The Anglo Saxons – Marc Morris
“A History of the Beginnings of England”
La cultura contemporánea de habla inglesa, que a efectos de este artículo llamaremos “anglosajona”, tiene una curiosa debilidad, una que yo no veo en otras culturas, o como mucho como pálida imitación. Son los relatos posapocalítpticos: especular con qué pasaría si toda nuestra civilización colapsara. Sagas peliculeras a lo Mad Max, novelas de fantasía donde la tecnología deja de funcionar, o series de apocalipsis zombis. En todas ellas, en cuanto se ha ido por el retrete el suministro de pizzas congeladas, el mundo se convierte en una pesadilla hobbesiana donde todos luchan contra todos en un desesperado combate a cara de perro por matar al otro y comerse su hígado. Un homo homini lupus al cuadrado, que solo nos explicamos porque estas culturas son las que durante más tiempo han estado expuestas al capitalismo y en general a una cultura donde el último paquete de Cheetos vale más que una vida humana si el valor marginal lo dice. Una debilidad cultural que se refleja en la existencia de toda una subcultura estadounidense, los “Preppers”: gente que se prepara para “the day” en que todo se venga abajo.
Aparte del capitalismo, sospecho que algo también tiene que ver la particular historia de los pueblos anglosajones (que por “descendencia cultural” incluye a los estadounidenses, pues en el colegio estudian la historia medieval inglesa). Que allí, en lo que llamamos “Inglaterra”, la caída del Imperio Romano fue, efectivamente, una CAIDA en la que todo se fue a freír monas, no como en Hispania, donde la transición entre el Imperio y los reyes godos se hizo de la ley a la ley, igual que posteriormente la transición al Califato, y otras transiciones posteriores (en realidad, bárbaros que entran a sangre y fuego para acabar con la civilización y retrasar el reloj unos 400 años sí los hemos tenido, pero entrar en detalles implicaría un desperdicio innecesario de los recursos públicos en manos de la Fiscalía del Estado). Por ello, el análisis de dicha CAIDA (y del régimen subsiguiente) nos puede dar la clave para entender la cultura anglosajona – que, por la vía de la importación por copia barata, algún día tendremos también aquí.
Goodbye SPQR
Los romanos conquistaron Gran Bretaña durante el siglo primero, y se quedaron ahí durante más de 300 años. No toda, eso sí: el norte (Escocia “y un poquito”) quedaron sin conquistar, y esa frontera imperial llegó a requerir 50.000 legionarios, una cantidad enorme, casi un 10% del total, aunque con el tiempo los legionarios se fueron sustituyendo con obras de defensa molonas (muro de Adriano, puertos fortificados). Se funda una docena larga de grandes ciudades, conectadas por calzadas romanas, y muchas villas campestres al estilo italiano. Parece incluso haber una cierta prosperidad material (para los de siempre y basada en la esclavitud, pero aun así mejor que lo que vendría).
La pérdida de la provincia se produjo en la primera década del siglo V: en 405 los bárbaros cruzan el Rin, las legiones británicas (cabreadas con que su paga llega tarde y mal) usan el caos para proclamar a su comandante Constantino emperador, y se van con él al continente, donde muere. El caos en el imperio impide mandar refuerzos a Gran Bretaña, que queda a merced de los ataques de pictos y germanos. Consecuentemente, los romano-británicos asumen su propia defensa, y con ello declaran el primer Brexit de la historia y se declaran independientes de ese imperio que no es capaz de defenderlos.
El resultado, la verdad, deja mucho que desear: el registro arqueológico de monedas, villas, ciudades o calzadas posteriores a 408 es microscópico. Las leyes imperiales habían prohibido a los ciudadanos poseer o ejercitarse con armas, y las improvisadas milicias no eran rival para guerreros educados desde la infancia en soltar yoyah. Los monjes que escribieron crónicas al respecto (todos como mínimo un siglo más tarde) cuentan la leyenda de que los romano-británicos, azuzados por pictos y escotos, contrataron a unos mercenarios germanos que llegaron en tres barcos (en 430 o 445, según interpretaciones, aunque hay razias casi desde que Constantino pone pie en la Galia) y en seguida intentaron hacerse con el cotarro. No lo lograron inmediatamente (los británicos resistieron un tiempo, y ese parece ser el origen de las leyendas artúricas), pero acabaron prevaleciendo.
