For All Mankind (2018-2024, AppleTV)
¡Ah, la carrera espacial! La última ocasión en que los hombres blancos pudieron ser ONVRES de verdad, una vez que las armas nucleares habían hecho un poco absurdas las guerras (que las sigue habiendo, conflictos coloniales y guerras de cuarta generación y tal, pero resulta que en estas no siempre ganan los blancos). La carrera espacial, como tantas otras cosas, nace de la Segunda Guerra Mundial: para los soviéticos, esta había sido una guerra terrestre, con mucha infantería y mucho tanque. Para los anglo-americanos, en cambio, la guerra empezó siendo aérea: esto les permitía poner en valor su superior industria y tecnología, y también causar daño al enemigo mientras evitaban demasiadas bajas propias. Y una vez acaba la guerra, plantearon la Guerra Fría igual: ellos tenían más y mejores aviones, más bases más cercanas a la URSS, y una tecnología nuclear más avanzada que permitía construir bombas más pequeñas y llevarlas en avión. De modo que, en caso de intercambio nuclear, tenían todas las de ganar (arrasaron Dresden de manera innecesaria básicamente para recordárselo a los putosrrojos), y en consecuencia se confiaron. El souflé rojo está controlado, nada que temer.
Y entonces en la URSS alguien pensó en el remedio: misiles balísticos. No necesitas bases avanzadas, y como no tienes que preocuparte por el viaje de vuelta o la tripulación, puedes permitirte llevar bombas más toscas y grandes. Partido igualado. Pero claro, eso hay que demostrarlo. Y ahí nació el programa espacial soviético, porque la tecnología necesaria para poner un Sputnik en órbita es la misma que para plantar un pepino nuclear en Times Square. Los americanos sintieron que tenían que contraatacar, y ya tenemos la carrera espacial: los soviéticos logran el primer satélite, el primer humano en órbita, la primera mujer en órbita, las primeras fotos de la cara oculta de la Luna, la primera estación espacial, y las primeras sondas en la Luna, Venus y Marte. Los americanos en cambio llevaron al primer hombre a la Luna (valor científico: el descubrimiento del teflón para sartenes) – y con eso ganaron la susodicha carrera.
Pero ¿y si los rusos hubiesen ganado esto también? ¿Y si hubiesen llegado primero a la Luna, extendiendo la carrera espacial mucho más allá? Eso explora esta serie, muy interesante y vistosa pese a sus cosillas, arrancando en junio de 1969, con Alexei Leonov plantando la hoz y el martillo en la Luna, apenas un par de semanas antes de que lleguen los americanos con Neil Armstrong. Bueno, Leonov no solo planta la hoz y el martillo, sino que proclama que “llego por mi país y por el modo de vida marxista-leninista”. Uff. (Conste que entre vivir en la URSS o en los EEUU de 1969, no tendríamos dudas – al fin y al cabo, ¡somos varones blancos!)
Es que los rusos son egoístas mientras los americanos hacen sus progresos “para toda la humanidad” (ya, sí, por eso plantasteis la bandera de la ONU en la Luna, ¿no?), pero la frasecita se las trae, la verdad, y probablemente ya sonaba un poco a rancio en la propia URSS. 13 años antes de nuestra serie, de hecho, los partidos comunistas de Rusia y China se habían divorciado entre agrias acusaciones mutuas de haber abandonado el marxismo-leninismo y ser unos sucios revisionistas. La propaganda soviética sabía muy bien cuando había que ser In your face, y cuando tocaba ser más sutil. Y en la carrera espacial, tocaba lo segundo y mostrar la cara amable, no hay más que ver las frases icónicas del vuelo de Gagarin (“Pobladores del mundo, salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos” – la cita “no vi a ningún Dios ahí arriba”, en cambio, parece un invento posterior de Nikita Jrushchov), o los nombres que les pusieron a los cráteres de la cara oculta: astrónomos, astronautas o científicos, muchos de ellos no-rusos, pero ningún Mare Stalini o crater Lenin. Vale, hay un Mare Moscoviense, pero bueno, los americanos llamaron Valis Marineris a los mayores valles del planeta rojo. Hasta Madrid tiene un cráter en Marte (a medio camino entre Houston y Volgogrado, en fiel representación de nuestra clase política).
Y en cuanto al “Líder del Mundo Libre”, por recordar, se dedicaba en aquellos años a bombardear Vietnam con Napalm, habría prohibido matrimonios interraciales en 16 estados de no ser por una sentencia del Supremo (¡de 1967!), y solo logró superar espacialmente a un país destrozado por la guerra más brutal del siglo con la ayuda del ex SS-Obersturmbannführer Wernher von Braun (que la URSS también tenía sus científicos nazis, eh, pero nadie pretendía que eran entrañables abueletes como hizo USA con von Braun). Y todos los protas en la NASA son machotes blancos y heterosexuales (al principio), casados por supuesto, pero que a la primera excusa se van al bar a ponerse ciegos de copazos para luego volver corriendo por la autopista, mientras fuman un cigarrillo tras otro en todas partes. La LIBERTAD, ya saben, que hemos perdido, y que toca defender. Porque resulta que, a raíz de la delantera rusa, “en Londres todos los jóvenes llevan camiseta con la hoz y el martillo”, porque de toda la vida los jóvenes se han dejado guiar por los imperativos del materialismo histórico en vez de abrazar aquello que más picara a sus padres.
Pero bueno, en realidad todo esto es para dejar claro que se trata de que los rusos son LOS MALOS y encima van por delante, y a partir de ahí y sin entrar en más detalles construir el andamiaje de la serie. Serie que al principio es muy “inside NASA”: apenas vemos nada del mundo exterior, desde luego no de los soviéticos, de cuyos éxitos nos enteramos a través de las noticias de la tele, o acaso por algún dosier de la CIA, que insiste en que los rusos son muy malos y quieren poner cohetes nucleares en la Luna. ¿Para qué sirve tener cohetes en la Luna? nos preguntamos nosotros (y en aras del sentido común, también gente de la NASA), pero nada, es simplemente una justificación para meter más pasta y que USA tenga también cohetes en la Luna.
La serie, a mi entender, se plantea como una tensión entre dos polos. Uno de ellos es el propósito de representar un “¿y si la carrera espacial hubiese continuado a tope?”. Pero de manera creíble, y eso implica mostrar que los buenos no siempre son seres de luz, sino que pueden ser mendaces, cobardes o estúpidos. Que la cagan, que tienen politiqueos internos, que se les cruzan los asuntos personales, esa clase de cosas. Aquí la serie acierta bastante, la verdad. Luego está el segundo polo (que en cierto modo es subordinado al primero, pero con vida propia), que es el asuntillo de la ideología. Porque la serie tiene que enfrentar y explicar los continuos éxitos rusos (necesarios para que exista la serie – ya dijo alguien que “el mayor éxito de la URSS fue el programa Apolo”), y lo hacen de una forma muy predecible, aplicando la misma plantilla que aplicó desde el Extremo Centro para todo lo ocurrido entre 1917 y 1989, pero que aquí presentan de forma tan simple y prístina que hasta resulta refrescante: ¿que los soviéticos hacen algo mal? Pues siempre es el sistema y su ideología, si es que estaba cantado. ¿Que los soviéticos hacen algo bien? Pues es porque TIENEN COJONES, concretamente los que nos faltan a nosotros, emasculados por la izquierda woke y sus aliados islamo-feministas. ¡Y así siempre barres para casa!
Esta reducción simplista (sin prejuicio que efectivamente hacen falta cojones para meterse en una lata de aluminio situada en la punta de 280.000 toneladas de keroseno refinado y oxígeno líquido, todo controlado por menos electrónica que mi microondas de hace 10 años, que si te pasas 10 segundos te quema las palomitas) es una evidente proyección, y quien la manifiesta suele estar más preocupado porque su propia sociedad se está volviendo “blandengue”, “de cristal” o “woke” y tiene que volver a echarle huevos, que por el avance del comunismo (o al menos del comunismo como total impugnación de la propiedad privada burguesa de los medios de producción). La Teoría Testicular de la Historia, o Materialismo Gonadal, que la serie abraza con evidente fervor.
