“Crimea” – Orlando Figes

Hace ya un año y pico de la invasión rusa de Ucrania. Y en los paralelismo históricos, todo el mundo ha echado mano de la Segunda Guerra Mundial. ¡Incluso nosotros hemos sucumbido! Sin embargo, el paralelismo bueno debería ser con otra guerra, aún más anterior, la Guerra de Crimea (1854-1856), que de hecho durante toda la segunda mitad del XIX es para los británicos “esa gran guerra que hubo” (los franceses pronto pensaron más en otra), pero que luego fue olvidada y enterrada, primero por la Primera y luego por la Segunda, hasta acabar siendo la proverbial “guerra del bisabuelo”. Hora de deshacer el error.

 

“La última cruzada”

En el siglo XIX, pásmense, la religión todavía no era un accesoire con el mostrar, junto con el fachaleco, el SUV de BMW o los zapatos náuticos, tu pertenencia a la gente moralmente superior. O a la gente superior a secas, que parece ser para algunos de sus ejercientes la intención última.

 

Un fenómeno que por supuesto se da también en la izquierda, pero al menos allí sin invocar inmaculadas concepciones y otras historias sobrenaturales.

 

La gente, vamos, se tomaba la religión cristiana EN SERIO. Y eso significaba ir en procesión a los lugares santos de Jerusalén y Belén, venerar allí, construir y mantener iglesias, y lo que surja. Y lo que surge son peleas para saber quién tiene la prioridad, entre la Iglesia Romano-Latina (apadrinada por Francia), los protestantes (apadrinados por Gran Bretaña), y la Iglesia Ortodoxa (apadrinada por Rusia). En 1846, una pelea sobre quién debe celebrar primero la Pascua deriva en una trifulca que deja 40 muertos. Justo es decir que para 1850, el entusiasmo religioso tanto en Francia como en Reino Unido está decayendo, con cada vez menos peregrinos, y un continuo declinar de las vocaciones religiosas:

 

Lo más parecido a un peregrino que la Iglesia Latina puede suministrar suele ser un simple francés con una guía turística, una teoría, y un plan para escribir un libro.

 

Los rusos, en cambio, mantienen vivo todo el fervor de antaño, y sus decenas de miles de peregrinos realizan procesiones con flagelantes, compran terrenos para edificar monasterios, llegan andando desde el Cáucaso… y hablan, muy abiertamente, de que los Santos Lugares deberían estar en manos de Rusia y no de los musulmanes del Imperio Otomano. En Francia y Gran Bretaña, esta exhibición tan teatral de la religión resulta chocante y un poco bárbara, y es vista con extrañeza por unas clases medias cada vez más seculares, pero precisamente por eso los religiosos de ambos países, conscientes de su pérdida de influencia, van a contraatacar dando la “batalla cultural”.

Figes es experto en historia de Rusia, y nos da un profundo repaso a las interminables guerras con los otomanos, la importancia de la religión en el encuadramiento del inmenso imperio ruso (la población era censada -y administrada- por credos), y los proyectos a largo plazo de Rusia. Básicamente: convertirse en una potencia europea logrando la salida a los “mares cálidos”. El Ártico se hiela, el Báltico es fácil de cerrar, y el Pacífico pilla muy lejos, así que hay que conquistar Constantinopla, renombrarla Tsargrado, y meter la pata en el Mediterráneo. Un tercio del comercio ruso ya va por el Mar Negro, sobre todo cereal ucraniano. Avanzando por tierra, un ejército tendría un obstáculo casi insalvable en el delta del Danubio… pero puede bypassearlo con una flota. Por eso, que Rusia aproveche su llegada a Crimea para montar un puerto militar en Sebastopol, hace sonar las alarmas en las cancillerías occidentales. Crimea es una conquista reciente (finales del XVIII), y sus pobladores siguen siendo mayormente tártaros de la época de la Horda Dorada. Moscú teme un llamamiento a la yihad por parte de Constantinopla, y planea una especie de contra-yihad cristiana por parte de los cristianos ortodoxos bajo dominio otomano (serbios, rumanos, búlgaros, griegos…), mientras intenta atraer colonos para Crimea y los territorios casi despoblados de Novoróssiya (despoblados porque los tártaros crimeanos habían usado esos territorios para pasturaje, y se llevaban a cualquier colono de esclavo a Constantinopla). Vamos, que había dinamita religiosa desde hacía siglos (por eso el libro se subtitula “La última cruzada”), y solo faltaba la chispa.

 

Los rusos creen que fue la belleza de Hagia Sofia la que convenció a los enviados de Vladimiro para bautizarse en la fe ortodoxa (en Quersoneso a las puertas de Sebastopol, para más señas), y ponen el edificio (con cruz) en monedas votivas y en su propaganda. Obsesión es poco.

 

Putin 1.0

En 1853, el autócrata de Rusia es Nicolás I (llevaba 28 años, un poquito más que los 24 de Putin). Nicolás cree que Dios está de su parte (como Putin), desprecia a los occidentales como nenazas modernas vendidas al liberalismo (como Putin), y cree los otomanos son una abominación ante Dios y que no deben existir, sobre todo porque ocupan territorios poblados por ortodoxos que en realidad desean someterse a la Tercera Roma (como Putin con Ucrania). También es el primero en llamar al Imperio Otomano “el enfermo de Europa”. Nicolás es demasiado joven para haber luchado contra Napoleón, pero recibe una formación exclusivamente militar (y toda su vida insistirá en dormir sobre un camastro de campaña). Cuando es coronado en 1825, pone a generales en todos los carguitos que puede. También se encuentra con una guerra, la de los griegos contra el imperio otomano. Aquí interviene, pero en comandita con los ingleses, todavía preocupado por mantener el equilibrio continental pactado en 1815 en Viena. De hecho, justifica la intervención en “pararle los pies a Francia”, y a pesar de que sus ejércitos llegan a tiro de piedra de Constantinopla, Nicolás firma una paz que “solo” redondea sus territorios en el Mar Negro y el Cáucaso: aún teme que, si se precipita y llega al Mediterráneo, se las verá con toda Europa.

Pero esta actitud va a evolucionar bastante, y 25 años después ya lo ve todo muy distinto. Parte por su imperialismo ortodoxo-eslavo, y parte porque “Occidente” (Francia-Reino Unido, con los autócratas alemanes en cambio se lleva aceptablemente bien) no disimula su desconfianza hacia Rusia. Si la segunda mitad del siglo XX gira en torno al hecho de que “los rusos llegaron hasta Berlín”, casi todo el siglo XIX giró en torno al hecho de que “los rusos llegaron hasta París”. Rusia, de hecho, lleva siglo y medio – desde Pedro el Grande– en constante expansión. Todos los liberales de Europa occidental temen la llegada de los cosacos y la restauración del absolutismo, y cultivan una rusofobia ad hoc. Pero en vez de atraerse a los reaccionarios de Europa occidental, que por supuesto siguen ahí (carlistas, legitimistas, jacobitas, el Papado…), Nicolás mantiene una política anticatólica muy severa. Especialmente a raíz de las fallidas revueltas polacas de 1830 y 1848, que producen una ola de refugiados polacos, reportando -según el público presente- las atrocidades rusas contra los liberales/las monjitas católicas. En consecuencia, desde el Karl Marx exiliado en Londres hasta el francés más legitimista, la rusofobia se vuelve totalmente transversal.