¿Cómo lo hicieron? La población romana debía ser de unos 2 millones, e incluso perdiendo a la mitad por hambre, guerras, plagas o emigración debieron ser considerablemente más que los inmigrantes sajones (que Morris, con las cuentas de la lechera, estima como mucho en un cuarto de millón). ¿Cómo una minoría logró imponer su lengua y su atrasada cultura a una población cuatro veces mayor? Según Morris, el colapso societal británico ya habría comenzado antes de la llegada sajona; estos se encontraron un país donde no había mucho admirable, y no adoptaron su cultura. Colonizaron la costa este, que para 430 quizás ya estaba bastante abandonada por las continuas incursiones de piratas escandinavos, trayendo su propia arquitectura, religión y lengua, y apenas interactuaron con los británicos. Lentamente el dominio anglosajón debió avanzar hacia el oeste, bien a pura yoyah, u ofreciéndose como protectores de facciones de nativos, o simplemente entrando en el vacío que dejaban los romano-británicos. A estos Morris desde aquí los llama “británicos” a secas, y van a revertir lentamente a su sustrato celta, especialmente en la cultura y el idioma, mientras invierten sus pocos recursos en hacer cosplay de la pasada grandeza romana (hay evidencia de comercio importando vino, aceite de oliva y otros productos “de lujo”), en sus reductos de Cornualles, Gales y Strathclyde.
Los recién llegados venían en principio de tres zonas muy claramente identificadas, Angeln, Sajonia y Jutlandia, es decir, los anglos, los sajones y los jutos, con los anglos concentrándose en el este (lo que ahora es Anglia Oriental), los sajones en el sur (lo que ahora son Wessex, Essex y Sussex, “sex” siendo una referencia a “Sax”, sajones, por su arma característica, el “seax”), y los jutos en medio. De ahí la leyenda de los tres barcos, y como siempre, todo más complejo de lo que les gustaría a los adoradores de un origen étnico “puro”: los tres grupos hoy los identificamos por restos arqueológicos, pero la gente entonces era mucho más flexible, gran parte de los restos proviene de romano-bretones que copiaron entusiastas a sus nuevos protectores, y junto a todos ellos hubo una significativa migración de otras tribus escandinavas y del norte de Alemania. Pero tardaron varias décadas, probablemente hasta el año 500, en identificarse claramente como “sajones” y “anglos”, una división que duraría siglos. Lo que sí tenían en común era su distinción de los romano-británicos, que aún ocupaban el oeste de la isla.
Llegan los símbolos de unidad y permanencia
Los primitivos anglos, sajones y jutos parecen haberse gobernado mayormente por putademocracia (que, en este contexto, tampoco significa mucho más que asambleas donde la voz cantante la llevan los más fuertes), o al menos no hay evidencias de reyes con todos los atributos. La alta política consistía en un puñado de warlords enfrentados y demasiado débiles para someter a los demás, así que tenían que pedir apoyo al populacho. Sin embargo, en la década de 530, las cosas parecen haberse puesto muy chungas, con una combinación de plagas, hambrunas y desastres naturales (un medievalista llamó al año 536 “el peor año para estar vivo”), que permitieron a algunos warlords dar el salto a “símbolo de unidad, permanencia y concordia”, y empieza a haber reinos más o menos formales. La palabra inglesa para dirigirse a un superior, “lord”, de hecho, deriva del Inglés Antiguo hlaford, que significa “dador de pan”. Los reyes, en todo caso, son una aburrida sucesión de brutos cuyos nombres empiezan todos por Æthel (“noble”) y cuyo poder se basa mayormente en las yoyah y el carisma personal, pues casi siempre que el sucesor no está a la altura, el reino se hunde, casi nada es estructural. Los impuestos los cobran mayormente en vacas, que proveen el cuero, “el plástico de la edad media”, y viven en grandes salones como se describen en Beowulf (o Meduseld en Rohan), que vemos como “típicos” aunque en realidad fueron una moda de apenas unos 50 años. Aquí empieza lo que la historiografía tradicional llama la “Heptarquía”, con Inglaterra dividida en siete reinos, pero ciertas evidencias apuntan a que en realidad había una docena larga de dominios grandes y medianos, y otra veintena de soberanos pequeños y nominalmente independientes.
Hacia el año 600 se levantan las nieblas de oscuridad, y empezamos a tener a monjes escribiendo crónicas fiables. Sí señores, ¡el cristianismo retorna a Gran Bretaña! Primero, en el reino de Kent, el más próximo al continente, cuyo rey es el primero ungido con oleos sagrados durante su proclamación (que lo vemos como muy medieval, pero en realidad es puro cosplay de la Biblia). No falta la anécdota (seguramente apócrifa) del papa Gregorio I haciendo el juego de palabras anglii-angeli, y en 597 ya tenemos un arzobispo en Kent, concretamente en Canterbury, que hasta hoy es el primado de la iglesia inglesa. Pero los peazo animales que gobiernan no lo terminan de ver claro, y el cristianismo saltará de un reino a otro en busca de un campeón al que blanquear teológicamente a cambio de concordatos y prebendas: primero Kent (la Tartessos inglesa, si prefieren), luego al norte, a Northumbria (básicamente la costa noreste), luego a Mercia (la Castilla británica, el centro sin salida natural al mar, el nombre está relacionado con la palabra “marca”, pues empieza como marca fronteriza con los celto-británicos), y por último a Wessex, cuando lleguen los daneses dos siglos más tarde.