Temporada 1
El caso es que el alunizaje ruso causa un shock terrible en la NASA, diez veces peor, se supone, que el shock del Sputnik. Los americanos corren a demostrar que ellos sí saben, y el Apolo 11 casi acaba como el 13. Pero se recuperan con ese gran optimismo made in USA, deciden igualar la apuesta rusa de montar una base lunar – y entonces Jrushchov, pérfido como solo un comunista puede serlo, manda a la Luna a una MUJER. Y la serie, que nos ha deleitado varias horas con las ranciedades machistas de los años 60, de repente tiene que reconocer que bueno, que quizás aquí los malditos comunistas ideológicamente sí estaban por delante. Porque resulta que a las mujeres americanas, reducidas a estereotipos rancios y atrapadas en convenciones sociales ídem, les brillan los ojitos cosa buena cuando ven que, mira, al otro lado del Telón de Acero las mujeres “hacen cosas” y no se espera de ellas que estén metiditas en casa y lleven en sufrido silencio que el marido se divierta con pilinguis en Palm Beach.
Porque lo cierto es que EEUU no mandó una mujer al espacio hasta 1983 (como referencia: en España, las mujeres no pudieron servir en las FFAA hasta 1988), cuando ya hacía 19 años que la URSS había subido a Valentina Vladimirovna Tereshkova, una trabajadora textil, huérfana de un caído de guerra, que dejó el colegio con 17 pero que con tesón comunista-proletario perseveró hasta entrar en el programa espacial. Lo más rojo que pudieron encontrar, vamos. (También fue casi la única que mandaron, y posteriormente Tereshkova pues salió un poco de arrimarse al sol que más calienta, ardiente comunista primero, luego saltando de partido en partido para acabar de ardiente putinista, proponiendo quitar la limitación de dos mandatos presidenciales al insigne Vladimir, que un líder así no lo tiene Rusia todos los siglos, y meter en la Constitución la aseveración “la religión ortodoxa es la base de la identidad nacional y cultural de Rusia” – pero bueno, apreciamos la intención, camarada Nikita.)
Así que la NASA se monta un programa de “las mujeres de Nixon”, para seleccionar a una mujer que mandar a la Luna, en plan “nosotros siempre creímos en las mujeres, faltaría”. Y como no, las ganadoras tendrán cada una su arco narrativo donde las acusarán de no tener COJONES, pero ellas se plantan y demuestran que por supuesto que tienen COJONES. Y claro, con tesón y tal y eso (es decir, con COJONES) superan las adversidades, y Estados Unidos logra montar su propia base lunar.
Además de todo esto, la serie no deja de intentar ser una serie histórica, por lo del realismo creíble y tal, y hay que retratar la época, pero al mismo tiempo es una historia alternativa, y los guionistas han decidido hacerla “mejor”: más avances sociales, incluyendo una enmienda de “Derechos Iguales” que supuestamente convierte a EEUU en un estado chupiguay (en nuestra deprimente línea temporal, dicha enmienda fracasó debido, je, a una movilización de “mujeres de Nixon” ultraconservadoras). Todo implicando que “si hubiésemos progresado más en el espacio, también habríamos progresado más en tierra”. Nixon pierde la reelección en 1972 (en vez de lograr la victoria más amplia del siglo XX gracias a una economía que iba como un tiro y finiquitar lo de Vietnam), no se sabe si porque le pillan antes con el Watergate, o por perder la carrera espacial, y acaba de presidente Ted Kennedy, que sin embargo resulta un poquito mujeriego y otro poquito corrupto. Como el hermano, vaya.
La verdad es que los 70 fueron una década superprogre, tanto que hoy cuesta creerlo, en algunos aspectos el retroceso ha sido increíble. A veces parece que estábamos más cerca de la utopía comunista en 1970 que en 1917. Solo por poner unos ejemplos: se discutía abiertamente –incluso entre economistas mainstream– la semana laboral de 25 horas, se rozaba el pleno empleo hasta el punto de que los astronautas bromean que ellos cobran una mierda por ser unos funcionarios pringados, se sindicaba hasta el tato, las huelgas para reivindicar cosas y avances eran el pan de cada día, la desigualdad estaba en mínimos porque el 10% más ricachón apenas se atrevía a apropiarse del 35% de la riqueza (hoy van por el 50% y subiendo), las cosas básicas de la vida (vivienda y papeo, vamos) eran ampliamente accesibles, y todos soñaban con un futuro aún mejor. Cuesta creer que cuatro cohetitos y una base en la Luna fuesen a mantener vivo ese espíritu cuando llegaron los Chicago Boys, pero soñar es gratis.
Entre medias llega el obligatorio accidente, que paraliza los viajes al espacio. Como con el Challenger – pero aquí en seguida los reanudan, porque los soviéticos siempre van un paso por delante, y ante eso pues se sacrifican las vidas que haga falta. Quizás ese sea el what if más interesante: si los rusos en 1986 hubiesen estado a punto de llegar a Marte, ¿se habría paralizado el programa más allá de un par de meses? La temporada termina con tremendo dramón familiar, y la lección, colgando en el aire, de que igual los COJONES no lo son todo en la exploración espacial.
Temporada 2
La segunda temporada arranca en 1983, con un flashback de diez años: Ronald Reagan llegó a presidente ya en 1976, gracias a partes iguales a los líos de falda de Ted Kennedy y los continuos fallos de la NASA. Y claro, todos se acojonan: los rusos no invaden Afganistán para poder concentrarse en la carrera espacial, y los iraníes sueltan a los rehenes. Pero Reagan no puede estar en todas partes, y en otros frentes la Gente de Bien pierde las batallas: el asesino de John Lennon falló el tiro por unos centímetros (lo que permite a Lennon convertirse en el Joaquín Sabina del progrerío yanki) y el atacante de Juan Pablo II sí dio con la aorta (por desgracia, no parece que don Manuel Fraga Iribarne haya saltado a la brecha para ocupar su sitio). En cambio, que Prince Charles se casara con Camila en vez de con Diana no sabemos a qué bando beneficia.
Encima, en esta temporada se ponen muy intensitos: parece que cada actor tiene que tener su escenita de suelto tremendo monólogo personal mientras la cámara hace lentamente zoom hacia mi cara y se oye una musiquilla así como épica. Que yo lo entiendo para el personaje que la vaya a palmar, pero cuando me lo haces con dos personajes seguidos y encima en la misma escena, pues tíos, ya os vale, que estáis tan intensitos que hasta Abascal va a ver esta serie y ponerse del lado de los rusos.
Tecnológicamente, este 1983 ya nos ofrece coches eléctricos (basados en tecnología espacial, igual mantenemos la PPM por debajo de 400 y todo), y e-mails (solo que se llaman d-mails). Y por supuesto los rusos tienen más y mejores misiles, o al menos eso repiten una y otra vez los relaciones públicas del Pentágono mientras piden otros chochocientos millones de subida del presupuesto de Defensa. Los cohetes, por cierto, no dejan de ser un símbolo fálico, ergo COJONES, en formato tecnológico. ¡Que no olvidemos la lógica subyacente!
En la Luna, a todo esto, en 1983 ya hay una base americana decente, con su docena y pico de astronautas (y varios cientos de hormigas escapadas, la verdad es que son un poco patosos, cualquier colegio de primaria tiene hormigueros más resistentes), que sin embargo se ven sorprendidos por una tormenta solar de aúpa. Entre ellos, un astronauta real, Wubbo Ockels, un holandés que murió de cáncer en 2014 pero que aquí nos van a dejar con la duda de si no la palma antes por sobreexposición a radiación por no saber conducir. ¿Y qué hace un holandés ahí arriba? Pues que en la NASA se han dado cuenta de que su pretensión de que lo hacen “por toda la humanidad” queda mejor si también sube gente que no sea de los U Es of Ay. Cosa que también hicieron en esta nuestra deprimente línea temporal, precisamente en 1983, cuando subieron a un alemán occidental. Que se agradece (como detalle buenista, ¡ni siquiera era nazi o hijo de nazis!), pero que en el fondo lo hicieron a rebufo de los soviéticos, que para entonces ya habían invitado a subir a un checoslovaco, un polaco, un alemán oriental, un búlgaro, un húngaro, un vietnamita, un cubano, un mongol, un rumano, e incluso ¡un francés! (que luego también subió con la NASA; los franceses, siempre dispuestos a jugar a varias bandas). Posteriormente, el primer japonés, el primer austriaco y la primera británica en el espacio también subieron en Soyuz, mientras los americanos daban prioridad a un príncipe saudí.
En la serie, Reagan decide rebajar un poco la tensión con una misión conjunta, que en nuestra línea temporal también ocurrió (si bien en 1975), y que lleva a los americanos a reírse de los soviéticos, jaja, todavía usan cápsulas Soyuz, en vez de nuestros modernos transbordadores. Hoy, 40 años después de la ficción, todos los transbordadores han sido retirados tras 135 misiones. Las Soyuz (153 misiones), en cambio, siguen como si nada, el mismo diseño soviético de 1967 con mínimas variaciones, y los americanos ahora trabajan en una… cápsula semireutilizable, la Orión.