Como todo autócrata, Nicolás nunca va a entender eso de la “opinión pública”. En 1844 viaja por sorpresa a Londres (de incógnito, por miedo a un atentado por los exiliados polacos), creyendo que en política basta con que hablen los dirigentes políticos de tu a tu. Lo que les plantea es que el imperio otomano está moribundo, cualquier día de estos se nos muere, y ojo que por mi no sea, pero esto es una realidad, y hay que estar preparado y acordar algún tipo de reparto de la herencia, que están los franceses muy metidos por Oriente Medio. Se vuelve muy feliz, creyendo tener un entendimiento, cuando los británicos piensan que solo ha sido un intercambio de opiniones. Su problema es con Luis Napoleón: Nicolás es el único que no le reconoce como emperador (“a un emperador lo hace Dios, no un referéndum”) y se dirige a él como “mon ami” en vez de “mon frere” (Austria y Prusia, los otros autócratas, más diplomáticos, optan por “Monsieur mon frere”). A su vez Napoleón III ve en la Rusia donde fracasó su tío y que llegó hasta Paris el hombre del saco al que golpear para unificar tras de si a los franceses. Su embajador mete bulla en Constantinopla (donde “Europa” a veces es llamada simplemente “Frankistán”, “la tierra de los francos”) y logra del sultán la concesión deseada: los cristianos latinos, bajo patronazgo francés, recuperan las llaves de la Iglesia de la Natividad, en detrimento de los cristianos griegos bajo patronazgo ruso.

 

El comienzo

Esto es, oficialmente, la causa de la guerra: quién se queda con las llaves, y suena tan tonto que igual es cierto. Nicolás se pilla un rebote y manda al general Ménshikov en misión diplomática para revertirlo. Ménshikov tiene 66 años y ya luchó contra Napoleón. También contra los turcos, los cuales le volaron sus partes nobles con un cañonazo en 1828, así que de “diplomático” igual tuvo poco. Ménshikov se planta en Constantinopla y con toda su chulería logra la recuperación de la Iglesia de la Natividad y la dimisión del ministro responsable. Y quizás aquí podría haberse terminado todo (Reino Unido lo habría aceptado), pero Nicolás quiere todavía más: que Rusia sea reconocida como protectora de los cristianos ortodoxos en todo el imperio (y no solo en los Lugares Santos), y mayor autonomía, por no decir independencia, para los principados balcánicos. Esto habría convertido los territorios otomanos europeos en un protectorado ruso, y el resto del imperio en una mera dependencia sin apenas soberanía. Napoleón anima a los otomanos a plantarse. Gran Bretaña, con pocas ganas, pero preocupada con el equilibrio europeo, se le suma.

Nicolás, que había seguido creyendo en su “entendimiento” con Londres, se calienta aún más y les replica que lo del equilibrio europeo parece muy selectivo, que Francia ocupa Roma o le roba Argelia a los mismos otomanos, o Reino Unido ataca China o se anexiona un principado hindú tras otro, y aquí no pasa nada, pero si Rusia se asoma a Valaquia o Moldavia el mundo se viene abajo.

 

“¡Es que sois unos hipócritas con doble moral para todo! ¡¡Y encima maricones perdidos, democratizantes, destructores de la familia, ciclistas, veganos…!!”

 

Como los otomanos no cedieron, los rusos invadieron los principados danubianos y llegaron a Bucarest, pero aún sin declarar la guerra, sino como presión adicional (¿como Putin en 2014?), y amenazando con independizarlos junto a Serbia y Bosnia si no se cumplían sus demandas, las cuales, insistían, eran meramente “los derechos de la Iglesia Ortodoxa”.

En este momento, los turcos descubren su orgullo propio. Tan solo en las madrasas de Constantinopla hay 45000 estudiantes, y se manifiestan indignadísimos que unos salvajes escitas le estén chuleando a la Sombra de Alá en la Tierra. La Sublime Puerta, arrinconada en casa y animada desde París, decide entonces declarar formalmente la guerra, pero sin hacer nada (en esto, actúan totalmente al revés que el siglo XXI, donde todos hacen de todo sin declarar formalmente nada), confiando en que los rusos se acojonarán y abandonarán los principados. Pero nanay: Nicolás decide avanzar por tierra hacia Constantinopla.

Una de las razones de la agresividad de Nicolás era la creencia de que -aparte de Dios- los Habsburgo también estaban de su parte (en agradecimiento de haberlos salvado en 1849 de la rebelión húngara), y que nadie se atrevería a enfrentarse a ambos. Pero Austria se mantuvo fuera, a pesar de que Rusia le ofrecía todos los Balcanes adriáticos. Mitad porque el mesianismo ruso tenía una componente paneslava que también animaba a la revuelta a sus propios súbditos eslavos, mitad para proteger sus posesiones italianas (que daban más impuestos de lo que jamás darían todas las pedregosas islas de pescadores de Dalmacia). A la postre, de poco le sirvió: apenas seis años después, Napoleón III intervino en Italia para liberarla del dominio austriaco.

Sobre el papel, el ejército ruso era enorme: un millón de soldados. Pero eran mayormente campesinos -y los boyardos encima enviaban a los peores de entre sus siervos- y analfabetos (solo un 0.2% de los militares sabía leer). Durante una leva en 1848, un tercio de los potenciales reclutas no alcanzaba la estatura mínima requerida de 160 cms. Casi la mitad habían sido rechazados por enfermedades crónicas o minusvalías. Incluso en tiempos de paz, dos tercios de los soldados solían estar con algún tipo de convalecencia (a menudo heridas infligidas por los propios oficiales como castigo), y cada regimiento tenía sus propios sastres, zapateros, carpinteros, herreros… para hacerse sus uniformes y enseres. Las raciones eran tan infectas que ni las ratas las robaban. La corrupción era endémica. Por supuesto, a las minorías no-cristianas ni les dejaban acercarse a un arma, y el sistema no se podía reformar sin abolir la servidumbre.

 

Algo que el partido de los boyardos, cualquiera que sea la forma de su encarnación, siempre va a resistir.

 

El ejército otomano estaba cortado por el mismo patrón: contingentes que ni siquiera comparten la misma lengua, masas de soldados ignorantes bajo aristocráticos generales para quienes las políticas cortesanas eran más importantes que la vida -no digamos el bienestar- de sus soldados, y ausencia total de un nivel intermedio de suboficiales y oficiales de carrera, con experiencia institucional y capaces de hacer que todo funcione. En este enfrentamiento entre antiguallas, los rusos empezaron ganando, empujando hacia el Danubio y más al sur. Los griegos aprovecharon para recordar que en 1853 se cumplían 400 años de la pérdida de Constantinopla y decidieron apuntarse. La Puerta, entonces, opta por una estrategia de resistir en los Balcanes, y de armar a los súbditos musulmanes de Rusia en el Cáucaso. Como las carreteras están en un estado deplorable, dichos suministros tienen que ir por mar, pero los rusos sorprenden a la flota otomana en Sinope y la mandan al fondo del mar.