Entremedias, a los sajones les da tiempo a montar funerales por todo lo alto y ser más papistas que el Papa: por ejemplo, incorporan la nueva “fecha unificada” para la celebración de la Pascua que se intenta imponer desde Roma, mientras los británicos, cristianos celtas desde hace medio milenio, aún mantienen el cálculo anterior. “Qué puedes esperar de unos putos herejes retrasados”, dicen los conversos a los que aún les gotea el agua bautismal, y empiezan a construir un supremacismo sajón, primero culturalmente y luego en forma de muro para mantener separados a los británicos. Y es que el cristianismo celta, centrado en monasterios y no en obispados, ahora ya resulta incómodo al poder papal. La introducción del cristianismo también tiene mucho que ver con la influencia de los francos al otro lado del Canal, que ocasionalmente mandan a alguna princesa para sellar alianza con el reyezuelo de turno. Es precisamente una de estas princesas la que convence a su marido de escribir a Roma y pedir un obispo. Naturalmente, dicho marido ha pasado a la historia (recogida en crónicas escritas por monjes) como lo más de lo más.
Le suceden como lo más de lo más (el término es bretwalda, que es como el cinturón de los pesos pesados) los reyes que más se esfuerzan por introducir el cristianismo. Morris incluye un capítulo entero centrado en un obispo, Wilfredo de York, y la intrahistoria de la iglesia inglesa (SPOILER: poca santidad y mucho Juego de Tronos, con cada reino peleando por tener su propio obispo, y mucho particular declarando su hacienda como “monasterio” para no pagar impuestos), y así nos plantamos sobre el año 800 en la siguiente fase: sobre una Inglaterra cristianizada, van a caer como un martillo los daneses.
Moros del Norte y Big Alfredo
Los vikingos daneses ocupan en el imaginario rancio británico el mismo lugar que los piratas moros en el español: los malos malísimos que viene “del continente ese debajo de nosotros” y que hacen violentamente lo que les sale de la punta del n**o, pero que a pesar de eso no los puedes admirar porque – ¡no son cristianos! “Vikingo”, por cierto, no es un gentilicio étnico, sino un término que describe una actividad, el pirateo ocasional, que no se popularizó hasta el siglo XIX, en su época eran “los daneses”, “los paganos” o “los hombres del norte”, aunque Copenhague esté más al sur que Edimburgo.
La era vikinga la inaugura el asalto en 793 al monasterio de Lindisfarne. Durante 60 o 70 años, hay razias ocasionales, donde los vikingos se benefician de unos barcos que son los más punteros de la época y les permiten cruzar el mar del Norte y remontar ríos, apareciendo por sorpresa. En realidad, no son excesivamente violentos, o al menos no mucho más que los sajones o los francos, pero asaltan sobre todo monasterios, por ser muy ricos y estar mal defendidos, y ocasionalmente practican sacrificios humanos (a menudo en las propias iglesias, simplemente por joder – pero, señala Morris, los propios sajones quizás también los realizaban no demasiado tiempo atrás), lo que les gana el odio de la población.
Sin embargo, a partir de la década de 850 empiezan asaltos más serios: las bandas desorganizadas de quizás una docena de barcos se unen para formar los Grandes Ejércitos Paganos, que asaltan reinos enteros para exigir un rescate a sus reyes, e incluso empiezan a tomar tierras para colonizarlas. Llegan decenas de miles de colonos, y establecen el Danelaw, la zona de influencia danesa. Y finalmente empiezan a cargarse a los propios reyes para reinar en su lugar. Uno tras otro, los reinos anglosajones van cayendo: Northumbria, Anglia, Kent y Mercia. ¡Es casi otro Mad Max en la historia de esta gente! Solo va a sobrevivir uno: Wessex, “la Asturias de Inglaterra”, bajo el mando de un ONVRE llamado Alfredo.