Mientras tanto, la NASA anda dándole vueltas a cómo cuadrar un presupuesto congelado y los astronautas están con sus cosas astronáuticas: ansío volver, en tierra me siento perdido, nadie me entiende… Y también un bonito ejemplo de cómo se deciden estas cosas: el jefe de astronautas, básicamente, coloca a sus amigotes. Menos mal que podemos contar con los soviéticos para animar el cotarro: resulta que han plantado un micro en la base americana y llevan 9 años enterándose de todo. Luego nos reímos de su tecnología, pero a ti se te queda seco el móvil por hacer dos memes, y las baterías soviéticas de hace 40 años aguantan casi una década.
Hablando de tecnología, lo previsible era que cuanto más nos alejamos en la divergencia temporal, más complicado es “acertar” con la tecnología. Los coches eléctricos y los móviles, pues bueno. Ahora, que la NASA desarrolle una lanzadera llamada Pathfinder, con propulsión nuclear para llegar hasta Marte… y van y le ponen Winglets. Porque claro, vamos a viajar 480 millones de kilómetros, pero nos preocupa la aerodinámica de los primeros 1200 metros (ni eso, ¡si despega desde un avión lanzadera a 22.000 pies!).
Mientras tanto, en la Luna se cuece un enfrentamiento por una mina de Litio, que yo me imaginé que acabaría con un standoff a lo Checkpoint Charlie en 1961 pero en la Luna, pero no, en su inmenso wokeismo la serie hace que los americanos suban marines a la Luna, organicen un desembarco a lo Overlord en el Mare Litiums, y finalmente acaben disparándoles a dos soviéticos desarmados que ni siquiera estaban en la zona en conflicto. Uno acaba malherido y el otro… bueno, ¿alguna vez han envuelto ustedes patatas crudas en papel de aluminio para meterlas en el horno o en las brasas de una hoguera? Pues eso. Eso sí, nadie podrá acusar a los americanos de no haber actuado CON DOS COJONES. Pero claro, esto no son unos moros, o unos narcos latinos, o un médico con vacunas, o cualquier otro hombre del saco que se han inventado los gringos para sus histerias en los últimos 30 años y al que puedes derrotar con poco más que el arsenal medio de un pueblo de Texas de 500 habitantes. Estos son RUSOS. Peor aún, son RUSOS CO-MU-NIS-TAS, y por ello, para gran alegría de todo humane de bien, en el season finale los vemos entrando, AK-47 (versión espacial) en mano, en la base americana para recuperar a su compañero malherido. El compa, resulta, quería desertar (sí: uno de los miembros más prestigiosos y privilegiados del sistema soviético, y quiere desertar al bando que le acaba de pegar un tiro estando desarmado), o al menos eso dicen los americanos – los cuales, por cierto, guardaban en secreto un reactor nuclear en la Luna para enriquecer plutonio de grado militar.
El reactor, cosillas de pegar tiros en una base lunar, ha quedado dañado y amenaza con explotar. Yo igual aquí habría hablado con los rusos, pero eso es porque no soy un personaje buscando su arco de redención personal mediante un épico acceso a la superficie lunar con un traje hecho a base de gafas de bucear y cinta aislante para reparar un reactor nuclear (que son cinco segundos para cambiar un cable y darle al interruptor, pero que los GENIOS de la NASA han puesto por fuera de la base). La verdad es que esta clase de astronáutica improvisada les pega mucho más a los rusos (“amerrinaksi blandenski, nuestras gafas bucear serr de madera siberriana”), pero claro, aquí hemos venido a loar al espíritu americano.
La temporada, aparte de con el final épico de dos personajes que encarnan los horrores estéticos más cringe de los 80 (mostacho y laca para el pelo), termina con Reagan yendo a Moscú a desescalar la inminente guerra. En cierto modo un remiendo del Nixon goes to China – solo que Nixon fue a China ¡para joder a Moscú!, y no queda claro a quién quieren joder Reagan y Andropov en este 1983 ficticio. Ecos del mundo real (y sorpresa para los fanboys de Reagan): en 1983, los soviéticos creyeron que el ejercicio Able Archer de la OTAN era una cortina de humo para ocultar un ataque real, y armaron todos sus cohetes nucleares. Al final no pasó nada, pero cuando Reagan se enteró de los detalles aquello transformó profundamente su cosmovisión: de repente, dijo, se dio cuenta que los rusos “tenían miedo de nosotros americanos, porque creían de nosotros las mismas cosas que nosotros creíamos de ellos: que ellos eran los buenos, nosotros los malos, y que éramos capaces de iniciar un ataque nuclear, ¡lo creían genuinamente!”
Todo un descubrimiento que hacer a tus 72 años. Reagan de hecho aquí empezó a buscar acuerdos de desarme (y encontró en Gorbachov a alguien predispuesto), aunque a su imagen ya forjada de devorador de rojos no le afectó mucho (también porque la URSS colapsó, si no igual ahora no estaría tan arriba en el pabellón conservador).
Temporada 3
La tercera temporada está ambientada en los primeros noventa. Los noventa, como ya hemos dicho a menudo, fueron una década tóxica, pero aquí parecen haberlo evitado, mientras la URSS continúa existiendo (¿qué si eso tiene algo que ver? Pero vamos a ver, ¿usted es comunista o qué le pasa?), y además su economía va como un tiro gracias a las reformas de Gorbi, hasta el punto de que toda América Latina es comunista. Aunque esto igual hay que tomárselo con cuidado, ya que para la prensa estadounidense el término “comunista” puede incluir a peones guatemaltecos que ni saben quién es Marx ni sabrían leerlo aunque les fuera su vida sexual en ello, pero que no están en comunión plena con la política salarial de la United Fruit Company.
El cambio climático también parece controlado mediante energía de fusión (desarrollada por una empresa privada), EEUU ha tenido un presidente super-progre, Gary Hart (a Maggie Thacher se la cepilla el IRA, con lo que el neoliberalismo se limita a las atrocidades estéticas de las hombreras), y en 1992 se dispone a elegir entre Clinton y una ex astronauta republicana.
Y en el espacio, pues las superpotencias se han repartido la Luna en un Tordesillas 2.0, y ahora tienen una carrera en marcha de a ver quién llega primero a Marte. Que of course serán los americanos a pesar de su recurrente manía de poner las válvulas, botones, conexiones y paneles vitales siempre en la parte de afuera de sus estructuras (pero claro, si estuviesen dentro, ¿quién daría los paseos épicos por el espacio rumbo a una muerte heroica?).
El mérito de un ONVRE, un club de fútbol o una ideología se mide también por los rivales que tiene, y la serie parece empeñada en pintar un comunismo chulo para poder contraponerle un capitalismo aún más chulo. Hace falta un rival para sacar lo mejor de ti mismo y todo esto, por eso la temporada también incluye por primera vez a una empresa privada, empeñada en ganar la carrera espacial a USA/URSS, dirigida por un payo que es todo lo que Elon Musk pretende ser (hijo de un pobre inmigrante africano, hecho a si mismo y enamorado del espacio y de América, e ingeniero competente). Y nada, que Eloncio 2.0 y su empresa HELIOS fichan a cuatro estrellitas porque quieren establecer una zona de libre comercio en Marte para desatar la efectividad del libre mercado y otras mierdas que, joder, te entran ganas de que la carrera a Marte la gane Corea del Norte (SPOILER: la van a ganar).
Como los americanos que hacen la serie, por muy majos que sean, no dejan de ser americanos, para mitad de temporada ya queda claro que los ruskis no son rivales (la temporada se estrenó unos meses tras el inicio de la guerra). ¡Ya no los necesitamos, tenemos a un malo a-me-ri-ca-no! En consecuencia, los soviéticos, históricamente tan cuidadosos con mantener la cosmonáutica limpia para sus relaciones públicas, ahora siempre aparecen acompañados de dos gorilas mal encajados con chupas de cuero y pinta de saberse siete maneras de matarte con un periódico enrollado. Ah, y además torturan a gente (que claro que lo hacían, pero aquí uno sueña con que la serie le eche un par de huevos y diga que las torturas consisten en waterbording, privación de sueño, posiciones de estrés, ponerles cien veces seguidas el Baby One More Time de Britney Spears o alguna otra de las Técnicas de Interrogación Mejoradas que fueron legales bajo Dubya). Y en el espacio, su nave –que encima furrula con tecnología robada- peta a medio camino y tiene la NASA que ir a recogerles, y ya tenemos una alianza NASA-Roscosmos, lo más público de lo público en dura competición con la empresa privada (la cual es la única que logra suministrar Pepsi y Lays en Marte – el capitalismo es básicamente eso) y dirigida desde el Johnson Space Center (en una línea temporal en la que, si no mal recuerdo, ¡Lyndon Baines nunca llegó a presidente!)