 

Los mayores se apuntan

Sinope va a ser la excusa que necesitan Francia y Gran Bretaña. Porque esta va a ser la primera guerra donde la opinión pública (no “la calle”, sino lo que dicen los periódicos) va a ser de vital importancia. Sinope es elevado a “masacre”, “crueldad” y “bombardeo de civiles” en la prensa británica, que recuerda que en Rusia está prohibida incluso la posesión de Biblias en ruso, mientras los otomanos ya tienen una cierta tolerancia religiosa. Medio gobierno dimite, Napoleón amenaza con ir adelante, y finalmente los británicos se alían con él (oficialmente por Sinope, oficiosamente para sostener a los otomanos y por el dichoso equilibrio), y emiten un ultimátum conjunto exigiendo a Rusia la retirada de los principados. También en Francia la prensa emite comunicados histéricos, aunque a diferencia de UK aquí la “calle” nunca se llegó a contagiar (y eso que decenas de miles de franceses morirán en esta guerra, aunque sobre los números exactos hay mucha confusión). Y es que la derecha religiosa francesa ve en esta guerra “contra un tirano que quiere imponernos su credo y que los últimos católicos irredentos mueran presos en algún campo siberiano” una excusa para movilizar contra el creciente secularismo en la propia Francia.

Los objetivos de guerra de Francia y Gran Bretaña se pueden resumir en: Ni Puta Idea (mira, otro paralelismo con 2022). Un poco echar atrás a Rusia y desgastarla, un poco destruir su arsenal (especialmente su flota), un poco sostener a los otomanos como estado títere. Pero es muy interesante ver lo que se cocía en los mentideros de Londres. Una lista informal pretendía:

  1. Cortar el comercio ruso de tal forma que los nobles pierdan sus ganancias y se enfrenten al gobierno
  2. Destruir las bases navales de Kronstadt, Sebastopol, etc.
  3. Lanzar asaltos desde el mar, especialmente en el Mar Negro, apoyando a sus tribus rebeldes
  4. Ayudar a Persia a reclamar el Cáucaso
  5. Mandar una flota al golfo de Finlandia
  6. Financiar revolucionarios y un levantamiento de los siervos
  7. Bombardear San Petersburgo, “si fuera posible”
  8. Enviar armas a Polonia y Finlandia “para su liberación de Rusia”

 

Otras propuestas iban incluso más lejos: implicar a media Europa para repartirse el Imperio Ruso (Finlandia para Suecia, el Báltico para Prusia, los Balcanes para Austria, Polonia independiente y el Mar Negro para los turcos). Algunas de estas propuestas se llegaron a discutir en el Gabinete, pero el resultado final se tuvo que pactar con Paris y Viena, y salió bastante más moderado. La Polonia independiente, por ejemplo, se cayó en seguida del programa: nadie quería desatar una guerra revolucionaria.

 

Todo esto no quita que desembarcaron en Crimea en septiembre de 1854 y aún no sabían para qué estaban ahí.

 

Por lo pactado, hubo ultimátum a Rusia para retroceder a sus fronteras, y como Nicolás se negó, Francia y Gran Bretaña declararon la guerra. A las pocas semanas, sus cuerpos expedicionarios desembarcaban en Varna (Bulgaria), y empezaban a marchar al norte. Ahora, los rusos sí se retiraron a los principados – pero no por los anglofranceses, sino por su fracaso en tomar Silistra, y porque Austria, preocupada por el levantamiento serbio, había concentrado 100.000 hombres en su frontera y claramente no apoyaba los objetivos rusos. Eso, y que el cólera (que mataría a tres veces más soldados que las acciones militares) estaba diezmando a sus tropas durante este verano de 1854.

Esta habría sido de nuevo una oportunidad para terminarlo todo, pero dadas las bajas que ya estaban sufriendo los británicos (el cólera mataba a tantos hombres que se los enterraba envueltos en sus sábanas – los turcos, por cierto, desenterraron a británicos muertos para recuperarlas), las ganancias parecían bien magras (“Rusia ha retrocedido a sus fronteras”). Así que franceses y británicos decidieron que los objetivos pactados con Austria (“asegurar con garantías al imperio otomano”) exigían reducir severamente el poder naval ruso. Y como la flota rusa del Mar Negro estaba basada en el puerto crimeano de Sebastopol, en septiembre de 1854 se acordó embarcar a los soldados y llevarlos por mar a Crimea.

 

Unos mapitas para situarnos un poco. Los aliados, por cierto, no tenían mapas y usaron guías de viaje de 1835. Moldavia y Valaquia son los Principados, y Eubea está incorrectamente representada como turca, pero por lo demás nos vale.

 

Al fin, Crimea

Sí, al fin, tras un año de tiros, ¡llegamos a Crimea!, en realidad apenas un escenario de la guerra de entre media docena. En Rusia, de hecho, la guerra se llama también Восточная война, la “Guerra de Oriente”, porque la causa fue “la cuestión de Oriente”, pero Crimea dio para mucha literatura, así que se quedó ese nombre en Occidente.

Los comandantes británico y francese acordaron (por intermediarios, porque uno era manco y el otro estaba postrado con un cáncer de estómago, con lo que ninguno podía ir de un barco al otro) un desembarco bastante al norte, en Eupatoria, para de allí marchar al sur. La idea era cortar los suministros desde el norte a Sebastopol, ventaja que se perdió posteriormente al mover todas las tropas al sur de la ciudad porque desde ahí era más fácil sitiarla. La estrategia anglofrancesa, la verdad, fue muy deficiente. Si ganaron fue porque la estrategia rusa fue aún peor: Nicolás había dejado Crimea desprotegida, porque para él la flota no era importante, y en cambio había metido tropas y recursos a cascoporro en Kyiv, 600 kilómetros al norte. Los aliados desembarcaron sin problemas, al menos los franceses, que venían entrenados de Argelia y eran muy competentes con la logística, los británicos en cambio no daban pie con bola. Avanzando hacia el sur, tuvieron un primer encuentro con los rusos en el río Alma, que ganaron sin problemas gracias a sus fusiles superiores y a que los soldados británicos decidieron ignorar a sus oficiales inútiles.

Si tras Alma hubiesen decidido avanzar inmediatamente, Sebastopol habría caído casi sin resistencia y la guerra, de nuevo, podría haber terminado. Sin embargo, se lo tomaron con calma, dejándoles a los rusos casi dos semanas para cavar trincheras, preparar defensas (una vez el comandante ordenó quemar las reservas de vodka), y hundir varios barcos a la entrada del puerto que hicieron que la Royal Navy no pudiese ni acercarse a dar cobertura. Y encima decidieron rodear la ciudad para sitiarla desde el sur, para aprovechar dos puertos naturales en la costa sur (Kamiesh para los franceses, Balaklava para los británicos) para abastecerse.