Alfred The Great, como ya intuirán por el apodo, es el rey más popular del periodo. El siglo XIX lo va a convertir en un mito victoriano. De hecho, él “inventó” el concepto titular del libro: fue el primero en llamarse “rey de los anglo-sajones” (a veces acortado a “rex anglo[rum]” – ¡esta gente empieza a ser “inglesa”!), como parte de su proyecto de unir ambas “naciones” en una sola que pudiese enfrentarse exitosamente a los daneses. El término, si nos ponemos pejigueros, no es muy correcto, pero por tradición y brevedad se mantiene y previsiblemente mantendrá ya siempre. Alfred, por cierto, es el antepasado de prácticamente todos los reyes posteriores de Inglaterra – y como la casa real de Wessex se remonta a Cerdic de Wessex, para el cual hay un linaje que oficialmente traza su origen en Wodan/Odin (para los millennials: el papá de Chris Hemsworth en las pelis de Marvel), eso significa que los actuales royals son descendientes del Dios de la Sabiduría. No se rían: ¡a Felipe de Edinburgo lo adoraban como a un dios!
Volviendo a Alfred: él es hijo menor, pero llega al trono tras la muerte de su padre Æthelwulf y los breves reinados de sus hermanos Æthelstan, Æthelbald, Æthelberht y Æthelred (su hermana Æthelswith sí llegó a vieja, 50 añazos, pero seguramente el exiliarse en la Toscana ayudó). En seguida tiene que pegarse con los daneses, y como en toda buena historia, al principio pierde y se tiene que esconder en un bosque, en la cabaña de un porquero cuya esposa le reprende por dejar que se queme el pan en el horno. Bella y educativa anécdota que es más falsa que un euro de madera, y tras eso lidera el contraataque sajón que permite liberar Wessex, anexionarse la mitad de Mercia, y negociar una frontera (llamada calle de Watling) entre los sajones y los daneses. Como Alfred es muy listo y moderno, logra que Londres caiga del lado bueno de la frontera.
El reino de Wessex es tan primitivo que su asentamiento más grande, Hamwic (Londres va un poco a su bola, ya entonces), habría cabido enterito en las termas de Caracalla en Roma, pero con Alfred va a cambiar la cosa: aprovechando que los Grandes Ejércitos están un par de lustros saqueando Francia, el rey desarrolla un plan para construir una red de fortificaciones, burh, que controle los puntos y nudos de carreteras clave, y que en algunos casos se desarrollarán a grandes ciudades, merced a mercados instaurados por Alfred para recaudar dinero con que pagarlo todo. Los topónimos acabados en -burrow suelen ser antiguos burh. Las pequeñas bandas danesas, que siguen operando, se dejan los dientes en estos burh, sitiándolos sin éxito hasta que llega Alfred con un ejército al rescate. También se preocupa por las artes y las letras, intenta popularizar el uso de “la lengua que hablamos todos”, y construye una flota, lo que ha llevado a sus hagiógrafos a llamarle “padre de la Royal Navy”, además de “primer rey de Inglaterra”. En realidad, apenas gobernó entre un tercio y la mitad de Inglaterra y su armada se hundió a la primera salida. Su principal mérito (que no es poco) fue que Wessex sobreviviera y anexionarse media Mercia, y así dejarles a sus sucesores una base lo bastante fuerte como para contraatacar.
Parte de esa base fue un interesante jiu-jitsu ideológico: en varias ocasiones, logra sitiar a bandas danesas, y los deja irse – tras negociar que se tienen que bautizar. Esto es una espada de doble filo: por un lado, los daneses establecidos en Inglaterra ya no podrían hacerle la guerra a Wessex. Por otro, Alfred los está reconociendo como legítimos reyes cristianos en sus territorios, y tampoco podrá atacarlos, ni apoyar rebeliones. Aún así, la mayoría de los historiadores, incluso sin ser monjes, lo tachan de genialidad, o al menos de realista. Los daneses eran ya tan numerosos que echarlos de vuelta al mar era imposible. Matar a un pirata cualquiera no va a cambiar nada. Pues en ese caso, mejor bautizarle, integrarle, y confiar en el soft power. Además, los daneses pronto se pelearán entre ellos, debilitando decisivamente sus dominios para que llegue entonces Wessex y los vaya tomando uno tras otro, en una “Reconquista Sajona” de las “taifas danesas”. Del episodio danés quedarán unos cuantos millares de palabras en lengua inglesa (notablemente they, their y them), y los topónimos acabados en -by y en -thorpe que ocupan medio Yorkshire.
The Big Boys
Sin embargo, a pesar de la “Reconquista Sajona”, los colonos daneses y sus thengs (aristócratas, caciques o mafiosos, según el pie del que usted cojee) permanecen, y servirán de quinta columna para cualquier rey danés con ganas de conquista. Y de esos habrá unos cuantos. Los Grandes Ejércitos Paganos eran bandas creadas ad hoc por piratas, pero en el siglo X llegan reyes con ejércitos profesionales formados por aristócratas, o al menos un poco menos piratas (bueno, en realidad sí son igual de piratas, pero con un escudo heráldico, que eso siempre eleva un poco y te convierte en modelo a seguir).