Encima, para mayor agravio (o deleite, con esta gente nunca se sabe) de los tankies, los perpetradores de la serie son unos cachondos y han hecho al Team NASA tan woke (una mujer racializada como comandante, un inmigrante ilegal –se le perdona porque desertó de la Rusia comunista-, la bióloga es un nepo-baby de manual, y el ingeniero un negro de Detroit nacido en la pobreza que encima usa su primera transmisión desde Marte para decir, en 1996, que es gay) que hasta Santiago Abascal aquí iría con los soviéticos: tres ONVRES hechos y derechos, con su barba, su agresiva defensa de la madre patria y su rígida adhesión a la autoridad. Sí, patria y autoridad son “malas”, pero vamos, que son virtudes, aunque el comunismo las pervierta y además hay ahí una sana base para que algún día se levanten demócrata-imperialistas rusos de toda la vida. Y de propina una cosmonauta cubana que probablemente pueda trazar a tres de sus abuelos a aldeas ourensanas y además nos garantiza que la lengua de Cervantes pueda unir, más que separar, también en Marte.
Como Dios los cría y el Diablo los junta, HELIOS y la URSS firman un acuerdo y dejan a la NASA compuesta y sin novio… hasta que resulta que, CHORPRECHA, la empresa privada ni gestiona mejor ni tiene mejores procesos de selección de personal, y tiene que venir el servicio público espacial a sacarles las castañas del fuego. Que todo el mundo es muy liberal hasta que te privatizan el oxígeno. HELIOS se enfrenta a la ruina, y un intento de Eloncio Muskonio 2.0 de levantar a las masas obreras con promesas de autogestión y control proletario de la producción se desmonta con un “que vais a perder pasta si vais por ahí” – los billonarios, resulta, tienen un cierto punto ciego en lo que respecta la actitud del común de los mortales hacia el dinero.
La temporada termina con una purga brutal de personajes, gracias a los Timothy McVeigh de esta línea temporal, que resultan ser una mezcla de rednecks, conspiranoicos y trabajadores en paro de las obsoletas industrias de los combustibles fósiles (la serie muestra un cierto descontento social con la NASA, esos cabrones cuyas innovaciones tecnológicas hacen obsoletas a las industrias de hidrocarburos porque odian a las buenas gentes de Virginia Occidental y Dakota del Norte, que son cuatro gatos aunque en el peculiar sistema político useño sus senadores pesan igual que los senadores de California y Nueva York juntos) – pero vamos, que eso no importa tanto como con quién se acuesta la presidenta de los U S of A, mientras en el espacio los astronautas, cosmonautas, y trabajadores del convenio metalúrgico-espacial forman, no un sindicato pero casi, se declaran en huelga espacial, y se niegan a abandonar Marte solo porque lo dicten así los números imaginarios en la Tierra. Así es como la Mankind se asienta en otro planeta, señores.
Temporada 4
La cuarta comienza con el sueño húmedo de todos los frikis: ¡Al Gore ganó en 2000! Así que en el nuevo milenio el mundo es un lugar muy fetén, y la Guerra Fría queda enterrada bajo una entente cordiale entre USA, URSS y empresa privada. Fíjense si la cosa va de “otro mundo posible” que la obligada muerte heroica de comienzo de temporada ¡se la otorgan a un ruso! Todas las grandes potencias (USA, URSS, India, empresa privada y Corea del Norte) comparten pacíficamente sus recursos en Marte, con una base común. Pero cuando llega el siguiente nivel de la relación, un proyecto de minería de asteroides, fundamental para continuar la exploración espacial, acaba muy mal, y ahora hay que investigar qué narices pasó.
Lo que pasa es que los “marcianos” se dividen en luminosos eloi habitando los niveles superiores de la base y viviendo toda la épica del viaje espacial, y apestosos morlocks en los niveles inferiores, sin apenas agua para ducharse, comida digna, o ancho de banda decente, que tienen que encargarse de que todo funcione. Y para más inri, la empresa privada que los gestiona los lleva como puta por rastrojo, racaneándoles salario y condiciones laborales. Y claro, esta gente se mete en riesgos que igual no son responsables porque “se me va la bonificación del semestre en ello”.
Pero fuera del realismo social, el principal giro de la temporada es que a la Guerra de Ucrania le ha dado tiempo a llegar a la serie, y en la URSS hay un golpe de estado donde “Gorbi” es apartado del poder por una cábala de las FCSE que creen que “el muy traidor nos ha vendido a Occidente, hay que reaccionar porque esos cabrones solo entienden el lenguaje del poder, tu mira que con Stalin estaban cagados de miedo ante nosotros, y yo no justifico el Gulag, pero las cosas como son”, y le sustituye un pavo al que no hay más que ver para darse cuenta de que es malo malísimo, ¡feo y calvo y nunca sonríe! Al fin volvemos a tener unos malos a los que detestar sin complejos.
Malos que además sirven para barrer bajo la alfombra el hecho de que en “nuestro” lado la exploración espacial está deviniendo básicamente el juguete de plutócratas (próxima parada: la política – bueno, en la serie ya tuvimos una plutócrata de presidenta, pero eh, ¡era lesbiana!). Nos lo intentan vender como “bueno, este plutócrata se hizo a si mismo, eso lo convierte en bueno”, pero incluso los billonarios hechos a si mismos son plutócratas. De hecho, los plutócratas realmente existentes están encantados con la aparición ocasional de tales self-made-men porque les sirven para justificarse y los acogen entusiastas en sus filas.
Sin embrago, hay esperanza: en este mundo que tanto empieza a recordar al nuestro, llega la noticia de que un asteroide repleto hasta arriba de metales va a pasar cerca de Marte, abriéndose una ventana de oportunidad de unos meses para reconducirlo a una órbita estable y empezar a minarlo. Vamos, que a la Humanidad le ha tocado la lotería.
Pero primero hay que repartir, y que Al Gore salga en la tele diciendo el meteorito lo descubrí casi solito después de inventar la Internete no ayuda, así que hay que organizar una de esas cumbres de Guerra Fría en Leningrado que hoy ya no hacemos porque la caterva que nos guía e ilumina ha olvidado lo que es el ajedrez nuclear. Como aquí todavía son conscientes, llegan a un acuerdo para redirigir a Ricitos de Oro (sí, ese es el nombre “comercial” de 2003LC) a una órbita estable alrededor de la Tierra y minarlo allí con la ROI más elevada posible… pero todo este triunfo de la diplomacia internacional no sirve de nada porque el Eloncio Muskonio de HELIOS tiene sus propios planes. En concreto, un modelo de negocios que podemos describir como “Isla Tortuga en el Espacio”: robar el asteroide y redirigirlo a una órbita alrededor de Marte, ostensiblemente para así forzar a que continúe la inversión en el planeta rojo, pero en realidad para poco menos que proclamar allí un estado soberano y llevárselo a manos llenas.
La cosa, francamente, solo puede describirse como un robo. Un robo a toda la Humanidad, que es quien ha puesto la pasta para todo ese programa espacial, y que por tanto tendrá algo que decir al respecto sobre donde quiere minar el dichoso asteroide porque los 20 trillones de pavos (y los 30 años para verles algún tipo de retorno) requeridos por la operación marciana se pueden aprovechar mejor en otras cosas que pagarles sus caprichos a los nerds con ínfulas que juegan al Sim City en Marte. Pero nada, que los frikis se han conchabado para obligar a todos a “impulsar el desarrollo espacial” y Sacar A Toda La Humanidad De Su Zona De Confort. Y HOYGAN, por supuesto ningún castigo para ninguno de ellos. Bueno, excepto para una a la que le dejan hacer el monólogo final, rollo “Alegato Ante el Juez Por Toda La Humanidad” (pero que se nota que en el fondo no la castigan por eso sino por haberse pasado a los russkis), mientras Elon Muskenia se pasea por Marte más ufano que el niño del anuncio de Casa Tarradellas, “pues sí papuchi, al final todo esto es mío”.