Así comenzó el asedio de Sebastopol, que iba a durar 349 días y costar la vida a unas 200.000 personas, la mayoría rusos. Nicolás I animó a los sitiados a resistir a toda costa, mientras mandaba principalmente thoughts and prayers, “tengo dos generales que no me fallarán, Enero y Febrero”, y un par de intentos de levantar el sitio que dieron lugar a la mentada literatura, primero de la “delgada línea roja”, y posteriormente la Carga de la Brigada Ligera en Balaklava, vendida como heroica pero en realidad otra más de las supinas incompetencias de Lord Raglan (veterano de las guerras napoleónicas al que de vez en cuando se le iba la pinza y llamaba a los franceses “el enemigo”), que dio unas órdenes muy vagas desde una posición de altura, las cuales fueron malinterpretadas por sus subordinados y resultaron en una carga directa contra posiciones de artillería. Aunque se dijo que solo un tercio sobrevivió, esos fueron los que llegaron ilesos de vuelta al primer recuento; contando rezagados, heridos, prisioneros, o que hubiesen perdido su montura, los caídos fueron “sólo” entre un sexto y un quinto del total.

 

Durante la Conferencia de Yalta en 1945, Churchill -antiguo oficial de caballería ligera- pidió visitar el campo de batalla.

 

La buena prensa y Florence Nightingale

Parte del “mito de Crimea” es Florence Nightingale, elevada posteriormente a poco menos que la inventora de la profesión de enfermera, allí en las trincheras de Sebastopol. Pequeño problema: Nightingale nunca estuvo en Sebastopol (y en su única visita a Crimea, enseguida pilló un bicho que la dejó doblada). Ella se encargó del mantenimiento de un hospital de heridos en Constantinopla, con enorme competencia (trabajaba 20 horas al día) y muy práctica (desechó a voluntarias de clase media al tenerlas por demasiado sensibles para el trabajo requerido, y como un tercio de la tropa era irlandesa, se trajo unas cuantas monjas católicas). Pero estaba atrapada en la ignorancia médica de la época: el hospital estaba al lado de una fosa séptica que rebosaba, un 10% de todo el ejército británico murió de enfermedades en enero de 1855, y en febrero la tasa de mortalidad en el hospital fue del 52%. Tampoco ayudaba que los heridos tardasen varios días en llegar en barco, ni que llegaran en oleadas según hubiera alguna batalla grande.

El que sí que innovó, aunque por ser ruso fue ignorado en Occidente, fue Nikolái Pirogov, que introdujo los hospitales de campaña para que los heridos fueran atendidos lo antes posible, y empezó a usar masivamente la anestesia y los vendajes de yeso para huesos rotos. Como muchos heridos morían porque los cirujanos perdían el tiempo atendiendo a otros más leves pero que habían llegado antes, introdujo por primera vez un sistema de triaje: cada herido era examinado superficialmente nada más llegar, y asignado a un grupo: heridos leves que podían esperar, heridos graves pero salvables si se operaba de inmediato, y heridos sin esperanza, que eran llevados a una sala aparte con algo de morfina y muchos sacerdotes. También inventó una nueva técnica de amputación de pie. Gracias a sus innovaciones, la tasa de supervivencia por amputación de brazo llegó al 65%, y en amputaciones de muslo hasta el 25% (en los británicos era del 10%).

Las horrorosas condiciones sanitarias, pero también la falta de previsión, empezaron a hacer mella: no había ropa de invierno, y los soldados ingleses, aunque recibían raciones mayores que los franceses, luego tenían que prepararlas ellos mismos. Incluso el café lo recibían en granos sin tostar, y muchísima comida se echó así a perder. En cambio, los franceses tenían comedores de campaña y la intendencia era razonable, aunque funcionaban básicamente con café. Todos bebían cantidades enormes de alcohol, que al menos se podía almacenar con facilidad y no se ponía malo, y 5546 soldados británicos, un octavo, acabaron ante una corte marcial por actos cometidos borrachos.

Poco a poco todo esto se coló hasta casa, con la prensa británica aireando la escandalosa incompetencia de los oficiales, ayudada por una revolución en las comunicaciones: el telégrafo, que llegaba hasta Bucarest, a dos días a caballo y otros tres en barco de Crimea. Los franceses pronto extendieron el cable hasta el puerto de Varna, y los británicos pusieron un cable submarino hasta Balaklava, con lo que las noticias podían llegar a Londres en apenas unas horas. La lo-cu-ra. Esto permitió a la prensa una cobertura exhaustiva, recibida ávidamente por un público de clase media e incluso obreros que podían permitirse algunos de los nuevos diarios baratos. La cobertura en tiempo real de las condiciones llegó hasta el punto de hacer caer el gobierno de Lord Aberdeen. Ascendió Lord Palmerston, decidido a dar caña al ruso. En Francia, en cambio, como Napoleón III se había metido principalmente por asuntos de opinión pública, la prensa estuvo mucho más controlada, aunque ni de lejos tanto como en Rusia, donde solo se publicaban los boletines oficiales y la gente creía a pies juntillas que estaban ganando y que los americanos iban a venir en su ayuda contra Gran Bretaña (Francia, en cambio, desde 1812 apenas contaba para los rusos).

 

Putin 1.1

Pese a todos los problemas, los rusos lo llevaban peor: el suministro tenía que llegar en carretas de bueyes desde muy al norte, y los intentos de romper el cerco, especialmente el de Inkerman, acabaron con más de 10.000 muertos rusos. Todos estos fracasos quebraron el espíritu del zar Nicolás I, que tras un par de paseos de revistas a tropas a 23 bajo cero (y sin abrigo, para dar ejemplo) además pilló una neumonía y murió en marzo de 1855. Pero si alguien pensaba que muerto el perro se acaba la rabia, nada: lo último que le metieron a Nicolás en el ataúd fue una cruz con una imagen de Hagia Sofia (y según Figes, Putin tiene un cuadro de Nicolás colgado en la antecámara de su despacho). Su hijo Alejandro II subió al trono decidido a demostrar que él no era un cagueta.

 

En 1861 Alejandro se enfrentó a los boyardos para liberar a los siervos, y en 1881 murió en un atentado anarquista en dos pasos: hubo una primera bomba fuera de su carro, Alejandro salió afuera a ver cómo estaban todos, y entonces lanzaron la segunda bomba que le abrió en canal y le mató tras una hora de agonía. No, no era un cagueta.

 

Aun así, tenía un plan, que era separar a Napoleón de los británicos. Napoleón -cuyas tropas ocupaban tres cuartos de las trincheras alrededor de Sebastopol- tuvo ahí su momento de duda. En principio, con tomar la ciudad y cantar victoria, a él le habría bastado. De continuar, pensaba que habría que hacerlo en los Balcanes, y liberar los principados para intercambiárselos a Austria por Italia. La idea de Palmerston de una guerra revolucionaria para liberar Polonia le atraía, pero era los bastante realista para recordar que Polonia no era sólo un dominio ruso sino que estaba repartida también entre Prusia y Austria, y que una renacida Santa Alianza entre estos tres era más de lo que los anglo-franceses podían masticar. Al final todo dependía de la neutralidad austriaca, y esta a su vez estaba causada por el paneslavismo que desde Rusia excitaba a sus súbditos eslavos, especialmente los serbios. Francia compró esa neutralidad prometiendo no interferir en Italia… lo que no quitó dar la bienvenida al Reino de Piamonte-Cerdeña al grupo de aliados y que mandaran tropas a Crimea.