El primero, curiosamente, viene desde Irlanda. Pero llamándose Olaf Guthfrithson podemos asumir que era como del mismo Copenhague. Guthfrithson es rey de Dublin (ciudad fundada por vikingos), y recluta a unos cuantos reyezuelos siervos suyos y a otros resentidos con el creciente poder de Wessex para ir a pedir unos fueros. Los wessexianos, dirigidos por Æthelstan, un nieto de Alfred, los derrotan en Brunanburh, y Æthelstan se proclama “Rex Anglorum” y “gobernador de todo el mundo británico”, los demás warlords se ven reducidos a subreguli en las cartas reales. En realidad, Æthelstan morirá antes que Guthfrithson y sus demás enemigos de Brunanburh, pero ya saben, di en voz alta tus sueños delante del espejo para que se hagan realidad o algo así. Al menos se anexiona Northumbria. Æthelstan, por cierto, es el primero en “coronarse”, es decir, en recibir una diadema de oro sobre su cabeza en el momento de su ascenso al trono, en vez del tradicional casco guerrero (la diadema es cosplay de los emperadores del Sacro Imperio).
Como nunca es tarde para meterse con esos pérfidos británicos que no respetan la patria común e indivisible de todos los anglosajones, Æthelstan los convoca varias veces a Winchester y Cirencester, ciudades de origen romano (como todas las que acaban en -chester, que proviene de -castra, campamento), para frotarles los morros con el hecho de que ese pasado romano que tanto glorifican ahora es las ruinas sobre las que reinan los anglosajones. En venganza, los británicos empiezan un culto enfermizo de la persona del rey Arturo, enfrentado a los sajones, y a una profecía de Merlin que dice que todo volverá a ser como antes: “cabezas serán partidas y reveladas de estar sin cerebro, las mujeres serán viudas y los caballos sin jinete […] los cuerpos sin vida se apelotonarán unos contra otros hasta la costa de Kent, donde los últimos sajones subirán a sus barcos y dejarán la isla para siempre”. La profecía, curiosamente, incluye a los vikingos en la alianza anti-sajona.
El prota de finales del siglo X es el sobrino-nieto de Æthelstan, Æthelred the Unready, dado en castellano como Etelredo el Indeciso, traducción que se carga toda la magia que no se ha cargado el nombre original. Porque “unready” no significa “el InPreparado”, sino que viene de unræd, “el mal aconsejado”. Mote que trae chiste porque “Æthelred” significa literalmente “noble consejo”, o “noblemente aconsejado”. Vamos, que el hombre figura en los anales y listas de reyes con el equivalente ánglico de “PERROXANXEZ TRAIDOR” sin que nadie ya se pispe. Æthelred se va a comer varias invasiones piratas vikingas (“piratas” pero dirigidas por reyes noruego-daneses, y hasta aquí podemos leer, que supongo que las Fiscalías escandinavas deben tener el mismo sentido del humor que la nuestra), pero como su reinado cae alrededor del año 1000 el tío tira balones fuera que no veas, “es el milenio de Jesucristo, el fin del mundo, el Apocalipsis, no puedo hacer nada salvo rezar a Dios y firmar Concordatos”. Interpretación que cuenta con el apoyo de la “facción monjes” de su corte, enfrentada a la “facción nobles” que no ven con buenos ojos eso de meter toda la pasta en proyectos ideológicos del Ministerio del Cristianismo, que va por ahí diciendo que todas las personas somos iguales, hay que joderse, en eso se gastan mi dinero, en decir que los nobles somos explotadores y que los campesinos siempre tienen razón y “plebeyo yo te creo”, EZELREDO NOPREPARADO TRAIDOR.
La Iglesia, resulta, está metida en un revival muy fuerte, dirigido por los Benedictinos, y parece que tras tres siglos y pico de cristianización van a ponerse duros con la esclavitud, que ya está bien. Sí, ya está bien… de vender cristianos a herejes, eso se acaba. La esclavitud como tal ni se cuestiona, y seguirá en plena forma hasta que la abolan los normandos.