Lunáticos, Marcianos, y otros Espaciales
Ed Baldwin: el prota principal. Basado en uno de los astronautas del Apolo 10, una misión justo anterior al alunizaje del Apolo 11, que realizó una aproximación lunar al 99%, simplemente se echaron atrás antes de tomar suelo. Porque esa era la planificación, pero el pobre Baldwin luego se lamenta mucho que “yo podría haber alunizado, solo tendría que haber pulsado dos botones, y los malvados comunistas no habrían ganado” (que entonces su nombre sería inmortal no influye en sus remordimientos tanto como ganar a los rusos, claro). ¿Y por qué no lo hizo? Ya lo adivinan: porque le faltaron COJONES. Cosa que Baldwin dice abiertamente en la prensa (donde achaca la falta de COJONES a la NASA) y en una comisión del Congreso (donde ya admite que los COJONES le faltaron a él personalmente). Es decir, no estamos ante un Pérez-Reverte, lamentándose en silencio por la falta de COJONES, sino ante un hombre moderno y sensible, capaz de expresar sus sentimientos por la falta de COJONES.
La verdad, esta clase de pensamiento no debería pasar las pruebas de acceso de la NASA: hay un procedimiento, sí, precisamente para evitar desgracias y muertes. El “Fuego” (la muerte de tres astronautas en el Apolo 1) creó la necesidad de tener más cuidado, y eso no es malo. La aviación comercial, al empezar allá en los años 20, también era una fiesta donde todo funcionaba con COJONES, y claro, se caía un avión tras otro. De seguir así, de no tomar medidas y convertir la industria en una aburrida sucesión de regulaciones de seguridad, hoy no volaría nadie. Pero se hizo, y por eso la aviación es “la forma más segura de viajar”.
Cuando a Baldwin le dejan volver con el Apolo 15, decide que se van a saltar el plan de vuelo y aterrizar en donde E.T. perdió el mechero porque les ha dado un pálpito, es decir, por COJONES (por si acaso, la serie hace que Houston les dé autorización). Su hijo hereda la misma tendencia y la cosa no acaba bien.
En la segunda temporada, asciende a jefe de astronautas de la NASA, donde decide colocar a sus amigotes en el espacio, porque para eso están los amigos, para permitirte demostrar que tienes COJONES. Ya de paso se asigna la misión más molona para si mismo, y tiene un segundo dramón familiar, se ve que el actor, bueno, en realidad todos ellos, quieren demostrar que no son solo una cara bonita (como aquí) sino que tienen Talendo Dramatiko (no les basta con interpretar a personajes 40 años más viejos, para lo cual abundan las cojeras o los movimientos dubitativos, todo cosas que en actores que son más jóvenes que yo pues como que me chirría). En la tercera temporada le cascan una diabetes y le convierten en víctima del wokeismo al promocionar a una mujer negra por encima de él. Momento “crisis de los 40” que resuelve fichando por una empresa privada para joder a la NASA – a la que luego joderá en la cuarta temporada en plena crisis de tres cuartos de vida por la vía de alentar a los trabajadores a formar un sindicato.
Karen Baldwin: la esposa de Ed. Hoy el nombre de “Karen” ya no se puede usar sin levantar sospechas (incluyendo el mejor apodo que le han puesto a Elon Musk: “Space Karen”), y efectivamente, Karen resulta ser una mezcla a partes iguales de falsa conciencia, apoyo a tope del sistema, y “no sabe usted con quien está hablando”. Posteriormente le hacen protagonizar un dramón de proporciones bíblicas, del que saldrá de alguna manera “progre”: consumiendo drogas, cuestionando el patriarcado, echando un polvo con un chaval que podría ser su hijo, y adoptando a una niña no-WASP, en una inclusión forzada e innecesaria de esas que tanto les gustan a los woke.
Como pese a todo Karens gonna Karenar, en la segunda temporada decide cuestionar todo su matrimonio con un pollo antológico (y un polvo a un menor de edad), pero ojo, no en las vacaciones de verano como todo hijo de vecino, sino a 48 horas de que su marido salga con una nave a propulsión nuclear durante el pico álgido de una nueva Guerra Fría y con todo el mundo con el dedo sobre el botón rojo. Pero joder, ¿qué es un Holocausto Nuclear comparado con las cuitas sentimentales de una Karen? La señora completa su “Ciclo Karen de la Vida” en la tercera temporada haciéndose empresaria del sector de ocio, restauración y hostelería.
Kelly Baldwin: hija adoptada de los Baldwin. Le da el prurito de que quiere “servir a su patria” (ella es una huérfana vietnamita, hermoso acto de redención de los Yu Es of Ay, que tras liar un pollo con dos millones de muertos en el Sudeste asiático ahora dejan a vietnamitas entrar en sus FFAA), pero dos meses antes de entrar a la Academia Naval suena una alarma antiaérea y la chavala está “ay, ¿qué es eso?” Así que mejor que la desplacen a estudiar pingüinos en la Antártida. En la tercera papuchi la apunta a la misión a Marte porque mira, los de la vieja guardia sabemos quién vale y quien no, no como esos comités de grises burócratas. Allí echará el primer polvo marciano con un enemigo de todo lo que es bueno y admirable, y por cosas de la ENGENIERÍA PLANETARIA obliga a un equipo multidisciplinar a quedarse un par de añitos adicionales en el culo del sistema solar.
En la cuarta temporada, en principio se limita a jugar con las acciones que heredó de mamuchi, pero los guionistas la ponen ante la disyuntiva (traída por los pelos, pero ya saben, sobre la tercera temporada de cualquier serie exitosa los actores se te suben a la chepa y exigen “escenas de llorar” para lucirse) de sacrificar su carrera (no su dinero, ojo, que va a seguir viviendo de lo heredado) quedándose con su hijo, o viajar a Marte dejando al churumbel con su abuela que tardará cinco minutos en llevárselo a Nizhny Novgorod. Tremendo dilema -¡o gana el patriarcado, o gana Vladimir Putin (y con él el patriarcado ruso)!- que la muchacha resuelve neoliberalmente con me llevo al niño a Marte conmigo, total, solo tiene una afección cardio-pulmonar y un añito en gravedad reducida tampoco es que afecte, qué se yo, al crecimiento óseo.
Wernher von Braun: el ONVRE que construyó el Saturno V. Curiosamente, la serie se inventa a un von Braun pacifista, que no quiere servir a la militarización de la Luna, y Nixon se lo carga sacando todos sus trapos sucios de las SS – que por supuesto las autoridades estadounidenses han sabido durante 25 años, pero sin hacerlos públicos. Y al pobre von Braun solo se le ocurre decir que “con buenas maneras no llegas a la Luna, yo tuve COJONES, ¿qué pasa?”. Werny, ¡eso se piensa pero no se dice!
La cosa es que, en nuestra línea temporal, von Braun nunca sufrió ese ostracismo debido a su pasado, sino que hasta su jubilación y muerte fue el simpático abuelete que protagonizaba películas educativas de Disney. Aquí la serie ha intentado un cierto revisionismo, aunque sea tarde y mal, pero realista: no cae realmente por haber sido de las SS, sino porque se cruzó en el camino de Nixon y su programa espacial militarizado (y una vez quitado de en medio, no le procesan, faltaría – hasta 2014 hasta podría haber cobrado pensión por sus años cotizados).
Margo Madison: este personaje desde el principio se presenta como “mujer que triunfa ante las adversidades porque le apasiona Lo Espacio”. Bueno, por eso y porque Wernher von Braun actuó de padrino suyo para meterla en la sala de control de misiones. Luego, usa un chivatazo de von Braun para lograr ser directora técnica de vuelos chantajeando al administrador, y también tiene su “momento COJONES”: sacrificar a un astronauta para salvar una misión.
Como tiene COJONES, logra llegar a Directora de Operaciones de la NASA, desde donde tiene que lidiar con los rusos durante la segunda temporada. Y claro, la fría Margo se derrite ante los helados russkis que la reclutan como informante secreta y la acaban acogiendo en Moscú, donde vive The European Dream: habitar un apartamento de apenas 90 metros cuadrados, sanidad pública que te da gafas gratuitas aunque más feas que las de Harry Potter, tener todo a 15 minutos andando, transporte público en vez de SUV, en la tele no echan Juego de Tronos sino programas culturales, y comer bollos en el parque sin trabajar porque vives de una paguita pública. La pesadilla de cualquier AMERICANO DE VERDAZ.