En Crimea, mientras tanto, los aliados descubrieron que también hacía frío, y que en los montes que rodeaban Sebastopol hacía un viento horroroso. La tropa sufrió muchísimo, los oficiales en cambio se escaquearon a Balaklava o incluso Constantinopla. En consecuencia, Palmerston pasó una ley para reclutar mercenarios: 9300 alemanes y 3000 suizos, aunque llegaron a Crimea demasiado tarde para luchar. Pero pasado el invierno, en la primavera de 1855, los aliados decidieron ampliar un poco el frente. Se exploró la posibilidad de intervenir en el Cáucaso, donde los turcos ya luchaban y habían armado a las tribus musulmanas. El problema es que dichas tribus eran un poco integristas, por decirlo suavemente, y si la retórica “los otomanos, pese a ser musulmanes, son más cristianos que los rusos porque son más tolerantes con minorías religiosas y al menos nos dejan misionar” ya cojeaba un poco ante las penas de muerte por apostasía, con los chechenos y circasianos perpetrando atrocidades pues aún más. Se mandó también una flota conjunta al Báltico, con la idea de conquistar la base naval rusa de Kronstadt, a la entrada de San Petersburgo, a ver si Suecia se animaba a entrar en la guerra también, pero Kronstadt estaba demasiado bien fortificada y en lugar de eso la flota se dedicó a bombardear posiciones a lo largo de la costa.

Así que al final la guerra se escaló en la propia Crimea, que para Napoleón y Palmerston seguía siendo el fulcro. La flota empezó a bombardear otros puertos, se planearon ataques contra las rutas de suministro a Sebastopol, y se animó a los nativos tártaros a rebelarse contra los rusos. Cosa que estos hicieron, asaltando granjas y haciendas rusas, y expulsando o en algunos casos matando a los colonos rusos.

 

Tampoco hizo falta mucho incentivo para esto. ¡Había mala sangre!

 

Y finalmente, se lanzó un asalto final contra Sebastopol, que siguió el patrón del resto de la guerra: incompetencia criminal del alto mando aliado, paliada por una incompetencia aún mayor del alto mando ruso. Primero, se bombardeó intensivamente Sebastopol (los británicos montaron un ferrocarril desde Balaklava para traer los 160.000 obuses que usaron en el mayor bombardeo de la historia hasta ese momento), y finalmente se lanzaron sendos asaltos el 18 de junio de 1855. Era el aniversario de Waterloo, y los británicos confiaban en resignificar la fecha con una victoria conjunta. El asalto fracasó, pero aprendieron lo necesario para que el siguiente triunfara. El 9 de septiembre, los aliados entraban en Sebastopol, que a estas alturas ya no era más que un montón de ruinas. Los rusos la habían abandonado, hundiendo lo que les quedaba de flota. Casi el último en cruzar el puente de evacuación fue un teniente llamado León Tolstoi, que ese día cumplía 27 años.

 

El Tratado de París

Con Sebastopol en sus manos, y algunos éxitos en el Báltico (la destrucción desde el mar de la base rusa de Sveaborg, y una alianza con los suecos), Napoleón decidió que ya se podía negociar una paz. Palmerston seguía con sus planes para rehacer todo el mapa de Europa, pero todos sabían que Sebastopol había caído gracias a los zuavos franceses y que las tropas británicas habían actuado poco más que de palanganeros. Alejandro de Rusia seguía pensando en continuar la guerra, pero a estas alturas la única manera de sacarla adelante era convertirla en una guerra revolucionaria paneslava, y eso tenía muy grandes riesgos internos, y además Austria dejó claro que en ese caso se uniría a los aliados occidentales. Otros neutrales estaban firmando acuerdos con los anglofranceses. Los consejeros de Alejandro lograron persuadirle para negociar.

El tratado de paz fue un triunfo diplomático enorme para Napoleón III: se negoció en Paris, en el recién inaugurado Quai d’Orsay, en presencia de una efigie de Napoleón I (el Hombre del Saco de la diplomacia europea de los pasados 50 años), y significó el retorno de Francia como potencia hegemónica continental. Napoleón III supo hábilmente colocarse en el centro del tablero, aceptando por un lado las demandas británicas contra el poder naval ruso, pero negándose por otro a que Rusia sufriera pérdidas territoriales más allá de pequeños ajustes en Besarabia: seguía con sus planes en Italia, y quería una Rusia no demasiado hostil como contrapeso a Austria. Por eso, no le costó ceder en el principal punto simbólico: Rusia recuperó las puñeteras llaves de la Iglesia de la Natividad de Belén (solo por eso el zar ya cantó victoria y lo vendió como tal). Comparado con eso, que Rusia tuviera que desmilitarizar el Mar Negro parecía peccata minuta. La protección de las minorías cristianas que Rusia había exigido, en cambio, recayó sobre el conjunto de los países firmantes. A los polacos, contingentes de los cuales habían luchado contra Rusia, otra vez les dieron un mojón (“su existencia es como la del Holandés Errante: nunca efectiva, siempre a la espera”). Las negociaciones no duraron más de tres jornadas, y en marzo de 1856 se firmó el tratado de paz. El 2 de abril los cañones de Sebastopol dispararon un último saludo.

 

Consecuencias

Pese a que los cambios territoriales fueron menores y apenas 20 años más tarde Rusia ya se había sacudido del todo las imposiciones, la guerra tuvo consecuencias muy largas y variadas para todo el continente, tanto internas como externas. El equilibrio pactado en Viena en 1815 se hizo pedazos (aunque algunos lo estiran hasta 1914, pero incluso estos admiten que tras 1856 empezó una fase distinta), y fue sustituido por acuerdos informales y basados en intereses. Y todo el mundo sacó conclusiones bastante heavys.

El análisis ruso de la guerra fue bastante directo: “perdimos por los putos moros”. Es decir, por la traición de las minorías musulmanas, aliadas con los invasores. Y consecuentemente, al no poder tener ni flota ni defensas militares en sus costas, Rusia adoptó una política agresivamente cristianizante, algunos dirían incluso de limpieza étnica, en los territorios alrededor del Mar Negro. En teoría el Tratado de Paris obligaba a una amnistía para los colaboradores, pero los rusos se sacaron de la manga que todo aquel que hubiera abandonado su pueblo sin tener el sello de la autoridad militar en el pasaporte (es decir, cualquier desplazado de guerra) era reo de rebelión ordinaria y candidato para Siberia. Circasianos y abjasios fueron objeto de discriminación y persecución, y en la década posterior a la guerra, 1.2 millones fueron expulsados, la mayoría hacia el imperio otomano, mientras se les daban sus tierras a colonos. Hacia el final del siglo, los cristianos aventajaban a los musulmanes diez a uno en la región. En cuanto a Crimea, que apenas un siglo antes había sido un estado cuasi-soberano con una población casi exclusivamente tártara (que aún en 1858 era sólidamente mayoritaria), fue objeto de una rusificación sin contemplaciones. Entre 1856 y 1863, 150.000 tártaros de Crimea y 50.000 tártaros de Nogay (unos dos tercios de la población tártara de Crimea y Novorossia) emigraron al imperio otomano. Los que quedaron fueron deportados por Stalin, acusados de colaborar con los nazis. Hoy son una minoría residual. Crimea, puerta de entrada del cristianismo y lugar del bautismo del príncipe Vladimir (o Volodímer) de Kyiv, fue elevada por los nacionalistas a cuna mística del estado ruso, y los defensores de Sebastopol a mártires por la patria, convirtiendo su derrota en una victoria moral.