Algunos de los nobles (cabreados por las políticas de Igualdad del Despertar Benedictino y por la minucia de que Æthelred de vez en cuando ha mandado cegar algún familiar) se pasan con armas y bagajes al enemigo, y como Æthelred rehúye las batallas y prefiere exiliarse en Normandía, Svend Barbapartida, rey de Noruega-Dinamarca, acaba siendo reconocido como rey de Inglaterra. Sin embargo, muere a los 41 días, lo que sume a los nobles en la estupefacción. ¿Acaso Dios está intentando decirles algo, matando al extranjero por el que han traicionado al rey legítimo? Así que Æthelred vuelve y gobierna un par de añitos más. Pero a su muerte, llega el hijo de Svend, Canuto El Grande, y reclama el trono. El otro pretendiente, Edmund Ironside, se revela un poquito mejor guerrero que su padre Æthelred, pero la cosa queda en tablas. Edmund y Canuto se reparten el país – y al mes Edmundo se muere en misteriosas circunstancias sin haber cumplido los 30. Vaya marrones que le estamos dejando a Dios, que el pobre tiene que matar reyes a jornada completa, dicen los daneses, ya va siendo hora de un poco de paz y estabilidad. Y efectivamente, se vienen 20 añitos de paz, muy celebrados porque Canuto es un rey justo y elimina los impuestos más impopulares y onerosos de Æthelred (impuestos que Æthelred cobraba ¡para pagar tributo a daneses como Canuto y que estos dejaran de saquear!). Dos hijos suyos le van a suceder, pero en 1042 ya se ha acabado la magia, e Inglaterra recurre al linaje de Alfred con Eduardo el Confesor, último hijo de Æthelred.
A estas alturas, el verdadero poder detrás del trono es la familia Godwin, unos sajones que llevan varias generaciones eligiendo muy bien a sus padrinos, ascendiendo en cada cambio de régimen o monarca, y que ahora ven abierta la posibilidad de ir a por lo más alto: el trono. Y como la gente prefiere a Eduardo, pues le casan con Edith hija de Godwin, y que así la próxima generación de reyes tenga sangre de Godwin. Pero el matrimonio no se ve bendecido por hijos, quizás por incapacidad de Edith, la cual sin embargo dice que es porque Eduardo no desea yogar con ella al estar un poco resentido por el excesivo poder de los Godwin. Así que en 1066 muere sin heredero directo… y se desata la lucha por el trono que pondrá punto y final a la Inglaterra Anglosajona.
Valoración
Los anglosajones duraron, así a lo tonto, unos 600 años. Más que los 400 de dominación romana, la cual ha dejado bastante más registro arqueológico, pero los anglosajones han dejado una lengua, la moderna división en comarcas, y casi toda la estructura eclesiástica. Incluso, un estilo artístico, relativamente sofisticado y todo. Morris lo describe todo magistralmente con mucho detalle y a la vez de forma sencilla, explicando como se ha llegado a las conclusiones de consenso sobre la época.
Como dijimos, la entrada de los anglosajones fue el primer Mad Max de la historia de los pueblos de habla inglesa. Posteriormente, los estadounidenses añadieron un segundo a escala continental. En cambio, la invasión normanda no es percibida como un Mad Max, quizás porque ahí no está muy claro quienes son los buenos y quienes los malos. Porque esa es otra: si algo rezuma la cultura anglosajona, es la creencia de que “los buenos” son los que salen vivos de un Apocalipsis/colapso civilizatorio. Y de ahí es solo un pasito a la creencia, tan común en las iglesias evangélicas de inspiración anglosajona, que los Apocalipsis son útiles porque le sirven a Dios para limpiar morralla. De modo que agárrense los machos como esta gente ponga las manos sobre un arsenal nuclear.
Compartir:
Tweet
Comentario de Lisistrata (26/06/2023 13:52):
el pirateo ocasional, que no se popularizó hasta el siglo XIX
Ahí sobra una X, igual que al artículo le sobran frases.
Lo del mad max también viene por el ragnarok que se trajeron los vikingos con las ganas de saquear.
Hecho de menos los disparates de Boix sobre la independencia XD metidos a martillazos , que te ríes mucho.
Comentario de A.F.G. (26/06/2023 18:59):
Cazando ciervos con Jesús (Crónicas de la América profunda) de Bageant. Explica como los mismos rufianes escoceses bebedores escogidos para doblegar a los papistas irlandeses, se pasaron a América y se les añadió además la mentalidad de frontera. El libro está escrito antes de la crisis del 2008 y ya acertaba.
Comentario de Casio (26/06/2023 20:04):
Muy buen resumen. Para los que tengais Netflix, hay una serie que se llama The Las Kingdom, que en fin, es de entretenimiento (no es precisamente Kieslowski) pero se deja ver y pilla el periodo que comienza con las invasiones danesas, la consolidación de Wessex, la lucha por Mercia, etc.
Con respecto al amor por los apocalipisis, yo , como buen rojo, creo que tiene que ver con el fervor capitalista de las sociedades anglosajonas. El capitalismo llevado a sus extremos más consecuentes destruye y crea continuamente, no deja piedra sobre piedra, y esa sensación psicologica de inseguridad permanente y lucha por la vida, la fascinación por la muerte violenta, etc…. pues el espiritu no te lo deja muy zen, no.