Para animar su periplo europeo, acaba involucrada en un golpe de estado en la URSS. No queda muy claro porqué, ya que la URSS va de puta madre, aunque parece que la idea es poner a masas de rusos gritándole a la poli ¿Dónde está nuestro Gorbi? Vamos: que todo habría ido muy bien con Rusia si Gorbachov hubiese seguido al mando. Ignorando que Gorbi en 2014 estuvo a favor de la ocupación de Crimea. A Margo el golpe le supone todo un golpe, valga la redundancia, en el que le amenazan con campos de trabajo (en realidad, abolidos en 1960) y pena de muerte (que también existe en EEUU – donde también hay campos de trabajos forzados, pero eh, son empresas privadas, así que nada que ver con el Gulag). Durísimo destino al que escapa vendiéndose con pelos y señas a la fría agente de la KGB que toma el mando de Roscosmos.
Gordon “Gordo” Stevens: el compañero de Ed Baldwin. El Juergas, siempre con una lata de cerveza en la mano, especialmente al volante. La NASA no le suspende porque, la verdad, todos parecen tener algún problema con el alcohol. Gordo acabará por ir a la Luna, y será el primero en ver indicios de los rusos, con los que por desgracia no inicia un emprendoroso contrabando de vodka. A estas alturas el hombre está para que lo jubilen y usen de ejemplo ante las nuevas promociones de astronautas, “chicos, no seáis como Gordo”.
En lugar de eso, la NASA le encuentra otra utilidad: recorrer el circuito de charlas benéficas ante todo tipo de organizaciones cuyo apoyo la NASA considera necesario. Vamos, que le degradan a repartidor de flyers, mientras su mujer le deja y él se entera por la tele de que ella se vuelve a casar. Pero Gordo no se resigna y gasta toda la segunda temporada en un arco de redención que le vuelva a llevar a la Luna y a recuperar a su ex mujer, y que, la verdad, resultaría más creíble si no lo lograra gracias a que su amigote le echa un cable.
Tracy Stevens: la abnegada esposa de Gordon, que decide meterse en el programa de las mujeres de Nixon como forma de demostrarle algo para lo que habría bastado con un sartenazo. Casi no lo logra porque, ya saben, le faltan COJONES inicialmente, pero por supuesto se sobrepone, porque de eso va la serie, de que si todos –empezando por las amas de casa traicionadas- nos damos cuenta de que hay que tener COJONES derrotaremos sin problemas a los pérfidos comunistas. Como no podría ser de otra forma, obtiene su recompensa: un matrimonio con un ricachón. Yo entiendo que la idea de este matrimonio es “que se joda Gordo”, pero no puedo evitar pensar que el subconsciente de los guionistas quería dejar claro que plantarles cara a los comunistas conlleva también ventajas personales. Por otro lado, la buena de Tracy también cae en tal espiral de bebida, engreimiento y peinados de laca que no deberían dejarla acercarse demasiado a ningún producto químico mínimamente agresivo.
Danny Stevens: el hijo de Gordo y Tracy, y otro ejemplo de libro de que los procesos de selección de personal, en la aeronáutica, hay que revisarlos. La NASA es indulgente con él porque “huérfano de héroes” y tal, pero solo hasta cierto punto. Momento en que la empresa privada, bajo el adagio neoliberal de “si el estado no lo quiere, tiene que ser bueno”, lo ficha para la mayor misión exploradora desde que Cristóbal Colón salió de Palos de la Frontera, con explosivos resultados. Los únicos que parecen capaces de seleccionar bien a su gente en la serie son los soviéticos.
Aleida Rosales: toda serie con cachivaches técnicos que se precie necesita la figura del ingeniero loker que es un genio pero a la vez socialmente insoportable. Antaño esta persona era, sencillamente, insoportable, pero el auge del frikismo y la elevación del nerd a nuevo icono sexual gracias a The Big Bang Theory han convertido a este arquetipo en alguien positivo. ¡Necesitamos que alguien sepa programar la lavadora! En esta serie, encima, como son tan progres le dejan el papel a una inmigrante ilegal, una mexicana con el nombre de Aleida Rosales que estudió ciencia de cohetes con libros viejos y sentada a la mesa de la cocina de una casa donde viven nueve espaldas mojadas. Claro, acaba enamoradísima de la NASA y escupe sobre los cantos de sirena de la Space Karen Buena.
En su caso, el Desarroyo Dramátiko es, primero, dramas con su marido, dos coches, una chabola de apenas cuatro dormitorios, y mantener a cuatro personas con un solo salario – ¡eso es de pobres, podemos aspirar a más en la empresa privada!, y luego drama con Margo Madison, “nos abandonaste y te fuiste a trabajar para los russkies”.
Danielle Poole: otra de las mujeres de Nixon. Como es negra, todo el mundo sospecha que está ahí por cuota. Lo cual es rigurosamente cierto… al menos su entrada en el programa (y justo es decir que, en 1970, si no pones cuota, no entra ni con cinco premios Nobel bajo el brazo), luego ya se mantiene por méritos. Como trabajaba de “computador” (así se llamaba a los matemáticos que hacían los cálculos antes de la generalización de los ordenadores), en cierto modo es la antecesora de los programadores de la Agencia, de quienes se cuenta la siguiente parábola atribuida al jefe de software de la NASA y que todo estudiante de las artes compilatorias debería conocer:
“En la NASA, cada minúsculo cambio de código, aunque solo afecte a una coma, se analiza durante semanas, se discute en comisiones, se prueba hasta la náusea, y solo se aprueba si dan el visto bueno todas las partes implicadas.”
“¿Y no convierte eso el programar en una actividad tremendamente burocrática, aburrida y predecible [y sin COJONES]?”
“Sí, precisamente esa es la idea.”
Así que Poole es el anti-Reverte de estos héroes de la NASA. En consecuencia, durante buena parte de la serie la tienen para tramas secundarias que no tienen mucho que ver con la Conquista del Espacio: ¿quién se cree esta para decir que las cosas no se hacen por COJONES? Pero no crean: aquí todos podemos saltarnos las reglas, las órdenes y las regulaciones por COJONES, ¡es el sueño americano! Poole lo hace al final de la segunda temporada, y como no podía ser menos para la tercera es ya la astronauta más cum laude de la NASA, y para la cuarta más o menos la presidenta de Marte.
La vieja guardia: un puñado de astronautas que se quejan de que se está llenando todo de mujeres y morenitos, no como antes, que sólo importaba el mérito. Sí, ya, “Gordo” es la prueba viviente. En cualquier caso, cabe recordarles a estos señores que el programa existe porque los ciudadanos (incluyendo mujeres y morenitos) lo sustentan con sus votos, y porque se financia con impuestos de todos (incluyendo mujeres y morenitos). Y que si la gente empieza a pensar que todo es solamente un juguetito para varones blancos igual le empiezan a retirar el apoyo, y os tenéis que buscar un trabajo en las tertulias (donde sin duda os pagarán el doble por quejaros que os han “cancelado”).
Ellen Wilson: otra de las “mujeres de Nixon”. Rica heredera de un empresario aeronáutico, su drama es que es lesbiana en un momento en que esto no está bien visto. Así que lo oculta con ayuda de un compañero gay, que se presta a un matrimonio fake para ocultarlo bien oculto. Para demostrar que una mujer lesbiana puede ser tan descerebrada e incompetente como los varones cis-hetero que la rodean, también tiene su momento POR COJONES: tras instalar una pieza de recambio en órbita, con dos naves aún amarradas y varios astronautas flotando fuera, Wilson le da al ON a ver que pasa. Pasa que sale mal.
En la segunda temporada, Wilson asciende mucho: normal, es guapa y de familia rica se lo ha currado. Pero está frustrada porque la NASA lleva diez años sin avanzar, así que piensa en dimitir para vivir el lesbianismo abiertamente llegar antes a Marte desde el sector privado. Tuve que mirar la fecha de emisión del capítulo y, HABER, en febrero de 2021 creo que ya nadie se hacía ilusiones sobre la edad mental de Eloncio Muskonio. Pero Ronald Reagan la tienta, le entra el gusanillo de la política, y llega a presidente en 1992, contra Bill Clinton y con un vice que cree que los objetos pesados caen más rápido que los ligeros, mientras mantiene bien oculto su lesbianismo. Casi que le dan demasiada coba a esta trama (estamos en esto por los símbolos fálicos, no por los falos), supongo que la idea es que “los progresos en el espacio llevan a progresos en la tierra”.
