Garfield: La Película (2024)
Anatomía del Humor Boomer
Cuando yo era un niño (MUY niño), Garfield me encantaba. Me compré/compraron el primer álbum, y me reí con cada tira. Adquirí el segundo, y lo mismo. ¡Incluso mejoraba!
Seguí comprando álbumes y riéndome, pero a partir del sexto, séptimo, octavo o así, la cosa empezó a perder gracia, al menos para mi, lo cual tiene mérito para un niño friki bordeando el autismo. Porque, como sabrán si han seguido mínimamente al felino anaranjado, el chiste siempre es el mismo: un gato gordo, cínico, abusón, y sociópata (es decir, un gato). Estirar el chicle hasta los ocho álbumes ya era demasiado, y dejé de comprarlos.
(En ese momento aún no podía ponerle nombre, pero Garfield era (y es) el arquetipo del humor Boomer. Un humor que podemos resumir en pagar 50€ para ver a un cómico que empieza su monólogo gritando ODIO A MI MUJER. Garfield no odia a su mujer porque no tiene, a cambio odia los lunes, algo absurdo en cuanto que todos los días son iguales para él, y en lo que algunos han intentado interpretar un aspecto positivo del personaje pero que -dado que Jon es un autónomo que trabaja desde casa- no tiene ningún sentido.)
Pasaron los años. Muchos. Un cuarto de siglo, a ojo (bueno, no voy a mentirles: más probablemente un tercio). Y un día, hace poco, en una biblioteca pública, cayó en mis manos un volumen titulado algo así como “Garfield, la tira completa, Volumen VIII, 2015-2019”. Fue como si Dios me hablara. No por el humor, que seguía siendo el mismo, sino por el esfuerzo, el puro estajanovismo de levantarte cada día durante más de 40 años a dibujar EL MISMO P*TO CHISTE. Yo me había bajado en el octavo álbum y Jim Davis había continuado hasta el octogésimo. Y todavía sigue. Lo que a mi me había hartado, para él no había sido más que el calentamiento. Era como encontrarte con la Madre Teresa del humor gráfico: a pesar de todo lo malo, uno no puede dejar de admirar cierto compromiso personal. Quizás no te lleve a creer en la existencia de un Dios, pero igual consideras que las personas somos lo más cercano a uno.
Este redescubrimiento de Garfield, más otras razones que no vienen al caso, culminó en este menda pagando sus buenos euros por entrar en un cine a ver esta película. En un cine modernillo, con salas pequeñas, sofás en lugar de butacas (mi espalda la verdad es que prefiere el cine convencional), VOSE, y cuartos de baño Art Decó que lógicamente costó una pasta gansa, así que dije, qué menos que sacar un post de esto.
La película, tampoco les voy a engañar, es mala. Simplona, predecible, infantil… es lo que tiene estirar una tira cómica de tres viñetas a una película de hora y media, que necesariamente se hace larga. No obstante, tiene algunos puntos de interés.
El primero, que han rebajado notablemente el humor Boomer. Entre otras cosas, la tira de Garfield es un continuo body-shaming, aunque en el humor Boomer a eso se le llame “chistes de gordos, que los ha habido de toda la vida y no pasa nada, joder”. Aquí, quitando un par de referencias mínimas, el sobrepeso al menos no vertebra el relato. Y tampoco sale otro clásico Boomer: las cuitas sentimentales de Jon Arbuckle, eterno fracasado en el amor (bueno, parece que en 2006 al fin logró tocar pelo con Liz Wilson). Es decir, alguien le ha encontrado un cierto número de pies tóxicos al gato, y ha hecho una limpia. Se agradece.
El segundo, el papel de Jon Arbuckle, el dueño de Garfield. Jon es incluso más Boomer (en la categoría “Boomer perdedor e ingenuo”) que el propio Garfield, por eso la mejor manera de rebajar el humor Boomer es rebajar el papel de Jon, que en la película sale lo menos posible. En realidad, Jon siempre ha sido difícil de adaptar. Fue creado en el límite de una época, los treinte glorieuses, en la que todavía resultaba creíble, pero casi inmediatamente se quedó viejo.
Ya hubo películas de Garfield en 2004 y en 2006, y en ambas Jon ya resultaba francamente marciano para un público no-Boomer: un señor rondando la treintena, que vive solo y sin aparentes dificultades económicas en un barrio premium, en un chalet muy cuidado con dos plantas, jardín, garaje, coche descapotable y piscina (hinchable). Y que se gana la vida, atención, como dibujante trabajando desde casa. La herencia/ayuda familiar, además, se puede descartar, porque desde el primer álbum es canon que Jon nació en una granja alejada y “huyó” a la ciudad.
La vida de Jon, de hecho, es copia en tres cuartos de la vida del propio Jim Davis, hasta el punto de que ambos residen en el mismo villorrio. Davis encima además de niño se tiró largas temporadas enfermo de asma sin poder salir de casa, lo que contribuyó a inclinarle por las artes gráficas – que muy bien por el hombre, pero que proyectar las biografías disponibles para alguien nacido en 1945 a un joven del año 2024 pues como que chirría, joder, un “artista” en la Era Tinder que tiene más problemas para pillar que para pagar el alquiler, no se lo cree ni el Tato.