Comentario de emigrante (28/06/2023 15:41):
Qué bueno, ya tenía ganas de otro paseo por la historia, esta vez el señor Jenal nos trae de la mano de su historiador británico favorito. Es curioso cómo los británicos también buscan el orígen de su nación en los “visigodos ingleses”
“la caída del Imperio Romano fue, efectivamente, una CAIDA en la que todo se fue a freír monas, no como en Hispania, donde la transición entre el Imperio y los reyes godos se hizo de la ley a la ley, igual que posteriormente la transición al Califato” Hombre, si se refiere a la transición del emirato al califato entonces sí, y si no supongo que ha sido irónico porque la entrada de los mahometanos en la península se hizo a sangre y a fuego. Si hubo poca resistencia es porque el rey murió en la primera batalla y no hubo forma de reorganizarse de nuevo. Además nadie había oído hablar de los árabes antes, eran unos completos desconocidos. Unos pensaban que el islam era una forma de arrianismo, otros ilusos ofrecieron a sus hijas en matrimonio a los invasores pensando que con eso estaban haciendo una alianza. No sabían que los recien llegados practicaban la poligamia y para ellos las mujeres tenían el mismo valor que el ganado. Se quedaron con todo, las muchachas, el botín y las tierras. El resto huyó al norte donde organizaron la resistencia.
Los godos tienen mala fama pero lo cierto es que consigueron organizar el mejor reino a partir de las exprovincias del Imperio de Occidente. Italia quedó arrasada con la guerra contra Belisario, los francos no habían tenido contacto previo con Roma como los godos y Britania ya lo han visto más arriba. En los dos siglos que van desde el Breviario de Alarico al Código de Recesvinto se celebraron 18 concilios en los que hay una clara evolución de un aparthied legal a una ley común para todos. También se escribieron Las Etimologías que era la wikipedia de la Edad Media. En resumen, un jefe de estado elegible, gran desarrollo cultural, una intensa actividad legislativa e igualdad ante la ley. Es lo más parecido que hay a una democracia en la puta Alta Edad Media comparen eso con la teocracia que vino después.
Comentario de Lluís (28/06/2023 19:23):
#3
Estará de cachondeo, ¿no? La Hispania goda tendrá sus virtudes, pero entraron a mandoblazos como cualquier otro, primiero a sueldo de los romanos para echar a vándalos, suebos y compañía, y luego cuando los francos los echaron de Aquitania. Lo de la democracia si que no lo veo, era más bien una lucha, también a espada, entre facciones rivales, una estaba en el poder y la otra conspirando, si hacía falta con la ayuda de bizantinos, francos, árabes… Eso si, algo tenía claro, la realeza sólo podía ser ocupada por un godo, eso también lo legislaron.
Precisamente, los árabes vinieron llamados por la leal oposición. Y donde los bozantinos habían fracasado, por lo menos parcialmente, ellos tuvieron éxito, en buena parte de la península les recibieron con los brazos abiertos, de otra forma no se explica que unas pocas decenas de miles de guerreros pudiesen ocupar el país tan rápidamente sin dispersar demasiados efectivos manteniendo guarniciones en cada pueblucho. Parte de la nobleza goda pactó gustosamente, y sus nietos terminaron convertidos al islam, algo que también hizo la mayoría de la población con el tiempo, a ver si era cierto que así les cobrarían menos impuestos, libeggales que eran…
Comentario de Manolo (29/06/2023 12:30):
Ardo en deseos de un resumen de 1688, de Steve Pincus. Ya sé que me como seis siglos desde la batalla de Hastings, pero el libro está ahora en las estanterías de las librerías españolas. Ánimo, Carlos, tú puedes con las más de ochocientas páginas, más notas y bibliografía, del libro. El problema es que está traducido al español, en vez de venderse en el original inglés o traducido al alemán, lo que no sé si limará el entusiasmo de nuestro Carlos Jenal.
Comentario de Creikord (30/06/2023 09:31):
#3 pero que dice usted. Decir que la conquista islámica de la península fue a sangre y fuego es una cosa que ha quedado bastante cuestionada (y superada) desde hace décadas. No tengo mucho más que añadir al comentario de #4, salvo que evidentemente hubo batallas, como en toda conquista, pero no fueron los vándalos marchando al norte de África.