Mikhail Mikhailovich Vasiliev: único ruso con frase que aparece en la primera temporada, y es para cantarle a Ed Baldwin las verdades del barquero: que su hijo ha muerto (esto se lo dice por fax, que queda muy feo, pero teniendo en cuenta que la NASA y su mujer le han mentido en toda la cara, Ed debería apreciarlo un poco más de lo que lo hace), que Baldwin va un poco de cowboy desatado, que USA tiene su lado oscuro, que en el mar y en el espacio hay una obligación moral de ayudarse porque vamos todos en el mismo cohete metafórico, que juntos sobrevivimos y separados morimos, que la Luna es para todos, y que Elvis es Dios y Frank Sinatra un fantoche. Venga, se tenía que decir y se dijo.
(Inciso para mitómanos: sin dejar de apreciar que “Blue Eyes” tenía talento y conciencia social, lo cierto es que según avanzó su carrera su shtick derivó poco a poco en rodearse de una Big Band de 200 miembros con gran sección de viento, gritar “hya whats doin’?” al micro, y luego pasar por caja a cobrar el equivalente a cinco pisos de entonces, mientras Elvis entró en una decadencia homérico-saturnial pero en el escenario siempre fue fiel a su esencia: un hombre con su voz y su guitarra.)
Helena Webster: el marine que dispara el primer tiro. Para que quede más woke, es una mujer racializada que encima luego se siente fa-tal, oye, en serio, yo no quería.
Dev Ayesa: el Elon Musk bueno-aunque-luego-malo. Hijo de un inmigrante keniata pobre-pero-honrado, y billonario hecho a si mismo. Es su empresa la que desarrolla la tecnología de la fusión nuclear, y quiere llegar el primero a Marte porque “mira, es que vamos a tener a Washington y Moscú dividiéndose a Marte igual que hicieron con la Luna”. Que está muy bien, pero que como plan de negocios pues no tiene mucha salida, y claro, la junta decide darle la patada.
Este Eloncio 2.0 es un capullo integral, pero al menos es competente. Sus actualizaciones de software, por ejemplo, en vez de estrellar naves espaciales, las ponen en el curso que más conviene a sus accionistas. Una decisión, por otra parte, impecablemente democrática, pues ¡lo votaron los principales beneficiados del bonus a repartir! En la cuarta temporada, le rescatan como “adalid del sector privado como motor para cambiar el mundo”.
Miles Dale: un esforzado representante de la clase obrera, que perdió su curro de perforador en la industria de los combustibles fósiles y se enrola en una misión a Marte para salvar su matrimonio ganando mucha pasta. Una vez allí, resulta que las condiciones de trabajo no son como las pintan, y que en Marte ahora hay clases: glamurosos astro/cosmonautas, y pringados subcontratados de Helios para desatascar tuberías (los glamurosos astro/cosmonautas deberían ser todos ingenieros y capaces de unas chapucitas básicas, recuerdo una charla de Pedro Duque contando que lo más difícil para él fue aprender a poner una vía porque los astronautas tienen que saber de todo por si acaso, pero a los privilegios se acostumbra uno muy rápido).
Para compensar, Miles se mete a negocios chunguillos en la base de Marte, donde (pese a toda su retórica esto lo hago por mis hijas y por salvar mi matrimonio) acaba prendado de una compañera. Tiran más dos tetas que dos planetas.
Valoración
La serie, vayan advertidos, es “progre”. “Progre” en un contexto yanqui, es decir, el lema oculto de la acción no es “Dios vota a Reagan” sino “exaltación del espíritu americano”, con la religión relegada a un lugar secundario. Y eso, que aquí equivale a “centro moderado de C’s”, en el Bible Belt es poco menos que comunismo. La NASA, de hecho, siempre ha sido vista con un poco de sospecha por los conservadores: por “despilfarradora” (el republicano medio cree que cuesta más que el Pentágono, cuando es apenas un 3% del mismo), por masones (creen en la ciencia y en el cambio climático) y por “woke” (algo difícil de describir, pero si nos imaginamos al Abascal adolescente murmurando “joder, ahora tenemos que respetar a los chochos y a los raritos” creo que tenemos la antítesis). Sí, está la pervivencia de la URSS, para darles gusto a los True Lefters, aunque la serie lo vende un poco como “América necesita a un rival digno para sacar lo mejor de si misma”, sin darse cuenta que les están dando la razón a los hegelianos y su Tesis-Antítesis-síntesis.
En el mundillo progre yanki siempre ha habido una subcultura optimista, racionalista y universalista. Nuestros dieses. Tradicionalmente ese rol lo ocupaba Star Trek, y For All Mankind parece querer tomar el testigo directamente desde la Enterprise. Pero donde Star Trek pintaba un futuro de la h*stia (viajes interestelares, economía sin dinero ni usura, tecnología molona, sexo con alienígenas, ¡incluso sexo interracial!) aunque fuese en 200 años, esta serie no se atreve a pintar mucho. Pinta una línea del tiempo alternativa, en plan “en nuestra línea temporal ya no hay esperanza, especulemos como podríamos estar de no haberla cagado en los 70-80”. Es decir, y al contrario de Star Trek, no nos muestran algo que podría ser, ni siquiera algo que podría haber sido (muy optimistas los veo), sino algo que ya nunca será. Puta vida tete, pero ciertamente mucho más apropiado para el Zeitgeist, como también la insistencia a machamartillo en que los “malos honorables” son los rusos (y los chinos ni aparecen): nostalgia de un mundo donde todos los que importan eran blancos y donde el futuro parecía que siempre iría a mejor.
Por lo demás, lo dicho: muy buena en lo de crear un universo alternativo creíble y realista, con personajes sucios, corruptos/corruptores, rencorosos, o que a veces se vienen abajo, y que lo combinan con momentos de ser buena gente. Humanos, en fin. Americanos hasta las trancas, sin duda, pero “americanos buenos”, es decir, gente que (confiamos) no le vendería gasolina a algún militar golpista autoritario y protofascista en países lejanos. Aliados críticos. La serie en cambio es menos buena en su mensaje, que es que para triunfar siempre hacen falta COJONES. A ver: la explosión del Challenger paró el programa espacial durante años, y el accidente del Columbia ha reducido los viajes tripulados a la conmuta a la Estación Espacial Internacional y vuelta. Lo último que necesitan la Ciencia o una nueva forma de viajar es a machotes testosterónicos diciendo que “esto se hace por COJONES”.
Lo cual no quita que en los comienzos de la carrera espacial hubiese mucho de eso: sin duda lo hubo, pero como parte de sociedades, a ambos lados del Telón de Acero, que en general se vertebraban y funcionaban de arriba abajo “por COJONES”. Es normal que con el paso del tiempo hayamos aumentado los protocolos y los márgenes, conforme apreciamos más la vida en general. Curioso que eso ahora sea malo y se asocie con la izquierda aguafiestas. Por eso desde la óptica actual resulta un poco gracioso el rollo “los comunistas odian los COJONES y nos prohíben tenerlos, y por eso estamos perdiendo contra los comunistas que sí tienen COJONES”.
Y por último llegamos a la frasecita titular de “para toda la Humanidad”. Y aquí hay chicha, porque esta frase se puede interpretar de varias formas. Y a usted obviamente no tiene porqué gustarle “el modo de vida marxista-leninista”, pero no se puede negar que al menos es un proyecto para toda la humanidad. “Yipikayé, motherfuckers, here comes America”, en cambio, se mire como se mire no es un proyecto para toda la Humanidad (salvo si eres algún rocanroller de Cs). En esta nuestra deprimente línea temporal, los estadounidenses efectivamente usaron la frasecita titular al ir a la Luna, dejando escrito en una plaquita del módulo lunar (mientras plantaban una bandera USA 100 veces más grande) “vinimos para toda la Humanidad”. Pero, como decíamos, la frase puede tener otro sentido: que la Luna, y el Espacio en general, incluyendo los recursos que contienen, pertenecen a toda la Humanidad. Que no puedes llegar, poner una verja y decir “esto es mío, putos ruskis”, como bien le recuerda un cosmonauta al prota americano… y como también dice expresamente el Tratado del Espacio, otro legado de los 60-70 que hoy ni lo creeríamos posible de tan progre que resulta, gracias al cual el nazgul de Amazon Morgul, Space Karen o Florentino Pérez aún no han podido privatizarse parcelas en la Luna o Marte.
Pero claro, la interpretación “el espacio y sus recursos son para toda la Humanidad” lleva tarde o temprano a plantearse que igual la Tierra y sus recursos también son para toda la Humanidad. O incluso, a una escala menor, que Estados Unidos y sus recursos son para todos los estadounidenses, a repartir siguiendo criterios de justicia social y no de “mérito” o “eficacia”. Y una vez aceptas eso, pues claro, ya has entrado sin remedio en el modo de vida marxista-leninista.
