. By Friday my nerves will be so brittle from sleeplessness and pressure and intellectual fatigue that I will not be certain I can make it through the day. After years off, I have begun to smoke cigarrettes again; lately, I seem to be drinking a little every night. I do not have the time to read a novel or a magazine, and I am so far removed from the news of world events that I often feel as if I’ve fallen off the dark side of the planet. I am distracted at most times and have difficulty keeping up a conversation, even with mi wife. At random instants, I am likely to be stricken with acute feelings of panic, depression, indefinite need, and the pep talks and irony I practice on myself only seem to make it worse.
I am a law student on my first year at the law, and there are many moments when I am simply a mess.
No sé si hace falta añadir algo. Pero vamos, como es obvio, no me voy a privar.
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Amnistía Internacional me manda por correo electrónico la felicitación que más se lleva en estas fechas de recuerdo y conmemoración.
Prometíamos hace unos días que todavía tendríamos que hablar sobre la Military Commissions Act, que ayer mismo firmó el Presidente de los Estados Unidos de América, George W. Bush, tras la aprobación en el Senado y en el Congreso. La cosa podría resumirse así:
United States of America
RIP
(July 4, 1776 – October 17, 2006)
Continúa leyendo Ein neues Ermächtigungsgesetz? (todavía sobre la tortura en Estados Unidos)…
La marea retro que todo lo anega se lleva por delante cada vez más hitos de la civilización occidental. La semana que viene tenemos que hablar de esto, de sus orígenes, del cambio de velocidad en la involución que supone lo aprobado por el Senado de los Estados Unidos, de lo bueno que es que, al fin, aparezcan nítidas críticas en medios de comunicación como el New York Times. Probablemente vale la pena dejar pasar unos días y tratar, mientras tanto, de entender qué está pasando, cuáles son las razones de esta deriva irracional y peligrosísima, a qué se debe que las alarmas ciudadanas hayan tardado tanto en encenderse…
En España, será porque no consideramos que nada de eso tenga que ver con nuestra realidad presente o muy reciente, la cosa no parece que nos conmueva, de momento, en demasía. No deja de ser extraño, cuando somos también un país que afrontaba la lucha contra el terrorismo de forma muy diferente hace treinta años, cuando el azote era mucho más cruento.
Se ve que los tiempos cambian, aunque sea para ir legitimando, cada vez más, los métodos empleados por dictaduras como la de Sadam Hussein que no hace mucho, recordemos, supuestamente ampararon una intervención armada para derrocarlo y encauzar, a la manera democrática occidental, el destino de Irak. Así, de momento los Estados Unidos se han dotado, como su Presidente deseaba, de tribunales especiales, de una auto-otorgada carta blanca para que sus espías cometan crímenes en la lucha contra el terrorismo, de capacidad para que el poder ejecutivo detenga y retenga sin habeas corpus a todo aquél que entienda necesario y oportuno… Y, sobre todo, en contra de lo que desde hace más de una centuria todo el mundo civilizado había aceptado como una regla básica (más allá de que el mundo del ser se alejara de las consideraciones del deber ser en muchas más ocasiones de lo que sería admisible), los Estados Unidos podrán decidir libremente (según su Derecho interno) qué métodos de interrogatorio aplicar, qué tipo de técnicas son oportunas y, además, mantener en secreto estas consideraciones. Si a ello añadimos la laxa definición de lo que se considera a partir de ahora la tortura prohibida, el hecho de que las pruebas obtenidas bajo «coerción» pasan a aceptarse sin problemas y la imposibilidad por parte de los jueces de controlar estos procesos la conclusión sólo puede ser una: que los Estados Unidos, en realidad, han legalizado la tortura pura y dura. Un retroceso, ciertamente, sin precedentes que demuestra que esta gente y sus barbaridades (ojito a la explicación de lo maravilloso que es el campo de Guantánamo) van ganando terreno.
Documentos relacionados: Texto de la Military Commissions Act aprobado por el Senado
Poner en marcha cualquier tinglado es siempre algo bastante complicado. En el mejor de los casos, no es nada fácil hacerlo de forma que funcione satisfactoriamente desde un principio. Un resultado digno requiere como mínimo de una buena dosis de suerte y de tener más o menos claro qué desea uno hacer, por supuesto, pero también ayuda dotarse de normas que disciplinen de la manera más eficaz posible la actividad, de forma que el entramado regulador previsto se convierta en un instrumento y promueva unas dinámicas que faciliten la consecución de los fines perseguidos.Cuanto más compleja es la actividad que pretendemos llevar a cabo, cuanto más ambiciosa, cuanta más gente haya implicada, más difícil será acertar. Pero más importante será también, a la vez, realizar un esfuerzo sincero por lograr el mejor diseño posible. Algo que implica asumir, desde un primer momento, que por bien que nos salgan las cosas estaremos siempre lejos de haber conseguido un resultado óptimo. De otra forma, inevitablemente, nos invadirá la melancolía. Porque tarde o temprano constataremos que abundan fallas, desviaciones e incluso lo que podríamos entender como absolutas perversiones de la idea inicial. No conviene ni rasgarse las vestiduras por ello ni descalificar todo aquello que se salga del plan o diseño inicial. Las criaturas, una vez vivas, evolucionan un poco a su aire. Lo que no es necesariamente malo. Muchas veces el producto del uso y de la práctica es más fino y elegante que el de la especulación ilustrada. Y casi siempre los resultados de la experiencia, sobre todo si hemos logrado sintetizarlos y combinarlos con algunos de los elementos propios de la estructura inicial, superan ampliamente cualquier elaboración previa, por sabia y trabajada que sea. Cualquiera que se haya visto en la tesitura de iniciar una aventura del tipo que sea, de plantearse sus objetivos y de tratar de establecer las normas que mejor parecían, a priori, que podían ayudar a cumplirlos, sabe de la cura de humildad que supone la imposibilidad de controlar la vida la criatura en todos sus extremos. Continúa leyendo The failure of the Founding Fathers – Bruce Ackerman…
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