Precisamente, lo que se constata con los pactos que mencionas en el siglo VIII con el invasor es la absoluta descentralización de la monarquía visigoda en multitud de poderes micro-locales repartidos por todo el territorio peninsular y la narbonense francesa. La monarquía visigoda se encontraba en una descomposición permanente desde el siglo VII, precisamente el ridículo de la derrota del reino en una única batalla (con traiciones de por medio) se debe a estas luchas intestinas por tener el poder y que el rey ya no tenía hegemonía más allá de la corte (algo parecido a lo que pasaba con los merovingios). Algunos autores han hablado de proto-feudalización, pero por suerte creo que también se ha superado este término. Sea como fuere, se distaba de tener un poder central organizado, y los concilios realizados poco tenían que ver con un consejo de ministros actual (ya puestos a usar términos anacrónicos como el de democracia…)
La visión de los visigodos no tiene que ser ni la de fundadores de la patria española, ni la de pardillos que son un paréntesis en la Edad Media. Fueron unos pocos siglos muy interesantes en los que se propiciaron cambios sociológicos de una profundidad abismal (como en toda la Alta Edad Media europea). Isidoro precisamente es una cosa aislada, que además poco tenía que ver con la cultura goda: era un hispano-romano del Guadalquivir, región atestada de población indígena que se tiró todo el siglo VI odiando, y combatiendo, al invasor. Un poco como los britano-romanos, los galo-romanos…
Y no añado más por no extenderme. Gran artículo Carlos, añado el libro a esa “wish-list” infinita que consiste en libros reseñados en La Página Definitiva que me parecen interesantes pero que probablemente nunca leeré.
Comentario de emigrante (30/06/2023 16:00):
A ver que no estoy diciendo que fuera una democracia como la entendemos hoy sino lo más parecido que se podía encontrar entonces. Porque qué tipo de asamblea legislativa tenían los francos, los sajones o los vándalos? No creo que los obispos, los dux o los commes fueran muy representativos de la sociedad de entonces pero es que en el califato no había ni eso. Que luego van por ahí diciendo que permitían a los cristianos tener sus propios jueces y ven eso como un acto de generosidad y un ejemplo de convivencia cuando lo cierto es que era un gheto. Incluso los musulmanes se dirigían a sus superiores con un “oir es obedecer”.
Que el reino godo también era un puto caos no lo niego, pero también lo era cuando había emperador, más todavía si cabe. Y siguió siendolo durante el emirato y el califato. Las revueltas de los bereberes contra los árabes, de los cristianos o de las marcas fronterizas eran constantes. Al final todo culminó en una guerra civil autodestructiva. Fueron los propios moros los que acabaron con Alándalus en la Fitna.
Lo que pretendo destacar es que en medio de aquel caos las leyes evolucionaron de un sistema de castas a una ley y una fe común para todos. Que fue más mérito de los hispanoromanos que de los propios godos, vale. Pero los bárbaros estaban siendo asimilados y se estaban construyendo las estructuras para un estado unificado, lo que pasa es que no les dio tiempo porque antes llegaron los vikingos con turbante pero estaban más avanzados que francos o sajones.
Y lo de recibirlos con los brazos abiertos ya dije que fue por desconocimiento. La Crónica Mozárabe, escrita un par de décadas después, ya se lamenta del inmenso error que fue ayudarles a cruzar el estrecho. Y eso que el autor es un monje del clan witizano poco sospechoso de hacerle propaganda a los asturianos. Con los godos la población local acabó imponiendo su fe, sus leyes y su idioma a los invasores. Con los moros fue justo al revés por eso digo que me parece más democrático lo primero.
Comentario de Lluís (30/06/2023 18:17):
Del mismo modo que se lamenteron de haber llamado a los musulmanes, también se habían lamentado de llamar a los bizantinos, sólo que a éstos les pudieron echar tras 70 años.
Lo de la asimilación, no lo tengo tan claro. Los judíos no creo que pensaran lo mismo que vd, y los paganos, que aún los había, tampoco. El sistema de castas existía de todas formas, tras 200 años todavía estaban claramente separados godos de hispanos, por lo menos a nivel de clases altas. Ningún romano podía aspirar a la realeza, y son contados los que desempeñaron altos cargos militares (como mucho, se supone que un tal Claudio, en tiempos de Recaredo, lo era, pero nada más).
Algunos witizanos no estaban tan moscas como el de la crónica mozárabe, los Banu Qasi son los más conocidos, pero hubo algún otro noble. Los que huyeron a Asturias, o más allá de los Pirineos, serían los de la facción que luchó contra los árabes, de hecho ni siquiera es cierto que Rodrigo fuese el último rey godo ni Guadalete la última batalla. Otros estaban contentos, en la Marca Hispánica, los hispanos colaboraron en algunas ocasiones con los árabes contra los francos, en particular durante los asedios de Barcelona o Narbona. En el caso del asedio a Barcelona en particular (allá por el 800), los cristianos locales apoyaron a la guarnición musulmana hasta que se hizo patente que no llegaría ninguna ayuda para romper el asedio y las opciones eran capitular o morirse de hambre. Más adelante, incluso hubo una revuelta de la facción local pro-andalusí contra los francos, que fracasó pero allí estuvo.