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Comentario de UnoQuePasabaPorAqui (22/04/2024 15:30):
Diría que en la luna trataban de minar hielo y no litio, y que ha mezclado un poco el final de la temporada 3 con la 4, pero vamos que es ponerse tiquismiquis.
Excelente repaso, Sr Jenal, mis dieses. Viendo todas las tramas que ha omitido en esta crítica: (spoiler)
El comienzo de una posible mafia marciana
El amor prohibido entre los directores de la NASA y su análogo ruso
Padres con alzheimer
Figuras maternales muertas que reaparecen años después
Astronauta que ocultan su futura e inevitable ceguera a todos sus compañeros
Hermano rico (guapo héroe), hermano pobre (feo terrorista)
Maridos veteranos de vietnam con sindrome postraumatico
Extradicion planetaria
2 temporadas insinuando con encontrar vida en marte
Pistolas clandestinas que van de mano en mano como la falsa moneda
… me doy cuenta de la tremenda telenovela que nos ha metido apple en apenas 40 episodios. En cuanto a la comparación con Star Trek, creo recordar que el creador de esta esta detras de los capitulos mas deprimentes (o “realistas” segun se dice ahora) de Star Trek y otra grande en esto del espacio, Battlestar Galáctica.
Como nota adicional creo haber leido la semana pasada que no solo van a renovar la serie sino que ¡ van a hacer un spin off basado en la carrera espacial rusa! Se ve que han visto que tienen chica para rato. El siguiente paso del universo seriemático supongo que sea una telecomedia en un hotel espacial, como el que construyeron en la tercera temporada para luego malvenderlo al primer indicio de fallo catastrófico (faltaban COJONES).
Comentario de Latro (24/04/2024 00:27):
Bueno, en la historia real de nuestro mundo, los soviéticos tuvieron un método de escucha con el que podían oir lo que se decia en la oficina del embajador americano en Moscú que les duró 7 años, y eso porque se dieron cuenta, que si no duraba toda la vida… porque no necesitaba baterias.
Léon Theremin (si, el creador del instrumento electrónico del mismo nombre) inventó un cacharro llamado endovibrador, el cual no requiere corriente alguna, funciona cuando lo “iluminas” con una frecuencia de radio en un rango específico, y el aparato que es como un resonador con una antena en principio va a repetir la misma frecuencia, pero las vibraciones en el aire por las conversaciones hacen que la señal module el audio.
Los soviéticos en el 45 se inventaron un regalo de los Jóvenes Pioneros, una talla en madera del sello de los EEUU, y se lo dieron al embajador, el cual lo colgó de una pared en su oficina y ahí estuvo hasta el 52, que fue cuando encontraron el asunto. Y eso porque el sistema era indetectable por los procedimientos normales de buscar micrófonos, pero básicamente reproducía en “abierto” para cualquiera que encontrase la frecuencia, y en una de esas unos británicos y luego los mismos americanos vieron que algo transmitía las conversaciones de la embajada en tiempo real. Aún así les llevó un rato descifrarlo porque nadie se figuraba como funcionaba el aparato.
Comentario de emigrante (24/04/2024 13:51):
El Apollo X, auque fuera una misión completamente equipada, jamás hubiera podido aterrizar en la Luna porque no llevaba suficiente combustible. Quizá habrían podido aterrizar pero se tendrían que haber quedado allí, que sería lo que le durase el oxígeno. Lo cual supone un poderoso incentivo para tomar las decisiones con la cabeza en lugar de con los COJONES. Por cierto, tanto insistir en los COJONES no se deberá a algún tipo de frustración sexual del autor? Hágaselo mirar.
https://www.youtube.com/watch?v=01W3guqiEzQ
Ese “Gordo” es el mismo que el del programa Mercury en el mundo real?
Personalmente creo que la carrera espacial se acabó con la muerte de Koroliov. Quién sabe lo que hubiera logrado ese genio si hubiera vivido otros diez años.
Comentario de UnoQuePasabaPorAqui (25/04/2024 07:26):
Sobre lo de Koroliov diría que los guionistas piensan algo parecido, porque parece ser que en el universo de la serie que este ingeniero sobreviviera al accidente que en el nuestro le costó la vida es el clavo que hace que el caballo no pierda la herradura que no hace que el soldado caiga y no pierda la batalla… etc.
Koroliov vive, y aparece en un cameo en mitad de la noche polar siveriana para decir beberse media botella de vodka y decir algo asi como “en America sois mas blandos que la mierda de pavo, a ver si aqui seriais tan gallitos”
Tengo ganas de ver esa nueva serie que prometen para que salga algún burócrata sovietico diciendo lo que no pueden en la version americana “Toda esta mierda de propaganda que montamos para fabricar misiles intercontinentales se nos ha ido de las manos”
Comentario de el guru (27/04/2024 14:31):
Una serie que me debería encantar y que NO SOPORTO. Me sorprende que el señor Jenal diga que sea “muy buena en lo de crear un universo alternativo creíble” cuando lo único que hace es acumular tecnología absurda (reactores de Helio-3, construcción en órbita, ¡el puñetero Sea Dragon!) y lo único que cambia en la historia de la humanidad son los temas que riman con las obsesiones actuales de los americanos (“THEY TOOK OUR JOBS!”).
Que vivimos en un mundo en el que Corea del Norte y Yemen (allegedly) tienen misiles hipersónicos y Estados Unidos no, joder.
En resumen: Serie para que los ingenieros se hagan pajas.
Comentario de UnoQuePasabaPorAqui (29/04/2024 14:32):
Pero que pajas, Sr Gurú, que pajas !
Realmente mucha de la tecnologías de cohetes atómicos y bses lunares ya aparecían en los documentales de Carl Sagan cuando fantaseaba sobre lo que podrían hacer en el espacio si la economía (y la política) estuvieran de su parte. Ni gravedad artificial, ni rayos tractores ni platillos volantes.
No olvidemos que con la excusa de los misiles USA paso de no tener un programa espacial a banderitas en la Luna en tan sólo unos 10 años, lo cual no hace la tecnología más posible, pero teniendo en cuenta que es ficción, es una ficción creible.
La parte del impacto que tiene de todo esto en el mundo tambien tiene su cosa ¿Mexico comunista?. Y si de verdad cree el sr gurú que los trabajadores del petróleo quejandose porque la energía gratis universal les quita el trabajo no es lo suficientemente cínico (o esa es mi lectura de su comentario, que puede estar malinterpretada), yo ya no se que decir.
Pero vamos, que para gustos están los colores. Ojalá mas series como esta para poder decir que nos gusta mas las otras.
Comentario de el guru (02/05/2024 17:44):
#6 UnoQuePasaba
los trabajadores del petróleo quejándose me parece poco cínico y poco profundo. Ojalá hubiera cien veces más cinismo. No puedes pretender que el mundo tiene energía abundante y limpia y el status quo no cambia en absoluto más allá de hacer un Nixon con la presidenta lesbiana. Si los guionistas ofrecieran algo interesante a cambio, podría ignorarlo, pero los aspectos telenovelescos me resultan tontos, tontos, tontos. En una palabra, esta serie es irritante.
¿Mexico comunista? hombre, en los últimos cien años México tuvo dos Guerras Cristeras, Cárdenas nacionalizó el petróleo y la minería, y hubo una reforma agraria bastante más fuerte que en la Unión Soviética. Así que en ciertos aspectos…
Comentario de UnoQuePasabaPorAqui (06/05/2024 08:24):
Estoy de acuerdo en que no profundizan en las diferencias entre nuestros universos cuando se trata de cosas no relacionadas con el espacio. Quizás si fuera una serie de 24 capítulos por temporada habría mas tiempo para hablar de cosas no relacionadas con naves espaciales (y si además mantuvieran el mismo tiempo para la telenovela, ya sería chapó). PEro leyendole, sr Guru, uno diría que se está quejando porque el libro en que está basada la serie es muchísimo mejor y le han destrozado sus personajes favoritos. Y yo le daría la razón. EN ESA REALIDAD ALTERNATIVA.
Comentario de el guru (08/05/2024 12:56):
#8 UnoQuePasaba
Es cierto, me puede el Lado Oscuro…
Por no ser del todo negativo, les dejo una recomendación: la mejor película de historia alternativa es, en mi opinión, It Happened Here: The Story of Hitler’s England (1964), una producción amateur hecha por dos adolescentes por cuatro duros. No es tan ambiciosa en extensión como For All Mankind pero es mucho más profunda.