 

Del Donbas podremos hablar, pero no parece que ningún gobierno ruso vaya a renunciar a Crimea por las buenas.

 

Internamente, los 800.000 muertos demandaban algún tipo de reforma. Alejandro insistió en la abolición de la servidumbre, que se logró en 1861, si bien los boyardos pudieron meter bastante mano en la ley y los siervos tuvieron que pagar por su libertad y no obtuvieron apenas tierras, con lo que la servidumbre continuó con medios más modernos y sutiles. También se inició la construcción de ferrocarriles para mejorar la logística, y se reformó un poco el ejército (Tolstoi mandó una propuesta, si bien quitó del manuscrito sus largas diatribas contra el cuerpo de oficiales). Por ejemplo, en una vergonzante cesión a lo woke, el número máximo de latigazos permisibles como castigo corporal se redujo de 6000 a 1500. Y los paneslavos empezaron a ganar cada vez más influencia.

Psicológicamente, los rusos salieron de esa guerra con un inmenso resentimiento contra occidente, agravado por el hecho de que otros cristianos (por muy herejes latinos que fuesen) habían elegido a los turcos antes que a sus hermanos cristianos rusos. También abrió al imperio otomano a la influencia occidental (lo que también creó resentimientos islámicos que llegan hasta hoy). Esos resentimientos, hasta cierto punto, siguen con nosotros (es decir, con ellos – nosotros opinamos que somos la hot.tia y que nos odian por lo guapos y libres que somos, o algo así).

La prohibición de tener una flota de guerra en el Mar Negro también duró relativamente poco: 15 años más tarde, cuando la apisonadora prusiana le estaba pasando a Francia por encima y Gran Bretaña amenazaba con intervenir, el zar Alejandro, probablemente a sugerencia de Bismarck (antiguo embajador en San Petersburgo), le dijo a Londres que ya no se sentía atado por el Tratado de París, el cual, efectivamente, feneció a punta de bayoneta prusiana. Rusia no olvidó que el único vecino que no le traicionó fue Prusia, y ahí estaba la base para un entendimiento casi perfecto: entre autócratas nos ayudamos, reparto de Polonia, comercio de materias primas (grano, gas…) por maquinaria moderna, ninguna guerra previa entre ambos… una alianza casi “natural”, si me apuran, que hasta hoy podría funcionar (sin reparto de Polonia, suponemos), y que Bismarck consideraba el pilar inamovible de su política exterior: “nunca pierdas a Rusia”. Que apenas unos meses después de echar a Bismarck el Kaiser Guillermo II renunciara a dicha alianza debería darnos la medida de su estulticia.

 

“Guillermo, tú no tendrás planes con Ucrania, ¿no?” “Pero Nicolás, ¿tengo yo pinta de necesitar Lebensraum?” “¿Eso qué es?” “Es una herramienta misteriosa que nos ayudará más tarde.”

 

Para Austria, cuya “neutralidad armada” tanta influencia tuvo en las decisiones rusas, la guerra fue un desastre en el largo plazo: la autocracia rusa les había salvado el culo durante la revolución de 1848, y que ahora no acudieran en su ayuda se tomó como una traición en San Petersburgo. En consecuencia, Rusia no movió un dedo por ellos ni en 1859, ni en 1866. Se pasó de “trabajamos con los austriacos para repartirnos los Balcanes según se derrumbe el imperio otomano” a “los austriacos son nuestros rivales en los Balcanes”, una actitud que en el verano de 1914 daría tan funestos frutos. Incapaz de aliarse ni con Rusia ni con las democracias liberales occidentales, Austria (bueno: los Habsburgo) se convirtió progresivamente en un mero satélite de Alemania.

En el imperio otomano, la guerra contribuyó a la ya aguda sensación de decadencia. El Tratado de París, curiosamente, fue el primero en el que los poderes europeos reconocían y garantizaban a un estado musulmán, pero el que su soberanía ahora dependiese de extranjeros no hizo más que reforzar la idea de “vamos para abajo”. Los musulmanes más conservadores interpretaron el conflicto como una guerra de religión, y cuando se les apuntaba que Francia y Gran Bretaña habían sido aliados señalaban las condiciones impuestas a la Sublime Puerta: reformas económicas que empujaron al imperio a una dependencia financiera de Londres y París, y reformas sociales, como igualdad entre las religiones. La sociedad otomana se abrió definitivamente a Occidente, y miles de ingenieros, consejeros o profesores occidentales llegaron a Constantinopla. Para aliados así, decían los conservadores, mejor que Alá nos mande solo enemigos (de ahí, suponemos, vienen los lodos de Erdogán). Otros turcos, en cambio, dijeron que había que imitar a los occidentales y construir un estado nacional purgado de molestas minorías étnico-religiosas (de ahí, suponemos, vendrían los lodos del kemalismo y los genocidios de 60 años después). En 1860 ya hubo una reacción en forma de matanza de cristianos en el Líbano, y no sería la última. Y en los Balcanes, donde los cristianos eran mayoría, lo mismo, pero al revés. Nada que no estuviese antes, pero que desde aquí se aceleró.

En Francia, Napoleón pese a todo quiso buscar cercanía a Rusia: ambos eran ahora poderes revisionistas, de 1815 el uno y de 1856 el otro. Así, Francia pronto apoyó a Rusia en la revisión del Tratado, y Rusia se mostró abierta a mayor colaboración. Con un límite, claro, como demostró en 1870. Pero hasta entonces, la guerra ayudó a Napoleón a asentar su dominio de Francia. Y como de 310.000 soldados un tercio no volvió, hubo que construir mucho monumento para taparlo todo. El más famoso, quizás, el pont de l’Alma en Paris, con la estatua de un zuavo: cuando el Sena le llega a las rodillas, se prohíbe la navegación. Pero también un bulevar Sebastopol, y una ciudad entera llamada en honor a Malakhov. Casi cualquier ciudad francesa tiene una rue Malakoff. Pero en general, en Francia (y en Turquía) es una guerra completamente olvidada.

En Gran Bretaña, la guerra fue recordada como la más grande del siglo, y representó un enorme cambio social: la prensa cobró una importancia política cada vez mayor, y las clases medias que la leían tomaron mayor conciencia política y demandaron reformas: educación pública, ampliación del voto y de la libertad de prensa, transparencia, y meritocracia para que el mando no recayera en aristócratas inútiles: de 100.000 soldados enviados, casi 21.000 habían muerto, el 80% por enfermedades. Como dijo un americano, “el año 1854 hizo más para minar a la aristocracia que 50 años normales”. En algunos condados irlandeses perdieron hasta un tercio de los hombres en Crimea, lo que también sembró un cierto resentimiento. Se creó por primera vez una medalla al valor que podían ganar los soldados rasos (supuestamente fabricada hasta hoy con el bronce de cañones rusos capturados en Sebastopol, aunque eso es una leyenda). Crimea también reforzó la imagen propia del país como de un luchador por causas justas y piadosas, el “cristianismo muscular” que sería la base de todo lo que llamamos “victorianismo”. Y como Rusia era un enemigo tan conveniente, los británicos recogieron encantados el guante cuando Rusia empezó a expandirse hacia Asia Central al no poder hacerlo hacia los Balcanes.