En tercer lugar, Garfield queda retratado como… ¡un gato pequeño! Sí, 40 años con el chiste de “qué gordo está, no hay quien lo levante”, y aquí en la peli el padre de Garfield le saca una cabeza y dos arrobas, y casi cualquier otro gato también es más grande que Garfield, que es el más chico de los que salen (salvo Nermal, que apenas tiene un cameo al final). Lo de retratarle como “gato chico”, supongo, es para escenificar mejor la relación con su padre. Sí, tras casi medio siglo, Jim Davis ha consentido darle a Garfield una origin story. Bueno, en realidad ya la tenía: nació en un restaurante italiano y zampaba tanto que el dueño le tuvo que vender al primer idiota que pasaba (Jon) para no tener que cerrar. Pero ahora también tiene una familia. Solo un padre, no una madre, pero bueno, algo es algo. Un padre con la voz de Samuel L. Jackson y que además tiene un poco más de desarrollo que el propio Garfield, que en el fondo y tras 40 años no le vamos a pedir que cambie.
En cuarto lugar, está Odie. Odie es un perro adoptado por Jon, que nunca habla y que es el objeto de todos los abusos de Garfield, hasta niveles de auténtica psicopatía. ¿Cómo se ha justificado esto? Pues lo de siempre, “en el fondo Garfield quiere a Odie, si lo hace por cariño, joder, el que no entienda una broma que se vaya del pueblo, además esto te ayuda a echar callo y eso es bueno en la vida”, una filosofía pata negra Boomer que debería condenar a esa generación al Nuremberg de la Historia por si con el resto no bastara.
(Preguntarán algunos: ¿y qué pasa con el humor? Pues se puede hacer humor sin abusos, joder, incluso de tipo violento. Ahí está Jerry dándole martillazos a Tom, o Coyote Will cobrando la del pulpo en cada episodio. Pero es que Tom y el Coyote pretenden comerse a Jerry y al Correcaminos, y por lo tanto la violencia está karmáticamente justificada. Odie en cambio nunca le hizo ningún mal a Garfield, que le tortura por pura crueldad.)
El caso es que Odie, siempre el pim pam pum de todos los chistes (aunque cada 2-3 meses Jim Davis le deja vengarse de Garfield), aquí sale un poco más inteligente y espabilado. Al fin se hace justicia.
Y en quito lugar, para dar voz al gato más mala persona del mundo, han elegido a Chris Pratt. Entiendo a quien lo haya pensado (probablemente tomándose unas cervezas tras el curro con los compañeros), lo que no entiendo es que Pratt haya aceptado. Se ve que se la suda todo. Para compensar, tenemos a Samuel L. Jackson poniendo voz al padre, y un elenco de actores muy british para el resto del reparto.
Valoración
Lo dicho: simplona y facilona. El personaje no da más de sí. Es admirable que haya estado ahí durante décadas con el mismo chiste, pero tampoco podemos pedirle peras al olmo. La película rellena el metraje sobrante (que es mucho) con algo de slapstick y melodrama facilón Papá-me-abandonaste, Era-por-tu-bien, y nada, que ya hemos echado la tarde.
Eso sí, verla en VOSE al menos me ha salvado de “disfrutar” el elenco del doblaje, con Santiago Segura (que también ha aprovechado la película para ser, si no mala persona, al menos un vago de cojones porque ni siquiera dobló el tráiler original pero acabó sustituyendo al actor que sí lo hizo y justificando su intrusismo y el del resto de dobladores con “una película necesita caras famosas para promocionarse”, léanse el artículo completo porque la verdad es que haría sonrojarse al mismísimo Garfield), Alaska, y el torturador senior de Masterchef, que pone voz a uno de los matones de la película, se ve que aquí también se la suda ya todo a todos. Algo que, todo sea dicho, constituye el homenaje definitivo a Garfield.
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Comentario de UnoQuePasabaPorAqui (24/05/2024 08:27):
Lo de Santiago Segura y el doblaje es un hobby con el que lleva años atormentándonos. Al principio pensaba que el abismal descenso de calidad era un problema mío generacional, la típica deriva al pensamiento “cuando yo era niño todo era mejor”. Pero luego escucha entrevistas de los propios dobladores de toda la vida quejándose de cómo ha cambiado todo en los últimos años y ve que no, que realmente es todo una mierda.
Lo de las series y pelñículas dobladas ya para el día del estreno en inglés seguramente haya contribuído bastante a joderlo todo, pero claro uno ve al imbécil de Masterchef, Alaska y Torrente diciendo lo mucho que han trabajado en la película y claro, le entran ganas a uno de arrancarse los oidos.
Comentario de emigrante (03/06/2024 09:51):
#1, la cosa empezó hará unos 20 años cuando Florentino Fernández dobló al malo de Austin Powers. Aquello parecía una de sus imitaciones de Chiquito de la Calzada. Es una moda que viene de Hollywood, lo de poner a estrellas famosas a hacer doblaje. Algo que también han copiado en Alemania y ahora Sascha Hehn (el de la Clínica en la Selva Negra) es la voz de Shrek, Otto hizo de Sid en Ice Age y Anke Engelke fue Dorit en Nemo y secuelas.
Los gringos solo conocen versión original cuando se trata de acción real. Si le gusta alguna película extranjera en lugar de un doblaje hacen un remake, (Abre los Ojos/Vanilla Sky, Tres hombres y un biberón/Tres hombres y un bebé). Pero la animación es otra cosa y últimamente se produce mucha animación. La moda debió empezar cuando Robin Williams hizo de genio de la lámpara, luego James Earl Jones hizo de Mufasa y Jeremy Irons de Skar y ya en Shrek el reparto entero de voces son caras conocidas: Mike Meyers, Cameron Díaz, Edie Murphy, John Lithgow. El caso es que poner la voz es solo la mitad del trabajo, la otra mitad es hacer la gira para promocionar el film. Claro, eso es algo que se pierde si haces el doblaje con los profesionales de toda la vida, así que hay que poner a algún famosete para que vaya a pregonar el film en entrevistas y programas de varietés.