 

Valoración

Pues muy bueno e instructivo, la verdad. Casi actual, pese a ser de 2010. Crimea fue una guerra entre un autócrata dispuesto a matar a medio millón de rusos para recuperar las llaves de una iglesia polvorienta en Jerusalén, y unos cínicos gobernantes dispuestos a matar a decenas de miles de sus ciudadanos para una serie de objetivos, algunos idealistas y otros no tanto, que hoy no colarían ni con toda la artillería mediática posible. Entre ellos estaban la promoción de la libertad religiosa (entendida como “misionar para la fe que creemos correcta”, nadie habría movido un dedo por el derecho de los campesinos rusos a declararse ateos), la defensa del estupendo negocio en la India (amenazado por Rusia sin unos otomanos de por medio), y el “honor” nacional. Y al igual que hoy, no nos tiene que gustar ninguno de los dos. Solo queremos señalar que Karl Marx, quien creemos que tiene ciertas credenciales en la crítica al capitalismo y al modelo social imperante en Francia y Gran Bretaña, en esta guerra estaba al 100% con Francia y Gran Bretaña para debilitar a la autocracia rusa, el “gendarme de Europa”.

 

Te pueden caer mal todos y sigues siendo “marxista”, ¡en serio!

 

Por culpa de su derrota en esa guerra, Rusia no logró ser la potencia hegemónica de Europa porque no logró salir a los mares cálidos… pero siguió siendo una gran potencia, pese a todo. Sobre el año 1900, quizás uno de cada doce humanos del planeta (y uno de cada cuatro europeos) era súbdito del zar de todas las Rusias. Hoy, acabado el imperio también en su versión soviética, no llegan a uno de cada cincuenta (uno de cada seis europeos) los que se inclinan a rezar hacia el Kremlin. Su PIB es básicamente el de Italia, y midiendo per cápita apenas se ha movido desde 1975. Rusia, a pesar de retener ciertos símbolos del pasado (veto en la ONU, armas nucleares, programa espacial), ya ni siquiera es una gran potencia, solo una potencia regional… y aquí es donde entra Ucrania.

Porque Ucrania entró a formar parte de Rusia cuando esta se transformó en el Imperio Ruso, allá con Pedro el Grande y Catarina la Ídem. Fue Ucrania la que permitió que lo que había sido un dominio muy vasto, pero atrasado y remoto, se convirtiera en una gran potencia: su población, el acceso al Mar Negro, sus fronteras que se asoman hasta el corazón de Europa, su trigo barato que exportar a Occidente, el carbón y acero del Dombás para su primera industrialización… Para Putin, Ucrania es la diferencia entre ser “simplemente Rusia” o ser “un imperio” (similar a como para algunos españoles Cataluña es la diferencia entre ser “simplemente Polonia” o “aspirar a ser Italia, o, ¡quién sabe, Francia!”). La separación entre Rusia y Ucrania fue amistosa, y además la propició el mismo Boris Yeltsin que sería el mentor político de Putin y quien le permitió llegar a donde está ahora, pero eso no parece llamarle la atención. Que se puede ser “simplemente Rusia” (o “simplemente Polonia”, o Castilla, o lo que te apetezca/haya tocado en la vida) con muchísima dignidad y sin molestar a nadie, es algo que a los constructores de imperios ni se les ocurre, ellos están a otras cosas.

Esa parece, debajo de toda la cháchara kremlinesca (y de todas las facilidades que haya dado la OTAN para apuntalar dicha cháchara), la causa subyacente a la invasión: meter a Ucrania en el redil, ya sea mediante anexión directa, instauración de un gobierno títere en Kyiv (o Kiev, como volvería a llamarse), o una combinación de ambos, para volver a subir de categoría en el Risk. Y como lo de Crimea resultó tan facilito, Putin parece haber pensado que el resto de Ucrania caería igual de fácil. Fracasado el intento, parece decidido a mantener lo ocupado: una rendición sería renunciar para siempre (o al menos para los próximos 100 años – la Historia al final siempre vuelve a mezclar el taco de cartas) a ser una gran potencia. La mayoría de los países nunca lo ha sido, y lo dicho, no pasa nada, pero joder con aquellos que FUERON gran potencia y aún arrastran el sueño. ¡Qué les voy a contar si viven ustedes en España! Así que parece que aún tendremos guerra para un rato. A ver si hay suerte, el Nicolás 3.0 la espicha pronto, el Alejandro 2.0 tiene una revelación, y el nuevo Napoleón parisino convence a Lord Bidenston y Queen Kemala de cederle al nuevo zar las llaves de la puñetera iglesia.


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  1. Comentario de Atlas (18/04/2023 11:29):

    > dice “una serie de objetivos, algunos idealistas y otros no tanto, que hoy no colarían ni con toda la artillería mediática posible”

    > procede a desgranar la versión de la guerra de Ucrania diseminada por la artillería mediática occidental punto por punto.

    oq.

  2. Comentario de Sgt. Kabukiman (19/04/2023 09:59):

    Puedes creer lo que dice la artillería mediática occidental, sea lo que sea que signifique esto.

    También puedes adoptar las opciones Bosé o berlusconi, en función de la tara que arrastres. Esta es la opción preferida tanto por la derecha sin complejos como por la paleoizquierda.

  3. Comentario de pululando (19/04/2023 10:49):

    Sí… Precisamente, está página se ha destacado siempre por eso.. sólo por eso: por ser munición para la “artillería mediática occidental”. Nada la describiría mejor. El papa del tricornio le dará fe de ello.

  4. Comentario de el guru (19/04/2023 13:16):

    #2 Sgt. Kabukiman
    Joder que perecita los ataques al hombre de paja. Qué bien que tenemos claras cuales son las opciones bosé o berlusconi y así no tenemos ni que pensar. Por eso mismo no pude ni acabar el último artículo del señor Jácar, a pesar de que Bosé siempre me ha caído como el culo.

    #3 pululando
    Igual usted o el señor Jenal nos puede explicar cuál ha sido la estrategia de Ucrania, que podía haber alcanzado un acuerdo de paz bastante conveniente en marzo del año pasado y en su lugar ejecutó a su propio negociador; mandando a cientos de miles de soldados a servir de carne de cañón sólo porque a los americanos les apetecía tener una Proxy War contra Rusia.

  5. Comentario de Sgt. Kabukiman (19/04/2023 14:48):

    Opción Bosé, pues.

    Me copio y pego:

    Si (Bosé) es un personaje ridículo no es por lo pijo, es por sus magufadas, sus conspiranoias y en general por las chorradas que vende (y nos venden) como valentía intelectual.

    Por cierto hablando de lo duro que es el oficio de librepensador:
    https://cnnespanol.cnn.com/2023/04/18/fox-dominion-acuerdo-demanda-difamacion-elecciones-trax/

  6. Comentario de el guru (19/04/2023 17:26):

    #5 Sgt. Kabukiman
    Bueno, como Bosé, yo también creo que las vacunas mRNA son una de los mayores tragedias de la historia reciente. Y mejor él que Berlusconi…

    Por otra parte, gracias de nuevo a Jenal por otro magnífico resumen de un libro que probablemente no leeré pero me quedo con tremendas ganas de hacerlo. Sin duda el reseñista que más merece la pena de esta página web.

  7. Comentario de Casio (19/04/2023 18:48):

    Las limpiezas étnicas que tienen los rusos a sus espaldas son para competir con nosotros y los anglos en una Olimpiada de Genocidios, pero lo de los tártaros y demás pueblos nativos de Crimea apenas ha generado literatura. Por razones comprensibles, las animaladas rusas han sido poco comentadas en un pais como el nuestro. Comprensibles pero no disculpables ¿verdad PIT?

  8. Comentario de Lluís (22/04/2023 11:15):

    #7

    Si, parece ser que sólo se habla de algunos genocidios. Del turco en Armenia se habla muy de tarde en tarde, básicamene cuando Turquia llama a la puerta de la UE. Y ya puestos a hablar de los tártaros, convendría pregunarse cómo llegaron a Crimea, quién vivía antes por esa zona y cómo se comportaba un tan Gengis Khan con los maleducados que no se rendían cuando se lo pedía.

    Al final, da la sensación que el que no ha cometido genocidios es porque no ha tenido ocasión. Y no lo digo para disculpar ninguno.

  9. Comentario de Lalo (24/04/2023 19:08):

    Sargento presente y firme para la defensa de la transizquierda, aquella q nace de derechas pero se siente de izquierdas, y a tragar. Y los malos son los otros por primitivos. Meros recitadores de la letanía de los medios, triste de alguien q dice ser leído. Lee pero ni le llega ni cuestiona

  10. Comentario de Llou (27/04/2023 10:13):

    #6 Puedes creer lo que quieras, incluso en Dios, el unicornio rosa invisible o el FSM. Pero todo lo que no sea un estudio serio y revisado por pares vale para enrollar el bocadillo (estamos hablando de ciencia).

  11. Comentario de el guru (27/04/2023 12:42):

    #10 Bueno Llou, ya me ha hecho usted abrir el archivo de los papers

    Sobre la efectividad de la vacuna monovalente. Espoiler, cualquier efecto de protección desparece a los pocos meses:
    *Waning of SARS-CoV-2 booster viral-load reduction effectiveness
    *Matan Levine-Tiefenbrun et al
    *becomes small and insignificant in the third to fourth months.

    *Effectiveness of COVID-19 vaccines against Omicron or Delta infection
    *Buchan et al
    *Two doses of COVID-19 vaccines are unlikely to protect against infection by Omicron. A third dose provides some protection in the immediate term, but substantially less than against Delta.

    un estudio ejemplo de efectividad negativa, destruye la protección dada por la imunidad adquirida tras la infección (figura B negative effectiveness, C y D erasure of natural immunity):
    *Effectiveness of Covid-19 Vaccines over a 9-Month Period in North Carolina
    *Lin et al
    *273,157 children
    *among previously uninfected children, vaccine effectiveness reached 63.2% (95% confidence interval [CI], 61.0 to 65.2) at 4 weeks after the first dose and decreased to 15.5% (95% CI, 8.1 to 22.8) at 16 weeks;
    *among previously infected children, vaccine effectiveness reached 69.6% (95% CI, 57.4 to 78.3) at 4 weeks after the first dose and decreased to 22.4% (95% CI, 13.0 to 30.8) at 16 weeks

    en mayores de 65, 5.9% de efectividad tras 9 meses
    *Effectiveness of mRNA-1273 against SARS-CoV-2 Omicron and Delta variants
    *Tseng et al
    *two-dose VE against Omicron infection at 14-90 days was 44.0% (95% confidence interval, 35.1-51.6%) but declined quickly.

    *COVID-19 vaccine boosters for young adults: a risk benefit assessment and ethical analysis of mandate policies at universities
    *Bardosh et al
    *To prevent one COVID-19 hospitalisation over a 6-month period, we estimate that 31207-42836 young adults aged 18–29 years must receive a third mRNA vaccine

    Desde hace unos meses, Pfizer y Moderna tienen sus esperanzas puestas en la vacuna bivalente, que fue aprobada después de ser testada en ocho ratones y cero humanos (literalmente OCHO ratones).

    pero…
    *Effectiveness of the Coronavirus Disease 2019 (COVID-19) Bivalent Vaccine
    *Shrestha et al
    *Among 51011 working-aged Cleveland Clinic employees, the bivalent COVID-19 vaccine booster was 30% effective in preventing infection, during the time when the virus strains dominant in the community were represented in the vaccine.

    *SARS-CoV-2 Neutralizing Antibodies After Bivalent vs. Monovalent Booster
    *Wang et al
    *Our results suggest that NAb titers after boosting with one dose of bivalent mRNA vaccine are not higher than boosting with monovalent vaccine.

    *Effectiveness of Bivalent mRNA Vaccines in Preventing Symptomatic SARS-CoV-2 Infection – Increasing Community Access to Testing Program, United States, September-November 2022
    *Link-Gelles et al
    *Relative vaccine effectiveness (rVE) of a bivalent booster dose compared with that of ≥2 monovalent vaccine doses
    *2-3 months and ≥8 months:
    *30% and 56% among persons aged 18-49 years,
    *31% and 48% among persons aged 50-64 years,
    *and 28% and 43% among persons aged ≥65 years

    ¿por qué no son efectivas las vacunas en prevenir transmisión o enfermedad? porque no crean anticuerpos neutralizantes, o por lo menos no crean anticuerpos monoclonales neutralizantes
    *The plasmablast response to SARS-CoV-2 mRNA vaccination is dominated by non-neutralizing antibodies and targets both the NTD and the RBD
    *Fatima Amanat et al
    *Polyclonal antibody responses in vaccinees were robust
    *However [..] at the monoclonal level, we found that the majority of vaccine-induced antibodies did not have neutralizing activity

    no hay protección monoclonal
    *SARS-CoV-2 mRNA vaccination induces functionally diverse antibodies to NTD, RBD, and S2
    *Amanat et al

    y estoy dejado de mencionar el aumento de casos de miocarditis en varones jóvenes (los datos oficiales de Alemania son de 1 caso por cada 3000 vacunados) y la deriva de clase del tipo de inmunoglobulina en la respuesta del sistema inmune, como por ejemplo indican:
    *Conserved longitudinal alterations of anti-S-protein IgG subclasses in disease progression in initial ancestral Wuhan and vaccine breakthrough Delta infections
    *Goh et al
    y
    *Class switch towards non-inflammatory IgG isotypes after repeated SARS-CoV-2 mRNA vaccination
    *Irrgang et al

    que pueden tener consecuencias graves en el sistema inmune de mucha mucha gente a medio plazo.

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